sábado, 31 de diciembre de 2011

FELIZ AÑO NUEVO 2012

HERMANOS Y HERMANAS,
PAZ Y BIEN:

LES DESEAMOS PARA ESTE NUEVO AÑO QUE RECIÉN SE INICIARÁ, LA BENDICIÓN DE DIOS PADRE, YAVHÉ DE LOS EJÉRCITOS CELESTIALES; DE DIOS HIJO, NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, EL LEÓN DE JUDÁ; Y DE DIOS ESPÍRITU SANTO, EL PARÁCLITO, EL CONSOLADOR !.

QUE ESTE AÑO 2011, QUE SE NOS VÁ, SEA UN AÑO RECORDADO, COMO AQUEL EN QUE SUCEDIERON MUCHAS COSAS BUENAS Y TAMBIÉN MALAS, ESTAS ÚLTIMAS POR EL MISTERIO DE LA VIDA, OCURRIERON SIN LUGAR A DUDAS, PORQUE DIOS ASÍ LO PERMITIÓ.

EN EL DEVENIR DE LA VIDA, EN EL PEREGRINAJE EN ESTE MUNDO, DONDE SE MANIFIESTA EL REINO TERRENAL, SIEMPRE HABRÁ QUE CONVIVIR CON LA VIDA Y CON LA MUERTE; ES POR ELLO QUE NUESTRO LLAMADO A LA CONVERSIÓN, A LA LIMPIEZA DEL ALMA, Y A LA SANACIÓN DE LAS HERIDAS QUE HAY GUARDADAS EN NUESTROS CORAZONES Y MENTES, SE HACE CADA VEZ MÁS VÁLIDO Y MÁS URGENTE.

QUE ESTE NUEVO AÑO 2012, TE SORPRENDA CON TUS LÁMPARAS ENCENDIDAS, Y CON ABUNDANTE ACEITE. QUE ESTE NUEVO AÑO 2012, ESTÉS REVESTIDO DE LA CARIDAD, CONFORME AL REQUERIMIENTO DE JESÚS, Y PUEDAS ASÍ ESTAR PREPARADO EN LA ASISTENCIA A LA CELEBRACIÓN DE LAS BODAS.

QUE ESTE AÑO 2012 TU SERVICIO SEA MÁS GENEROSO, MÁS DECIDIDO Y VALEROSO.

QUE EN ESTE NUEVO AÑO 2012 QUE SE INICIA, TE PREPARES PARA LA BATALLA ESPIRITUAL, QUE TE EDUQUES EN LA FE, QUE ESTUDIES EL EVANGELIO, QUE LEAS Y PREPARES LECTIO DIVINA, QUE NO TE AVERGUENSES DE DAR TESTIMONIO DE JESUCRISTO, CON TU ACTUAR HONESTO, Y SINCERO, QUE PUEDAS ALABARLO Y AGRADECERLE EN PÚBLICO, EN TUS COMUNIDADES CARISMÁTICAS.

QUE ESTE AÑO 2012 QUE ESTÁ POR INICIARSE, TE REVISTAS DEL HOMBRE NUEVO QUE EXIGE DIOS, EL HOMBRE LEAL Y CONSECUENTE, EL HOMBRE QUE NO TIENE POR VOCACIÓN BUSCAR ENEMISTADES, EL HOMBRE QUE SÓLO BUSCA AYUDAR A DIOS EN LA PROCLAMACIÓN DE SU EVANGELIO. EL HOMBRE QUE NO TIENE POR FIN EN SU VIDA ACUMULAR RIQUEZAS TERRENALES, SI NO RIQUEZAS CELESTIALES.

QUE ESTE AÑO 2012 SE ALEJEN DE TU HOGAR, LAS PELEAS Y DISCUSIONES, SE ALEJEN LA RUINA Y LAS ENFERMEDADES MENTALES, SE ALEJEN LOS VENENOS Y ODIOS, SE ALEJEN LAS MALDICIONES Y LAS ENFERMEDADES.

QUE EN ESTE NUEVO AÑO 2012, RENUNCIES A SATANÁS Y AL PECADO, RENUNCIES A TODA CONSECUENCIA DEL MAL Y DEL PECADO.

QUE EN ESTE AÑO NUEVO 2012, SEA UN AÑO EN EL CUAL TE TRANSFORMES EN UN HOMBRE NUEVO, EN UN HOMBRE DE FE VIVA, DE FE ACTIVA, QUE LUCHES NO POR SOBRESALIR, SI NO POR SERVIR; QUE LUCHES Y BATALLES POR LA SALVACIÓN DE TU ALMA Y LAS DE TUS FAMILIARES, ESPECIALMENTE POR LOS QUE YA SE FUERON DE ESTE MUNDO.

QUE EN ESTE AÑO 2012, LA ALABANZA Y ADORACIÓN ESTÉN CONTIGO EN LA MESA, JUNTO A TU DESAYUNO, ALMUERZO Y CENA DIARIA; QUE NO CESES DE ORAR E INTERCEDER:

QUE EN ESTE AÑO 2012 QUE SE INICIA, NO TOMES NINGUNA DECISIÓN, SIN PEDIR ANTES ESPÍRITU SANTO.

QUE EN ESTE NUEVO AÑO 2012, DIOS TODOPODEROSO COLOQUE PERSONAS EN TU CAMINO, QUE TE AYUDEN EN ESTE PROPÓSITO, EL DE SALVAR TU ALMA Y LA DE DE MUCHOS.

QUE LA CORONA DE LA VICTORIA SEA TUYA Y QUE NADIE TE LA ROBE.

QUE EN ESTE NUEVO AÑO 2012, NO DUDES DE JESÚS.

Y QUE EN FIN, EN ESTE NUEVO AÑO 2012, SEAS UN VERDADERO CRISTIANO, UN CREYENTE DE VERDAD, MIRA QUE JESÚS ESTÁ A TU LADO DESDE ANTES QUE NACIERAS, DESDE ANTES QUE FUERA CREADO TU CUERPO, MIRA QUE LA VIRGEN MARÍA TE HA AYUDADO DESDE SIEMPRE, Y SÓLO QUIERE TU SALVACIÓN, TU FELICIDAD Y TU GOZO ETERNO.

RECIBE DONDE TE ENCUENTRES LA BENDICIÓN DE DIOS PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO, Y LA BENDICIÓN DE LA COMUNIDAD CATÓLICA CARISMÁTICA "JERICÓ". (R.A.)

jueves, 29 de diciembre de 2011

Solemnidad de Santa María Madre de Dios.


LA BENDICIÓN Y LA PAZ
Solemnidad de Santa María Madre de Dios
1 de enero de 2012

En este primer día del año, por iniciativa del papa Pablo VI, celebramos la Jornada Mundial de la paz. No es un día para multiplicar los discursos ni la firma de los tratados. En la mayor parte del mundo, se comienza el año civil. No es extraño que evoquemos una bendición al inicio de nuestro caminar.
La bendición litúrgica de hoy se encuentra en el libro bíblico de los Números (Núm 6, 22-27). Como se sabe, fue adoptada también por San Francisco. Y debería formar parte de nuestros mejores deseos para los demás: “El Señor te bendiga y te proteja. Ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz”.
Bendición y protección, luz y favor, mirada y paz. Todo forma parte del don de Dios. ¿Qué más puede pedir el hombre? Cuando Dios mira a sus hijos les otorga su bendición. Sin despreciar los esfuerzos del no creyente por construir un mundo mejor, los creyentes saben y creen que pueden confiar en una presencia divina que ilumina la existencia humana.

