sábado, 26 de febrero de 2011

Destino de los justos y de los impíos

LIBRO DE LA SABIDURÍA

CAPÍTULO 3
Destino de los justos y de los impíos
3:1 Las almas de los justos están en las manos de Dios, y no los afectará ningún tormento.
3:2 A los ojos de los insensatos parecían muertos;
su partida de este mundo fue considerada una desgracia
3:3 y su alejamiento de nosotros, una completa destrucción;
pero ellos están en paz.
3:4 A los ojos de los hombres, ellos fueron castigados,
pero su esperanza estaba colmada de inmortalidad.
3:5 Por una leve corrección, recibirán grandes beneficios,
porque Dios los puso a prueba
y los encontró dignos de él.
3:6 Los probó como oro en el crisol
y los aceptó como un holocausto.
3:7 Por eso brillarán cuando Dios los visite,
y se extenderán como chispas por los rastrojos.
3:8 Juzgarán a las naciones y dominarán a los pueblos,
y el Señor será su rey para siempre.
3:9 Los que confían en él comprenderán la verdad
y los que le son fieles permanecerán junto a él en el amor.
Porque la gracia y la misericordia son para sus elegidos.
3:10 Pero los impíos tendrán un castigo conforme a sus razonamientos,
porque desdeñaron al justo y se apartaron del Señor.
3:11 El que desprecia la sabiduría y la enseñanza es un desdichado:
¡vana es su esperanza,
inútiles sus esfuerzos,
infructuosas sus obras!
3:12 ¡Sus mujeres son insensatas,
sus hijos perversos
y su descendencia maldita!

La verdadera fecundidad
3:13 ¡Feliz, en cambio, la mujer estéril que no se ha manchado,
la que no tuvo relaciones ilícitas!
Ella dará frutos cuando Dios visite las almas.
3:14 Feliz también el eunuco que no cometió ninguna iniquidad
ni tuvo pensamientos perversos contra el Señor.
Por su fidelidad se le dará una gracia especial,
una herencia muy deseable en el Templo del Señor.
3:15 Porque es glorioso el fruto de los trabajos honestos,
e indefectible la raíz de la Sabiduría.
3:16 Pero los hijos de los adúlteros no llegarán a su madurez
y la descendencia de una unión ilegítima desaparecerá.
3:17 Aunque vivan mucho tiempo, serán tenidos por nada,
y al fin su vejez será deshonrosa;
3:18 si mueren pronto, no tendrán esperanza
ni consuelo en el día del Discernimiento,
3:19 porque es penoso el fin de una raza injusta.
JUAN PABLO II
ÁNGELUS

Domingo 2 de noviembre de 1980

1. "Todo el mundo es delante de ti como un grano de arena en la balanza y como una gota de rocío de la mañana que cae sobre la tierra. Pero tienes piedad de todos, porque todo lo puedes, y disimulas los pecados de los hombres para traerlos a penitencia. Pues Tú amas todo cuanto existe y nada aborreces de lo que has hecho, que no por odio hiciste cosa alguna. ¿Y cómo podría subsistir nada si tú no quisieras, o cómo podría conservarse sin ti? Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amador de las almas. Porque en todas las cosas está tu espíritu incorruptible. Y por eso corriges con blandura a los que caen, y a los que pecan los amonestas, despertando la memoria de su pecado, para que, libres de su maldad, crean, Señor, en ti" (Sab 11 23-12, 2).
Hoy la Iglesia celebra la "conmemoración de todos los fieles difuntos". Las palabras arriba citadas del libro de la Sabiduría, tomadas de la primera lectura del domingo trigésimo primero "per annum", pueden ayudar mucho a cada uno de nosotros para vivir este encuentro con la eternidad, que traen consigo los dos primeros días de noviembre.
Que nos acompañen estas palabras durante la visita a los cementerios, cuando nos detengamos junto a las tumbas de nuestros difuntos, cercanos o lejanos, conocidos o desconocidos: "...porque en todas las cosas está tu espíritu incorruptible" (Sab 12, 1).
Que estas visitas a los difuntos, estos encuentros con ellos, sean valorizados en nuestros corazones por la esperanza, que "está llena de inmortalidad'' (Sab 3, 4).
2. Me refiero otra vez al Sínodo de los Obispos que, hace una semana, terminó sus trabajos dedicados a la misión de la familia en el mundo contemporáneo. Porque hoy quiero decir que la familia es un lugar particular del hombre. En este lugar, en esta comunidad, se saluda con alegría su nacimiento su venida al mundo, y en este lugar, sobre todo, se siente su desaparición, su muerte.
El día de los difuntos es un día particular para las familias. Este día van a los lugares donde descansan los difuntos más cercanos y más queridos: se encuentran, en el silencio, en la oración en la meditación junto a sus tumbas.
Reviven recuerdos alegres y dolorosos: a veces las lágrimas comienzan a correr por el rostro, ¡tan grande es el sentido de la cercanía, a pesar de la muerte, tan grande es la emoción!
Pertenecen a la familia también los que han participado, y permanecen, sin embargo, en los corazones porque el misterio de la vida y del amor nos ha unido a ellos tan profundamente. Permanecen en la viudez de sus respectivos maridos y mujeres, que continúan en la vida. Permanecen en la orfandad de sus hijos.
3. En este día quisiera recordar a todos los muertos de este año, y en particular a las víctimas de catástrofes naturales y de numerosos, demasiados episodios de violencia, de secuestros, de terrorismo, acaecidos en diversos países del mundo.
Pienso también en los muchos niños inocentes -como los alumnos de la escuela de Ortuella, España-, en tantas personas que, en los lugares de trabajo, por los caminos o en la propia casa, se encontraron arrollados, sin darse cuenta, por actos de destrucción y de muerte, cuya causa frecuentemente ni siquiera conocerían.
Pienso en un pequeño país del mundo, atormentados por una crónica prolongación de violencias y asesinatos, que provocan luto en las familias y en la comunidad eclesial. Quisiera renovar, en nombre también de la piedad por los muertos, una llamada apremiante para que prevalezca en todas las partes responsables el sentimiento de reconciliación dictado por la conciencia cristiana y por el amor a la propia patria.
Quisiera no olvidar a las víctimas de la guerra que, desde hace algunas semanas, arrecia entre Irak e Irán, como choques sangrientos entre los ejércitos y bombardeos de ciudades y poblaciones indefensas; por desgracia, la misma opinión pública del mundo parece habituarse fácilmente incluso al espectáculo de tan terribles destrucciones.
Mientras nuestra oración quiere abrazar también la suerte de estos hermanos nuestros, invoquemos a Dios omnipotente y misericordioso para que haga renacer pensamientos de paz, y en particular despierte el deseo de resolver los contrastes con negociaciones, dentro del respeto a la integridad de los derechos humanos, nacionales y territoriales de los países implicados en el conflicto.
4. El día de la conmemoración de los difuntos, traspasamos, en cierto sentido, los límites de su ausencia, cuyo signo es la tumba fría, y nos unimos con ellos en la fe que nos conduce a la Casa del Padre.
Y juntamente con el autor del Libro de la Sabiduría repetimos a ese Padre: "Señor, todo lo puedes... y amas todo lo que has creado" (cf. Sab 11, 23-24). Amas al hombre al que has creado a tu semejanza y lo has redimido mediante la sangre de tu Hijo. Tú amas al hombre..

