miércoles, 30 de noviembre de 2011

Diario vaticano recuerda enseñanza del Cardenal Ratzinger sobre matrimonio y divorcio



Ante cuestionamientos en Alemania
Diario vaticano recuerda enseñanza del Cardenal Ratzinger sobre matrimonio y divorcio


Luego de que un Obispo alemán cuestionara la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y el divorcio, el diario vaticano L’Osservatore Romano publica en su edición de hoy un ensayo del entonces Cardenal Joseph Ratzinger en el que explica que este magisterio se basa las Escrituras, la tradición y la razón.

En 1998 el ahora Papa Benedicto XVI decía que "seguramente la palabra de la verdad puede ser dolorosa e incómoda, pero es el camino hacia la santidad, la paz y la libertad interior".

El artículo ha sido publicado ahora luego que algunos líderes eclesiales en Alemania solicitaran a la Iglesia revisar su enseñanza sobre el matrimonio, junto con la prohibición vigente de negar la Eucaristía o comunión a los católicos divorciados vueltos a casar.

En su labor en 1998 al mando de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el ahora Papa Benedicto –entonces Prefecto de este dicasterio– explicó que los documentos de la Iglesia sobre el tema "responden a las exigencias de la verdad y del amor de manera muy balanceada".

La publicación se hizo en seis idiomas con el subtítulo "a propósito de algunas objeciones contra la doctrina de la Iglesia sobre la recepción de la Comunión eucarística por parte de los fieles divorciados y vueltos a casar".

El texto reaparece dos meses después de que el presidente de la Conferencia Episcopal Alemana cuestionara públicamente la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio en una entrevista a un diario.

El 5 de septiembre, algunas semanas antes de la llegada del Santo Padre a Alemania, Mons. Zollitsch dijo que "todos nos enfrentamos al problema de cómo podemos ayudar a la gente en cuyas vidas algunas cosas salieron mal, entre las que se encuentran un matrimonio naufragado".

"Este es un asunto de misericordia y nosotros discutiremos este problema intensivamente en el futuro próximo", dijo el Prelado al diario alemán Die Zeit.

El diario preguntó al Arzobispo específicamente sobre la situación del presidente de Alemania, Christian Wullf, que es un católico vuelto a casar y que se abstiene de recibir la Comunión.

Al ser preguntado luego sobre Klaus Wowereit, católico y homosexual con una relación pública, el Prelado dijo que "tenemos que ver cómo podemos dar respuestas con bases teológicas a las preguntas de los estilos de vida".

En el texto publicado hoy el ahora Papa Benedicto XVI explica que la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio está basada en las Sagradas Escrituras, en la tradición y en la razón.

De las Escrituras resalta detalladamente cómo "la enseñanza de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio es fiel a las palabras de Jesús".

En cuanto a la tradición, el Papa indica que siempre existió un "consenso claro" entre los Padres de la Iglesia primitiva "sobre la indisolubilidad del matrimonio", algo que aparta al Cristianismo de la sociedad romana.

En ese entonces, recuerda, "los divorciados y vueltos a casar entre los fieles nunca fueron admitidos oficialmente a la Santa Comunión luego de un tiempo de penitencia".

Seguidamente Benedicto XVI afirma que "si el matrimonio anterior de dos fieles divorciados y vueltos a casar era válido, entonces bajo ninguna circunstancia su nueva unión puede considerarse válida y por lo tanto la recepción de los sacramentos es intrínsecamente imposible".

El Papa también se refirió a la sugerencia de que sea el Papa quien "potencialmente disuelva un matrimonio sacramental consumado, que irremediablemente se ha roto". Sobre eso responde que "si la Iglesia aceptara la teoría de que un matrimonio está muerto cuando dos esposos ya no se aman más, entonces Ella debería sancionar el divorcio y la indisolubilidad del matrimonio quedaría solo en la letra, y ya no más en los hechos".

A quienes afirman que la Iglesia Católica es "demasiado legalista y no pastoral" en estos asuntos, el Santo Padre también contesta que la forma de expresarse de la Iglesia "parece no ser muy fácil de entender a veces" y que por eso "necesita ser traducida por predicadores y catequistas a un lenguaje que relacione a la gente con sus respectivos ambientes culturales".

"El contenido esencial de la enseñanza de la Iglesia –precisó– tiene que ser defendido en este proceso. No puede diluirse alegando cuestiones pastorales, ya que comunica la verdad revelada".


Roma, Nov 30, 2011 / 4:31PM (EWTN Noticias/ACI Prensa)

De un escrito poco conocido del cardenal Joseph Ratzinger publicado en 1998

Sean católicos testigos de oración constante y confiada a Dios, dice el Papa



Sean católicos testigos de oración constante y confiada a Dios, dice el Papa


En la audiencia general de este miércoles, en una catequesis dedicada a la oración de Cristo, el Papa Benedicto XVI alentó a los católicos a ser testigos de oración constante y confiada a Dios.

En el Aula Pablo VI en el Vaticano, Benedicto XVI explicó que los cristianos están llamados actualmente a "ser testigos de oración, ya que nuestro mundo a menudo se cierra al horizonte divino y a la esperanza que trae el encuentro con Dios".

"En la amistad profunda con Jesús y viviendo en Él y con Él la relación filial con el Padre, a través de nuestra oración fiel y constante, podemos abrir ventanas hacia el Cielo de Dios. Es más, recorriendo la vía de la oración (...) ayudamos a otros a recorrerla", dijo el Papa.

En español, Benedicto XVI invitó a "todos a una relación intensa con Dios, cultivando una oración constante, llena de confianza, capaz de iluminar la vida, para así comunicar a todos la alegría del encuentro con el Señor, luz de la existencia".

El modelo del cristiano, del católico para la oración es Cristo. Su oración, dijo el Papa, "atraviesa toda su vida, como un canal secreto que riega su existencia, relaciones y gestos, y lo guía con progresiva firmeza a la entrega total de sí mismo, según el proyecto de amor de Dios Padre".

Benedicto XVI señaló que un momento especialmente significativo es la oración que sigue al bautismo de Jesús en el Jordán. Según la predicación de Juan, el bautismo debía sellar el abandono de toda conducta ligada al pecado para iniciar una vida nueva. En este contexto, cabe preguntarse por qué Jesús se somete a este bautismo de penitencia y conversión, dado que no tenía pecados ni necesidad de convertirse.

De ahí el estupor de Juan el Bautista que le pregunta: "Soy yo quien necesita ser bautizado por ti, ¿y vienes tú a mí?". El Pontífice explicó que "descendiendo en el río Jordán, Jesús, sin pecado, hace visible su solidaridad con quienes reconocen sus propios pecados y deciden arrepentirse y cambiar de vida; hace entender que formar parte del pueblo de Dios quiere decir entrar en una óptica (...) de vida conforme a Dios".

"En este gesto Jesús anticipa la cruz, comienza su actividad tomando el lugar de los pecadores, cargando sobre sus hombros el peso de la culpa de toda la humanidad", precisó el Papa.

Orando tras el bautismo, Cristo muestra su íntima unión con el Padre, "experimenta su paternidad y la belleza exigente de su amor, y recibe la confirmación de su misión" con las palabras que resuenan desde el Cielo: "Tú eres mi Hijo, el amado", y con el Espíritu Santo que desciende sobre Él.

"En la oración –dijo el Papa– Jesús vive un contacto ininterrumpido con el Padre para realizar hasta el final el proyecto de amor por los hombres". Y es en esta profunda unión con el Padre que Jesús cumple el paso de la vida oculta de Nazaret a su ministerio público.

La oración de Jesús tiene sus raíces, como muestran las referencias de los Evangelios, en su familia, fuertemente ligada a la tradición religiosa del pueblo de Israel; pero su origen "profundo y esencial" está en "su ser el Hijo de Dios, en su relación única con Dios Padre".

En la narración evangélica, "los ambientes de la oración de Jesús se colocan siempre en una encrucijada entre la tradición de su pueblo y la novedad de una relación personal única con Dios. El 'lugar desierto' al que se retira a menudo, 'el monte' al que sube para orar, 'la noche' que le proporciona soledad, recuerdan momentos del camino de la revelación de Dios en el Antiguo Testamento, e indican la continuidad de su proyecto salvífico".

"La oración de Jesús toca todas las fases de su ministerio y todas sus jornadas. La fatiga no la interrumpe. Por el contrario, los Evangelios dejan ver la costumbre de Jesús de transcurrir parte de la noche en oración. (...) Cuando las decisiones se hacen urgentes y complejas, su oración se hace más prolongada e intensa".

Benedicto XVI afirmó que, contemplando el modo de orar de Cristo, debemos interrogarnos sobre nuestra propia oración y el tiempo que dedicamos a la relación con Dios.

En este punto, subrayó la importancia de "la lectura orante de la Sagrada Escritura. Escuchar, meditar, callar ante el Señor que habla es un arte que se aprende practicándolo con constancia". La oración es un don de Dios, pero exige "esfuerzo y continuidad".


Vaticano, Nov 30, 2011 / 11:07AM (EWTN Noticias/ACI Prensa)

Información Taller de Alabanzas.

From: Gerardo Lizama
Date: 2011/11/30
Subject: Información
To: Jerico



A los queridos hermanos que participan en el taller de alabanza, les quiero comentar como Dios confirma lo que hemos estado aprendiendo.
En noticias del Vaticano que se nos informa en el día de hoy, sale que el único sobreviviente de los secuestrados por la Farc, oraba por los guerilleros. Esto lo pasamos en la primera clase. Que uno tenía que dar gracias a Dios incluso por las cosas malas que le sucedían "Dad gracias en todo".

Luego en el evangelio diario, de hoy miércoles, la primera lectura comienza así
Carta de San Pablo a los Romanos 10,9-18.
Porque si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado. Esto lo pasamos en la segunda clase en donde veíamos que no son nuestras buenas obras, sino la fe en Jesucristo como nuestro salvador los que nos hacía salvos.

Recordarles a los que quedaron afuera del primer taller o los que lo están tomando y quieran reforzar algunas dudas, comenzamos con una segunda serie, este viernes desde las 19.30 horas.

Bendiciones a todos Uds.,
. --
atentamente

Gerardo Lizama S.
09 - 79505203

martes, 29 de noviembre de 2011

Introducción al Adviento 2011.

Estudio Bíblico Dominical
Un apoyo para hacer la Lectio Divina del Evangelio del Domingo
Primero del Tiempo de Adviento – Ciclo C



En tiempos de desencanto:
Ven, Señor Jesús






“Cristiano es aquel que vela
todos los días y a toda hora
sabiendo que el Señor viene”
(San Basilio el Grande)


P. Fidel Oñoro, cjm

Contenido

Introducción al Adviento 2011:
En la espera del Señor con la actitud de los buscadores de Dios
y de un mundo mejor
• Tres gritos que se entrecruzan
• Vigilante es el que despierto mira atento y hacia delante
• Cómo entrar en el Adviento

Primera lectura: Isaías 63
“¡Ojalá rasgases los cielos y bajases!” (63, 19b)

• Después de la euforia inicial vino el desencanto
• Una oración que renueva la esperanza en tiempos difíciles
• Hacia nuestra propia oración de Adviento

Salmo 80
“Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve” (v.4)

• El rostro de Dios
• El rostro del hombre
• Una cascada de súplicas que se resumen en una

Segunda lectura: 1 Corintios 1
“Aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (v.7)

• En su conjunto
• El contexto
• Mucho más que un saludo
• Gracias por la divina gracia
• Una comunidad en estado de Adviento

Evangelio: Marcos 13
“Velad pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa” (v.35)

• El contexto
• Profundización
• Para pasar a la meditación: El Adviento como una gran vigilia aprendiendo a vivir “la noche”
• Releamos el Evangelio con un autor antiguo
• Preguntas

Propuesta de conexión entre las lecturas

Introducción al Adviento 2011


En la espera del Señor, con la actitud de los buscadores de Dios
y de un mundo mejor



Nuestra fe profesa que Jesús nuestro Señor…
“fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,
nació de Santa María Virgen;
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos”.


Acabamos de decir “ha de venir…”. Esta “venida” tiene que ver con nuestra fe porque se trata del “día del Señor” anunciado por los profetas y al cual se refirió Jesús mismo en su predicación. Esta venida es el día grande en el que el Señor culmina este mundo e inaugura el cielo nuevo y la tierra nueva:
“La venida del Señor al final de los tiempos
no es otra cosa que la extensión y la plenitud escatológica
de las energías de la resurrección de Cristo” (E. B.)

Tres gritos que que se entrecruzan

¡Vengo pronto!, promete Jesús
¡Ven, Señor!, pedimos nosotros
¡El Señor viene!, proclama la Iglesia

La venida del Señor en realidad es encuentro y deseo cumplido. Nosotros también estamos yendo hacia él: hay un deseo que habita nuestro interior que nos jalona hacia él y del cual nos percatamos cada vez que probamos insatisfacciones de fondo. Dice San Pablo que la creación entera gime como una mujer en trabajo de parto, esperando su transfiguración y la manifestación de los hijos de Dios (cf. Rm 8, 19-25). La venida del Señor es la respuesta a este anhelo que se hace gemido, siendo al mismo tiempo el cumplimiento de su promesa: “Vengo pronto” (Ap 22, 20).

El “¡Ven, Señor!” es un grito que brota de lo profundo de cada uno de nosotros cuando nos detenemos un poco y auscultamos los deseos de nuestro corazón. Pero es también un grito de la creación que quiere “verse liberada de la esclavitud de la corrupción” (Rm 8, 21), que para nosotros es hoy el gemido de los que son azotados por la violencia, los empobrecidos, los enfermos, los que deambulan sin alimento y sin casa, los corazones heridos por amores traicionados o negados, los solitarios, los sin futuro, los desencantados (e indignados) con esta sociedad…

El adviento es esta toma de conciencia que primero se hace escucha respetuosa y luego se convierte en clamor; es el redescubrimiento y el apreciar con fascinación lo “nuevo” que está por llegar. Por eso, junto con toda la Iglesia, repetimos con mayor frecuencia en estos días la oración de los primeros cristianos: “Señor, ¡Ven!” (“Marana-thá”, en arameo). Y como evangelizadores, haciendo eco a su promesa, proclamamos: “¡El Señor viene!” (“Maran-athá”).

Vigilante es el que despierto mira atento y hacia delante

Es fundamental este mirar hacia delante. Si el Señor no viniera en la gloria no tendríamos esperanza ni una meta en nuestro discipulado, porque éste es un seguimiento siempre creciente, ascendente, hacia una meta. Sin una tensión hacia este encuentro vivo con el Señor en la gloria, como Reino realizado en la eternidad, andaríamos en la vida sin una dirección de fondo.

Sin Adviento no hay Navidad pero el Adviento tampoco es una simple preparación para la Navidad. Si desde el principio todo lo orientamos hacia la cebración navideña caeríamos en lo que E. Bianchi llama “una ingenua regresión devota que empobrece la esperanza cristiana”. Retomar la primera venida de Jesús, como Verbo encarnado, es fundamental, pero no como anécdota del pasado sino como referente de nuestra visión dinámica de la historia: pasado que está vigente en nuestro presente y que será pleno en el futuro.

Es lo que proclamamos desde el primer domingo de Adviento: Aquel que vino en la humildad de nuestra carne, vendrá en gloria al final de los tiempos y nosotros esperamos poder ir a su encuentro:
“acompañados por las buenas obras,
para que, colocados un día a su derecha,
merezcamos poseer el Reino eterno” (Oración colecta del Primer Domingo).