EL NOMBRE DE JESÚS

Por otra parte, este primer día del año civil está dedicado a venerar a Santa María, la Madre de Dios. Pero la Madre no puede ser recordada sin el Hijo. Como escribe San Pablo a los Gálatas (Gál 4, 4-7), el Hijo de Dios nació de una mujer y nació bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley.
También el evangelio que hoy se proclama (Lc 2, 16-21) nos recuerda que a los ocho días de su nacimiento, Jesús es circuncidado. Con aquel rito se incorpora al pueblo de la Ley y de la alianza. Los ritos sagrados son signos que transforman la realidad. Aquel rito nos recuerda algo que hoy echamos de menos: la conciencia de una pertenencia a una comunidad de fe.
El evangelio dice algo más. El hijo de María recibe el nombre de Jesús, que ya había anunciado el ángel. Los padres eligen para su hijo un nombre que para ellos significa algo importante. En este caso, el mismo Dios ha elegido para su Hijo el nombre de “Jesús”, que significa “Dios salva”. Ese nombre revela el ser y la voluntad de Dios: la salvación del hombre.
En nuestros días hay nombres que no significan nada. El nombre de Jesús revela su misión. Nos habla de Dios y nos habla del hombre. Según san Bernardo, el nombre de Jesús es como el aceite, que alumbra en las lámparas, alivia en las heridas y alimenta en las comidas. “Jesús es miel en la boca, melodía en el oído y júbilo en el corazón”

LA MEDITACIÓN DE MARÍA

Además de hablar del hombre y del Dios que nos envía a Jesús, la liturgia de hoy nos habla de María. Como escribe San Agustín, María acoge la palabra de Dios en su mente y ésta se hace realidad en su vientre. En su vientre y en su vida entera.
• “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. La palabra de Dios se ha hecho historia en Jesús. De ahora en adelante, escuchar la palabra de Dios habría de llevar a María a contemplar a su Hijo.
• “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. La información actual nos hace testigos de los mil acontecimientos que se suceden cada día. La Iglesia entera, como María, ha de prestar atención a la presencia de Dios en el mundo.
• “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. Cada uno de los creyentes está llamado a observar el paso de Dios por su propia vida y a contemplar su presencia. Vivir la aventura de la fe más que el saber suscita en nosotros el sabor de lo divino.
- Santa María Madre de Dios, te damos gracias por haber acogido la Palabra de Dios. Enséñanos tu silencio y tu fe. Que contigo caminemos junto a Jesús, como testigos de la salvación de Dios. Amén.

José-Román Flecha Andrés
Universidad Pontificia de Salamanca

CALENDARIO FINALIZACIÓN TALLER DE ALABANZAS, SEGUNDO GRUPO.

De: Gerardo Lizama
Fecha: 28 de diciembre de 2011 22:09
Asunto: Alabanza
Para:

Estimados Hermanos(as)

Como terminó el taller de alabanza del grupo anterior y para no retrasar el actual, propongo el sgte. itinerario para terminar ya que quedan 4 temas:
1.- reunirnos mañana jueves 29 a las 19,30
2.- Martes 3
3.- Viernes 6
4.- Martes 10

Avisar por favor a

Francisco Javier Cerda
Valentina López
Marcela Maldonado
Roberto Arriagada
Rut Rodríguez
Patricia Rodríguez
María Loreto
Ljucas Sánchez
Rosita
Ester Provoste

Muchas gracias


--
atentamente

Gerardo Lizama S.
09 - 79505203

miércoles, 28 de diciembre de 2011

¿cómo podemos hacer que la Pascua se convierta en «vida»?

BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles 27 de abril de 2011
[Vídeo]

La Octava de Pascua
Queridos hermanos y hermanas:
En estos primeros días del tiempo pascual, que se prolonga hasta Pentecostés, estamos todavía llenos de la lozanía y de la alegría nueva que las celebraciones litúrgicas han traído a nuestro corazón. Por tanto, hoy quiero reflexionar brevemente con vosotros sobre la Pascua, corazón del misterio cristiano. En efecto, todo tiene su inicio aquí: Cristo resucitado de entre los muertos es el fundamento de nuestra fe. De la Pascua se irradia, como desde un centro luminoso, incandescente, toda la liturgia de la Iglesia, sacando de ella contenido y significado. La celebración litúrgica de la muerte y resurrección de Cristo no es una simple conmemoración de este acontecimiento, sino su actualización en el misterio, para la vida de todo cristiano y de toda comunidad eclesial, para nuestra vida. La fe en Cristo resucitado transforma la existencia, actuando en nosotros una resurrección continua, come escribía san Pablo a los primeros creyentes: «Antes sí erais tinieblas, pero ahora, sois luz por el Señor. Vivid como hijos de la luz; pues toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz» (Ef 5, 8-9).
Entonces, ¿cómo podemos hacer que la Pascua se convierta en «vida»? ¿Cómo puede asumir una «forma» pascual toda nuestra existencia interior y exterior? Debemos partir de la comprensión auténtica de la resurrección de Jesús: ese acontecimiento no es un simple retorno a la vida precedente, como lo fue para Lázaro, para la hija de Jairo o para el joven de Naím, sino que es algo completamente nuevo y distinto. La resurrección de Cristo es el paso hacia una vida que ya no está sometida a la caducidad del tiempo, una vida inmersa en la eternidad de Dios. En la resurrección de Jesús comienza una nueva condición del ser hombres, que ilumina y transforma nuestro camino de cada día y abre un futuro cualitativamente diferente y nuevo para toda la humanidad. Por ello, san Pablo no sólo vincula de manera inseparable la resurrección de los cristianos a la de Jesús (cf. 1 Co 15, 16.20), sino que señala también cómo se debe vivir el misterio pascual en la cotidianidad de nuestra vida.
En la carta a los Colosenses, san Pablo dice: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra» (3, 1-2). A primera vista, al leer este texto, podría parecer que el Apóstol quiere favorecer el desprecio de la realidad terrena, es decir, invitando a olvidarse de este mundo de sufrimiento, de injusticias, de pecados, para vivir anticipadamente en un paraíso celestial. En este caso, el pensamiento del «cielo» sería una especie de alienación. Pero, para captar el sentido verdadero de estas afirmaciones paulinas, basta no separarlas de su contexto. El Apóstol precisa muy bien lo que entiende por «los bienes de allá arriba», que el cristiano debe buscar, y «los bienes de la tierra», de los cuales debe cuidarse. Los «bienes de la tierra» que es necesario evitar son ante todo: «Dad muerte —escribe san Pablo— a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría» (3, 5-6). Dar muerte en nosotros al deseo insaciable de bienes materiales, al egoísmo, raíz de todo pecado. Por tanto, cuando el Apóstol invita a los cristianos a desprenderse con decisión de los «bienes de la tierra», claramente quiere dar a entender que eso pertenece al «hombre viejo» del cual el cristiano debe despojarse, para revestirse de Cristo.

Del mismo modo que explicó claramente cuáles son los bienes en los que no hay que fijar el propio corazón, con la misma claridad san Pablo nos señala cuáles son los «bienes de arriba», que el cristiano debe buscar y gustar. Atañen a lo que pertenece al «hombre nuevo», que se ha revestido de Cristo una vez para siempre en el Bautismo, pero que siempre necesita renovarse «a imagen de su Creador» (Col 3, 10). El Apóstol de los gentiles describe así esos «bienes de arriba»: «Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro (...). Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta» (Col 3, 12-14). Así pues, san Pablo está muy lejos de invitar a los cristianos, a cada uno de nosotros, a evadirse del mundo en el que Dios nos ha puesto. Es verdad que somos ciudadanos de otra «ciudad», donde está nuestra verdadera patria, pero el camino hacia esta meta debemos recorrerlo cada día en esta tierra. Participando desde ahora en la vida de Cristo resucitado debemos vivir como hombres nuevos en este mundo, en el corazón de la ciudad terrena.
Este es el camino no sólo para transformarnos a nosotros mismos, sino también para transformar el mundo, para dar a la ciudad terrena un rostro nuevo que favorezca el desarrollo del hombre y de la sociedad según la lógica de la solidaridad, de la bondad, con un respeto profundo de la dignidad propia de cada uno. El Apóstol nos recuerda cuáles son las virtudes que deben acompañar a la vida cristiana; en la cumbre está la caridad, con la cual todas las demás están relacionadas encontrando en ella su fuente y fundamento. La caridad resume y compendia «los bienes del cielo»: la caridad que, con la fe y la esperanza, representa la gran regla de vida del cristiano y define su naturaleza profunda.