viernes, 18 de febrero de 2011

Declaración del Arzobispo de Santiago


En conferencia de prensa ofrecida en dependencias del arzobispado de Santiago, Mons. Ezzati dio lectura a una declaración en la que reproduce las partes sustantivas del dictamen vaticano y comunica los pasos que ha dado, como pastor de la arquidiócesis, en lo referido a este caso.

Vaticano declara culpable de abusos al sacerdote Fernando Karadima



SANTIAGO.- A cinco años de haberse iniciado la investigación eclesiástica en contra del sacerdote Fernando Karadima, el Vaticano resolvió que el ex párroco de la iglesia El Bosque, es culpable del delito de abuso sexual en contra de un menor y otras víctimas.



La resolución de la Congregación para la Doctrina de la Fe fue dada a conocer por el arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati, quien indicó que "sobre la base de las pruebas adquiridas, el reverendo Fernado Karadima Fariña es declarado culpable de los delitos mencionados en precedencia y, en modo particular, del delito de abuso de menor en contra de más víctimas".



En consideración a su edad, la Santa Sede decidió que Karadima debe retirarse a una vida de oración y penitencia, cuya residencia será definida por el arzobispado de Santiago "dentro o fuera de la diócesis de tal modo de evitar absolutamente el contacto con sus ex parroquianos, con miembros de la unión sacerdotal o con personas que se hayan dirigido espiritualmente con él", explicó Ezzati, quien añadió que eso "no quiere decir que el padre esté en una cárcel y que no tenga posibilidad de juntarse con otras personas".



Junto a lo anterior se le prohíbe de manera perpetua el ejercicio público de cualquier acto del ministerio, en particular la confesión y la dirección espiritual. Además, no podrá asumir ningún encargo en la Unión Sacerdotal del Sagrado Corazón.



Según detalló Ezzati, en caso de no cumplir las medidas indicadas, el inculpado podrá recibir penas más graves, incluida la dimisión del estado clerical.



El arzobispo señaló que Karadima ya fue informado de la resolución y que tiene 60 días para apelar. Indicó además que cuando le comunicó el fallo eclesiástico el sacerdote se manifestó muy sorprendido, pues él "se considera inocente".



"La reacción del padre fue de mucha sorpresa frente a esto y meditación muy profunda. Dijo que iba a leer con calma todo el decreto que es muy largo de autoría de la Santa Sede y que está destinado a su persona, que lo iba a meditar y emprendió la tarea de preparar su defensa ante la Santa Sede", sostuvo la autoridad eclesiástica.



Frente a las observaciones dictaminadas por el Vaticano, Ezzati manifestó que el Papa Benedicto XVI se ha encontrado con los afectados “y nos ha dicho que la primera preocupación (en esta caso) es en relación a las víctimas”.



Consultado sobre la posibilidad que se pongan a disposición de la justicia civil los antecedentes de la indagatoria eclesiástica, el arzobispo de Santiago negó enfáticamente que aquello ocurra, ante la posible reapertura del caso , explicando que “no corresponde”. “Hay materias que en el juicio civil no constituye delito y, sin embargo, sí lo constituye en la justicia de la Iglesia”, puntualizó sobre el cierre de la investigación por el juez Leonardo Valdivieso.



Al concluir la lectura de la declaración, la máxima autoridad de la Iglesia Católica chilena manifestó su "profunda pena y dolor" por el daño causado a las víctimas e hizo un llamado a la comunidad eclesial a "asumir la decisión de la Santa Sede con espíritu de fe y esperanza" y a colaborar para que estos hechos nunca más vuelvan a producirse.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Te adoramos Dios Padre Eterno Yavé.

Comunidad Jerico Jerico envió un mensaje a los miembros de/del ORACIÓN DE INTERCESIÓN.

Comunidad Jerico Jerico
February 9, 2011 at 2:46pm

Asunto:
Te adoramos Dios Padre Eterno Yavé.

Te adoramos Dios Padre Eterno Yavé, te glorificamos y damos gracias, en la Unidad y Cohesión de tu Espiritu Santo, llenos y ungidos de él, adoramos y alabamos a tu único hijo, y Señor Nuestro: Jesucristo, a quien rogamos su valiente y decidida intercesión, por nosotros y nuestras familias. Señor Jesucristo, te amamos, y bendecimos, comparte con nosotros tu dulzura, tu paz, tu Espiritu Santo, regalanos los dones del perdón de nuestros pecados, de la defensa de las insidias y asechanzas del demonio, y el de tu protección divina; hazlo por amor a tu pueblo, por amor a tu madre santisima, a quien también le confiamos su valerosa intercesión, por los siglos de los siglos, Amén.

martes, 8 de febrero de 2011

LIBRO DE LA SABIDURIA CAPITULO 2

Comunidad Jerico Jerico envió un mensaje a los miembros de/del LAS SAGRADAS ESCRITURAS.