Cómo entrar en el Adviento

El Adviento es un esfuerzo que incrementamos personal y comunitariamente, por eso es tiempo “fuerte”. Tres ejercicios del corazón nos pueden ayudar:

(1) Examinémonos

Para comenzar, lo primero que tenemos que preguntarnos es: ¿Qué significa para mí la Venida del Señor? ¿La estoy esperando como un centinela espera la mañana? ¿Cuáles son mis anhelos más profundos?

Otra manera de interrogar nuestro corazón puede ser esta: ¿cuándo se habla de nuevos proyectos, reacciono con escepticismo o con actitud positiva? ¿Soy de los que ante algunas situaciones difíciles considero que ya no hay nada nuevo qué esperar?

Y también: ¿Qué percepción tengo de la realidad actual de mi país, de las familias, de los niñoz y la juventud, de los adultos, de la política, de la justicia, de los empleados o desempleados, de la salud y la vivienda para todos, del sentirnos a gusto con nuestro planeta? ¿Será éste el Reino que Jesús vino a inaugurar con su primera venida?

(2) Descubramos (o discernamos) los signos de la venida Señor

Al Dios que tomó rostro en nuestra humanidad, anhelamos poder mirarlo de frente como se pudo mirar al recién nacido en Belén y ver cumplidas en él las expectativas de nuestra humanidad. Él mismo nos da las pistas sobre dónde podemos encontrar las huellas de su presencia y de su salvación: en la Palabra, en los Sacramentos, en cada hermano, especialmente el más desamparado, en las personas que se preocupan y esfuerzan por nosotros, en las mociones que el Espíritu pone en nuestro corazón.

Esto implica sacar más tiempo para la oración u orientar en este sentido el que ya tenemos, de manera que mediante este discernimiento, iluminado por la Palabra, sea él mismo quién se nos muestre.

(3) Evangelicemos

¡Porque el Señor que ha venido también vendrá en la gloria es que tiene sentido seguir evangelizando con tenacidad y convicción! La esperanza de ver el rostro del Señor está unida a la esperanza de ver un mundo mejor ahora en el presente y pleno en la eternidad.

Por cierto, ¿el tema de la Venida del Señor sigue siendo un tema de predicación como lo hacían los primeros cristianos o ha pasado a un segundo plano?

El Adviento es tiempo de anuncio. Cada uno sabrá como hacerlo según los espacios en los que se mueve o los proyectos en los que puede participar.

(4) Celebremos nuestra esperanza

Sí, pongamos en el corazón la certeza de que algo importante va a ocurrir. El ejercicio del Adviento es nada más y nada menos que la victoria sobre el desencanto y la renovación de la esperanza en una salvación que ya está a nuestro alcance pero que será completa cuando seamos liberados totalmente de la muerte, del pecado y de todo mal generador de infelicidad, contrario al proyecto del creador.

Y para todo esto, será la escucha orante de la Palabra la que le de forma al Adviento y vaya sucitando suavemente la oración: “¡Ven, Señor Jesús!



Isaías
63, 16b-17.19b; 64, 2b-7

63,16bTú, Señor, eres nuestro padre,
tu nombre de siempre es «Nuestro redentor».

17Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos
y endureces nuestro corazón para que no te tema?
Vuélvete, por amor a tus siervos
y a las tribus de tu heredad.

19b¡Ojalá rasgases el cielo y bajases,
derritiendo los montes con tu presencia!

64,2bBajaste y los montes se derritieron con tu presencia,
3jamás oído oyó ni ojo vio
un Dios, fuera de ti,
que hiciera tanto por el que espera en él.

4Sales al encuentro del que practica la justicia
y se acuerda de tus caminos.

Estabas airado, y nosotros fracasamos;
aparta nuestras culpas, y seremos salvos.

5Todos éramos impuros,
nuestra justicia era un paño manchado;
todos nos marchitábamos como follaje,
nuestras culpas nos arrebataban como el viento.

6Nadie invocaba tu nombre
ni se esforzaba por aferrarse a ti;
pues nos ocultabas tu rostro
y nos entregabas en poder de nuestra culpa.

7Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre,
nosotros la arcilla y tú el alfarero:
somos todos obra de tu mano.


“¡Ojalá rasgases los cielos y bajases!” (63, 19b).

Nos situamos casi al final del libro del profeta Isaías. Esta es una obra colectiva que agrupa oráculos que dejaron varios profetas en períodos diversos de la historia de Israel. El pasaje que leemos hoy, está atribuido al denominado “Tercer Isaías” (Is 56-66), un profeta que se ubica en el período turbulento en que deben reconstruir la nación desolada después del exilio. Por eso está cargado de fuertes emociones, incluso hasta las lágrimas.

Después de la euforia inicial vino el desencanto

Refresquemos el contexto. En el año 537 aC, gracias al edicto de Ciro (el rey Persa), un primer grupo de deportados regresó a la patria. Ya el “Segundo Isaías” (Is 40-55) había cantado este retorno: celebraba a un Dios que encabezaba el cortejo y animaba a su pueblo con gozo, en medio de danzas.

En realidad este retorno fue decepcionante. El profeta, junto con el pueblo, tienen suficientes razones para sentirse así: lo que encontraron fue un país desolado, miseria, caos y conflictos. La fe entonces se siente cuestionada: ¿Dónde están las promesas que los profetas nos hicieron y que animaron nuestro regreso? Nos habían dicho que sería una nueva vida, como una nueva creación maravillosa. Y no es eso lo que estamos viendo…

Por otra parte, el pueblo tiene la convicción de que sólo Dios puede “poner orden en la casa”, sólo él puede dar impulso a una nueva época. Él puede bajar a la cancha y entrar al ataque con la salvación que siempre ha sabido obrar: “Señor, ¿porqué nos dejas (solos) equivocarnos lejos de tus caminos?” (v.17).

Ante este panorama, el Tercer Isaías actualiza el mensaje perenne de su predecesor a esta nueva situación para ayudarle al pueblo a superar el sentimiento de frustración y empezar de nuevo. Su apoyo es la esperanza inquebrantable en la cercanía de la salvación y de la justicia de Dios. Una oración de todo el pueblo se eleva entonces hacia Dios por medio de la voz del profeta.

Una oración que renueva la esperanza en tiempos difíciles

Veamos el texto. Es pasaje que estamos leyendo es una oración que es al mismo tiempo (1) una lamentación coral del pueblo, (2) una oración penitencial y (3) un grito de esperanza. Observemos en el texto cómo se entrelazan los tres.

Al comienzo se coloca la base de esta oración: la “memoria”, es decir, el repaso de las maravillas que Dios realizó por el bien de su pueblo (64, 2b-4). El pueblo sabe que el Señor ya ha venido, que él sale al encuentro de “quien practica la justicia y se acuerda de sus caminos” (63, 4). Por eso en 64, 3, con verbos en pasado, se hace “la memoria de sus caminos” en estos términos: “Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él”. Y de esta manera, la memoria de la fidelidad de Dios evita que el pueblo vaya a buscar otros dioses.

Luego sigue una toma de conciencia: la triste situación del pueblo es consecuencia de su pecado (64, 4b-6). En 64, 4-5 se dice: “Estabas airado, y nosotros fracasamos (Literalmente: “Estuviste enojado porque fallamos”)… Todos éramos impuros, nuestra justicia un paño manchado (o “valemos lo que un trapo sucio”)”.

Ante el silencio de Dios, quien parece haberse escondido (ver 64, 6b), el pueblo anda vagando lejos de los caminos de la justicia: es como un árbol que se ha secado cuyas hojas son arrastradas por el viento del pecado (ver 64, 5b). Y es que hasta la oración se ha enfriado (64, 6ª).

Se siente una impotencia tremenda. Es aquí donde el profeta reconoce: no podremos volver a Dios si el mismo Dios no toma la iniciativa de volver a su Pueblo. Por eso se hace una oración de confianza, de abandono total en las manos de Dios: “Yahvé, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano” (64, 7).

El título “Padre” nos remite a 63, 16, versículo que aparece como invocación inicial en el pasaje recortado para hoy (donde el final nos remite al comienzo). Notemos el doble título de…
- “Padre”, es decir, la fuente generadora de la vida.
- “Redentor”, que en la tradición hebrea era el familiar encargado de vengar o de rescatar a un miembro de la familia que hubiera sido asesinado o reducido a esclavitud.

Esta fe, fortalecida por la memoria y purificada en la petición de perdón, hace que brote el manantial de la esperanza: el grito de esperanza es más fuerte que el de la angustia. Sí, Dios va a volver, como en las antiguas teofanías del Sinaí va a rasgar los cielos y descender donde nosotros (63, 19b), va a desvendar su rostro escondido de Padre y Redentor, nos va a perdonar.

Ante el regreso de Dios, también el pueblo “volverá”, practicará la justicia, recordará los caminos de Dios, los seguirá con fidelidad. El nuevo comienzo será una nueva creación, como ocurrió en el Edén:
“Nosotros somos la arcilla y tú el alfarero:
somos todos obra de tu mano” (64, 7).

Hacia nuestra propia oración de Adviento

Las primeras páginas del Génesis se han actualizado en las palabras finales del profeta. En primer plano está la paternidad de Dios como dueño, generador y restaurador de la vida: “Tú, Señor, eres nuestro Padre”… “Tú, Señor, sigues siendo nuestro Padre”. Una imagen admirable que reaviva la esperanza.

La venida de Dios implica también la buena disposición de uno para ir hacia él. La oración que toma conciencia del dolor, que pide perdón y que canta la esperanza es el camino para llegar a él. Esta oración brota del corazón con la certeza de que Dios es el más interesado en nuestra situación y que vendrá a nosotros como lo ha hecho en ocasiones anteriores.

Este pasaje tiene varias repercusiones en el Nuevo Testamento. El nacimiento de Jesús, en navidad, es el cumplimiento de esta profecía de Isaías: los cielos se han rasgado y, en Jesús, Dios ha venido al encuentro de los hombres. El vendrá de nuevo al final de los tiempos. Es lo que Jesús le hace saber a todos los que escuchan la parábola del evangelio.

Salmo 80 (79)
2ac. 3b. 15-16. 18-19


4Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve

2aPastor de Israel, escucha,
2ctú que te sientas sobre querubines, resplandece.
3bDespierta tu poder y ven a salvarnos.

15Dios de los ejércitos, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña,
16la cepa que tu diestra plantó,
y que tú hiciste vigorosa.

18Que tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste.
19No nos alejaremos de ti;
danos vida, para que invoquemos tu nombre.


“Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve” (v.4)

Este Salmo es una oración por la restauración de Israel (v.4: “¡Restáuranos!”) que encaja bien con la oración de Isaías que acabamos de leer. Se le pide a Dios lo mismo: que desde lo alto del cielo mire hacia su pueblo (representado en la viña) (v.15b). La súplica ascendente apela al movimiento vertical descendente del Dios entronizado en el cielo para extender la mano a su pueblo.

Como en la oración de Isaías, también el orante del Salmo 80 es consciente que debe poner de su parte, por eso declara: “No nos alejaremos de ti” (v.19ª). Al fin y al cabo la restauración es un volver.

El estribillo que repetimos en la liturgia, “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve” (v.4), es también el estribillo del mismo Salmo (v.4. 8. 20). El orante quiere visualizar al Dios de la misteriosa presencia, así se despejan las dudas sobre su aparente ausencia a la hora de la dificultad. La faz radiante de Dios, que está en Nm 6, 25 (fórmula litúrgica de bendición, inspirada a su vez en protocolos de la corte), es precisamente una imagen de su clemencia y de su intención de auxiliar; de ahí que se diga enseguida “y nos salve”.

Hagamos tres observaciones a partir de los versículos escogidos del Salmo 80 en la liturgia de hoy:


El rostro de Dios en el Salmo

Observemos los títulos que el orante le da a Dios. Él es calificado como…
- El que se “sienta sobre querubines” (v.2c): el Dios Rey, magnífico, trascendente.
- El “Dios de los ejércitos” (v.15ª): el Dios guerrero que sostiene a los suyos en el combate y les asegura la victoria.

Este Dios que está en lo alto, también es “pastor” que camina delante de su pueblo (v. 2ª) y viñador que trabaja por su viña única y preferida (v.15b-16), imágenes éstas con las que el Antiguo Testamento se refiere al Dios del Éxodo y de la Alianza. Un Dios que en su fidelidad prodiga todos los cuidados por lo que él mismo ha vivificado, así como un pastor con su rebaño o un viñador con su viña. Pues bien, así como el viñador con su viña (la plantó… la hizo vigorosa; v.16) así también se pide que Dios haga ahora con su pueblo elegido y liberado: “tu escogido… al que tu fortaleciste” (v.18).

Tres imágenes significativas de Dios se mencionan: (1) su oído, por el correlativo “Escucha” (v.2ª), (2) su rostro que “resplandece” (v.2c. 4b), y (3) su “mano” que se extiende desde lo alto para “sostener a su escogido” (v.18ª). Dios mira con atención y distiende su mano al escuchar a quien le clama.


El rostro del hombre

El hombre le debe su fuerza a Dios y el pueblo de Dios le debe su existencia a la obra de Dios en el éxodo y a su compromiso en la alianza. El hombre que aparece en este Salmo es uno que ha sido “escogido”. Las imágenes del rebaño y de la viña lo presentan en su dimensión corporativa, comunitaria, interdependiente.

El orante es un hombre que no aparta la mirada de Dios, quien sostiene su vida (“danos vida”, v.19). La suya es una oración sin distracción, su mirada continua hacia lo alto suscita una súplica que no pierde el aliento.

Una cascada de súplicas que se resumen en una

Se trata de una oración de restauración. Recorramos ahora lentamente las súplicas (verbos en imperativo) que aparecen en el texto propuesto por la liturgia:
(1) ¡Escucha! (v.2ª)
(2) ¡Resplandece! (v.2c)
(3) ¡Despierta tu poder! (v.3b)
(4) ¡Ven a salvarnos! (v.3b)
(5) ¡Vuélvete! (v.15ª)
(6) ¡Mira desde el cielo! (v.15b)
(7) ¡Fíjate! (v.15b)
(8) ¡Ven a visitar tu viña! (v.15b)
(9) ¡Que tu mano proteja a tu escogido! (v.18ª)
(10) ¡Danos vida! (v.19b)

¿Logramos captar lo que hay de común en todas estas súplicas?


Cómo podemos orar este Salmo

Este Salmo está propuesto para la oración comunitaria en respuesta a la primera lectura (además en el Salmo nunca aparece el “yo” sino el “nosotros”), sin embargo, podríamos apoyarnos en él para componer la nuestra, presentándonos ante él como personas pero sobre todo como comunidad. Valgámonos de sus mismos elementos:
- ¿Quién es Dios para nosotros?
- ¿Quiénes somos nosotros para él?
- ¿Qué le pedimos que haga por nosotros?

Tenemos, pues, una oración bíblica apropiada para esta apertura del tiempo del Adviento cuando le decimos al Señor: “Ven a salvarnos” (v.3b; el “ven” se repite en el v.15b).

La respuesta de Dios es la venida de su Hijo Jesucristo al mundo, así despierta su poder y viene a salvarnos.





1ª Corintios
1,3-9


3La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros.

4En mi acción de gracias a Dios os tengo siempre presentes, por la gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús. 5Pues por él habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber; 6porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo.

7De hecho, no carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. 8Él os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué acusaros en el día de Jesucristo, Señor nuestro.

9Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro. ¡Y él es fiel!


“Aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (v.7)


La segunda lectura es una actualización eclesial del Evangelio que se proclama este Domingo. Ha sido escogido por tanto por la referencia de Pablo a la venida del Señor en los v.7-8 y el destino de comunión con Dios que nos espera y para cual hemos sido llamados (v.9), como por el dato de que hemos sido capacitados por el mismo Dios para llegar hasta el final.