La Pascua, por tanto, nos trae la novedad de un cambio profundo y total de una vida sujeta a la esclavitud del pecado a una vida de libertad, animada por el amor, fuerza que derriba toda barrera y construye una nueva armonía en el propio corazón y en la relación con los demás y con las cosas. Todo cristiano, así como toda comunidad, si vive la experiencia de este paso a la resurrección, no puede menos de ser fermento nuevo en el mundo, entregándose sin reservas en favor de las causas más urgentes y más justas, como demuestran los testimonios de los santos de todas las épocas y todos los lugares. Son numerosas también las expectativas de nuestro tiempo: nosotros, los cristianos, creyendo firmemente que la resurrección de Cristo ha renovado al hombre sin sacarlo del mundo donde construye su historia, debemos ser los testigos luminosos de esta vida nueva que la Pascua ha traído. La Pascua es un don que se ha de acoger cada vez más profundamente en la fe, para poder actuar en cada situación, con la gracia de Cristo, según la lógica de Dios, la lógica del amor. La luz de la resurrección de Cristo debe penetrar nuestro mundo, debe llegar como mensaje de verdad y de vida a todos los hombres a través de nuestro testimonio de todos los días.

Queridos amigos: ¡Sí, Cristo ha resucitado verdaderamente! No podemos retener sólo para nosotros la vida y la alegría que él nos ha donado en su Pascua, sino que debemos donarla a cuantos están cerca de nosotros. Esta es nuestra tarea y nuestra misión: hacer resucitar en el corazón del prójimo la esperanza donde hay desesperación, la alegría donde hay tristeza, la vida donde hay muerte. Testimoniar cada día la alegría del Señor resucitado significa vivir siempre en «forma pascual» y hacer resonar el gozoso anuncio de que Cristo no es una idea o un recuerdo del pasado, sino una Persona que vive con nosotros, para nosotros y en nosotros; y con él, para él y en él podemos hacer nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5).




Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los sacerdotes y alumnos del Seminario Conciliar de Barcelona, así como a los grupos provenientes de España, Guinea Ecuatorial, Perú, México, Argentina y otros países Latinoamericanos. Les animo a que con el testimonio cotidiano de vida irradien la luz de la resurrección de Cristo, que penetra el mundo, y se hace mensaje de verdad y amor para todos los hombres. Muchas gracias.

TEXTO ORIGINAL AQUI

viernes, 23 de diciembre de 2011

SE SUSPENDE EL TALLER DE ALABANZAS DE HOY VIERNES 23 DE DICIEMBRE.

HERMANOS(AS),

PAZ Y BIEN:



EL TALLER DE ALABANZAS DE HOY VIERNES SE SUSPENDE.



SE RECUPERARÁN LAS HORAS LA PRÓXIMA SEMANA.



POR FUERZA MAYOR, ESPERAMOS SU COMPRENSIÓN.



LA COMUNIDAD JERICÓ.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Dios está cerca de cada uno de nosotros y desea que lo descubramos


BENEDICTO XVI

AUDIENCIA GENERAL

Sala Pablo VI
Miércoles 21 de diciembre de 2011

[Vídeo]



Queridos hermanos y hermanas:

En la sociedad actual, donde por desgracia las fiestas que se avecinan están perdiendo progresivamente su valor religioso, es importante que los signos externos de estos días no nos alejen del significado genuino del misterio que celebramos. A saber: el Verbo de Dios se ha hecho carne y ha puesto su morada entre nosotros. Vivamos, por tanto, con gozo este hecho maravilloso. El Eterno ha entrado en los límites del espacio y el tiempo para hacer posible que hoy nos encontremos con Él. Dios está cerca de cada uno de nosotros y desea que lo descubramos, para que con su luz se disipen las tinieblas que encubren nuestra vida y la humanidad. Vivamos asimismo la Navidad contemplando con fervor el camino del inmenso amor de Dios, que nos atrae hacia Sí a través de la encarnación, pasión, muerte y resurrección de su Hijo. Sobre todo, vivamos este misterio en la Eucaristía, verdadero eje de la Navidad. En ella se hace realmente presente Jesús, Pan bajado del cielo y Cordero sacrificado por nuestra salvación.

* * *

Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos venidos de España y de los países latinoamericanos. Invito a todos a celebrar una Navidad auténticamente cristiana, con la alegría de saber que el Señor vino al mundo para salvarnos. Él quiere recorrer a nuestro lado el camino de la vida. Al Niño Dios pediré por todos, especialmente por quienes pasan por duras pruebas. Que en estos días santos, la caridad cristiana se muestre singularmente activa con los más necesitados. Para los pobres no puede haber dilación. Feliz Navidad. Muchas gracias.

TEXTO ORIGINAL AQUI

martes, 20 de diciembre de 2011

"En ti está la fuente de la vida".

CLAUSURA DE LA SEMANA DE ORACIÓN
POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
HOMILÍA DEL CARDENAL WALTER KASPER


Basílica de San Pablo extramuros,
viernes 25 de enero de 2002

"En ti está la fuente de la vida" (Sal 36, 10).

Amadísimos hermanos y hermanas;
queridos amigos:

Estas palabras del salmista fueron elegidas como tema de la Semana de oración de este año. Son palabras de fe y confianza, palabras de esperanza y valentía, palabras que nos unen y nos comprometen.

1. Os saludo a todos los que habéis venido para la celebración de la clausura de esta Semana de oración, en la que pedimos a Dios que envíe sobre nosotros su Espíritu de vida y sea verdaderamente fuente de vida nueva, de un nuevo impulso con vistas a la unidad de los cristianos y a la unidad de toda la humanidad. Saludo ante todo a las Iglesias y comunidades eclesiales que se encuentran presentes en Roma, y que con esta ocasión se reúnen cada año con nosotros en esta basílica de San Pablo extramuros, lugar realmente significativo e importante por los numerosos acontecimientos ecuménicos de los últimos decenios y sobre todo del Año jubilar. Vuestra presencia y vuestra participación activa juntamente con nosotros, así como nuestra oración común, es para mí el signo de una comunión que ha crecido y sigue creciendo, de una amistad prometedora, un motivo de gratitud, de alegría y de esperanza.

Queridos hermanos y hermanas, todos sentimos aún la profunda emoción que suscitó la Jornada de oración por la paz celebrada ayer en Asís. Esta experiencia realmente conmovedora ha sido un acontecimiento que quedará grabado en nuestros corazones. Demos gracias al Señor por habernos concedido esta experiencia, a través de la cual nos ha mostrado su presencia en nuestro mundo, en nuestro tiempo, a pesar de todas las inquietudes, las preocupaciones y los temores, y nos ha llenado una vez más de esperanza, pero al mismo tiempo nos ha comprometido de nuevo a ser constructores de paz y a serlo juntos.