Comunidad Jerico Jerico
February 8, 2011 at 4:55pm
Asunto: LIBRO DE LA SABIDRURIA CAPITULO 2

2:1 Ellos se dicen entre sí, razonando equivocadamente: "Breve y triste es nuestra vida,
no hay remedio cuando el hombre llega a su fin
ni se sabe de nadie que haya vuelto del Abismo.
2:2 Hemos nacido por obra del azar,
y después será como si no hubiéramos existido.
Nuestra respiración no es más que humo,
y el pensamiento, una chispa que brota de los latidos del corazón;
2:3 cuando esta se extinga, el cuerpo se reducirá a ceniza
y el aliento se dispersará como una ráfaga de viento.
2:4 Nuestro nombre será olvidado con el tiempo
y nadie se acordará de nuestras obras;
nuestra vida habrá pasado como una nube, sin dejar rastro,
se disipará como la bruma,
evaporada por los rayos del sol
y agobiada por su calor.
2:5 El tiempo de nuestra vida es una sombra fugaz
y nuestro fin no puede ser retrasado:
una vez puesto el sello, nadie vuelve sobre sus pasos.
2:6 Vengan, entonces, y disfrutemos de los bienes presentes,
gocemos de las criaturas con el ardor de la juventud.
2:7 ¡Embriaguémonos con vinos exquisitos y perfumes,
que no se nos escape ninguna flor primaveral,
2:8 coronémonos con capullos de rosas antes que se marchiten;
2:9 que ninguno de nosotros falte a nuestra orgía,
dejemos por todas partes señales de nuestra euforia,
porque eso es lo que nos toca y esa es nuestra herencia!
2:10 Oprimamos al pobre, a pesar de que es justo,
no tengamos compasión de la viuda
ni respetemos al anciano encanecido por los años.
2:11 Que nuestra fuerza sea la norma de la justicia,
porque está visto que la debilidad no sirve para nada.
2:12 Tendamos trampas al justo, porque nos molesta
y se opone a nuestra manera de obrar;
nos echa en cara las transgresiones a la Ley
y nos reprocha las faltas contra la enseñanza recibida.
2:13 Él se gloría de poseer el conocimiento de Dios
y se llama a sí mismo hijo del Señor.
2:14 Es un vivo reproche contra nuestra manera de pensar
y su sola presencia nos resulta insoportable,
2:15 porque lleva una vida distinta de los demás
y va por caminos muy diferentes.
2:16 Nos considera como algo viciado
y se aparta de nuestros caminos como de las inmundicias.
Él proclama dichosa la suerte final de los justos
y se jacta de tener por padre a Dios.
2:17 Veamos si sus palabras son verdaderas
y comprobemos lo que le pasará al final.
2:18 Porque si el justo es hijo de Dios, él lo protegerá
y lo librará de las manos de sus enemigos.
2:19 Pongámoslo a prueba con ultrajes y tormentos,
para conocer su temple y probar su paciencia.
2:20 Condenémoslo a una muerte infame,
ya que él asegura que Dios lo visitará".

Reflexión sobre el error de los impíos
2:21 Así razonan ellos, pero se equivocan,
porque su malicia los ha enceguecido.
2:22 No conocen los secretos de Dios,
no esperan retribución por la santidad,
ni valoran la recompensa de las almas puras.
2:23 Dios creó al hombre para que fuera incorruptible
y lo hizo a imagen de su propia naturaleza,
2:24 pero por la envidia del demonio
entró la muerte en el mundo,
y los que pertenecen a él tienen que padecerla.


JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 13 de agosto de 1986

La caída de los ángeles rebeldes


1. Continuando el tema de las precedentes catequesis dedicadas al artículo de la fe referente a los ángeles, criaturas de Dios, vamos a explorar el misterio de la libertad que algunos de ellos utilizaron contra Dios y contra su plan de salvación respecto a los hombres.

Como testimonia el Evangelista Lucas en el momento, en el que los discípulos se reunían de nuevo con el Maestro llenos de gloria por los frutos recogidos en sus primeras tareas misioneras, Jesús pronuncia una frase que hace pensar: "veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo" (Lc 10, 18).

Con estas palabras el Señor afirma que el anuncio del reino de Dios es siempre una victoria sobre el diablo, pero al mismo tiempo revela también que la edificación del reino está continuamente expuesta a las insidias del espíritu del mal. Interesarse por esto, como tratamos de hacer con la catequesis de hoy, quiere decir prepararse al estado de lucha que es propio de la vida de la Iglesia en este tiempo final de la historia de la salvación (así como afirma el libro del Apocalipsis. cf. 12, 7). Por otra parte, esto ayuda a aclarar la recta fe de la Iglesia frente a aquellos que la alteran exagerando la importancia del diablo o de quienes niegan o minimizan su poder maligno.

Las precedentes catequesis sobre los ángeles nos han preparado para comprender la verdad, que la Sagrada Escritura ha revelado y que la Tradición de la Iglesia ha transmitido, sobre Satanás, es decir, sobre el ángel caído, el espíritu maligno, llamado también diablo o demonio.

2. Esta "caída", que presenta la forma de rechazo de Dios con el consiguiente estado de "condena", consiste en la libre elección hecha por aquellos espíritus creados, los cuales radical e irrevocablemente han rechazado a Dios y su reino, usurpando sus derechos soberanos y tratando de trastornar la economía de la salvación y el ordenamiento mismo de toda la creación. Un reflejo de esta actitud se encuentra en las palabras del tentador a los progenitores: "Seréis como Dios" o "como dioses" (cf. Gen 3, 5). Así el espíritu maligno trata de transplantar en el hombre la actitud de rivalidad, de insubordinación a Dios y su oposición a Dios que ha venido a convertirse en la motivación de toda su existencia.