En su conjunto

Veamos el pasaje en su conjunto. El texto tiene dos partes:
(1) las palabras finales del saludo de Pablo a la(s) comunidad(es) de Corinto (v.3);
(2) la acción de gracias por la comunidad (y que pertenece al formato que siguen sus epístolas) (v.4-9).


El contexto

Cuando Pablo fundó la comunidad de Corinto (ver Hechos 18, 1-11), fue testigo de la obra de la gracia y del poder de Dios (cf. 1 Cor 2, 1-5). Ahora, en la carta, recuerda lo ocurrido y el primer deseo que le dirige a su comunidad es que esta gracia siga vigente entre ellos y la experimenten los nuevos convertidos. A lo largo de esta carta, Pablo va a afrontar una por una, una serie de conflictos y debilidades de las que ha sido informado o interrogado por miembros de la comunidad. Antes de entrar en materia, Pablo se remite la experiencia fundante que los hizo cristianos.

Mucho más que un saludo (v.3)

Pablo retoma el saludo conocido en el mundo greco-romano pero de una forma novedosa, lo transforma en el “recorderis” de la novedad cristiana:
- Pablo junta los términos “gracia” y “paz” para describir la obra salvífica que Dios ha hecho (la acción y el resultado) en el creyente por medio de la Persona de Jesús.
- Pablo pone al Padre y a Jesús al mismo nivel (lo que un hebreo nunca aceptaría) y los pone a ambos en acción mancomunada en relación con la Iglesia, es decir, es Dios Padre quien actúa por medio de Jesús.
- Pablo reconoce a Jesús como “Cristo” y “Señor”. El primer título remite al cumplimiento en él de las expectativas mesiánicas y el segundo su proclamación como Resucitado.

Pues bien, estamos ante mucho más que un simple saludo del apóstol a su comunidad. Se trata del hacer presente y vigente lo que le da fundamento.

El motivo de la acción de gracias es la gracia divina (v.4-9)

Lo que se ha dicho en el saludo se re-propone ahora en una síntesis bien lograda (¡Una sola frase en griego entre los vv.4-8!) del itinerario de la fe en su dinamismo histórico:
- Pasado: “Por (medio de) él (Jesús) habéis sido enriquecidos en todo (con toda clase de dones)” (v.5) (Jesús es la gracia dada por Dios).
- Presente: “No carecéis de ningún don…” (v.6) (Jesús los ha provisto de todos los dones espirituales).
- Futuro: “…(Este tiempo) que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (v.7).

El punto central y motor de esta dinámica es la “gracia” que Dios Padre nos concedió en Cristo Jesús. En la comunidad de Corinto ésta floreció mediante carismas diversos (palabra, ciencia, etc.). Y esta misma gracia contenía en sí una vocación que todavía no se había cumplido, es decir, no se podía pensar que ya todo estuviera completo. La finalidad última era la comunión con Cristo: “Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro” (v.9).

Los dones apuntan en última instancia al logro de esta meta (“os conservará irreprensibles hasta el fin”, v.8). Incluso el hecho de ser aprobados ante él el último día será un don de su gracia y la demostración última de su fidelidad: “¡Dios es fiel!” (v.9).

Una comunidad en estado de Adviento

Pablo, entonces, le hace caer en cuenta a la comunidad una característica de ella: el estar en estado de Adviento. Después que ha recibido el kerigma y experimentado el poder salvífico de la Cruz (cf. 1 Cor 1, 18; 2, 2-5), primera manifestación de Cristo en medio de ellos, sigue caminando en la esperanza de su “Revelación” (v. 7) definitiva y completa, el “Día de nuestro Señor Jesucristo” (v.8). Y permanecer fieles, firmes e irreprensibles, en este adviento es un don de Dios.

Vale enfatizar en esta ocasión la conclusión, que es una alabanza a Dios que no abandona nunca a quien ha llamado: “Dios os mantendrá firmes… hasta el final… ¡Dios es fiel!”. Así se realizará la vocación fundamental de todo cristiano: “Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro. ¡Y él es fiel!” (v.9).



Marcos
13, 33-37


33En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.

34Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa,
y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.

35Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa,
si al atardecer,
o a medianoche,
o al canto del gallo,
o al amanecer;
36no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.

37Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!»


“Velad pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa” (v.35)


1. El contexo

Nos ubicamos en la última gran lección de Jesús a sus discípulos. En el evangelio de Marcos, además de todas las enseñanzas que se encuentran dispersas por toda la obra, solamente hay dos grandes discursos de Jesús: el “discurso en parábolas” a la orilla del lago (4,3-32) y el llamado “discurso escatológico” en el monte de los Olivos (13,5-37).

Nuestro pasaje es la conclusión del último y la palabra que queda resonando en los oídos de los discípulos es: “¡Velad!”. Estamos, entonces, ante una enseñanza fundamental del discipulado.

En su caminar en la historia, nos enseña este discurso, los discípulos deben estar atentos ante los peligros externos (los falsos profetas, la persecución) y los peligros internos (perder de vista al Señor).

Pero no todo es negativo, en medio de la oscuridad se asoma una esperanza. Cuando llegamos a la última parte del discurso (13,28-37), Jesús cuenta dos parábolas: comienza con la parábola de la higuera (13,28-32) y termina con la parábola del patrón ausente (13,33-37).

El tema de estas parábolas es la venida del Hijo del hombre. Las imágenes nos ponen ante situaciones de ausencia, pero ausencia provisional, en la expectativa del regreso: cuando se asoman las ramas tiernas de la higuera el verano todavía no ha llegado, pero se sabe que vendrá irremediablemente (13,28-32); cuando los empleados están encargados de la casa, el patrón todavía no está presente, pero a su tiempo él llegará para pedirles cuentas (13,33-37).

Así se retoma la inquietud de los cuatro discípulos, Pedro, Santiago y Juan, quienes observando la belleza del Templo y ante la advertencia del Maestro de que éste llegaría a su fin, solicitaron: “Dinos cuándo sucederá eso, y cuál es la señal de que todas estas cosas están para cumplirse” (13,4).

No se pueden hacer previsiones matemáticas sobre el día en que llegará el fin ni tampoco nadie conoce el tiempo de su segunda venida: “De aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sólo el Padre” (13,32).

Con esta idea comienza el pasaje que vamos a considerar: no se sabe el tiempo de la “venida”. A los discípulos se les dice: “porque ignoráis cuándo será el momento… porque no sabéis cuándo viene el dueño de la casa” (13,33b.35b). A la luz de esta realidad se sacan las consecuencias para el discipulado: ¿cuál debe ser su actitud en el tiempo de la espera?

2. Profundización

Sigamos la estructura del pasaje:
(1) La exhortación (13,33)
(2) Una comparación ilustrativa (13,34)
(3) La aplicación de la comparación a la exhortación (13,35-36)
(4) Repetición de la exhortación (13,37)

2.1. La exhortación (13,33)

“Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento”

La exhortación comienza con un llamado a estar atentos. Todo el discurso está atravesado por este tipo de llamados de atención. Esta es la cuarta y última vez que Jesús lo dice:

- “Mirad que nadie os engañe” (13,5)
- “Mirad por vosotros mismos” (13,9)
- “Mirad que os lo he predicho” (13,23)
- “Estad atentos…” (13,33).

Y la manera concreta de ejercitar la atención en medio de las convulsiones de la historia y de la expectativa de la venida del Hijo del hombre es la vigilancia: “¡Vigilad!”. Dentro del pasaje, este imperativo se repite tres veces y es el eje de toda la enseñanza:

- “Estad atentos y vigilad” (13,33)
- “Velad, por tanto…” (13,35)
- “A todos lo digo: ¡Velad!” (13,37).

El verbo “velar” se repetirá todavía una vez más al interior de la parábola (ver 13,34), con lo cual suma cuatro veces la repetición del término.

Según esto, los discípulos deben percibir con mirada lúcida y aguda la venida del Señor en este tiempo en que no saben “cuándo será el momento”.

¿Qué es lo que Jesús pide en el mandato “velad”?

El término griego “gregoreo” significa ante todo “estar despierto”. Pero esto no significa que los discípulos no puedan ir a dormir (físicamente sería imposible). En el contexto del Evangelio de Marcos tiene dos valores especiales.

Primero: en el contexto de todo el discurso, “estar despiertos” ejercitando una vigilancia atenta, era la actitud que la comunidad debía asumir mientras andaba por en medio del mundo realizando la tarea de la evangelización, una tarea dura en medio de las contradicciones y las amenazas que aparecían por el camino (13,9-12). Por eso, hasta que el Hijo del hombre no regrese triunfante al final de los tiempos para reunir a los elegidos, los discípulos no pueden bajar la guardia, debe estar siempre sobrios y vigilantes.

Segundo: en el contexto del pasaje, “velar” significa reconocer continuamente que uno es siervo y que tiene una responsabilidad con el patrón, que la vida de uno debe estar concentrada en función del encargo recibido y que hay que conducir un estilo de vida acorde con este comportamiento.

Esto es lo que ilustra la comparación siguiente.

2.2. Una comparación ilustrativa y su aplicación (13,34-36)

La comparación es simple: es como un dueño de casa que, cuando emprende un largo viaje, toma las precauciones respectivas: le da a cada empleado su tarea y al portero le manda que esté más atento. Así dice el v.34:
“Al igual que un hombre que se ausenta:
deja su casa,
da atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo,
y ordena al portero que vele”.

En la aplicación que Jesús hace de esta comparación, de repente nos encontramos con dos novedades:
(1) Los empleados no saben no saben a qué hora va venir el dueño de casa.
(2) La tarea encomendada al portero (el centinela) también es válida para todos los siervos.

Entonces la aplicación de la comparación toca el punto fuerte: “Velad… no sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos”.

Los centinelas saben que el tiempo más crítico es la noche, no sólo por la llegada de un ladrón sino también por la venida del dueño. Por eso no pueden dormirse, deben estar despiertos en su puesto de guardia.

La frase “no sabéis cuando viene el dueño de casa”, está acompañada de cuatro indicaciones temporales que corresponden a las del cambio de centinelas en las cuatro partes de la noche, según los cómputos romanos:

“Al atardecer,
o a media noche,
o al cantar del gallo,
o de madrugada”

Las cuatro vigilias de la noche nos dicen que los servidores deben tomar las mismas actitudes de los centinelas. Pero según Marcos también un referente específico: el que viene inmediatamente después de esta enseñanza. Se puede establecer una correlación con los momentos de la pasión de Jesús, en los cuales los discípulos son llamados a “velar” con Jesús, así como lo solicita en el Getsemaní: “Quedaos aquí, velad” (14,34).

Hay un llamado de atención hacia algo más profundo. El no estar durmiendo se puede expresar de esta otra manera: hay que estar atentos en la oscuridad de la historia, con la existencia entera concentrada en el seguimiento de la Cruz para asistir a la irrupción del Reino.

A lo largo de la historia, en el seguimiento de Jesús, los discípulos corren un riesgo: por el hecho de que el Señor no esté presente de manera visible, sus servidores corren el riesgo de olvidarse de él y de las tareas. Los siervos “vigilantes” son aquellos que están siempre listos para acoger y responder.

2.3. Repetición de la exhortación (13,37)

“Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!”

El énfasis de la repetición se nota de nuevo al final.

Esta vez hay un dado nuevo: lo que Jesús dice a los cuatro primeros discípulos que fueron llamados (ver 1,16-20), vale para toda la comunidad, es más, para toda la humanidad.

Esta frase tiene un valor misionero: los discípulos tienen la tarea de comunicarle a todo el mundo lo que aprendieron de Jesús. Una de ellas es la “vigilancia”: hay que enseñar al mundo entero a vivir la “vigilancia” dentro de la historia. Esta es una de las tareas concretas de su tarea de los pescadores de hombres (ver 1,17).

3. Para pasar a la meditación: El Adviento como una gran vigilia aprendiendo a vivir “la noche”

Detengámonos en un aspecto de la lectura.

El pasaje le ha dado importancia a la espera nocturna. Esto puede estar asociado a lo que hacían los primeros cristianos al reunirse. Recordemos que la asamblea dominical de la primitiva Iglesia duraba la noche entera. Lo hacían en espera del alba del primer día de la semana, el día del Señor (el “dies dominica”). Los cristianos al esperar la venida de Jesús, el Señor resucitado, vivían con mayor intensidad esta espera, siempre estaban en tiempo de Adviento.

Pero la vigilia tiene un gran valor espiritual.

La “vigilia” no es un paliativo para olvidarse de los miedos o las preocupaciones de cada día. Todo lo contrario, la noche representa el tiempo de la crisis que provoca la soledad, que reaviva los temores y las angustias.

La vigilia tiene aspectos y significados diversos: hay quien vela porque no consigue encontrar el equilibrio y la serenidad del sueño; también hay quien vela porque una tarea urgente para el día siguiente y no cuenta con más tiempo; hay quien vela porque está en una fiesta hasta el amanecer. Hay padres de familia que velan esperando al cónyuge o al hijo fuera de casa; hay personas que velan esperando la muerte de un agonizante; hay quien vela porque está enfermo; hay quien vela trabajando por los demás.

Según esto, la vigilancia se hace más intensa durante la noche, que es precisamente cuando se hacen más oscuros los significados y valores de la vida.

Esperar la venida del Señor no aguardar pasivamente la solución de los problemas personales, familiares o sociales como un cambio espectacular que llega de repente. Una espera milagrerista sólo provoca nuevas desilusiones.

Un discípulo de Jesús sabe que cuenta con la fidelidad de Dios, quien se manifiesta en los signos de la historia y en cada encuentro cotidiano, donde es llamado a comprometer toda su responsabilidad.

Así se hacen válidas las palabras del Padre de la Iglesia, san Basilio, quien decía:
“¿Qué es lo propio del cristiano? Velar cada día y cada hora,
para estar pronto en el cumplir perfectamente lo que es agradable a Dios,
sabiendo que a la hora que menos pensemos viene el Señor”



4. Releamos el Evangelio con un autor antiguo

Esta mangífica página de Guerric d’Igny (1070-1157 dC) nos recuerda que hay que estar preparados para el encuentro con el Señor. Notemos cómo la lectura se va volviendo meditación que cuestiona la vida y oración que anhela el encuentro con el Señor.

“Prepárate, oh verdadero Israel, para el encuentro con el Señor, no sólo para abrirle la puerta cuando venga a tocar, sino también para ir a su encuentro, alegremente y con el corazón, alegremente y con el corazón en fiesta, cuando Él todavía está lejos. Y lleno de confianza para el día del juicio, ora con toda el alma para que venga su Reino. Si, pues, quieres que aquel momento te encuentre preparado, prepara la justicia antes del juicio, según el consejo del Sabio (ver Sirácida 18,19). Debes estar listo para realizar toda obra buena y estar no menos listo para soportar cualquier mal (…)

Tú, Señor, vienes a mi encuentro (Salmo 58,5-6) en cuanto yo voy al tuyo. Porque yo no puede elevarme hasta tu altura si tú no me extiendes la diestra, inclinándote para la obra de tus manos (Job 14,15).

Ven a mi encuentro y mira si hay en mí camino de mentira (Salmo 58,6; 138,24); y si en mi encontraras un camino de mentira que yo desconozco, apártalo.

Y, teniendo misericordia de mi, guíame con tu ley por el camino eterno (Salmo 138,24) que es Cristo. Él es el camino por el cual se va y la eternidad a donde se llega; el camino inmaculado y la morada bienaventurada”.