2. Las palabras del salmista resuenan como un eco de los testimonios y de las plegarias de Asís. Verdaderamente, Dios es la fuente de la vida. Es necesario recordar esta verdad fundamental, sobre todo después de los tristes y trágicos acontecimientos del 11 de septiembre, fruto y expresión de los poderes de la muerte, de la muerte de miles de personas inocentes, y una amenaza a la vida, a los valores y a la cultura de la vida de toda la humanidad, una amenaza a la paz y a la convivencia civil de los hombres, de los pueblos, de las etnias, de las religiones y de las culturas. Así pues, los abismos de los poderes de la muerte y del mal se han abierto.

Esos acontecimientos han mostrado la fragilidad de nuestra civilización, han debilitado la certeza de nuestra seguridad. Hemos comprendido una vez más el significado profundo del mensaje del profeta Jeremías en el Antiguo Testamento: "Dicen: paz, paz, pero no hay paz" (Jr 8, 11). "Esperábamos paz, y no hay bien alguno" (Jr 8, 15). A lo largo de nuestra vida, incluso de nuestra vida moderna con todos sus sofisticados medios científicos y tecnológicos, nos vemos amenazados de muerte.

Por consiguiente, ¿dónde está la fuente de la vida? Esta es la pregunta que se plantea el hombre de nuestros días; es incluso el deseo, un hambre y una sed expresados por muchos contemporáneos. El deseo de la vida, de la vida verdadera, de la plenitud de la vida reside y habita en todo corazón humano, y muchos, sobre todo jóvenes, experimentan que una civilización del tener y del placer no basta, no sacia, no colma el corazón, no da la paz interior; al contrario, conduce a una búsqueda desenfrenada y, al mismo tiempo frustrante de tener más y cada vez más.

3. En Asís escuchamos otro mensaje, el mensaje de las religiones, de todas las religiones. Aunque sean muchas y muy diversas entre sí, transmiten un mensaje común: el mundo y la vida tienen un valor mucho más grande de lo que se puede ver, palpar, calcular, hacer, obtener y manipular; son expresiones más elevadas, más profundas, más ricas.

"Los hombres esperan de las diferentes religiones una respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana que, hoy como ayer, conmueven íntimamente sus corazones. ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido y el fin de nuestra vida? ¿Qué es el bien y qué el pecado? ¿Cuál es el origen y el fin del dolor? ¿Cuál es el camino para conseguir la verdadera felicidad? ¿Qué es la muerte? (...) ¿Cuál es, finalmente, ese misterio último e inefable que abarca nuestra existencia, del que procedemos y hacia el que nos dirigimos?" (Nostra aetate, 1). "Ya desde la antigüedad y hasta el momento actual, se encuentra en los diferentes pueblos una cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que está presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana, y a veces también el reconocimiento de la suma divinidad e incluso del Padre" (ib., 2). Las religiones quieren ser y mostrar caminos que llevan a la vida, llenar la vida de un íntimo sentido religioso. La convicción de la santidad de la vida es un patrimonio común de las religiones. Matar en nombre de la religión es una blasfemia, un uso impropio y una manera equivocada de entender la religión. Para las religiones Dios o la divinidad es fuente de vida.

4. La Biblia de los judíos y de los cristianos, con su fe en la creación, confirma, purifica y enriquece esta convicción religiosa. Dios ha creado "el cielo y la tierra, y todo su aparato" (Gn 2, 1). Dios, y sólo Dios, es la fuente de la vida, una fuente viva, activa, abundante y desbordante. Él lo ha creado todo, lo penetra todo con su soplo de vida; él conserva todo en la vida y al final lleva todo a la plenitud de la vida. "En él vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17, 28). Como nos dice la Biblia, él "ama la vida" (Sb 11, 26). En el último libro de la Biblia está escrito: "Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin. Al que tenga sed yo le daré gratis del manantial del agua de la vida" (Ap 21, 6). Por eso, al final "no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Ap 21, 4).

Queridos hermanos y hermanas, lo que necesitamos hoy es luchar por la vida y por la santidad de la vida. Nuestra cultura moderna y posmoderna es una cultura secularizada, que ha perdido la conciencia de Dios como fuente de la vida. El hombre mismo se ha hecho señor de la vida y quiere objetivar, analizar, calcular y manipular todo; así, lo reduce todo a objetos muertos; incluso la vida humana se convierte en objeto de cálculo económico.

Precisamente porque Dios es la fuente de la vida y porque Dios quiere la paz, los cristianos debemos promover y amar la vida, siendo constructores de paz. Los cristianos debemos ser protagonistas de una nueva cultura de la vida, del don de la vida, del respeto a la santidad de la vida, de los valores y de la prioridad de la vida frente a las cosas muertas. Ante la situación actual, ante las actuales amenazas y los actuales problemas, nuestros conflictos confesionales son una doble vergüenza. Todos los cristianos, juntamente con los judíos, deberíamos redescubrir la herencia común de la verdad sobre la creación. Deberíamos estar juntos y dar un testimonio común de Dios, fuente, custodio y amante de la vida; juntos debemos cooperar con vistas a una nueva cultura de la vida.

5. Queridos hermanos y hermanas, si reflexionamos sobre el versículo del salmista "En ti está la fuente de la vida", descubrimos otra dimensión, un elemento distintivo que el Nuevo Testamento nos indica: la dimensión de la vida nueva. En el pasaje del evangelio de san Juan que nos ha acompañado durante esta semana, el encuentro nocturno de Jesús con un jefe de los judíos, Nicodemo (cf. Jn 3, 1-17), ante la sorpresa de Nicodemo, Jesús habla de la necesidad de nacer de nuevo de agua y Espíritu, de nacer a la vida nueva y a la vida eterna.

Detrás de estas palabras se encuentra la misma experiencia a la que hemos aludido, la experiencia de la fragilidad y la experiencia de las heridas profundas y de las deformaciones de la vida humana, de la debilidad y de nuestra impotencia de dar seguridad y sentido a nuestra vida. Dios creó el mundo y al hombre "buenos"; incluso los creó "muy buenos"; pero el hombre, por el pecado, se apartó, se alejó de la fuente de la vida.

A pesar de ello, Dios permaneció fiel a su criatura. Dios, como dijo Jesús a Nicodemo, ama el mundo. Por eso mandó su Hijo al mundo. "En él estaba la vida" (Jn 1, 4). Vino para que tuviéramos vida y la tuviéramos en abundancia (cf. Jn 10, 10). Él es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 5). Esta es la explicación que Jesús da a Nicodemo: después de que en el paraíso se nos negara el acceso al primer árbol de la vida, con el árbol de la cruz surgió un nuevo árbol de la vida, "para que todo el que crea en él tenga vida eterna" (Jn 3, 15), para que todo el que beba del agua que Jesús da no tenga más sed; más aún, esta agua se convertirá en "fuente de agua que salta hasta la vida eterna" (Jn 4, 14). A través del agua del bautismo, Dios es de nuevo fuente de la vida nueva; a través del bautismo participamos de la vida nueva, llegamos a ser hombres y mujeres nuevos, nueva criatura; hemos sido reengendrados "para una esperanza viva" (1 P 1, 3).

6. Queridos hermanos y hermanas, este es el elemento fundamental de la fraternidad entre todos los bautizados, entre todos los cristianos. Hay diferencias entre nosotros; pertenecemos a Iglesias y comunidades eclesiales diversas. Pero lo que nos une es más profundo y más fuerte que lo que nos separa. Ninguna diferencia es tan profunda y ninguna brecha tan amplia y profunda que elimine o destruya nuestra comunión más sincera y más plena.