3. En el Antiguo Testamento, la narración de la caída del hombre, recogida en el libro del Génesis, contiene una referencia a la actitud de antagonismo que Satanás quiere comunicar al hombre para inducirlo a la transgresión (cf. Gen 3, 5). También en el libro de Job (cf. Job 1, 11; 2, 5.7), vemos que satanás trata de provocar la rebelión en el hombre que sufre. En el libro de la Sabiduría (cf. Sab 2, 24), satanás es presentado como el artífice de la muerte que entra en la historia del hombre juntamente con el pecado.

4. La Iglesia, en el Concilio Lateranense IV (1215), enseña que el diablo (satanás) y los otros demonios "han sido creados buenos por Dios pero se han hecho malos por su propia voluntad". Efectivamente, leemos en la Carta de San Judas: " ...a los ángeles que no guardaron su principado y abandonaron su propio domicilio los reservó con vínculos eternos bajo tinieblas para el juicio del gran día" (Jds 6). Así también en la segunda Carta de San Pedro se habla de "ángeles que pecaron" y que Dios "no perdonó... sino que, precipitados en el tártaro, los entregó a las cavernas tenebrosas, reservándolos para el juicio" (2 Pe 2, 4). Está claro que si Dios "no perdonó" el pecado de los ángeles, lo hace para que ellos permanezcan en su pecado, porque están eternamente "en las cadenas" de esa opción que han hecho al comienzo, rechazando a Dios, contra la verdad del bien supremo y definitivo que es Dios mismo. En este sentido escribe San Juan que: "el diablo desde el principio peca" (1 Jn 3, 8). Y "él es homicida desde el principio y no se mantuvo en la verdad, porque la verdad no estaba en él" (Jn 8, 44).

5. Estos textos nos ayudan a comprender la naturaleza y la dimensión del pecado de satanás, consistente en el rechazo de la verdad sobre Dios, conocido a la luz de la inteligencia y de la revelación como Bien infinito, amor, y santidad subsistente. El pecado ha sido tanto más grande cuanto mayor era la perfección espiritual y la perspicacia cognoscitiva del entendimiento angélico, cuanto mayor era su libertad y su cercanía a Dios. Rechazando la verdad conocida sobre Dios con un acto de la propia libre voluntad, satanás se convierte en "mentiroso cósmico" y "padre de la mentira" (Jn 8, 44). Por esto vive la radical e irreversible negación de Dios y trata de imponer a la creación, a los otros seres creados a imagen de Dios, y en particular a los hombres, su trágica "mentira sobre el Bien" que es Dios. En el libro del Génesis encontramos una descripción precisa de esa mentira y falsificación de la verdad sobre Dios, que satanás (bajo la forma de serpiente) intenta transmitir a los primeros representantes del género humano: Dios sería celoso de sus prerrogativas e impondría por ello limitaciones al hombre (cf. Gen 3, 5). Satanás invita al hombre a liberarse de la imposición de este juego, haciéndose "como Dios".

6. En esta condición de mentira existencial satanás se convierte —según San Juan— también en homicida, es decir, destructor de la vida sobrenatural que Dios había injertado desde el comienzo en él y en las criaturas hechas a "imagen de Dios": los otros espíritus puros y los hombres; satanás quiere destruir la vida según la verdad, la vida en la plenitud del bien, la vida sobrenatural de gracia y de amor. El autor del libro de la Sabiduría escribe:" ...por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen" (Sab 2, 24). En el Evangelio Jesucristo amonesta: "...temed más bien a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la gehena" (Mt 10, 28).

7. Como efecto del pecado de los progenitores, este ángel caído ha conquistado en cierta medida el dominio sobre el hombre. Esta es la doctrina constantemente confesada y anunciada por la Iglesia, y que el Concilio de Trento ha confirmado en el tratado sobre el pecado original (cf. DS 1511): Dicha doctrina encuentra dramática expresión en la liturgia del bautismo, cuando se pide al catecúmeno que renuncie al demonio y a sus seducciones.

Sobre este influjo en el hombre y en las disposiciones de su espíritu (y del cuerpo) encontramos varias indicaciones en la Sagrada Escritura, en la cual satanás es llamado "el príncipe de este mundo" (cf. Jn 12, 31; 14, 30;16, 11) e incluso "el Dios de este siglo" (2 Cor 4, 4). Encontramos muchos otros nombres que describen sus nefastas relaciones con el hombre: "Belcebú" o "Belial", "espíritu inmundo", "tentador", "maligno" y finalmente "anticristo" (1 Jn 4, 3). Se le compara a un "león" (1 Pe 5, 8), a un "dragón" (en el Apocalipsis) y a una "serpiente" (Gen 3). Muy frecuentemente para nombrarlo se ha usado el nombre de "diablo" del griego "diaballein" (del cual "diabolos"), que quiere decir: causar la destrucción, dividir, calumniar, engañar. Y a decir verdad, todo esto sucede desde el comienzo por obra del espíritu maligno que es presentado en la Sagrada Escritura como una persona, aunque se afirma que no está solo: "somos muchos", gritaban los diablos a Jesús en la región de las gerasenos (Mc 5, 9); "el diablo y sus ángeles", dice Jesús en la descripción del juicio futuro (cf. Mt 25, 41).

8. Según la Sagrada Escritura, y especialmente el Nuevo Testamento, el dominio y el influjo de Satanás y de los demás espíritus malignos se extiende al mundo entero. Pensemos en la parábola de Cristo sobre el campo (que es el mundo), sobre la buena semilla y sobre la mala semilla que el diablo siembra en medio del grano tratando de arrancar de los corazones el bien que ha sido "sembrado" en ellos (cf. Mt 13, 38-39). Pensemos en las numerosas exhortaciones a la vigilancia (cf. Mt 26, 41; 1 Pe 5, 8), a la oración y al ayuno (cf. Mt 17, 21). Pensemos en esta fuerte afirmación del Señor: "Esta especie (de demonios) no puede ser expulsada por ningún medio sino es por la oración" (Mc 9, 29). La acción de Satanás consiste ante todo en tentar a los hombres para el mal, influyendo sobre su imaginación y sobre las facultades superiores para poder situarlos en dirección contraria a la ley de Dios. Satanás pone a prueba incluso a Jesús (cf. Lc 4, 3-13) en la tentativa extrema de contrastar las exigencias de la economía de la salvación tal como Dios le ha preordenado.