(Guerric d’Igny, Sermón 3,2)


5. Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida

5.1. ¿Qué es el “Adviento”? ¿En qué se distingue de los otros tiempos del año?
5.2. ¿En qué contexto anterior y posterior se encuentra el evangelio de hoy?
5.3. ¿De qué forma concreta se ejercita la “vigilancia” cristiana?
5.4. ¿Según la frase final de Jesús, qué tarea misionera tenemos los cristianos en este tiempo del Adviento?
5.5. ¿Qué haré para que este tiempo de Adviento que hoy empezamos sea vivido cabalmente?



Conexión entre las lecturas


La venida del Señor es el tema central de las lecturas de este primer domingo de Adviento.
- En la primera lectura el profeta Isaías le pide al Señor que rasgue los cielos y venga a nuestro encuentro para manifestarnos su amor de Padre.
- Como prolongación de la oración que está en la primera lectura, el Salmo le pide a Dios que sea el Rey, valiente guerrero, buen pastor y viñador, que visite la viña que plantó pero que ha sido arrasada, que escuche, mire y extienda su mano a su hijo querido (el pueblo elegido).
- La voz de Jesús también resuena para decir: “Estén despiertos”. Al principio de este tiempo del Adviento, los textos bíblicos nos invitan a escuchar estas diferentes voces para que preparemos nuestro corazón para acoger la venida del Señor.
- San Pablo nos da el marco para la actualización comunitaria del Evangelio y la primera lectura, nos enseña que la vida cristiana tiene una dinámica histórica (pasado, presente y futuro), que hay un don de Dios que crece junto con ella y que es la garantía de que llegaremos la meta final: nuestra vida en Cristo. Se espera nuestra fidelidad, pero Dios es más fiel que nosotros.

Podríamos abordar las lecturas en su conjunto de esta otra manera:
- La vida cristiana es como un camino en la “noche” y por eso se requiere el “estar despierto” (el “velar” activamente) esperando el encuentro con el Señor (Mc 13, 33-37).
- La Iglesia pide que el Señor se apresure, que despierte su poder (sacuda su valentía) y venga, que haga resplandecer su rostro y nos salve (Salmo 80/79).
- El día de la “Revelación” (o manifestación) del Señor debe encontrarnos “irreprensibles” (1 Cor 1, 8). El viene como “Redentor nuestro” al encuentro de cuantos practican la justicia y se acuerdan de sus caminos (Is 63, 16; 67, 4).
- Con esta actitud oramos: ¡Ven, Señor; rasga ya los cielos y desciende!


TEXTO ORIGINAL AQUI

lunes, 28 de noviembre de 2011

ENCUESTA.

Hermanos y hermanas de la Renovación Católica Carismática,
Buenas Tardes:

Nos da la impresión que no todos reciben de buena manera toda la información que se les envía. De hecho hay personas que no desean recibir ningún correo de la comunidad Jericó.

Por tal motivo, se les pide que definan qué tipo de noticias quieren recibir.

Los Grupos Masivos de Correos son:

1.- TODA LA RCC: Correos de información, comunicación y avisos para toda la RCC
2.- Re - envio de El evangelio diario
3.- Re - envio de noticias del vaticano ACI Prensa
4.- Re - envio Lectio Divina
5.- JERICÓ: Correos de información, comunicación y avisos para La Comunidad Jericó
6.- ORACIÓN DE INTERCESIÓN.
7.- SERVIDORES

Pueden elegir todas las opciones, excepto la 5, 6 y 7.- Aunque excepcionalmente los podemos incluir en la número 6.-

Si no quieren ninguno, entonces los "Eliminaremos de nuestro grupo de contactos y del facebook".

La Comunidad Jericó.

De pie delante del Hijo del Hombre.

De: Comunidad Jericó Jericó
Fecha: 28 de noviembre de 2011 12:36
Asunto: De pie delante del Hijo del Hombre
Para:


De pie delante del Hijo del Hombre

Te suplicamos, Señor, Dios de bondad, que el misterio de la salvación realizado por nosotros en tu Hijo unigénito, no se convierta en nuestra condenación; que "no nos aleje de tu presencia." No rechaces nuestra condición miserable, al contrario, ten compasión de nosotros por tu gran misericordia; "sólo tu infinita misericordia borra nuestros pecados." Por lo tanto, al presentarnos ante ti, en tu gloria, lejos de merecer la condena, obtendremos la protección de tu Hijo único, y no seremos condenados como malos servidores... Sí, Maestro y Señor todopoderoso, escucha nuestra súplica: "No conocemos otro como tú". Invocamos tu nombre, ya que tú eres "El que obra todo en todos", y cerca de tuyo, nos encontramos seguro.
"Señor, mira desde el cielo y desde tu santa gloria. ¿Dónde está tu amor celoso y poderoso? ¿Dónde están tu piedad y misericordia infinita? Tú eres nuestro Padre: Abraham no puede reconocernos... Tú, Señor, Padre nuestro, líbranos, porque desde el principio tu nombre ha sido invocado por nosotros "y el nombre de tu único Hijo, y de tu Espíritu Santo. "¿Por qué nos dejas errar lejos de tus caminos? ... ¿Por qué nos has abandonado a nuestras fuerzas, y nos has dejado extraviar?» Haz volver hacia tí a tus siervos, Señor, en el nombre de tu santa Iglesia, en nombre de todos los santos de otros tiempos...
"¡Oh, si rasgases el cielo! Las montañas temblarían ante tí, se derretirían como cera ante el fuego... Desde antiguo hemos escuchado y nuestros ojos no han contemplado a otro Dios más que a tí... Tú eres nuestro Padre ...todos somos obra de tus manos ...Todos somos tu pueblo."

(Referencias bíblicas: Sal. 50,13.3; Jdt 8,20; 1 Cor 12,6; Is 63,15 a 19 LXX; Sal. 96.5; Is 64, 3.7-8)

San Máximo Confesor. ( 580-662), monje y teólogo
Discurso ascético; PG 90, 912

viernes, 25 de noviembre de 2011

Humanidad busca la esperanza y el amor de Dios, asegura el Papa



Vaticano, Nov 24, 2011 / 12:07PM (EWTN Noticias/ACI Prensa)

Al recibir esta mañana a los participantes del encuentro de Cáritas italiana que este año celebra su 40 aniversario, el Papa Benedicto XVI exhortó a compartir con los necesitados, dándoles la esperanza que solo Dios ofrece y que ellos y toda la humanidad buscan.

En su discurso a los más de doce mil participantes del encuentro que llegaron a Roma, el Santo Padre precisó que "la humanidad no necesita solo benefactores, sino personas sencillas y concretas que como Jesús sepan ponerse al lado de los hermanos compartiendo sus fatigas".

"En una palabra –precisó el Papa– la humanidad busca señales de esperanza. Nuestra fuente de esperanza es el Señor. Por eso es necesaria Caritas, no para delegarle el servicio de caridad, sino porque es una señal de la caridad de Cristo, una señal que da esperanza"

Benedicto XVI recordó además que Caritas tiene "una importante tarea educativa frente a la comunidad, las familias y la sociedad civil en que la Iglesia está llamada ser luz. Se trata de asumir la responsabilidad de educar a la vida buena del Evangelio, que es tal sólo si comprende de forma orgánica el testimonio de la caridad".

"No desistáis nunca de esta tarea educativa aun cuando el camino sea arduo y el esfuerzo parezca no dar resultados. Vividla en fidelidad a la Iglesia y en el respeto de la identidad de vuestras instituciones, utilizando las herramientas que la historia os ha entregado y aquellas que ‘la fantasía de la caridad’, como decía el beato Juan Pablo II os sugerirá para el futuro", exhortó el Santo Padre.

Sobre las obras de caridad que hablan de Dios y anuncian esperanza, Benedicto XVI dijo que estas "son obras que nacen de la fe. Son obras de Iglesia, expresión de la atención hacia los que pasan más fatigas".

"Son acciones pedagógicas porque ayudan a los más pobres a crecer en su dignidad; a las comunidades cristianas a caminar tras las huellas de Cristo; a la sociedad civil a asumir sus obligaciones".

El Pontífice instó también a recordar "cuanto enseña el Concilio Vaticano II: satisfacer ante todo las exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca como ayuda de caridad lo que ya se debe a título de justicia".

El Papa dijo luego que "el humilde y concreto servicio que ofrece la Iglesia no quiere sustituirse, ni tanto menos adormecer, a la conciencia colectiva y civil. Se pone a su lado con espíritu de sincera colaboración, en la debida autonomía y plena conciencia de la subsidiaridad".

Tras señalar que "la caridad requiere apertura de la mente", Benedicto XVI afirmó que "responder a las necesidades no solo significa dar pan al hambriento, sino interrogarse acerca de las causas por las que tiene hambre, con la mirada de Jesús que sabía ver la realidad profunda de las personas que se acercaban a Él".

"En esta perspectiva el presente interpela vuestro ser artífices de caridad. No podemos dejar de pensar en el vasto campo de la inmigración. A menudo calamidades naturales y guerras crean situaciones de emergencia. La crisis económica global es un signo ulterior de los tiempos que requiere el coraje de la fraternidad".

"La diferencia entre norte y sur del mundo y la lesión de la dignidad humana de tantas personas, piden una caridad que se ensanche, en círculos concéntricos, de los sistemas económicos pequeños a los grandes, el malestar generalizado, la debilitación de las familias, la incertidumbre de la condición juvenil indican el peligro de una disminución de la esperanza".

En la parte final de su discurso, el Papa Benedicto XVI exhortó a ayudar "a toda la Iglesia a hacer visible el amor de Dios. Vivan la gratuidad y ayuden a vivirla. Recuerden a todos lo esencial del amor que se hace servicio. Acompañen a los hermanos más débiles. Animen a las comunidades cristianas ¡Digan al mundo la palabra del amor que viene de Dios y busquen la caridad como síntesis de todos los carismas del Espíritu!"

TEXTO ORIGINAL AQUI

jueves, 24 de noviembre de 2011

EN EL DÉCIMO ANIVERSARIO DE LOS ATAQUES CONTRA LOS ESTADOS UNIDOS


CARTA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL ARZOBISPO DE NUEVA YORK TIMOTHY M. DOLAN,
EN EL DÉCIMO ANIVERSARIO DE LOS ATAQUES
CONTRA LOS ESTADOS UNIDOS



¡Gracia a vosotros y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo!

En este día, mis pensamientos se dirigen a los sombríos sucesos del 11 de septiembre de 2001, cuando se perdieron tantas vidas inocentes en la brutal agresión contra las torres gemelas del World Trade Center y los ataques sucesivos en Washington D.C. y Pensilvania. Me uno a vosotros al encomendar a las miles de víctimas a la infinita misericordia de Dios Omnipotente y al pedir a nuestro Padre celestial que siga consolando a quienes lloran la pérdida de sus seres queridos.

La tragedia de aquel día se agravó aún más por la reivindicación de sus autores de actuar en nombre de Dios. Una vez más, se debe afirmar inequívocamente que ninguna circunstancia jamás puede justificar actos de terrorismo. Cada vida humana es preciosa ante los ojos de Dios y no se debería escatimar ningún esfuerzo en el intento de promover en todo el mundo un respeto genuino por los derechos inalienables y la dignidad de los individuos y los pueblos en todo lugar.

El pueblo americano debe ser elogiado por la valentía y generosidad que mostró en las operaciones de rescate y por su tenacidad para seguir adelante con esperanza y confianza. Es mi ferviente plegaria que un compromiso firme por la justicia y una cultura global de solidaridad ayuden a liberar al mundo del rencor que tan a menudo desencadena actos de violencia; y creen las condiciones de mayor paz y prosperidad, ofreciendo un futuro más luminoso y seguro.

Con estos sentimientos, extiendo mi más afectuoso saludo a usted, a sus hermanos en el episcopado y a cuantos están encomendados a su cuidado pastoral, y con mucho gusto les imparto mi bendición apostólica como prenda de paz y serenidad en el Señor.

Vaticano, 11 de septiembre de 2011



BENEDICTO XVI

TEXTO ORIGINAL AQUI

martes, 22 de noviembre de 2011

ROSARIO A LA VIRGEN MARIA


CARTA APOSTÓLICA
ROSARIUM VIRGINIS MARIAE
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
AL EPISCOPADO, AL CLERO
Y A LOS FIELES
SOBRE EL SANTO ROSARIO



INTRODUCCIÓN

1. El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos Santos y fomentada por el Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que, después de dos mil años, no ha perdido nada de la novedad de los orígenes, y se siente empujado por el Espíritu de Dios a «remar mar adentro» (duc in altum!), para anunciar, más aún, 'proclamar' a Cristo al mundo como Señor y Salvador, «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn14, 6), el «fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización».[1]

El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio.[2] En él resuena la oración de María, su perenne Magnificat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor.

Los Romanos Pontífices y el Rosario

2. A esta oración le han atribuido gran importancia muchos de mis Predecesores. Un mérito particular a este respecto corresponde a León XIII que, el 1 de septiembre de 1883, promulgó la Encíclica Supremi apostolatus officio,[3] importante declaración con la cual inauguró otras muchas intervenciones sobre esta oración, indicándola como instrumento espiritual eficaz ante los males de la sociedad. Entre los Papas más recientes que, en la época conciliar, se han distinguido por la promoción del Rosario, deseo recordar al Beato Juan XXIII[4] y, sobre todo, a PabloVI, que en la Exhortación apostólica Marialis cultus, en consonancia con la inspiración del Concilio Vaticano II, subrayó el carácter evangélico del Rosario y su orientación cristológica.

Yo mismo, después, no he dejado pasar ocasión de exhortar a rezar con frecuencia el Rosario. Esta oración ha tenido un puesto importante en mi vida espiritual desde mis años jóvenes. Me lo ha recordado mucho mi reciente viaje a Polonia, especialmente la visita al Santuario de Kalwaria. El Rosario me ha acompañado en los momentos de alegría y en los de tribulación. A él he confiado tantas preocupaciones y en él siempre he encontrado consuelo. Hace veinticuatro años, el 29 de octubre de 1978, dos semanas después de la elección a la Sede de Pedro, como abriendo mi alma, me expresé así: «El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad. [...] Se puede decir que el Rosario es, en cierto modo, un comentario-oración sobre el capítulo final de la Constitución Lumen gentium del Vaticano II, capítulo que trata de la presencia admirable de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia. En efecto, con el trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo. El Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, y nos ponen en comunión vital con Jesús a través –podríamos decir– del Corazón de su Madre. Al mismo tiempo nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevamos más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana ».[5]

Con estas palabras, mis queridos Hermanos y Hermanas, introducía mi primer año de Pontificado en el ritmo cotidiano del Rosario. Hoy, al inicio del vigésimo quinto año de servicio como Sucesor de Pedro, quiero hacer lo mismo. Cuántas gracias he recibido de la Santísima Virgen a través del Rosario en estos años: Magnificat anima mea Dominum! Deseo elevar mi agradecimiento al Señor con las palabras de su Madre Santísima, bajo cuya protección he puesto mi ministerio petrino: Totus tuus!

Octubre 2002 - Octubre 2003: Año del Rosario

3. Por eso, de acuerdo con las consideraciones hechas en la Carta apostólica Novo millennio ineunte, en la que, después de la experiencia jubilar, he invitado al Pueblo de Dios « a caminar desde Cristo »,[6] he sentido la necesidad de desarrollar una reflexión sobre el Rosario, en cierto modo como coronación mariana de dicha Carta apostólica, para exhortar a la contemplación del rostro de Cristo en compañía y a ejemplo de su Santísima Madre. Recitar el Rosario, en efecto, es en realidad contemplar con María el rostro de Cristo. Para dar mayor realce a esta invitación, con ocasión del próximo ciento veinte aniversario de la mencionada Encíclica de León XIII, deseo que a lo largo del año se proponga y valore de manera particular esta oración en las diversas comunidades cristianas. Proclamo, por tanto, el año que va de este octubre a octubre de 2003 Año del Rosario.