Así se explica la comunión real y profunda de todos los cristianos, a pesar de que viven en Iglesias y comunidades eclesiales diversas. Así se explica también la diferencia entre bautizados y no bautizados, entre el diálogo ecuménico, que se realiza entre cristianos, y el diálogo interreligioso, que se mantiene con miembros de religiones no cristianas. Es una diferencia cualitativa en el fundamento y también una diferencia cualitativa en el objetivo. Mientras que el diálogo interreligioso busca la convivencia pacífica y respetuosa y la amistad, el diálogo ecuménico busca la comunión plena y la unidad de la Iglesia.

La carta a los Efesios expresó esta comunión cristiana: "Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos" (Ef 4, 4-6).

7. Pero correríamos el peligro de un gravísimo malentendido en la comprensión de este elevado himno a nuestra comunión si dijéramos: "Estamos muy bien; estamos contentos; no hay nada que cambiar; podemos seguir como estamos". No; de ninguna manera. Si pensáramos así, olvidaríamos que Jesús y el Nuevo Testamento hablaron de la vida nueva, del hombre nuevo, de la nueva criatura. Necesitamos renovarnos cada día; necesitamos una renovación personal y una renovación comunitaria de la Iglesia. A menudo todos vivimos más de acuerdo con las leyes de este mundo viejo, en vez de vivir de acuerdo con la ley nueva de la vida nueva, con el nuevo mandamiento de la caridad.

No somos perfectos; incluso la Iglesia, aunque sea santa, es una Iglesia de pecadores. Eso resulta evidente si contemplamos nuestras divisiones. Van contra la voluntad de Jesús; son pecado. Todos los pensamientos negativos, las malas palabras, los prejuicios, las obras malas y las injusticias que se han producido durante los siglos y que siguen produciéndose hoy, contradicen el amor y la fraternidad cristiana. "Ecclesia semper reformanda" es un eslogan protestante; "Ecclesia purificanda", afirma el concilio Vaticano II (cf. Lumen gentium, 8). Las dos afirmaciones reflejan el concepto fundamental y el fulcro de la buena nueva de Jesús sobre la venida del reino de Dios: "Convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1, 5).

La conversión es esencial para la existencia cristiana y no hay un ecumenismo auténtico sin conversión, sin el deseo de dejarse sumergir en la novedad del reino de Dios. Es lo que nos enseña el concilio Vaticano II (cf. Unitatis redintegratio, 5-8); y lo reafirma el Papa en su encíclica ecuménica Ut unum sint (cf. nn. 15-16; 33-35). El movimiento ecuménico es ante todo y sobre todo un movimiento de conversión a la vida nueva. Hace falta una purificación de la memoria, un modo nuevo de pensar, un corazón nuevo, una verdadera espiritualidad ecuménica.

8. Sí, una renovada espiritualidad ecuménica, que es el núcleo del ecumenismo y es la clave para un nuevo impulso ecuménico que nos permita salir del atolladero en que nos encontramos y dar un gran salto hacia adelante. Es preciso acudir continuamente a las fuentes espirituales de la vida: la escucha de la palabra de Dios, los sacramentos, la oración. Cuanto más nos acerquemos a Cristo y a su evangelio de la vida nueva, tanto más nos acercaremos los unos a los otros. Sólo si nos renovamos nosotros, sólo si llegamos a ser hombres y mujeres nuevos, podremos ser testigos auténticos de la vida nueva en una cultura nueva de la vida. Sólo si vivimos la novedad del Evangelio, podremos ser testigos de la esperanza y alentar a los demás a acompañarnos en el camino largo y arduo, pero gozoso, hacia la unidad, a fin de que el mundo crea y encuentre la senda que lleva hacia la paz y la fraternidad.

"En ti está la fuente de la vida". Esta frase, queridos hermanos y hermanas, vale también para el movimiento ecuménico. No nosotros, ni nuestro esfuerzo, ni siquiera nuestro entusiasmo, sino sólo Dios es la fuente de un ecumenismo nuevo, de una Iglesia renovada para ser testigos de una cultura nueva y para ser constructores de paz. "Ven, Espíritu Santo, y renueva los corazones de tus fieles". Amén.

TEXTO ORIGINAL AQUI

lunes, 19 de diciembre de 2011

CANASTAS NAVIDEÑAS

Fwd: Solidarida​d Hoy


Comunidad Jericó Jericó
para: TODA LA RCC.

Hermanos y hermanas,
Buenos Días:


MI DESCANSO QUE A OTROS DESCANSE.

Tienen que tener conciencia que estamos a menos 5 días de Navidad.

Cada uno debe enfocarse a su familia, y a sus más cercanos al momento de pensar en la Cena Navideña y en la compra de los Regalos.

Pero como buenos cristianos y cristanas que sabemos que son, cada uno a su manera, y dentro de sus posibilidades, está llamado por el Niño Jesús a cooperar solidariamente en su entorno, en su parroquia, al estilo o con el espiritu de nuestros santos y beatos, San Francisco y Santa Clarita de Asis, San Pío de Pietrelcina, San Alberto Hurtado, y la Madre Teresa de Calcuta. Ellos han respondido al llamado de Cristo, de ser solidarios con el Próximo. Es un llamado de Solidaridad ihnerente al Alma de Cristo, que debe ser respondido generosamente por todo Cristiano.

Les invitamos entonces a ser generosos y solidarios.

Hoy en Nuestra Comunidad "Jericó" Tendrán nuevamente, la posibilidad de colaborar a través de su solidaridad con los que tienen menos, Hay que ayudar con bienes no perecibles para elaborar CANASTAS NAVIDEÑAS.

Se les pide Hoy, que lleven: aceite, azucar, arroz, tallarines, pomarolas, café, etc. Dentro del etc., incluyan todo lo que a ustedes les gustaría recibir para Navidad.

Que Dios les Bendiga y les devuelva en abundancia su generosidad.

El mejor regalo que le puedes hacer a Cristo en su cumpeaños Nº2011, es aquél que hagas al más desposeido, al más pobre y abondonado. Si tienes FE, entonces será el mismo Cristo quien recibirá tu aporte.

F E L I Z N A V I D A D



LA COMUNIDAD JERICÓ.

Grupo de Oración de Intercesió​n virtual de facebook

De: Comunidad Jericó Jericó
para: Toda la RCC


Hermanos y hermanas,
Paz y Bien:

En nuestro Grupo de Oración de Intercesión virtual de facebook, podrán postear sus oraciones que deseen sean puestas en intercesión.

Las oraciones las mantenemos durante 7 días continuos en oración, a través de correo electrónico. Son 7 días, en las que continuadamente se presentan sus oraciones y nombres en oración a Dios Trino de Amor, quien derrama sus Bendiciones.

Todas las oraciones reciben la Gracia de ser respondidas, a la manera de Dios, y en los plazos o tiempos de Dios. Confíen en la Misericordia Infinita de Dios.


La Comunidad Jericó


Pueden escribirnos solicitando oración de intercesión a comunidadjerico@gmail.com

viernes, 16 de diciembre de 2011

La intercesión de Moisés por su pueblo


BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles 1 de junio de 2011
[Vídeo]

El hombre en oración (5)
La intercesión de Moisés por su pueblo (Ex 32, 7-14)

Queridos hermanos y hermanas:

Leyendo el Antiguo Testamento, resalta una figura entre las demás: la de Moisés, precisamente como hombre de oración. Moisés, el gran profeta y caudillo del tiempo del Éxodo, desempeñó su función de mediador entre Dios e Israel haciéndose portador, ante el pueblo, de las palabras y de los mandamientos divinos, llevándolo hacia la libertad de la Tierra Prometida, enseñando a los israelitas a vivir en la obediencia y en la confianza hacia Dios durante la larga permanencia en el desierto, pero también, y diría sobre todo, orando. Reza por el faraón cuando Dios, con las plagas, trataba de convertir el corazón de los egipcios (cf. Ex 8–10); pide al Señor la curación de su hermana María enferma de lepra (cf. Nm 12, 9-13); intercede por el pueblo que se había rebelado, asustado por el relato de los exploradores (cf. Nm 14, 1-19); reza cuando el fuego estaba a punto de devorar el campamento (cf. Nm 11, 1-2) y cuando serpientes venenosas hacían estragos (cf. Nm 21, 4-9); se dirige al Señor y reacciona protestando cuando su misión se había vuelto demasiado pesada (cf. Nm 11, 10-15); ve a Dios y habla con él «cara a cara, como habla un hombre con su amigo» (cf. Ex 24, 9-17; 33, 7-23; 34, 1-10.28-35).