No se excluye que en ciertos casos el espíritu maligno llegue incluso a ejercitar su influjo no sólo sobre las cosas materiales, sino también sobre el cuerpo del hombre, por lo que se habla de "posesiones diabólicas" (cf. Mc 5, 2-9). No resulta siempre fácil discernir lo que hay de preternatural en estos casos, ni la Iglesia condesciende o secunda fácilmente la tendencia a atribuir muchos hechos e intervenciones directas al demonio; pero en línea de principio no se puede negar que, en su afán de dañar y conducir al mal, Satanás pueda llegar a esta extrema manifestación de su superioridad.

9. Debemos finalmente añadir que las impresionantes palabras del Apóstol Juan: "El mundo todo está bajo el maligno" (1 Jn 5, 19), aluden también a la presencia de Satanás en la historia de la humanidad, una presencia que se hace más fuerte a medida que el hombre y la sociedad se alejan de Dios. El influjo del espíritu maligno puede "ocultarse" de forma más profunda y eficaz: pasar inadvertido corresponde a sus "intereses": La habilidad de Satanás en el mundo es la de inducir a los hombres a negar su existencia en nombre del racionalismo y de cualquier otro sistema de pensamiento que busca todas las escapatorias con tal de no admitir la obra del diablo. Sin embargo, no presupone la eliminación de la libre voluntad y de la responsabilidad del hombre y menos aún la frustración de la acción salvífica de Cristo. Se trata más bien de un conflicto entre las fuerzas oscuras del mal y las de la redención. Resultan elocuentes a este propósito las palabras que Jesús dirigió a Pedro al comienzo de la pasión:" ...Simón, Satanás os busca para ahecharos como trigo; pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe" (Lc 22, 31).

Comprendemos así por que Jesús en la plegaria que nos ha enseñado, el "Padrenuestro", que es la plegaria del reino de Dios, termina casi bruscamente, a diferencia de tantas otras oraciones de su tiempo, recordándonos nuestra condición de expuestos a las insidias del Mal-Maligno. El cristiano, dirigiéndose al Padre con el espíritu de Jesús e invocando su reino, grita con la fuerza de la fe: no nos dejes caer en la tentación, líbranos del Mal, del Maligno. Haz, oh Señor, que no cedamos ante la infidelidad a la cual nos seduce aquel que ha sido infiel desde el comienzo.--------------------------------------------------------------------------------

Saludos

Deseo ahora dar mi más cordial bienvenida a esta audiencia a todas las personas, familias y grupos de lengua española.

Saludo en particular a la numerosa peregrinación de la Parroquia de los Dolores, de Sevilla, devotos de Nuestra Señora del Rocío, la Blanca Paloma, como a vosotros os gusta invocarla.

Asimismo saludo al grupo apostólico “Hogar de la Madre de la Juventud”, de Toledo, y a los profesores y alumnos de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Uruguay.

Vaya a todos los peregrinos y visitantes procedentes de los diversos países de América Latina y de España mi bendición apostólica.

LA SABIDURÍA Y EL DESTINO HUMANO

Comunidad Jerico Jerico envió un mensaje a los miembros de/del LAS SAGRADAS ESCRITURAS.

Comunidad Jerico Jerico
February 7, 2011 at 4:22pm
Asunto: LA SABIDURÍA Y EL DESTINO HUMANO
LA SABIDURÍA Y EL DESTINO HUMANO

CAPÍTULO 1

Exhortación a amar la justicia

1:1 Amen la justicia, ustedes, los que gobiernan la tierra, piensen rectamente acerca del Señor
y búsquenlo con sencillez de corazón.
1:2 Porque él se deja encontrar por los que no lo tientan, y se manifiesta a los que no desconfían de él.
1:3 Los pensamientos tortuosos apartan de Dios,
y el Poder puesto a prueba, confunde a los insensatos.
1:4 La Sabiduría no entra en un alma que hace el mal ni habita en un cuerpo sometido al pecado.
1:5 Porque el santo espíritu, el educador, huye de la falsedad, se aparta de los razonamientos insensatos, y se siente rechazado cuando sobreviene la injusticia.
1:6 La Sabiduría es un espíritu amigo de los hombres, pero no dejará sin castigo las palabras del blasfemo, porque Dios es el testigo de sus sentimientos, el observador veraz de su corazón,
y escucha todo lo que dice su lengua.
1:7 Porque el espíritu del Señor llena la tierra,
y él, que mantiene unidas todas las cosas, sabe todo lo que se dice.
1:8 Por eso no podrá ocultarse el que habla perversamente, la justicia acusadora no pasará de largo junto a él.
1:9 Los designios del impío serán examinados:
el eco de sus palabras llegará hasta el Señor,
como prueba acusadora de sus iniquidades.
1:10 Un oído celoso lo escucha todo,
no se le escapa ni el más leve murmullo.
1:11 Cuídense, entonces, de las murmuraciones inútiles y preserven su lengua de la maledicencia;
porque la palabra más secreta no se pronuncia en vano, y una boca mentirosa da muerte al alma.
1:12 No busquen la muerte viviendo extraviadamente, ni se atraigan la ruina con las obras de sus manos.
1:13 Porque Dios no ha hecho la muerte
ni se complace en la perdición de los vivientes.
1:14 Él ha creado todas las cosas para que subsistan; las criaturas del mundo son saludables,
no hay en ellas ningún veneno mortal
y la muerte no ejerce su dominio sobre la tierra.
1:15 Porque la justicia es inmortal.

Concepción de la vida según los impíos
1:16 Pero los impíos llaman a la muerte con gestos y palabras: teniéndola por amiga, se desviven por ella y han hecho con ella un pacto,
porque son dignos de pertenecerle.