Dejo esta indicación pastoral a la iniciativa de cada comunidad eclesial. Con ella no quiero obstaculizar, sino más bien integrar y consolidar los planes pastorales de las Iglesias particulares. Confío que sea acogida con prontitud y generosidad. El Rosario, comprendido en su pleno significado, conduce al corazón mismo de la vida cristiana y ofrece una oportunidad ordinaria y fecunda espiritual y pedagógica, para la contemplación personal, la formación del Pueblo de Dios y la nueva evangelización. Me es grato reiterarlo recordando con gozo también otro aniversario: los 40 años del comienzo del Concilio Ecuménico Vaticano II (11 de octubre de 1962), el «gran don de gracia» dispensada por el espíritu de Dios a la Iglesia de nuestro tiempo.[7]

Objeciones al Rosario

4. La oportunidad de esta iniciativa se basa en diversas consideraciones. La primera se refiere a la urgencia de afrontar una cierta crisis de esta oración que, en el actual contexto histórico y teológico, corre el riesgo de ser infravalorada injustamente y, por tanto, poco propuesta a las nuevas generaciones. Hay quien piensa que la centralidad de la Liturgia, acertadamente subrayada por el Concilio Ecuménico Vaticano II, tenga necesariamente como consecuencia una disminución de la importancia del Rosario. En realidad, como puntualizó Pablo VI, esta oración no sólo no se opone a la Liturgia, sino que le da soporte, ya que la introduce y la recuerda, ayudando a vivirla con plena participación interior, recogiendo así sus frutos en la vida cotidiana.

Quizás hay también quien teme que pueda resultar poco ecuménica por su carácter marcadamente mariano. En realidad, se coloca en el más límpido horizonte del culto a la Madre de Dios, tal como el Concilio ha establecido: un culto orientado al centro cristológico de la fe cristiana, de modo que «mientras es honrada la Madre, el Hijo sea debidamente conocido, amado, glorificado».[8] Comprendido adecuadamente, el Rosario es una ayuda, no un obstáculo para el ecumenismo.

Vía de contemplación

5. Pero el motivo más importante para volver a proponer con determinación la práctica del Rosario es por ser un medio sumamente válido para favorecer en los fieles la exigencia de contemplación del misterio cristiano, que he propuesto en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte como verdadera y propia 'pedagogía de la santidad': «es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración».[9] Mientras en la cultura contemporánea, incluso entre tantas contradicciones, aflora una nueva exigencia de espiritualidad, impulsada también por influjo de otras religiones, es más urgente que nunca que nuestras comunidades cristianas se conviertan en «auténticas escuelas de oración».[10]

El Rosario forma parte de la mejor y más reconocida tradición de la contemplación cristiana. Iniciado en Occidente, es una oración típicamente meditativa y se corresponde de algún modo con la «oración del corazón», u «oración de Jesús», surgida sobre el humus del Oriente cristiano.

Oración por la paz y por la familia

6. Algunas circunstancias históricas ayudan a dar un nuevo impulso a la propagación del Rosario. Ante todo, la urgencia de implorar de Dios el don de la paz. El Rosario ha sido propuesto muchas veces por mis Predecesores y por mí mismo como oración por la paz. Al inicio de un milenio que se ha abierto con las horrorosas escenas del atentado del 11 de septiembre de 2001 y que ve cada día en muchas partes del mundo nuevos episodios de sangre y violencia, promover el Rosario significa sumirse en la contemplación del misterio de Aquél que «es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad» (Ef 2, 14). No se puede, pues, recitar el Rosario sin sentirse implicados en un compromiso concreto de servir a la paz, con una particular atención a la tierra de Jesús, aún ahora tan atormentada y tan querida por el corazón cristiano.

Otro ámbito crucial de nuestro tiempo, que requiere una urgente atención y oración, es el de la familia, célula de la sociedad, amenazada cada vez más por fuerzas disgregadoras, tanto de índole ideológica como práctica, que hacen temer por el futuro de esta fundamental e irrenunciable institución y, con ella, por el destino de toda la sociedad. En el marco de una pastoral familiar más amplia, fomentar el Rosario en las familias cristianas es una ayuda eficaz para contrastar los efectos desoladores de esta crisis actual.

« ¡Ahí tienes a tu madre! » (Jn 19, 27)

7. Numerosos signos muestran cómo la Santísima Virgen ejerce también hoy, precisamente a través de esta oración, aquella solicitud materna para con todos los hijos de la Iglesia que el Redentor, poco antes de morir, le confió en la persona del discípulo predilecto: «¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!» (Jn 19, 26). Son conocidas las distintas circunstancias en las que la Madre de Cristo, entre el siglo XIX y XX, ha hecho de algún modo notar su presencia y su voz para exhortar al Pueblo de Dios a recurrir a esta forma de oración contemplativa. Deseo en particular recordar, por la incisiva influencia que conservan en el vida de los cristianos y por el acreditado reconocimiento recibido de la Iglesia, las apariciones de Lourdes y Fátima,[11] cuyos Santuarios son meta de numerosos peregrinos, en busca de consuelo y de esperanza.

Tras las huellas de los testigos

8. Sería imposible citar la multitud innumerable de Santos que han encontrado en el Rosario un auténtico camino de santificación. Bastará con recordar a san Luis María Grignion de Montfort, autor de un preciosa obra sobre el Rosario[12] y, más cercano a nosotros, al Padre Pío de Pietrelcina, que recientemente he tenido la alegría de canonizar. Un especial carisma como verdadero apóstol del Rosario tuvo también el Beato Bartolomé Longo. Su camino de santidad se apoya sobre una inspiración sentida en lo más hondo de su corazón: « ¡Quien propaga el Rosario se salva! ».[13] Basándose en ello, se sintió llamado a construir en Pompeya un templo dedicado a la Virgen del Santo Rosario colindante con los restos de la antigua ciudad, apenas influenciada por el anuncio cristiano antes de quedar cubierta por la erupción del Vesuvio en el año 79 y rescatada de sus cenizas siglos después, como testimonio de las luces y las sombras de la civilización clásica.

Con toda su obra y, en particular, a través de los «Quince Sábados», Bartolomé Longo desarrolló el meollo cristológico y contemplativo del Rosario, que ha contado con un particular aliento y apoyo en León XIII, el «Papa del Rosario».


CAPÍTULO I

CONTEMPLAR A CRISTO
CON MARÍA



Un rostro brillante como el sol

9. «Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol» (Mt 17, 2). La escena evangélica de la transfiguración de Cristo, en la que los tres apóstoles Pedro, Santiago y Juan aparecen como extasiados por la belleza del Redentor, puede ser considerada como icono de la contemplación cristiana. Fijar los ojos en el rostro de Cristo, descubrir su misterio en el camino ordinario y doloroso de su humanidad, hasta percibir su fulgor divino manifestado definitivamente en el Resucitado glorificado a la derecha del Padre, es la tarea de todos los discípulos de Cristo; por lo tanto, es también la nuestra. Contemplando este rostro nos disponemos a acoger el misterio de la vida trinitaria, para experimentar de nuevo el amor del Padre y gozar de la alegría del Espíritu Santo. Se realiza así también en nosotros la palabra de san Pablo: «Reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más: así es como actúa el Señor, que es Espíritu» (2 Co 3, 18).

María modelo de contemplación

10. La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo «envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2, 7).

Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: « Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? » (Lc 2, 48); será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná (cf. Jn 2, 5); otras veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la 'parturienta', ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella (cf. Jn 19, 26-27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fin, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14).

Los recuerdos de María

11. María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: « Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón » (Lc 2, 19; cf. 2, 51). Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el 'rosario' que Ella ha recitado constantemente en los días de su vida terrenal.

Y también ahora, entre los cantos de alegría de la Jerusalén celestial, permanecen intactos los motivos de su acción de gracias y su alabanza. Ellos inspiran su materna solicitud hacia la Iglesia peregrina, en la que sigue desarrollando la trama de su 'papel' de evangelizadora. María propone continuamente a los creyentes los 'misterios' de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar toda su fuerza salvadora. Cuando recita el Rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María.

El Rosario, oración contemplativa

12. El Rosario, precisamente a partir de la experiencia de María, es una oración marcadamente contemplativa. Sin esta dimensión, se desnaturalizaría, como subrayó Pablo VI: «Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: "Cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad" (Mt 6, 7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza».[14]

Es necesario detenernos en este profundo pensamiento de Pablo VI para poner de relieve algunas dimensiones del Rosario que definen mejor su carácter de contemplación cristológica.

Recordar a Cristo con María

13. La contemplación de María es ante todo un recordar. Conviene sin embargo entender esta palabra en el sentido bíblico de la memoria (zakar), que actualiza las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación. La Biblia es narración de acontecimientos salvíficos, que tienen su culmen en el propio Cristo. Estos acontecimientos no son solamente un 'ayer'; son también el 'hoy' de la salvación. Esta actualización se realiza en particular en la Liturgia: lo que Dios ha llevado a cabo hace siglos no concierne solamente a los testigos directos de los acontecimientos, sino que alcanza con su gracia a los hombres de cada época. Esto vale también, en cierto modo, para toda consideración piadosa de aquellos acontecimientos: «hacer memoria» de ellos en actitud de fe y amor significa abrirse a la gracia que Cristo nos ha alcanzado con sus misterios de vida, muerte y resurrección.

Por esto, mientras se reafirma con el Concilio Vaticano II que la Liturgia, como ejercicio del oficio sacerdotal de Cristo y culto público, es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza»,[15] también es necesario recordar que la vida espiritual « no se agota sólo con la participación en la sagrada Liturgia. El cristiano, llamado a orar en común, debe no obstante, entrar también en su interior para orar al Padre, que ve en lo escondido (cf. Mt 6, 6); más aún: según enseña el Apóstol, debe orar sin interrupción (cf. 1 Ts 5, 17) ».[16] El Rosario, con su carácter específico, pertenece a este variado panorama de la oración 'incesante', y si la Liturgia, acción de Cristo y de la Iglesia, es acción salvífica por excelencia, el Rosario, en cuanto meditación sobre Cristo con María, es contemplación saludable. En efecto, penetrando, de misterio en misterio, en la vida del Redentor, hace que cuanto Él ha realizado y la Liturgia actualiza sea asimilado profundamente y forje la propia existencia.

Comprender a Cristo desde María

14. Cristo es el Maestro por excelencia, el revelador y la revelación. No se trata sólo de comprender las cosas que Él ha enseñado, sino de 'comprenderle a Él'. Pero en esto, ¿qué maestra más experta que María? Si en el ámbito divino el Espíritu es el Maestro interior que nos lleva a la plena verdad de Cristo (cf. Jn 14, 26; 15, 26; 16, 13), entre las criaturas nadie mejor que Ella conoce a Cristo, nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio.

El primero de los 'signos' llevado a cabo por Jesús –la transformación del agua en vino en las bodas de Caná– nos muestra a María precisamente como maestra, mientras exhorta a los criados a ejecutar las disposiciones de Cristo (cf. Jn 2, 5). Y podemos imaginar que ha desempeñado esta función con los discípulos después de la Ascensión de Jesús, cuando se quedó con ellos esperando el Espíritu Santo y los confortó en la primera misión. Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la 'escuela' de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su mensaje.

Una escuela, la de María, mucho más eficaz, si se piensa que Ella la ejerce consiguiéndonos abundantes dones del Espíritu Santo y proponiéndonos, al mismo tiempo, el ejemplo de aquella «peregrinación de la fe»,[17] en la cual es maestra incomparable. Ante cada misterio del Hijo, Ella nos invita, como en su Anunciación, a presentar con humildad los interrogantes que conducen a la luz, para concluir siempre con la obediencia de la fe: « He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra » (Lc 1, 38).

Configurarse a Cristo con María

15. La espiritualidad cristiana tiene como característica el deber del discípulo de configurarse cada vez más plenamente con su Maestro (cf. Rm 8, 29; Flp 3, 10. 21). La efusión del Espíritu en el Bautismo une al creyente como el sarmiento a la vid, que es Cristo (cf. Jn 15, 5), lo hace miembro de su Cuerpo místico (cf. 1 Co 12, 12; Rm 12, 5). A esta unidad inicial, sin embargo, ha de corresponder un camino de adhesión creciente a Él, que oriente cada vez más el comportamiento del discípulo según la 'lógica' de Cristo: «Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo» (Flp 2, 5). Hace falta, según las palabras del Apóstol, «revestirse de Cristo» (cf. Rm 13, 14; Ga 3, 27).

En el recorrido espiritual del Rosario, basado en la contemplación incesante del rostro de Cristo –en compañía de María– este exigente ideal de configuración con Él se consigue a través de una asiduidad que pudiéramos decir 'amistosa'. Ésta nos introduce de modo natural en la vida de Cristo y nos hace como 'respirar' sus sentimientos. Acerca de esto dice el Beato Bartolomé Longo: «Como dos amigos, frecuentándose, suelen parecerse también en las costumbres, así nosotros, conversando familiarmente con Jesús y la Virgen, al meditar los Misterios del Rosario, y formando juntos una misma vida de comunión, podemos llegar a ser, en la medida de nuestra pequeñez, parecidos a ellos, y aprender de estos eminentes ejemplos el vivir humilde, pobre, escondido, paciente y perfecto».[18]

Además, mediante este proceso de configuración con Cristo, en el Rosario nos encomendamos en particular a la acción materna de la Virgen Santa. Ella, que es la madre de Cristo y a la vez miembro de la Iglesia como «miembro supereminente y completamente singular»,[19] es al mismo tiempo 'Madre de la Iglesia'. Como tal 'engendra' continuamente hijos para el Cuerpo místico del Hijo. Lo hace mediante su intercesión, implorando para ellos la efusión inagotable del Espíritu. Ella es el icono perfecto de la maternidad de la Iglesia.

El Rosario nos transporta místicamente junto a María, dedicada a seguir el crecimiento humano de Cristo en la casa de Nazaret. Eso le permite educarnos y modelarnos con la misma diligencia, hasta que Cristo «sea formado» plenamente en nosotros (cf. Ga 4, 19). Esta acción de María, basada totalmente en la de Cristo y subordinada radicalmente a ella, «favorece, y de ninguna manera impide, la unión inmediata de los creyentes con Cristo».[20] Es el principio iluminador expresado por el Concilio Vaticano II, que tan intensamente he experimentado en mi vida, haciendo de él la base de mi lema episcopal: Totus tuus.[21] Un lema, como es sabido, inspirado en la doctrina de san Luis María Grignion de Montfort, que explicó así el papel de María en el proceso de configuración de cada uno de nosotros con Cristo: «Como quiera que toda nuestra perfección consiste en el ser conformes, unidos y consagrados a Jesucristo, la más perfecta de la devociones es, sin duda alguna, la que nos conforma, nos une y nos consagra lo más perfectamente posible a Jesucristo. Ahora bien, siendo María, de todas las criaturas, la más conforme a Jesucristo, se sigue que, de todas las devociones, la que más consagra y conforma un alma a Jesucristo es la devoción a María, su Santísima Madre, y que cuanto más consagrada esté un alma a la Santísima Virgen, tanto más lo estará a Jesucristo».[22] De verdad, en el Rosario el camino de Cristo y el de María se encuentran profundamente unidos. ¡María no vive más que en Cristo y en función de Cristo!