También cuando el pueblo, en el Sinaí, pide a Aarón que haga el becerro de oro, Moisés ora, explicando de modo emblemático su función de intercesor. El episodio se narra en el capítulo 32 del Libro del Éxodo y tiene un relato paralelo en el capítulo 9 del Deuteronomio. En la catequesis de hoy quiero reflexionar sobre este episodio y, en particular, sobre la oración de Moisés que encontramos en el relato del Éxodo. El pueblo de Israel se encontraba al pie del Sinaí mientras Moisés, en el monte, esperaba el don de las tablas de la Ley, ayunando durante cuarenta días y cuarenta noches (cf. Ex 24, 18; Dt 9, 9). El número cuarenta tiene valor simbólico y significa la totalidad de la experiencia, mientras que con el ayuno se indica que la vida viene de Dios, que es él quien la sostiene. El hecho de comer, en efecto, implica tomar el alimento que nos sostiene; por eso, en este caso ayunar, renunciando al alimento, adquiere un significado religioso: es un modo de indicar que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca del Señor (cf. Dt 8, 3). Ayunando, Moisés muestra que espera el don de la Ley divina como fuente de vida: esa Ley revela la voluntad de Dios y alimenta el corazón del hombre, haciéndolo entrar en una alianza con el Altísimo, que es fuente de la vida, es la vida misma.

Pero, mientras el Señor, en el monte, da a Moisés la Ley, al pie del monte el pueblo la transgrede. Los israelitas, incapaces de resistir a la espera y a la ausencia del mediador, piden a Aarón: «Anda, haznos un dios que vaya delante de nosotros, pues a ese Moisés que nos sacó de Egipto no sabemos qué le ha pasado» (Ex 32, 1). Cansado de un camino con un Dios invisible, ahora que también Moisés, el mediador, ha desaparecido, el pueblo pide una presencia tangible, palpable, del Señor, y encuentra en el becerro de metal fundido hecho por Aarón, un dios que se ha vuelto accesible, manipulable, al alcance del hombre. Esta es una tentación constante en el camino de fe: eludir el misterio divino construyendo un dios comprensible, correspondiente a sus propios esquemas, a sus propios proyectos. Lo que acontece en el Sinaí muestra toda la necedad y la ilusoria vanidad de esta pretensión porque, como afirma irónicamente el Salmo 106, «cambiaron su gloria por la imagen de un toro que come hierba» (Sal 106, 20). Por eso, el Señor reacciona y ordena a Moisés que baje del monte, revelándole lo que el pueblo estaba haciendo y terminando con estas palabras: «Deja que mi ira se encienda contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo» (Ex 32, 10). Como hizo a Abraham a propósito de Sodoma y Gomorra, también ahora Dios revela a Moisés lo que piensa hacer, como si no quisiera actuar sin su consentimiento (cf. Am 3, 7). Dice: «Deja que mi ira se encienda contra ellos». En realidad, ese «deja que mi ira se encienda contra ellos» se dice precisamente para que Moisés intervenga y le pida que no lo haga, revelando así que el deseo de Dios siempre es la salvación. Como en el caso de las dos ciudades del tiempo de Abraham, el castigo y la destrucción, en los que se manifiesta la ira de Dios como rechazo del mal, indican la gravedad del pecado cometido; al mismo tiempo, la petición de intercesión quiere manifestar la voluntad de perdón del Señor. Esta es la salvación de Dios, que implica misericordia, pero a la vez denuncia de la verdad del pecado, del mal que existe, de modo que el pecador, reconociendo y rechazando su pecado, deje que Dios lo perdone y lo transforme. Así, la oración de intercesión hace operante, dentro de la realidad corrompida del hombre pecador, la misericordia divina, que encuentra voz en la súplica del orante y se hace presente a través de él donde hay necesidad de salvación.

La súplica de Moisés está totalmente centrada en la fidelidad y la gracia del Señor. Se refiere ante todo a la historia de redención que Dios comenzó con la salida de Israel de Egipto, y prosigue recordando la antigua promesa dada a los Padres. El Señor realizó la salvación liberando a su pueblo de la esclavitud egipcia. ¿Por qué entonces —pregunta Moisés— «han de decir los egipcios: “Con mala intención los sacó, para hacerlos morir en las montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra”?» (Ex 32, 12). La obra de salvación comenzada debe ser llevada a término; si Dios hiciera perecer a su pueblo, eso podría interpretarse como el signo de una incapacidad divina de llevar a cabo el proyecto de salvación. Dios no puede permitir esto: él es el Señor bueno que salva, el garante de la vida; es el Dios de misericordia y perdón, de liberación del pecado que mata. Así Moisés apela a Dios, a la vida interior de Dios contra la sentencia exterior. Entonces —argumenta Moisés con el Señor—, si sus elegidos perecen, aunque sean culpables, él podría parecer incapaz de vencer el pecado. Y esto no se puede aceptar. Moisés hizo experiencia concreta del Dios de salvación, fue enviado como mediador de la liberación divina y ahora, con su oración, se hace intérprete de una doble inquietud, preocupado por el destino de su pueblo, y al mismo tiempo preocupado por el honor que se debe al Señor, por la verdad de su nombre. El intercesor, de hecho, quiere que el pueblo de Israel se salve, porque es el rebaño que le ha sido confiado, pero también para que en esa salvación se manifieste la verdadera realidad de Dios. Amor a los hermanos y amor a Dios se compenetran en la oración de intercesión, son inseparables. Moisés, el intercesor, es el hombre movido por dos amores, que en la oración se sobreponen en un único deseo de bien.