JUAN PABLO II
AUDIENCIA
16 de septiembre de 1998

1. El concilio ecuménico Vaticano II, citando una afirmación del libro de la Sabiduría (Sb 1, 7), nos enseña que «el Espíritu del Señor», que colma de sus dones al pueblo de Dios peregrino en la historia, «replet orbem terrarum», llena todo el universo (cf. Gaudium et spes, 11). El Espíritu Santo guía incesantemente a los hombres hacia la plenitud de verdad y de amor que Dios Padre ha comunicado en Cristo Jesús.
Esta profunda convicción de la presencia y de la acción del Espíritu Santo ilumina desde siempre la conciencia de la Iglesia, haciendo que todo lo que es auténticamente humano encuentre eco en el corazón de los discípulos de Cristo (cf. ib., 1).
Ya en la primera mitad del siglo II, el filósofo san Justino pudo escribir: «Todo lo que se ha afirmado siempre de modo excelente, y todo lo que descubrieron los que hacen filosofía o promulgan leyes, ha sido realizado por ellos mediante la investigación o la contemplación de una parte del Verbo» (II Apol., 10, 1-3).
2. La apertura del espíritu humano a la verdad y al bien se realiza siempre en el horizonte de la «Luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn 1, 9). Esta luz es el mismo Cristo Señor, que ha iluminado desde los orígenes los pasos del hombre y ha entrado en su «corazón». Con la Encarnación, en la plenitud de los tiempos, la Luz irrumpió en el mundo con todo su fulgor, brillando a los ojos del hombre como esplendor de la verdad (cf. Jn 14, 6).
La manifestación progresiva de la plenitud de verdad que es Cristo Jesús, anunciada ya en el Antiguo Testamento, se realiza durante el decurso de los siglos por obra del Espíritu Santo. Esa acción específica del «Espíritu de la verdad» (cf. Jn 14, 17; 15, 26; 16, 13) no sólo atañe a los creyentes, sino también, de modo misterioso, a todos los hombres que, aun ignorando sin culpa el Evangelio, buscan sinceramente la verdad y se esfuerzan por vivir rectamente (cf. Lumen gentium, 16).
Santo Tomás de Aquino, siguiendo a los Padres de la Iglesia, puede afirmar que ningún espíritu es «tan tenebroso, que no participe en nada de la luz divina. En efecto, toda verdad conocida por cualquiera se debe totalmente a esta “luz que brilla en las tinieblas”, puesto que toda verdad, la diga quien la diga, viene del Espíritu Santo» (Super Ioannem, 1, 5, lect. 3, n. 103).
3. Por este motivo, la Iglesia aprecia toda auténtica búsqueda del pensamiento humano y estima sinceramente el patrimonio de sabiduría elaborado y transmitido por las diversas culturas. En él ha encontrado expresión la inagotable creatividad del espíritu humano, dirigido por el Espíritu de Dios hacia la plenitud de la verdad.
El encuentro entre la palabra de verdad predicada por la Iglesia y la sabiduría expresada por las culturas y elaborada por las filosofías, impulsa a estas últimas a abrirse y a encontrar su propia realización en la revelación que viene de Dios. Como subraya el concilio Vaticano II, ese encuentro enriquece a la Iglesia, capacitándola para penetrar cada vez más a fondo en la verdad, para expresarla a través de los lenguajes de las diferentes tradiciones culturales y para presentarla, sin cambios en la sustancia, de la forma más adecuada a la evolución de los tiempos (cf. Gaudium et spes, 44).
La confianza en la presencia y en la acción del Espíritu Santo también durante la crisis de la cultura de nuestro tiempo, puede constituir, en el alba del tercer milenio, la premisa para un nuevo encuentro entre la verdad de Cristo y el pensamiento humano.
4. En la perspectiva del gran jubileo del año 2000, conviene profundizar en la enseñanza del Concilio a propósito de este encuentro siempre renovado y fecundo entre la verdad revelada, conservada y transmitida por la Iglesia, y las múltiples formas del pensamiento y de la cultura humana. Por desgracia, también hoy sigue siendo válida la constatación de Pablo VI en la carta encíclica Evangelii nuntiandi, según la cual «la ruptura entre Evangelio y cultura es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo» (n. 20).
Para afrontar esta ruptura, que influye con graves consecuencias en las conciencias y en las conductas, es preciso despertar en los discípulos de Jesucristo una mirada de fe capaz de descubrir las «semillas de verdad» sembradas por el Espíritu Santo en nuestros contemporáneos. Se podrá contribuir también a su purificación y maduración a través del paciente arte del diálogo, que se orienta en particular a la presentación del rostro de Cristo en todo su esplendor.
Especialmente, es necesario tener muy presente el gran principio formulado por el último concilio, que recordé en la encíclica Dives in misericordia: «Mientras las diversas corrientes del pasado y presente del pensamiento humano han sido y siguen siendo propensas a dividir e incluso contraponer el teocentrismo y el antropocentrismo, la Iglesia, en cambio, siguiendo a Cristo, trata de unirlas en la historia del hombre de manera orgánica y profunda» (n. 1).
5. Ese principio no sólo resulta fecundo para la filosofía y la cultura humanística, sino también para los sectores de la investigación científica y del arte. En efecto, el hombre de ciencia que «con espíritu humilde y ánimo constante se esfuerza por escrutar lo escondido de las cosas, aun sin saberlo, está como guiado por la mano de Dios, que, sosteniendo todas las cosas, hace que sean lo que son» (Gaudium et spes, 36).
Por otra parte, el verdadero artista tiene el don de intuir y expresar el horizonte luminoso e infinito en el que está inmersa la existencia del hombre y del mundo. Si es fiel a la inspiración que lo invade y lo trasciende, adquiere una secreta connaturalidad con la belleza con que el Espíritu Santo reviste la creación.
Que el Espíritu Santo, luz que ilumina las mentes y divino «artista del mundo» (S. Bulgakov, Il Paraclito, Bolonia 1971, p. 311), guíe a la Iglesia y a la humanidad de nuestro tiempo por las sendas de un nuevo y sorprendente encuentro con el esplendor de la verdad.

martes, 1 de febrero de 2011

EL NUEVO RITO DE LOS EXORCISMOS

EL NUEVO RITO DE LOS EXORCISMOS


Presentación oficial del cardenal Medina Estévez,
prefecto de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos
en la sala de Prensa de la Santa Sede

Martes 26 de enero de 1999



Para poder entender qué es el exorcismo, se debe partir de Jesús y de su misma praxis.