Rogar a Cristo con María

16. Cristo nos ha invitado a dirigirnos a Dios con insistencia y confianza para ser escuchados: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá» (Mt 7, 7). El fundamento de esta eficacia de la oración es la bondad del Padre, pero también la mediación de Cristo ante Él (cf. 1 Jn 2, 1) y la acción del Espíritu Santo, que «intercede por nosotros» (Rm 8, 26-27) según los designios de Dios. En efecto, nosotros «no sabemos cómo pedir» (Rm 8, 26) y a veces no somos escuchados porque pedimos mal (cf. St 4, 2-3).

Para apoyar la oración, que Cristo y el Espíritu hacen brotar en nuestro corazón, interviene María con su intercesión materna. «La oración de la Iglesia está como apoyada en la oración de María».[23] Efectivamente, si Jesús, único Mediador, es el Camino de nuestra oración, María, pura transparencia de Él, muestra el Camino, y «a partir de esta cooperación singular de María a la acción del Espíritu Santo, las Iglesias han desarrollado la oración a la santa Madre de Dios, centrándola sobre la persona de Cristo manifestada en sus misterios».[24] En las bodas de Caná, el Evangelio muestra precisamente la eficacia de la intercesión de María, que se hace portavoz ante Jesús de las necesidades humanas: «No tienen vino» (Jn 2, 3).

El Rosario es a la vez meditación y súplica. La plegaria insistente a la Madre de Dios se apoya en la confianza de que su materna intercesión lo puede todo ante el corazón del Hijo. Ella es «omnipotente por gracia», como, con audaz expresión que debe entenderse bien, dijo en su Súplica a la Virgen el Beato Bartolomé Longo.[25] Basada en el Evangelio, ésta es una certeza que se ha ido consolidando por experiencia propia en el pueblo cristiano. El eminente poeta Dante la interpreta estupendamente, siguiendo a san Bernardo, cuando canta: «Mujer, eres tan grande y tanto vales, que quien desea una gracia y no recurre a ti, quiere que su deseo vuele sin alas».[26]En el Rosario, mientras suplicamos a María, templo del Espíritu Santo (cf. Lc 1, 35), Ella intercede por nosotros ante el Padre que la ha llenado de gracia y ante el Hijo nacido de su seno, rogando con nosotros y por nosotros.

Anunciar a Cristo con María

17. El Rosario es también un itinerario de anuncio y de profundización, en el que el misterio de Cristoes presentado continuamente en los diversos aspectos de la experiencia cristiana. Es una presentación orante y contemplativa, que trata de modelar al cristiano según el corazón de Cristo. Efectivamente, si en el rezo del Rosario se valoran adecuadamente todos sus elementos para una meditación eficaz, se da, especialmente en la celebración comunitaria en las parroquias y los santuarios, una significativa oportunidad catequética que los Pastores deben saber aprovechar. La Virgen del Rosario continúa también de este modo su obra de anunciar a Cristo. La historia del Rosario muestra cómo esta oración ha sido utilizada especialmente por los Dominicos, en un momento difícil para la Iglesia a causa de la difusión de la herejía. Hoy estamos ante nuevos desafíos. ¿Por qué no volver a tomar en la mano las cuentas del rosario con la fe de quienes nos han precedido? El Rosario conserva toda su fuerza y sigue siendo un recurso importante en el bagaje pastoral de todo buen evangelizador.



CAPÍTULO II

MISTERIOS DE CRISTO,
MISTERIOS DE LA MADRE



El Rosario «compendio del Evangelio»

18. A la contemplación del rostro de Cristo sólo se llega escuchando, en el Espíritu, la voz del Padre, pues «nadie conoce bien al Hijo sino el Padre» (Mt 11, 27). Cerca de Cesarea de Felipe, ante la confesión de Pedro, Jesús puntualiza de dónde proviene esta clara intuición sobre su identidad: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16, 17). Así pues, es necesaria la revelación de lo alto. Pero, para acogerla, es indispensable ponerse a la escucha: «Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio»[27]

El Rosario es una de las modalidades tradicionales de la oración cristiana orientada a la contemplación del rostro de Cristo. Así lo describía el Papa Pablo VI: « Oración evangélica centrada en el misterio de la Encarnación redentora, el Rosario es, pues, oración de orientación profundamente cristológica. En efecto, su elemento más característico –la repetición litánica del "Dios te salve, María"– se convierte también en alabanza constante a Cristo, término último del anuncio del Ángel y del saludo de la Madre del Bautista: "Bendito el fruto de tu seno" (Lc 1,42). Diremos más: la repetición del Ave Maria constituye el tejido sobre el cual se desarrolla la contemplación de los misterios: el Jesús que toda Ave María recuerda es el mismo que la sucesión de los misterios nos propone una y otra vez como Hijo de Dios y de la Virgen».[28]

Una incorporación oportuna

19. De los muchos misterios de la vida de Cristo, el Rosario, tal como se ha consolidado en la práctica más común corroborada por la autoridad eclesial, sólo considera algunos. Dicha selección proviene del contexto original de esta oración, que se organizó teniendo en cuenta el número 150, que es el mismo de los Salmos.

No obstante, para resaltar el carácter cristológico del Rosario, considero oportuna una incorporación que, si bien se deja a la libre consideración de los individuos y de la comunidad, les permita contemplar también los misterios de la vida pública de Cristo desde el Bautismo a la Pasión. En efecto, en estos misterios contemplamos aspectos importantes de la persona de Cristo como revelador definitivo de Dios. Él es quien, declarado Hijo predilecto del Padre en el Bautismo en el Jordán, anuncia la llegada del Reino, dando testimonio de él con sus obras y proclamando sus exigencias. Durante la vida pública es cuando el misterio de Cristo se manifiesta de manera especial como misterio de luz: «Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo» (Jn 9, 5).

Para que pueda decirse que el Rosario es más plenamente 'compendio del Evangelio', es conveniente pues que, tras haber recordado la encarnación y la vida oculta de Cristo (misterios de gozo), y antes de considerar los sufrimientos de la pasión (misterios de dolor) y el triunfo de la resurrección (misterios de gloria), la meditación se centre también en algunos momentos particularmente significativos de la vida pública (misterios de luz). Esta incorporación de nuevos misterios, sin prejuzgar ningún aspecto esencial de la estructura tradicional de esta oración, se orienta a hacerla vivir con renovado interés en la espiritualidad cristiana, como verdadera introducción a la profundidad del Corazón de Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria.

Misterios de gozo

20. El primer ciclo, el de los «misterios gozosos», se caracteriza efectivamente por el gozo que produce el acontecimiento de la encarnación. Esto es evidente desde la anunciación, cuando el saludo de Gabriel a la Virgen de Nazaret se une a la invitación a la alegría mesiánica: «Alégrate, María». A este anuncio apunta toda la historia de la salvación, es más, en cierto modo, la historia misma del mundo. En efecto, si el designio del Padre es de recapitular en Cristo todas las cosas (cf. Ef 1, 10), el don divino con el que el Padre se acerca a María para hacerla Madre de su Hijo alcanza a todo el universo. A su vez, toda la humanidad está como implicada en el fiat con el que Ella responde prontamente a la voluntad de Dios.

El regocijo se percibe en la escena del encuentro con Isabel, dónde la voz misma de María y la presencia de Cristo en su seno hacen «saltar de alegría» a Juan (cf. Lc 1, 44). Repleta de gozo es la escena de Belén, donde el nacimiento del divino Niño, el Salvador del mundo, es cantado por los ángeles y anunciado a los pastores como «una gran alegría» (Lc 2, 10).

Pero ya los dos últimos misterios, aun conservando el sabor de la alegría, anticipan indicios del drama. En efecto, la presentación en el templo, a la vez que expresa la dicha de la consagración y extasía al viejo Simeón, contiene también la profecía de que el Niño será «señal de contradicción» para Israel y de que una espada traspasará el alma de la Madre (cf. Lc 2, 34-35). Gozoso y dramático al mismo tiempo es también el episodio de Jesús de 12 años en el templo. Aparece con su sabiduría divina mientras escucha y pregunta, y ejerciendo sustancialmente el papel de quien 'enseña'. La revelación de su misterio de Hijo, dedicado enteramente a las cosas del Padre, anuncia aquella radicalidad evangélica que, ante las exigencias absolutas del Reino, cuestiona hasta los más profundos lazos de afecto humano. José y María mismos, sobresaltados y angustiados, «no comprendieron» sus palabras (Lc 2, 50).

De este modo, meditar los misterios «gozosos» significa adentrarse en los motivos últimos de la alegría cristiana y en su sentido más profundo. Significa fijar la mirada sobre lo concreto del misterio de la Encarnación y sobre el sombrío preanuncio del misterio del dolor salvífico. María nos ayuda a aprender el secreto de la alegría cristiana, recordándonos que el cristianismo es ante todo evangelion, 'buena noticia', que tiene su centro o, mejor dicho, su contenido mismo, en la persona de Cristo, el Verbo hecho carne, único Salvador del mundo.

Misterios de luz

21. Pasando de la infancia y de la vida de Nazaret a la vida pública de Jesús, la contemplación nos lleva a los misterios que se pueden llamar de manera especial «misterios de luz». En realidad, todo el misterio de Cristo es luz. Él es «la luz del mundo» (Jn 8, 12). Pero esta dimensión se manifiesta sobre todo en los años de la vida pública, cuando anuncia el evangelio del Reino. Deseando indicar a la comunidad cristiana cinco momentos significativos –misterios «luminosos»– de esta fase de la vida de Cristo, pienso que se pueden señalar: 1. su Bautismo en el Jordán; 2. su autorrevelación en las bodas de Caná; 3. su anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión; 4. su Transfiguración; 5. institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual.

Cada uno de estos misterios revela el Reino ya presente en la persona misma de Jesús. Misterio de luz es ante todo el Bautismo en el Jordán. En él, mientras Cristo, como inocente que se hace 'pecado' por nosotros (cf. 2 Co 5, 21), entra en el agua del río, el cielo se abre y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto (cf. Mt 3, 17 par.), y el Espíritu desciende sobre Él para investirlo de la misión que le espera. Misterio de luz es el comienzo de los signos en Caná (cf. Jn 2, 1-12), cuando Cristo, transformando el agua en vino, abre el corazón de los discípulos a la fe gracias a la intervención de María, la primera creyente. Misterio de luz es la predicación con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión (cf. Mc 1, 15), perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe (cf. Mc 2, 3-13; Lc 7,47-48), iniciando así el ministerio de misericordia que Él continuará ejerciendo hasta el fin del mundo, especialmente a través del sacramento de la Reconciliación confiado a la Iglesia. Misterio de luz por excelencia es la Transfiguración, que según la tradición tuvo lugar en el Monte Tabor. La gloria de la Divinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras el Padre lo acredita ante los apóstoles extasiados para que lo « escuchen » (cf. Lc 9, 35 par.) y se dispongan a vivir con Él el momento doloroso de la Pasión, a fin de llegar con Él a la alegría de la Resurrección y a una vida transfigurada por el Espíritu Santo. Misterio de luz es, por fin, la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor por la humanidad « hasta el extremo » (Jn13, 1) y por cuya salvación se ofrecerá en sacrificio.

Excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia de María queda en el trasfondo. Los Evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús (cf. Mc 3, 31-35; Jn 2, 12) y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo. La revelación, que en el Bautismo en el Jordán proviene directamente del Padre y ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María en Caná y se convierte en su gran invitación materna dirigida a la Iglesia de todos los tiempos: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5). Es una exhortación que introduce muy bien las palabras y signos de Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de fondo mariano de todos los «misterios de luz».

Misterios de dolor

22. Los Evangelios dan gran relieve a los misterios del dolor de Cristo. La piedad cristiana, especialmente en la Cuaresma, con la práctica del Via Crucis, se ha detenido siempre sobre cada uno de los momentos de la Pasión, intuyendo que ellos son el culmen de la revelación del amor y la fuente de nuestra salvación. El Rosario escoge algunos momentos de la Pasión, invitando al orante a fijar en ellos la mirada de su corazón y a revivirlos. El itinerario meditativo se abre con Getsemaní, donde Cristo vive un momento particularmente angustioso frente a la voluntad del Padre, contra la cual la debilidad de la carne se sentiría inclinada a rebelarse. Allí, Cristo se pone en lugar de todas las tentaciones de la humanidad y frente a todos los pecados de los hombres, para decirle al Padre: «no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42 par.). Este «sí» suyo cambia el «no» de los progenitores en el Edén. Y cuánto le costaría esta adhesión a la voluntad del Padre se muestra en los misterios siguientes, en los que, con la flagelación, la coronación de espinas, la subida al Calvario y la muerte en cruz, se ve sumido en la mayor ignominia: Ecce homo!

En este oprobio no sólo se revela el amor de Dios, sino el sentido mismo del hombre. Ecce homo: quien quiera conocer al hombre, ha de saber descubrir su sentido, su raíz y su cumplimiento en Cristo, Dios que se humilla por amor «hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2, 8). Los misterios de dolor llevan el creyente a revivir la muerte de Jesús poniéndose al pie de la cruz junto a María, para penetrar con ella en la inmensidad del amor de Dios al hombre y sentir toda su fuerza regeneradora.

Misterios de gloria

23. «La contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a su imagen de crucificado. ¡Él es el Resucitado!».[29] El Rosario ha expresado siempre esta convicción de fe, invitando al creyente a superar la oscuridad de la Pasión para fijarse en la gloria de Cristo en su Resurrección y en su Ascensión. Contemplando al Resucitado, el cristiano descubre de nuevo las razones de la propia fe (cf. 1 Co 15, 14), y revive la alegría no solamente de aquellos a los que Cristo se manifestó –los Apóstoles, la Magdalena, los discípulos de Emaús–, sino también el gozo de María, que experimentó de modo intenso la nueva vida del Hijo glorificado. A esta gloria, que con la Ascensión pone a Cristo a la derecha del Padre, sería elevada Ella misma con la Asunción, anticipando así, por especialísimo privilegio, el destino reservado a todos los justos con la resurrección de la carne. Al fin, coronada de gloria –como aparece en el último misterio glorioso–, María resplandece como Reina de los Ángeles y los Santos, anticipación y culmen de la condición escatológica del Iglesia.

En el centro de este itinerario de gloria del Hijo y de la Madre, el Rosario considera, en el tercer misterio glorioso, Pentecostés, que muestra el rostro de la Iglesia como una familia reunida con María, avivada por la efusión impetuosa del Espíritu y dispuesta para la misión evangelizadora. La contemplación de éste, como de los otros misterios gloriosos, ha de llevar a los creyentes a tomar conciencia cada vez más viva de su nueva vida en Cristo, en el seno de la Iglesia; una vida cuyo gran 'icono' es la escena de Pentecostés. De este modo, los misterios gloriosos alimentan en los creyentes la esperanza en la meta escatológica, hacia la cual se encaminan como miembros del Pueblo de Dios peregrino en la historia. Esto les impulsará necesariamente a dar un testimonio valiente de aquel «gozoso anuncio» que da sentido a toda su vida.

De los 'misterios' al 'Misterio': el camino de María

24. Los ciclos de meditaciones propuestos en el Santo Rosario no son ciertamente exhaustivos, pero llaman la atención sobre lo esencial, preparando el ánimo para gustar un conocimiento de Cristo, que se alimenta continuamente del manantial puro del texto evangélico. Cada rasgo de la vida de Cristo, tal como lo narran los Evangelistas, refleja aquel Misterio que supera todo conocimiento (cf. Ef 3, 19). Es el Misterio del Verbo hecho carne, en el cual «reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente» (Col 2, 9). Por eso el Catecismo de la Iglesia Católica insiste tanto en los misterios de Cristo, recordando que «todo en la vida de Jesús es signo de su Misterio».[30] El «duc in altum» de la Iglesia en el tercer Milenio se basa en la capacidad de los cristianos de alcanzar «en toda su riqueza la plena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio de Dios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Col 2, 2-3). La Carta a los Efesios desea ardientemente a todos los bautizados: «Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor [...], podáis conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total plenitud de Dios» (3, 17-19).