Después, Moisés apela a la fidelidad de Dios, recordándole sus promesas: «Acuérdate de tus siervos, Abraham, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo: “Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea para siempre”» (Ex 32, 13). Moisés recuerda la historia fundadora de los orígenes, recuerda a los Padres del pueblo y su elección, totalmente gratuita, en la que únicamente Dios tuvo la iniciativa. No por sus méritos habían recibido la promesa, sino por la libre elección de Dios y de su amor (cf. Dt 10, 15). Y ahora, Moisés pide al Señor que continúe con fidelidad su historia de elección y de salvación, perdonando a su pueblo. El intercesor no presenta excusas para el pecado de su gente, no enumera presuntos méritos ni del pueblo ni suyos, sino que apela a la gratuidad de Dios: un Dios libre, totalmente amor, que no cesa de buscar a quien se ha alejado, que permanece siempre fiel a sí mismo y ofrece al pecador la posibilidad de volver a él y de llegar a ser, con el perdón, justo y capaz de fidelidad. Moisés pide a Dios que se muestre más fuerte incluso que el pecado y la muerte, y con su oración provoca este revelarse divino. El intercesor, mediador de vida, se solidariza con el pueblo; deseoso únicamente de la salvación que Dios mismo desea, renuncia a la perspectiva de llegar a ser un nuevo pueblo grato al Señor. La frase que Dios le había dirigido, «Y de ti haré un gran pueblo», ni siquiera es tomada en cuenta por el «amigo» de Dios, que en cambio está dispuesto a asumir sobre sí no sólo la culpa de su gente, sino todas sus consecuencias. Cuando, después de la destrucción del becerro de oro, volverá al monte a fin de pedir de nuevo la salvación para Israel, dirá al Señor: «Ahora, o perdonas su pecado o me borras del libro que has escrito» (v. 32). Con la oración, deseando lo que es deseo de Dios, el intercesor entra cada vez más profundamente en el conocimiento del Señor y de su misericordia y se vuelve capaz de un amor que llega hasta el don total de sí. En Moisés, que está en la cima del monte cara a cara con Dios y se hace intercesor por su pueblo y se ofrece a sí mismo —«o me borras»—, los Padres de la Iglesia vieron una prefiguración de Cristo, que en la alta cima de la cruz realmente está delante de Dios, no sólo como amigo sino como Hijo. Y no sólo se ofrece —«o me borras»—, sino que con el corazón traspasado se deja borrar, se convierte, como dice san Pablo mismo, en pecado, lleva sobre sí nuestros pecados para salvarnos a nosotros; su intercesión no sólo es solidaridad, sino identificación con nosotros: nos lleva a todos en su cuerpo. Y así toda su existencia de hombre y de Hijo es un grito al corazón de Dios, es perdón, pero perdón que transforma y renueva.

Creo que debemos meditar esta realidad. Cristo está delante del rostro de Dios y pide por mí. Su oración en la cruz es contemporánea de todos los hombres, es contemporánea de mí: él ora por mí, ha sufrido y sufre por mí, se ha identificado conmigo tomando nuestro cuerpo y el alma humana. Y nos invita a entrar en esta identidad suya, haciéndonos un cuerpo, un espíritu con él, porque desde la alta cima de la cruz él no ha traído nuevas leyes, tablas de piedra, sino que se trajo a sí mismo, trajo su cuerpo y su sangre, como nueva alianza. Así nos hace consanguíneos con él, un cuerpo con él, identificados con él. Nos invita a entrar en esta identificación, a estar unidos a él en nuestro deseo de ser un cuerpo, un espíritu con él. Pidamos al Señor que esta identificación nos transforme, nos renueve, porque el perdón es renovación, es transformación.

Quiero concluir esta catequesis con las palabras del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma: «¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió, más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios y que además intercede por nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? (…) Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, (…) ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8, 33-35.38.39).



Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los de la parroquia de San Juan Evangelista, de Madrid, así como a los demás grupos provenientes de España, Argentina, Ecuador, México y otros países latinoamericanos. Que el Señor nos ayude a comprender en la oración su designio gratuito de salvación, que ha llegado a su culminación en el don de su Hijo, Jesucristo, para que siguiendo su ejemplo demos la vida por los demás, sin esperar nada a cambio. Muchas gracias.
(En polaco)

«Saludo cordialmente a los polacos aquí presentes. Al saludaros me dirijo de modo particular a los jóvenes que el sábado próximo se reunirán en Lednica. Queridos hermanos, daréis gracias a Dios por la vida y por la beatificación de Juan Pablo II, padre, guía, sacerdote y amigo de los jóvenes. Él construyó la casa sobre la roca que es Cristo. Siguió la voz del Evangelio. Perseveró en la oración y en la adoración de la Eucaristía. Tenía el corazón abierto a todos los hombres. Sufrió con Cristo. Fue un peregrino extraordinario en la fe. Que os impulse el lema del encuentro: «Juan Pablo II. Lo que cuenta es la santidad». De corazón os bendigo en vuestro camino hacia la santidad».

TEXTO ORIGINAL AQUI

martes, 13 de diciembre de 2011

Don de lenguas I

CARISMAS DE LA PALABRA
Don de lenguas

"… hablarán nuevas lenguas" (Mc. 16,17) "Yo quisiera que todos ustedes hablaran en lenguas extrañas…''. (1Cor 14,5) Comenzaremos hablando del carisma de las lenguas, el más común entre los carismáticos y el más extraño. Ha sido objeto de incomprensiones y polémicas, pues ya lo fue frente a las puertas del Cenáculo en Jerusalén. La primera vez que oí cantar en lenguas a un sacerdote que oraba por mí, tuve la sensación de escuchar algo misterioso, de procedencia del más allá. Era una melodía simple, primitiva, como una canción del alma, con resabios orientales que penetraba en mi alma con la frescura de una suave lluvia. Ya hace unos tres años que oigo orar en lenguas en los distintos grupos carismáticos. Muchas veces el círculo de oración pasa espontánea e insensiblemente de la oración en lengua vernácula a la de lenguas carismáticas, sin que nadie dé la señal de comienzo. Cada uno reza o canta según su propio impulso; en el mes de junio de 1974, oí 30.000 personas, alabar al Señor en 30.000 lenguas carismáticas diferentes. Esto sucedió en South Bend, Indiana. Fue un acontecimiento sin precedentes en la historia de la Iglesia. Por eso es conveniente que sepamos algo acerca de este don del Espíritu Santo.

Nació con la misma Iglesia De este don no hay rastros en el Antiguo Testamento, como tampoco durante la vida mortal de Cristo. Pero Él lo prometió antes de subir al cielo: “Y estas señales acompañarán a los que creen: …; hablarán nuevas lenguas” (Mc 16, 17). Los Apóstoles, de baja instrucción, no podían captar el significado de esta promesa. La única lengua que conocían era su propio dialecto. El día de Pentecostés lo experimentaron y se dieron cuenta de la reacción del público.

Leamos el texto sagrado: “De repente, un gran ruido que venía del cielo, como de un viento fuerte, resonó en toda la casa donde ellos estaban. 3Y se les aparecieron lenguas como de fuego que se repartieron, y sobre cada uno de ellos se asentó una. 4Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu hacía que hablaran. 5Vivían en Jerusalén judíos cumplidores de sus deberes religiosos, que habían venido de todas partes del mundo. 6La gente se reunió al oír aquel ruido, y no sabía qué pensar, porque cada uno oía a los creyentes hablar en su propia lengua. 7Eran tales su sorpresa y su asombro, que decían: — ¿Acaso no son galileos todos estos que están hablando? 8¿Cómo es que los oímos hablar en nuestras propias lenguas? 9Aquí hay gente de Partia, de Media, de Elam, de Mesopotamia, de Judea, de Capadocia, del Ponto y de la provincia de Asia, 10de Frigia y de Panfilia, de Egipto y de las regiones de Libia cercanas a Cirene. Hay también gente de Roma que vive aquí; 11unos son judíos de nacimiento y otros se han convertido al judaísmo. También los hay venidos de Creta y de Arabia. ¡Y los oímos hablar en nuestras propias lenguas de las maravillas de Dios! 12Todos estaban asombrados y sin saber qué pensar; y se preguntaban: — ¿Qué significa todo esto? 13Pero algunos, burlándose, decían: — ¡Es que están borrachos!" (Hechos 2, 2-13). Esta fue pues la primera manifestación de las lenguas, en el día del nacimiento de la Iglesia. Al revés de lo que sucedió en Babel (allá la humanidad se dispersó por la diferencia de lenguas), aquí con el don de lenguas se unió. ¿Qué sucedió aquel día? Por un lado, tenemos a los 120 carismáticos saliendo del Ce-náculo, alabando a Dios en idiomas distintos de sus dialectos. Pero surge una pregunta: ¿Cómo es que algunos están admirados y glorifican al Señor, al mismo tiempo que otros reaccionan de manera diferente? Los exegetas dan distintas explicaciones. Desde el comienzo destacamos eso del milagro que se realizó en los oídos de la gente y no en la boca de los apóstoles. Según San Lucas, está bien claro que los que salieron del Cenáculo hablaron lenguas diversas, según el Espíritu les hacía hablar. Bien claro queda pues, que el milagro se realizó en la boca de los Apóstoles. ¿Cómo se explica la diversa reacción del público?