Jesucristo vino al mundo y a los hombres para anunciar e inaugurar el reino de Dios. Los hombres poseen una innata capacidad para recibir a Dios en su corazón (cf. Rm 5, 5). Sin embargo, esta capacidad para acoger a Dios es ofuscada por el pecado, y en algunas ocasiones el mal ocupa en el hombre el puesto que sólo le corresponde a Dios. Por ello, Jesucristo vino a liberar al hombre del mal y del pecado, y también de todas las formas de dominación del maligno, es decir, del diablo y de sus espíritus malignos, llamados demonios, que quieren pervertir el sentido de la vida del hombre. Por esta razón, Jesucristo expulsaba los demonios y liberaba a los hombres de la posesión de los espíritus malignos, para hallar cabida en el corazón del hombre y darle la posibilidad de conseguir la libertad ante Dios, que quiere darle su Espíritu Santo, para que se convierta en su templo vivo (cf. 1 Co 6, 19; 1 P 2, 5) y dirija sus pasos hacia el camino de la paz y de la salvación (cf. Rm 8, 1-17; 1 Co 12, 1-11; Ga 5, 16-26).

La Iglesia está llamada a seguir a Jesucristo y ha recibido, de Cristo mismo, el poder de continuar, en su nombre, su misión. De aquí que la acción de Cristo para liberar al hombre del mal se ejercita a través del servicio de la Iglesia y de sus ministros ordenados, delegados por el obispo para cumplir los ritos sagrados dirigidos a librar a los hombres de la posesión del maligno.

El exorcismo constituye una antigua y particular forma de oración que la Iglesia emplea contra el poder del diablo. He aquí cómo explica el Catecismo de la Iglesia católica en qué consiste el exorcismo y cómo se lleva a cabo: «Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra la influencia del maligno y substraído a su dominio, se habla de exorcismo. Jesús lo practicó (cf. Mc 1, 25 ss); de él deriva a la Iglesia el poder y la tarea de exorcizar (cf. Mc 3, 15; 6, 7. 13; 16, 17). De una manera simple, el exorcismo se practica durante la celebración del bautismo. El exorcismo solemne, llamado «gran exorcismo», puede ser practicado sólo por un presbítero y con el permiso del obispo. En esta materia es necesario proceder con prudencia, observando rigurosamente las normas establecidas por la Iglesia. El exorcismo tiene como objeto expulsar a los demonios o liberar de la influencia demoníaca, mediante la autoridad que Jesús ha dado a su Iglesia. Muy diferente es el caso de enfermedades, sobre todo psíquicas, cuya curación pertenece al campo de la ciencia médica. Es importante, por lo tanto, asegurarse, antes de celebrar el exorcismo, que se trate de una presencia del maligno y no de una enfermedad (cf. Código de derecho canónico, c. 1172)» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1673).

La sagrada Escritura nos enseña que los espíritus malignos, enemigos de Dios y del hombre, realizan su acción de modos diversos; entre éstos se señala la obsesión diabólica, llamada también posesión diabólica. Sin embargo, la obsesión diabólica no constituye la manera más frecuente como el espíritu de las tinieblas ejerce su influjo. La obsesión tiene características de espectacularidad; en ella el demonio se apropia, en cierto modo, de las fuerzas y de la actividad física de la persona que sufre la posesión. No obstante esto, el demonio no puede adueñarse de la libre voluntad del sujeto, lo que impide el compromiso de la libre voluntad del poseído, hasta el punto de hacerlo pecar. Sin embargo, la violencia física que el diablo ejerce sobre el obseso constituye un incentivo al pecado, que es lo que él quisiera obtener. El ritual del exorcismo señala diversos criterios e indicios que permiten llegar, con prudente certeza, a la convicción de que se está ante una posesión diabólica. Es solamente entonces cuando el exorcista autorizado puede realizar el solemne rito del exorcismo. Entre estos criterios indicados se encuentran: el hablar con muchas palabras de lenguas desconocidas o entenderlas; desvelar cosas escondidas o distantes; demostrar fuerzas superiores a la propia condición física, y todo ello juntamente con una aversión vehemente hacia Dios, la santísima Virgen, los santos, la cruz y las sagradas imágenes.

Se subraya que para llevar a cabo el exorcismo es necesaria la autorización del obispo diocesano. Autorización que puede ser concedida para un caso específico o de un modo general y permanente al sacerdote que ejerce en la diócesis el ministerio de exorcista.

El Ritual romano contenía, en un capítulo especial, las indicaciones y el texto litúrgico de los exorcismos. Este capítulo era el último, y había quedado sin ser revisado después del concilio Vaticano II. La redacción final del Rito de los exorcismos ha requerido muchos estudios, revisiones, renovaciones y modificaciones, consultas a las diversas Conferencias episcopales; todo ello analizado por parte de una Asamblea ordinaria de la Congregación para el culto divino. El trabajo ha costado diez años de esfuerzos, dando como resultado el texto actual, aprobado por el Sumo Pontífice, que hoy se hace público y se pone a disposición de los pastores y de los fieles de la Iglesia. Resta, no obstante, un trabajo que incumbe a las respectivas Conferencias episcopales: la traducción de este Ritual a las lenguas habladas en sus respectivos territorios. Estas traducciones deben ser exactas y fieles al original latino, y deben ser sometidas, según la norma canónica, a la recognitio de la Congregación para el culto divino.

En el Ritual que hoy presentamos se encuentra, sobre todo, el rito del exorcismo propiamente dicho, que debe realizarse sobre la persona obsesa. Siguen las oraciones que debe decir públicamente un sacerdote, con el permiso del obispo, cuando se juzga prudentemente que existe un influjo de Satanás sobre lugares, objetos o personas, sin llegar al nivel de una posesión propiamente dicha. Contiene, además, una serie de oraciones que pueden ser dichas privadamente por los fieles, cuando sospechan con fundamento que están sujetos a influjos diabólicos.