El Rosario promueve este ideal, ofreciendo el 'secreto' para abrirse más fácilmente a un conocimiento profundo y comprometido de Cristo. Podríamos llamarlo el camino de María. Es el camino del ejemplo de la Virgen de Nazaret, mujer de fe, de silencio y de escucha. Es al mismo tiempo el camino de una devoción mariana consciente de la inseparable relación que une Cristo con su Santa Madre: los misterios de Cristo son también, en cierto sentido, los misterios de su Madre, incluso cuando Ella no está implicada directamente, por el hecho mismo de que Ella vive de Él y por Él. Haciendo nuestras en el Ave Maria las palabras del ángel Gabriel y de santa Isabel, nos sentimos impulsados a buscar siempre de nuevo en María, entre sus brazos y en su corazón, el «fruto bendito de su vientre» (cf. Lc 1, 42).

Misterio de Cristo, 'misterio' del hombre

25. En el testimonio ya citado de 1978 sobre el Rosario como mi oración predilecta, expresé un concepto sobre el que deseo volver. Dije entonces que « el simple rezo del Rosario marca el ritmo de la vida humana ».[31]

A la luz de las reflexiones hechas hasta ahora sobre los misterios de Cristo, no es difícil profundizar en esta consideración antropológica del Rosario. Una consideración más radical de lo que puede parecer a primera vista. Quien contempla a Cristo recorriendo las etapas de su vida, descubre también en Él la verdad sobre el hombre. Ésta es la gran afirmación del Concilio Vaticano II, que tantas veces he hecho objeto de mi magisterio, a partir de la Carta Encíclica Redemptor hominis: «Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado».[32] El Rosario ayuda a abrirse a esta luz. Siguiendo el camino de Cristo, el cual «recapitula» el camino del hombre,[33] desvelado y redimido, el creyente se sitúa ante la imagen del verdadero hombre. Contemplando su nacimiento aprende el carácter sagrado de la vida, mirando la casa de Nazaret se percata de la verdad originaria de la familia según el designio de Dios, escuchando al Maestro en los misterios de su vida pública encuentra la luz para entrar en el Reino de Dios y, siguiendo sus pasos hacia el Calvario, comprende el sentido del dolor salvador. Por fin, contemplando a Cristo y a su Madre en la gloria, ve la meta a la que cada uno de nosotros está llamado, si se deja sanar y transfigurar por el Espíritu Santo. De este modo, se puede decir que cada misterio del Rosario, bien meditado, ilumina el misterio del hombre.

Al mismo tiempo, resulta natural presentar en este encuentro con la santa humanidad del Redentor tantos problemas, afanes, fatigas y proyectos que marcan nuestra vida. «Descarga en el señor tu peso, y él te sustentará» (Sal 55, 23). Meditar con el Rosario significa poner nuestros afanes en los corazones misericordiosos de Cristo y de su Madre. Después de largos años, recordando los sinsabores, que no han faltado tampoco en el ejercicio del ministerio petrino, deseo repetir, casi como una cordial invitación dirigida a todos para que hagan de ello una experiencia personal: sí, verdaderamente el Rosario « marca el ritmo de la vida humana », para armonizarla con el ritmo de la vida divina, en gozosa comunión con la Santísima Trinidad, destino y anhelo de nuestra existencia.


CAPÍTULO III

« PARA MÍ LA VIDA ES CRISTO »


El Rosario, camino de asimilación del misterio

26. El Rosario propone la meditación de los misterios de Cristo con un método característico, adecuado para favorecer su asimilación. Se trata del método basado en la repetición. Esto vale ante todo para el Ave Maria, que se repite diez veces en cada misterio. Si consideramos superficialmente esta repetición, se podría pensar que el Rosario es una práctica árida y aburrida. En cambio, se puede hacer otra consideración sobre el Rosario, si se toma como expresión del amor que no se cansa de dirigirse a la persona amada con manifestaciones que, incluso parecidas en su expresión, son siempre nuevas respecto al sentimiento que las inspira.

En Cristo, Dios ha asumido verdaderamente un «corazón de carne». Cristo no solamente tiene un corazón divino, rico en misericordia y perdón, sino también un corazón humano, capaz de todas las expresiones de afecto. A este respecto, si necesitáramos un testimonio evangélico, no sería difícil encontrarlo en el conmovedor diálogo de Cristo con Pedro después de la Resurrección. «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» Tres veces se le hace la pregunta, tres veces Pedro responde: «Señor, tú lo sabes que te quiero» (cf. Jn 21, 15-17). Más allá del sentido específico del pasaje, tan importante para la misión de Pedro, a nadie se le escapa la belleza de esta triple repetición, en la cual la reiterada pregunta y la respuesta se expresan en términos bien conocidos por la experiencia universal del amor humano. Para comprender el Rosario, hace falta entrar en la dinámica psicológica que es propia del amor.

Una cosa está clara: si la repetición del Ave Maria se dirige directamente a María, el acto de amor, con Ella y por Ella, se dirige a Jesús. La repetición favorece el deseo de una configuración cada vez más plena con Cristo, verdadero 'programa' de la vida cristiana. San Pablo lo ha enunciado con palabras ardientes: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia» (Flp 1, 21). Y también: «No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20). El Rosario nos ayuda a crecer en esta configuración hasta la meta de la santidad.

Un método válido...

27. No debe extrañarnos que la relación con Cristo se sirva de la ayuda de un método. Dios se comunica con el hombre respetando nuestra naturaleza y sus ritmos vitales. Por esto la espiritualidad cristiana, incluso conociendo las formas más sublimes del silencio místico, en el que todas las imágenes, palabras y gestos son como superados por la intensidad de una unión inefable del hombre con Dios, se caracteriza normalmente por la implicación de toda la persona, en su compleja realidad psicofísica y relacional.

Esto aparece de modo evidente en la Liturgia. Los Sacramentos y los Sacramentales están estructurados con una serie de ritos relacionados con las diversas dimensiones de la persona. También la oración no litúrgica expresa la misma exigencia. Esto se confirma por el hecho de que, en Oriente, la oración más característica de la meditación cristológica, la que está centrada en las palabras «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador»,[34] está vinculada tradicionalmente con el ritmo de la respiración, que, mientras favorece la perseverancia en la invocación, da como una consistencia física al deseo de que Cristo se convierta en el aliento, el alma y el 'todo' de la vida.

... que, no obstante, se puede mejorar

28. En la Carta apostólica Novo millennio ineunte he recordado que en Occidente existe hoy también una renovada exigencia de meditación, que encuentra a veces en otras religiones modalidades bastante atractivas.[35] Hay cristianos que, al conocer poco la tradición contemplativa cristiana, se dejan atraer por tales propuestas. Sin embargo, aunque éstas tengan elementos positivos y a veces compaginables con la experiencia cristiana, a menudo esconden un fondo ideológico inaceptable. En dichas experiencias abunda también una metodología que, pretendiendo alcanzar una alta concentración espiritual, usa técnicas de tipo psicofísico, repetitivas y simbólicas. El Rosario forma parte de este cuadro universal de la fenomenología religiosa, pero tiene características propias, que responden a las exigencias específicas de la vida cristiana.

En efecto, el Rosario es un método para contemplar. Como método, debe ser utilizado en relación al fin y no puede ser un fin en sí mismo. Pero tampoco debe infravalorarse, dado que es fruto de una experiencia secular. La experiencia de innumerables Santos aboga en su favor. Lo cual no impide que pueda ser mejorado. Precisamente a esto se orienta la incorporación, en el ciclo de los misterios, de la nueva serie de los mysteria lucis, junto con algunas sugerencias sobre el rezo del Rosario que propongo en esta Carta. Con ello, aunque respetando la estructura firmemente consolidada de esta oración, quiero ayudar a los fieles a comprenderla en sus aspectos simbólicos, en sintonía con las exigencias de la vida cotidiana. De otro modo, existe el riesgo de que esta oración no sólo no produzca los efectos espirituales deseados, sino que el rosario mismo con el que suele recitarse, acabe por considerarse como un amuleto o un objeto mágico, con una radical distorsión de su sentido y su cometido

El enunciado del misterio

29. Enunciar el misterio, y tener tal vez la oportunidad de contemplar al mismo tiempo una imagen que lo represente, es como abrir un escenario en el cual concentrar la atención. Las palabras conducen la imaginación y el espíritu a aquel determinado episodio o momento de la vida de Cristo. En la espiritualidad que se ha desarrollado en la Iglesia, tanto a través de la veneración de imágenes que enriquecen muchas devociones con elementos sensibles, como también del método propuesto por san Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espirituales, se ha recurrido al elemento visual e imaginativo (la compositio loci) considerándolo de gran ayuda para favorecer la concentración del espíritu en el misterio. Por lo demás, es una metodología que se corresponde con la lógica misma de la Encarnación: Dios ha querido asumir, en Jesús, rasgos humanos. Por medio de su realidad corpórea, entramos en contacto con su misterio divino.

El enunciado de los varios misterios del Rosario se corresponde también con esta exigencia de concreción. Es cierto que no sustituyen al Evangelio ni tampoco se refieren a todas sus páginas. El Rosario, por tanto, no reemplaza la lectio divina, sino que, por el contrario, la supone y la promueve. Pero si los misterios considerados en el Rosario, aun con el complemento de los mysteria lucis, se limita a las líneas fundamentales de la vida de Cristo, a partir de ellos la atención se puede extender fácilmente al resto del Evangelio, sobre todo cuando el Rosario se recita en momentos especiales de prolongado recogimiento.

La escucha de la Palabra de Dios

30. Para dar fundamento bíblico y mayor profundidad a la meditación, es útil que al enunciado del misterio siga la proclamación del pasaje bíblico correspondiente, que puede ser más o menos largo según las circunstancias. En efecto, otras palabras nunca tienen la eficacia de la palabra inspirada. Ésta debe ser escuchada con la certeza de que es Palabra de Dios, pronunciada para hoy y «para mí».

Acogida de este modo, la Palabra entra en la metodología de la repetición del Rosario sin el aburrimiento que produciría la simple reiteración de una información ya conocida. No, no se trata de recordar una información, sino de dejar 'hablar' a Dios. En alguna ocasión solemne y comunitaria, esta palabra se puede ilustrar con algún breve comentario.

El silencio

31. La escucha y la meditación se alimentan del silencio. Es conveniente que, después de enunciar el misterio y proclamar la Palabra, esperemos unos momentos antes de iniciar la oración vocal, para fijar la atención sobre el misterio meditado. El redescubrimiento del valor del silencio es uno de los secretos para la práctica de la contemplación y la meditación. Uno de los límites de una sociedad tan condicionada por la tecnología y los medios de comunicación social es que el silencio se hace cada vez más difícil. Así como en la Liturgia se recomienda que haya momentos de silencio, en el rezo del Rosario es también oportuno hacer una breve pausa después de escuchar la Palabra de Dios, concentrando el espíritu en el contenido de un determinado misterio.

El «Padrenuestro»

32. Después de haber escuchado la Palabra y centrado la atención en el misterio, es natural que el ánimo se eleve hacia el Padre. Jesús, en cada uno de sus misterios, nos lleva siempre al Padre, al cual Él se dirige continuamente, porque descansa en su 'seno' (cf Jn 1, 18). Él nos quiere introducir en la intimidad del Padre para que digamos con Él: «¡Abbá, Padre!» (Rm 8, 15; Ga 4, 6). En esta relación con el Padre nos hace hermanos suyos y entre nosotros, comunicándonos el Espíritu, que es a la vez suyo y del Padre. El «Padrenuestro», puesto como fundamento de la meditación cristológico-mariana que se desarrolla mediante la repetición del Ave Maria, hace que la meditación del misterio, aun cuando se tenga en soledad, sea una experiencia eclesial.

Las diez «Ave Maria»

33. Este es el elemento más extenso del Rosario y que a la vez lo convierte en una oración mariana por excelencia. Pero precisamente a la luz del Ave Maria, bien entendida, es donde se nota con claridad que el carácter mariano no se opone al cristológico, sino que más bien lo subraya y lo exalta. En efecto, la primera parte del Ave Maria, tomada de las palabras dirigidas a María por el ángel Gabriel y por santa Isabel, es contemplación adorante del misterio que se realiza en la Virgen de Nazaret. Expresan, por así decir, la admiración del cielo y de la tierra y, en cierto sentido, dejan entrever la complacencia de Dios mismo al ver su obra maestra –la encarnación del Hijo en el seno virginal de María–, análogamente a la mirada de aprobación del Génesis (cf. Gn 1, 31), aquel «pathos con el que Dios, en el alba de la creación, contempló la obra de sus manos».[36] Repetir en el Rosario el Ave Maria nos acerca a la complacencia de Dios: es júbilo, asombro, reconocimiento del milagro más grande de la historia. Es el cumplimiento dela profecía de María: «Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada» (Lc1, 48).

El centro del Ave Maria, casi como engarce entre la primera y la segunda parte, es el nombre de Jesús. A veces, en el rezo apresurado, no se percibe este aspecto central y tampoco la relación con el misterio de Cristo que se está contemplando. Pero es precisamente el relieve que se da al nombre de Jesús y a su misterio lo que caracteriza una recitación consciente y fructuosa del Rosario. Ya Pablo VI recordó en la Exhortación apostólica Marialis cultus la costumbre, practicada en algunas regiones, de realzar el nombre de Cristo añadiéndole una cláusula evocadora del misterio que se está meditando.[37] Es una costumbre loable, especialmente en la plegaria pública. Expresa con intensidad la fe cristológica, aplicada a los diversos momentos de la vida del Redentor. Es profesión de fe y, al mismo tiempo, ayuda a mantener atenta la meditación, permitiendo vivir la función asimiladora, innata en la repetición del Ave Maria, respecto al misterio de Cristo. Repetir el nombre de Jesús –el único nombre del cual podemos esperar la salvación (cf. Hch 4, 12)– junto con el de su Madre Santísima, y como dejando que Ella misma nos lo sugiera, es un modo de asimilación, que aspira a hacernos entrar cada vez más profundamente en la vida de Cristo.

De la especial relación con Cristo, que hace de María la Madre de Dios, la Theotòkos, deriva, además, la fuerza de la súplica con la que nos dirigimos a Ella en la segunda parte de la oración, confiando a su materna intercesión nuestra vida y la hora de nuestra muerte.

El «Gloria»

34. La doxología trinitaria es la meta de la contemplación cristiana. En efecto, Cristo es el camino que nos conduce al Padre en el Espíritu. Si recorremos este camino hasta el final, nos encontramos continuamente ante el misterio de las tres Personas divinas que se han de alabar, adorar y agradecer. Es importante que el Gloria, culmen de la contemplación, sea bien resaltado en el Rosario. En el rezo público podría ser cantado, para dar mayor énfasis a esta perspectiva estructural y característica de toda plegaria cristiana.

En la medida en que la meditación del misterio haya sido atenta, profunda, fortalecida –de Ave en Ave – por el amor a Cristo y a María, la glorificación trinitaria en cada decena, en vez de reducirse a una rápida conclusión, adquiere su justo tono contemplativo, como para levantar el espíritu a la altura del Paraíso y hacer revivir, de algún modo, la experiencia del Tabor, anticipación de la contemplación futura: «Bueno es estarnos aquí» (Lc 9, 33).

La jaculatoria final

35. Habitualmente, en el rezo del Rosario, después de la doxología trinitaria sigue una jaculatoria, que varía según las costumbres. Sin quitar valor a tales invocaciones, parece oportuno señalar que la contemplación de los misterios puede expresar mejor toda su fecundidad si se procura que cada misterio concluya con una oración dirigida a alcanzar los frutos específicos de la meditación del misterio. De este modo, el Rosario puede expresar con mayor eficacia su relación con la vida cristiana. Lo sugiere una bella oración litúrgica, que nos invita a pedir que, meditando los misterios del Rosario, lleguemos a «imitar lo que contienen y a conseguir lo que prometen».[38]

Como ya se hace, dicha oración final puede expresarse en varias forma legítimas. El Rosario adquiere así también una fisonomía más adecuada a las diversas tradiciones espirituales y a las distintas comunidades cristianas. En esta perspectiva, es de desear que se difundan, con el debido discernimiento pastoral, las propuestas más significativas, experimentadas tal vez en centros y santuarios marianos que cultivan particularmente la práctica del Rosario, de modo que el Pueblo de Dios pueda acceder a toda auténtica riqueza espiritual, encontrando así una ayuda para la propia contemplación.

El 'rosario'

36. Instrumento tradicional para rezarlo es el rosario. En la práctica más superficial, a menudo termina por ser un simple instrumento para contar la sucesión de las Ave Maria. Pero sirve también para expresar un simbolismo, que puede dar ulterior densidad a la contemplación.

A este propósito, lo primero que debe tenerse presente es que el rosario está centrado en el Crucifijo, que abre y cierra el proceso mismo de la oración. En Cristo se centra la vida y la oración de los creyentes. Todo parte de Él, todo tiende hacia Él, todo, a través de Él, en el Espíritu Santo, llega al Padre.

En cuanto medio para contar, que marca el avanzar de la oración, el rosario evoca el camino incesante de la contemplación y de la perfección cristiana. El Beato Bartolomé Longo lo consideraba también como una 'cadena' que nos une a Dios. Cadena, sí, pero cadena dulce; así se manifiesta la relación con Dios, que es Padre. Cadena 'filial', que nos pone en sintonía con María, la «sierva del Señor» (Lc 1, 38) y, en definitiva, con el propio Cristo, que, aun siendo Dios, se hizo «siervo» por amor nuestro (Flp 2, 7).

Es también hermoso ampliar el significado simbólico del rosario a nuestra relación recíproca, recordando de ese modo el vínculo de comunión y fraternidad que nos une a todos en Cristo.

Inicio y conclusión

37. En la práctica corriente, hay varios modos de comenzar el Rosario, según los diversos contextos eclesiales. En algunas regiones se suele iniciar con la invocación del Salmo 69: «Dios mío ven en mi auxilio, Señor date prisa en socorrerme», como para alimentar en el orante la humilde conciencia de su propia indigencia; en otras, se comienza recitando el Credo, como haciendo de la profesión de fe el fundamento del camino contemplativo que se emprende. Éstos y otros modos similares, en la medida que disponen el ánimo para la contemplación, son usos igualmente legítimos. La plegaria se concluye rezando por las intenciones del Papa, para elevar la mirada de quien reza hacia el vasto horizonte de las necesidades eclesiales. Precisamente para fomentar esta proyección eclesial del Rosario, la Iglesia ha querido enriquecerlo con santas indulgencias para quien lo recita con las debidas disposiciones.

En efecto, si se hace así, el Rosario es realmente un itinerario espiritual en el que María se hace madre, maestra, guía, y sostiene al fiel con su poderosa intercesión. ¿Cómo asombrarse, pues, si al final de esta oración en la cual se ha experimentado íntimamente la maternidad de María, el espíritu siente necesidad de dedicar una alabanza a la Santísima Virgen, bien con la espléndida oración de la Salve Regina, bien con las Letanías lauretanas? Es como coronar un camino interior, que ha llevado al fiel al contacto vivo con el misterio de Cristo y de su Madre Santísima.

La distribución en el tiempo

38. El Rosario puede recitarse entero cada día, y hay quienes así lo hacen de manera laudable. De ese modo, el Rosario impregna de oración los días de muchos contemplativos, o sirve de compañía a enfermos y ancianos que tienen mucho tiempo disponible. Pero es obvio –y eso vale, con mayor razón, si se añade el nuevo ciclo de los mysteria lucis– que muchos no podrán recitar más que una parte, según un determinado orden semanal. Esta distribución semanal da a los días de la semana un cierto 'color' espiritual, análogamente a lo que hace la Liturgia con las diversas fases del año litúrgico.

Según la praxis corriente, el lunes y el jueves están dedicados a los «misterios gozosos», el martes y el viernes a los «dolorosos», el miércoles, el sábado y el domingo a los «gloriosos». ¿Dónde introducir los «misterios de la luz»? Considerando que los misterios gloriosos se proponen seguidos el sábado y el domingo, y que el sábado es tradicionalmente un día de marcado carácter mariano, parece aconsejable trasladar al sábado la segunda meditación semanal de los misterios gozosos, en los cuales la presencia de María es más destacada. Queda así libre el jueves para la meditación de los misterios de la luz.

No obstante, esta indicación no pretende limitar una conveniente libertad en la meditación personal y comunitaria, según las exigencias espirituales y pastorales y, sobre todo, las coincidencias litúrgicas que pueden sugerir oportunas adaptaciones. Lo verdaderamente importante es que el Rosario se comprenda y se experimente cada vez más como un itinerario contemplativo. Por medio de él, de manera complementaria a cuanto se realiza en la Liturgia, la semana del cristiano, centrada en el domingo, día de la resurrección, se convierte en un camino a través de los misterios de la vida de Cristo, y Él se consolida en la vida de sus discípulos como Señor del tiempo y de la historia.


CONCLUSIÓN


«Rosario bendito de María, cadena dulce que nos unes con Dios»

39. Lo que se ha dicho hasta aquí expresa ampliamente la riqueza de esta oración tradicional, que tiene la sencillez de una oración popular, pero también la profundidad teológica de una oración adecuada para quien siente la exigencia de una contemplación más intensa.

La Iglesia ha visto siempre en esta oración una particular eficacia, confiando las causas más difíciles a su recitación comunitaria y a su práctica constante. En momentos en los que la cristiandad misma estaba amenazada, se atribuyó a la fuerza de esta oración la liberación del peligro y la Virgen del Rosario fue considerada como propiciadora de la salvación.

Hoy deseo confiar a la eficacia de esta oración –lo he señalado al principio– la causa de la paz en el mundo y la de la familia.

La paz

40. Las dificultades que presenta el panorama mundial en este comienzo del nuevo Milenio nos inducen a pensar que sólo una intervención de lo Alto, capaz de orientar los corazones de quienes viven situaciones conflictivas y de quienes dirigen los destinos de las Naciones, puede hacer esperar en un futuro menos oscuro.

El Rosario es una oración orientada por su naturaleza hacia la paz, por el hecho mismo de que contempla a Cristo, Príncipe de la paz y «nuestra paz» (Ef 2, 14). Quien interioriza el misterio de Cristo –y el Rosario tiende precisamente a eso– aprende el secreto de la paz y hace de ello un proyecto de vida. Además, debido a su carácter meditativo, con la serena sucesión del Ave Maria, el Rosario ejerce sobre el orante una acción pacificadora que lo dispone a recibir y experimentar en la profundidad de su ser, y a difundir a su alrededor, paz verdadera, que es un don especial del Resucitado (cf. Jn 14, 27; 20, 21).

Es además oración por la paz por la caridad que promueve. Si se recita bien, como verdadera oración meditativa, el Rosario, favoreciendo el encuentro con Cristo en sus misterios, muestra también el rostro de Cristo en los hermanos, especialmente en los que más sufren. ¿Cómo se podría considerar, en los misterios gozosos, el misterio del Niño nacido en Belén sin sentir el deseo de acoger, defender y promover la vida, haciéndose cargo del sufrimiento de los niños en todas las partes del mundo? ¿Cómo podrían seguirse los pasos del Cristo revelador, en los misterios de la luz, sin proponerse el testimonio de sus bienaventuranzas en la vida de cada día? Y ¿cómo contemplar a Cristo cargado con la cruz y crucificado, sin sentir la necesidad de hacerse sus «cireneos» en cada hermano aquejado por el dolor u oprimido por la desesperación? ¿Cómo se podría, en fin, contemplar la gloria de Cristo resucitado y a María coronada como Reina, sin sentir el deseo de hacer este mundo más hermoso, más justo, más cercano al proyecto de Dios?

En definitiva, mientras nos hace contemplar a Cristo, el Rosario nos hace también constructores de la paz en el mundo. Por su carácter de petición insistente y comunitaria, en sintonía con la invitación de Cristo a «orar siempre sin desfallecer» (Lc 18,1), nos permite esperar que hoy se pueda vencer también una 'batalla' tan difícil como la de la paz. De este modo, el Rosario, en vez de ser una huida de los problemas del mundo, nos impulsa a examinarlos de manera responsable y generosa, y nos concede la fuerza de afrontarlos con la certeza de la ayuda de Dios y con el firme propósito de testimoniar en cada circunstancia la caridad, «que es el vínculo de la perfección» (Col 3, 14).

La familia: los padres...

41. Además de oración por la paz, el Rosario es también, desde siempre, una oración de la familia y por la familia. Antes esta oración era apreciada particularmente por las familias cristianas, y ciertamente favorecía su comunión. Conviene no descuidar esta preciosa herencia. Se ha de volver a rezar en familia y a rogar por las familias, utilizando todavía esta forma de plegaria.

Si en la Carta apostólica Novo millennio ineunte he alentado la celebración de la Liturgia de las Horas por parte de los laicos en la vida ordinaria de las comunidades parroquiales y de los diversos grupos cristianos,[39] deseo hacerlo igualmente con el Rosario. Se trata de dos caminos no alternativos, sino complementarios, de la contemplación cristiana. Pido, por tanto, a cuantos se dedican a la pastoral de las familias que recomienden con convicción el rezo del Rosario.

La familia que reza unida, permanece unida. El Santo Rosario, por antigua tradición, es una oración que se presta particularmente para reunir a la familia. Contemplando a Jesús, cada uno de sus miembros recupera también la capacidad de volverse a mirar a los ojos, para comunicar, solidarizarse, perdonarse recíprocamente y comenzar de nuevo con un pacto de amor renovado por el Espíritu de Dios.

Muchos problemas de las familias contemporáneas, especialmente en las sociedades económicamente más desarrolladas, derivan de una creciente dificultad para comunicarse. No se consigue estar juntos y a veces los raros momentos de reunión quedan absorbidos por las imágenes de un televisor. Volver a rezar el Rosario en familia significa introducir en la vida cotidiana otras imágenes muy distintas, las del misterio que salva: la imagen del Redentor, la imagen de su Madre santísima. La familia que reza unida el Rosario reproduce un poco el clima de la casa de Nazaret: Jesús está en el centro, se comparten con él alegrías y dolores, se ponen en sus manos las necesidades y proyectos, se obtienen de él la esperanza y la fuerza para el camino.

... y los hijos

42. Es hermoso y fructuoso confiar también a esta oración el proceso de crecimiento de los hijos. ¿No es acaso, el Rosario, el itinerario de la vida de Cristo, desde su concepción a la muerte, hasta la resurrección y la gloria? Hoy resulta cada vez más difícil para los padres seguir a los hijos en las diversas etapas de su vida. En la sociedad de la tecnología avanzada, de los medios de comunicación social y de la globalización, todo se ha acelerado, y cada día es mayor la distancia cultural entre las generaciones. Los mensajes de todo tipo y las experiencias más imprevisibles hacen mella pronto en la vida de los chicos y los adolescentes, y a veces es angustioso para los padres afrontar los peligros que corren los hijos. Con frecuencia se encuentran ante desilusiones fuertes, al constatar los fracasos de los hijos ante la seducción de la droga, los atractivos de un hedonismo desenfrenado, las tentaciones de la violencia o las formas tan diferentes del sinsentido y la desesperación.

Rezar con el Rosario por los hijos, y mejor aún, con los hijos, educándolos desde su tierna edad para este momento cotidiano de «intervalo de oración» de la familia, no es ciertamente la solución de todos los problemas, pero es una ayuda espiritual que no se debe minimizar. Se puede objetar que el Rosario parece una oración poco adecuada para los gustos de los chicos y los jóvenes de hoy. Pero quizás esta objeción se basa en un modo poco esmerado de rezarlo. Por otra parte, salvando su estructura fundamental, nada impide que, para ellos, el rezo del Rosario –tanto en familia como en los grupos– se enriquezca con oportunas aportaciones simbólicas y prácticas, que favorezcan su comprensión y valorización. ¿Por qué no probarlo? Una pastoral juvenil no derrotista, apasionada y creativa –¡las Jornadas Mundiales de la Juventud han dado buena prueba de ello!– es capaz de dar, con la ayuda de Dios, pasos verdaderamente significativos. Si el Rosario se presenta bien, estoy seguro de que los jóvenes mismos serán capaces de sorprender una vez más a los adultos, haciendo propia esta oración y recitándola con el entusiasmo típico de su edad.

El Rosario, un tesoro que recuperar

43. Queridos hermanos y hermanas: Una oración tan fácil, y al mismo tiempo tan rica, merece de veras ser recuperada por la comunidad cristiana. Hagámoslo sobre todo en este año, asumiendo esta propuesta como una consolidación de la línea trazada en la Carta apostólica Novo millennio ineunte, en la cual se han inspirado los planes pastorales de muchas Iglesias particulares al programar los objetivos para el próximo futuro.

Me dirijo en particular a vosotros, queridos Hermanos en el Episcopado, sacerdotes y diáconos, y a vosotros, agentes pastorales en los diversos ministerios, para que, teniendo la experiencia personal de la belleza del Rosario, os convirtáis en sus diligentes promotores.

Confío también en vosotros, teólogos, para que, realizando una reflexión a la vez rigurosa y sabia, basada en la Palabra de Dios y sensible a la vivencia del pueblo cristiano, ayudéis a descubrir los fundamentos bíblicos, las riquezas espirituales y la validez pastoral de esta oración tradicional.

Cuento con vosotros, consagrados y consagradas, llamados de manera particular a contemplar el rostro de Cristo siguiendo el ejemplo de María.

Pienso en todos vosotros, hermanos y hermanas de toda condición, en vosotras, familias cristianas, en vosotros, enfermos y ancianos, en vosotros, jóvenes: tomad con confianza entre las manos el rosario, descubriéndolo de nuevo a la luz de la Escritura, en armonía con la Liturgia y en el contexto de la vida cotidiana.

¡Qué este llamamiento mío no sea en balde! Al inicio del vigésimo quinto año de Pontificado, pongo esta Carta apostólica en las manos de la Virgen María, postrándome espiritualmente ante su imagen en su espléndido Santuario edificado por el Beato Bartolomé Longo, apóstol del Rosario. Hago mías con gusto las palabras conmovedoras con las que él termina la célebre Súplica a la Reina del Santo Rosario: «Oh Rosario bendito de María, dulce cadena que nos une con Dios, vínculo de amor que nos une a los Ángeles, torre de salvación contra los asaltos del infierno, puerto seguro en el común naufragio, no te dejaremos jamás. Tú serás nuestro consuelo en la hora de la agonía. Para ti el último beso de la vida que se apaga. Y el último susurro de nuestros labios será tu suave nombre, oh Reina del Rosario de Pompeya, oh Madre nuestra querida, oh Refugio de los pecadores, oh Soberana consoladora de los tristes. Que seas bendita por doquier, hoy y siempre, en la tierra y en el cielo».

Vaticano, 16 octubre del año 2002, inicio del vigésimo quinto de mi Pontificado.


JUAN PABLO II


TEXTO ORIGINAL AQUI