El exorcismo tiene como punto de partida la fe de la Iglesia, según la cual existen Satanás y los otros espíritus malignos, y que su actividad consiste en alejar a los hombres del camino de la salvación. La doctrina católica nos enseña que los demonios son ángeles caídos a causa del propio pecado; que son seres espirituales con gran inteligencia y poder: «El poder de Satanás, sin embargo, no es infinito. Éste no es sino una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del reino de Dios. Aunque Satanás actúe en el mundo por odio contra Dios y su reino en Cristo Jesús, y su acción cause graves daños -de naturaleza espiritual e, indirectamente, también de naturaleza física- a cada hombre y a la sociedad, esta acción es permitida por la divina Providencia, que guía la historia del hombre y del mundo con fuerza y suavidad. La permisión por parte de Dios de la actividad diabólica constituye un misterio grande, sin embargo ianosotros sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo amanlo (Rm 8, 28)» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 395).

Quisiera subrayar que el influjo nefasto del demonio y de sus secuaces es habitualmente ejercitado a través del engaño, la mentira y la confusión. Así como Jesús es la Verdad (cf. Jn 8, 44), el diablo es el mentiroso por excelencia. Desde siempre, desde el inicio, la mentira ha sido su estrategia preferida. No hay lugar a dudas de que el diablo tiene la capacidad de atrapar a muchas personas en las redes de las mentiras, pequeñas o grandes. Engaña a los hombres haciéndoles creer que no tienen necesidad de Dios y que son autosuficientes, sin necesitar ni la gracia ni la salvación. Logra engañar a los hombres amortiguando en ellos, e incluso haciendo desaparecer, el sentido del pecado, sustituyendo la ley de Dios como criterio de moralidad por las costumbres o consensos de la mayoría. Persuade a los niños para que crean que la mentira constituye una forma adecuada para resolver diversos problemas, y de esta manera se forma entre los hombres, poco a poco, una atmósfera de desconfianza y de sospecha. Detrás de las mentiras, que llevan el sello del gran mentiroso, se desarrollan las incertidumbres, las dudas, un mundo donde ya no existe ninguna seguridad ni verdad, y en el cual reina, en cambio, el relativismo y la convicción de que la libertad consiste en hacer lo que da la gana. De esta manera no se logra entender que la verdadera libertad consiste en la identificación con la voluntad de Dios, fuente del bien y de la única felicidad posible.

La presencia del diablo y de su acción explica la advertencia del Catecismo de la Iglesia católica: «La dramática condición del mundo que "yace" todo él "bajo el poder del maligno" (1 Jn 5, 19), hace que la vida del hombre sea una lucha: "Toda la historia humana se encuentra envuelta en una tremenda lucha contra el poder de las tinieblas; lucha que comenzó ya en el origen del mundo, y que durará, como dice el Señor, hasta el último día. Inserto en esta batalla, el hombre debe combatir sin descanso para poder mantenerse unido al bien; no puede conseguir su unidad interior si no es al precio de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios" (Gaudium et spes, 37, 2)» (n. 409).

La Iglesia está segura de la victoria final de Cristo y, por tanto, no se deja arrastrar por el miedo o por el pesimismo; al mismo tiempo, sin embargo, es consciente de la acción del maligno, que trata de desanimarnos y de sembrar la confusión. «Tengan confianza -dice el Señor-; yo he vencido al mundo» (Jn 8, 33). En este marco encuentran su justo lugar los exorcismos, expresión importante, pero no la única, de la lucha contra el maligno.



Card. Jorge A. MEDINA ESTÉVEZ
Prefecto

SOBRE LOS EXORCISMOS

CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE

CARTA A LOS ORDINARIOS DEL LUGAR
PARA RECORDAR LAS NORMAS VIGENTES
SOBRE LOS EXORCISMOS



29 de septiembre de 1985



Excelentísimo Señor:

Desde hace algunos años, ciertos grupos eclesiales multiplican reuniones para orar con la intención de obtener la liberación del influjo de los demonios, aun cuando no se trate de exorcismos propiamente dichos. Tales reuniones son efectuadas bajo la dirección de laicos, incluso cuando está presente un sacerdote.

Dado que se ha preguntado a la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre tales hechos, este Dicasterio juzga necesario comunicar a todos los Ordinarios la siguiente respuesta:

1. El canon 1172 del Código de Derecho Canónico declara que a nadie es lícito realizar exorcismos sobre personas posesas, a no ser que el Ordinario del lugar haya concedido licencia peculiar y expresa para ello (§ 1), y determina también que esta licencia sólo puede ser concedida por el Ordinario del lugar a un presbítero piadoso, docto, prudente y con integridad de vida (§ 2). Por consiguiente se invita a los Obispos a urgir el cumplimiento de estos preceptos.

2. De estas prescripciones se sigue que no es lícito a los fíeles cristianos utilizar la fórmula de exorcismo contra Satanás y los ángeles apóstatas, contenida en el Ritual que fue publicado por orden del sumo pontífice León XIII; mucho menos les es lícito emplear el texto entero de este exorcismo. Los Obispos procuren amonestar a los fieles sobre este asunto cuando sea necesario.

3. Finalmente, por las mismas razones, se ruega a los Obispos que velen para que –aun en los casos que, excluida la auténtica posesión diabólica, parezcan revelar algún influjo del diablo– personas sin la debida autorización dirijan reuniones en las cuales se hagan oraciones para obtener la expulsión del demonio, oraciones que directamente interpelen a los demonios o traten de conocer la identidad de los mismos.

La formulación de estas normas de ningún modo debe disuadir a los fieles de rezar para que, como Jesús nos enseñó, sean libres del maligno (cf. Mt 6,13). Además de eso, los Pastores podrán valerse de esta oportunidad para recordar lo que la Tradición de la Iglesia enseña respecto a la función propia de los Sacramentos y a propósito de la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, de los Ángeles y de los Santos en la lucha espiritual de los cristianos contra los espíritus malignos.

Aprovecho la oportunidad para expresar a Su Excelencia mis sentimientos de estima en el Señor.



Joseph Card. Ratzinger
Prefecto



Alberto Bovone
Secretario