A mi entender, la explicación es esta: Los oyentes eran de distintas categorías: los judíos de la capital, que tan sólo conocían el hebreo, y los judíos peregrinos, que se hallaban en la ciudad con motivo de la fiesta, que hablaban el hebreo y las lenguas de sus respectivas procedencias. De allí que los primeros creían borrachos a los galileos que hablaban de modo extraño, mientras que los segundos, oyendo sus respectivas lenguas en boca de gente iletrada (sin mayor educación), que nunca dejaron Palestina, se quedaron pasmados y se sintieron movidos a glorificar a Dios junto con los discípulos.

Fue un don común en la Iglesia primitiva Luego de Pentecostés, el don de lenguas se difundió mucho entre los simples cristianos. Lo vemos en la familia de Cornelio (Hechos 10, 44-46), en los apenas bautizados de Efeso (Hechos 19, 6), y siempre como una manifestación del Espíritu. San Pablo, en la primera Carta a los Corintios, habla de un don cotidiano en la comunidad; les escribe que no impidan el ejercicio del don, sino tan sólo que sean ordenados en ejercerlo. Él atestigua haber recibido este don más que nadie:"Doy gracias a Dios porque hablo en lenguas extrañas más que todos ustedes" (1Cor 14, 18). Pero desea al mismo tiempo que sea un don para todos: “Yo quisiera que todos ustedes hablaran en lenguas extrañas” (1Cor 14, 5). Después del primer siglo no se tienen noticias de este don, al menos en forma masiva. Pero se ve usado en la vida de santos como San Francisco Javier, entre otros.

¿En qué consiste este don? ¿Qué quiere decir hablar en lenguas, o en lenguas nuevas, o poseer el don de lenguas? El don de lenguas o "glosolalia" es más que nada una oración que se hace al Señor: no es una plática a la comunidad. Era una manera de alabar a Dios, no de predicar al pueblo. “Aquel que habla en lenguas extrañas, habla a Dios y no a seres humanos, pues nadie lo entiende. En su espíritu dice cosas secretas, pero nadie las entiende” (1Cor 14,2). Es una oración privada entre nosotros y Dios, aunque se haga en presencia de otras personas. “El que habla en una lengua extraña, lo hace para su propio bien" (1Cor 14, 4). A veces se toma la forma de mensaje a la comunidad; en tal caso, como se verá, se requiere la interpretación "Pero si no hay nadie que pueda interpretarlas, que estos no hablen en lenguas delante de toda la comunidad, sino en privado y para Dios" (1Cor 14,28).

Es una oración hecha en una lengua desconocida, jamás estudiada u oída. Son frases que no tienen significado. Es recitar palabras que no manifiestan pensamiento alguno formulado en la inteligencia. Es una lengua que expresa sentimientos al Señor, pero que no proviene de nosotros. Tener el don de lenguas no significa conocer un sin nú-mero de reglas y vocablos gramaticales con significado propio, para formar frases y charlas a gusto de cada cual. El glosólalo tan sólo pronuncia las palabras que el Espíritu le sugiere sin captar el sentido. Es una oración que se realiza en condiciones normales. Cuando alguien ora en lenguas, no se pone en posiciones estáticas o emotivas ni cae en trance; sino que está en pleno conocimiento de cuanto hace y dice. Es libre de empezar y acabar cuando quiera, aún de interrumpir o repetir según le plazca. El ora como cualquier fiel, sólo que en una lengua diferente. Una comparación serían los cantos del Tantum Ergo, las letanías que durante siglos ha venido cantando nuestro pueblo, que si bien no entendía el significado, estaba seguro que se trataba de glorificar y alabar a Dios o a su Madre Santísima. La diferencia está en que esas oraciones se aprendieron de libros o de oídas. En el caso nuestro las palabras del que habla en lenguas le vienen espontáneamente a los labios. No se puede hablar de psicosis colectiva pues todos hablan en forma distinta y muchos reciben este don cuando están solos en su casa, o luego de semanas y meses de haber recibido el Bautismo en el Espíritu Santo. Es una especialísima oración que nos viene directamente del Espíritu Santo. (1Cor 12,11). Aunque no se capte el sentido, sin embargo cualquiera se da cuenta de que se trata de una oración que supera cualquier oración personal. El pronunciar estas pocas frases da una sensación profunda de misterio, alegría y paz; la presencia de Dios se siente en lo más íntimo, es evidente y sensible.

¿Se trata de lenguas reales en el propio sentido del vocablo? Cuando hablamos en lenguas ¿usamos un idioma verdadero que se habló, o se habla en el mismo según reglas gramaticales, sintácticas y fonéticas, o tan sólo emitimos sonidos misteriosos sin significado? Ambos casos son posibles. Hay quien dice que se trata de lenguas vivas habladas; según estudiosos que han grabado esos sonidos en las reuniones carismáticas, a veces se trata de lenguas muertas, generalmente orientales, hebreo antiguo, siríaco, etc.; otras veces se trata de lenguas vivas. En términos generales, nosotros los occidentales recibimos el don de hablar lenguas asiáticas, preferentemente dialectos del extremo oriente. Testigos de esto último son japoneses e indonesios que oyeron su lengua natal, hablada en reuniones carismáticas en América y Europa. El lenguaje era perfecto. Permítaseme, dar un testimonio personal. Meses atrás me hallaba en las Islas Vírgenes. Oraba yo por una señora para que recibiera el Espíritu Santo y comenzó a glorificar a Dios en perfecto italiano, sin saber absolutamente nada de ese idioma.

Lo que más llama, la atención, escuchando tales sonidos, es la exactitud, claridad y pronunciación perfecta de ciertos sonidos, principalmente imposibles de pronunciar si no se ha nacido en el lugar.

¿Para qué sirven las lenguas? Si es un don del Espíritu Santo, debe tener su utilidad. Así responde nuestra pregunta: “De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. Porque no sabemos orar como es debido, pero el Espíritu mismo ruega a Dios por nosotros, con gemidos que no pueden expresarse con palabras. 27Y Dios, que examina los corazones, sabe qué es lo que el Espíritu quiere decir, porque el Espíritu ruega, conforme a la voluntad de Dios, por los del pueblo santo” (Rom. 8, 26-27). Por lo tanto es la oración que el Espíritu Santo tiene para suplir nuestra debilidad e incapacidad, y aún el propio desconocimiento de las propias necesidades y de la comunidad. Es la plegaria que abarca cualquier situación, pues sabemos que el Espíritu Santo, teniendo en cuenta nuestras intenciones, tiene palabras que llegan directamente al Señor. Es la mejor manera de dar plena libertad al Espíritu Santo para que usándonos a nosotros glorifique al Padre y al Hijo de manera digna. Los hechos demuestran que la oración en lenguas es poderosa para obtener gracias y rechazar tentaciones. No mortifica nuestra personalidad, pues [no] somos del todo pasivos. Pues nosotros somos quienes oramos con nuestra lengua y nuestra voluntad. Nuestra misma persona es más estimable, pues nuestras oraciones llegan directamente al Señor por el poder del Espíritu Santo. Hay otro bellísimo motivo para orar en lenguas, y lo anota San Pablo: “y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filip. 2,11). Toda lengua; es decir, todas las lenguas que se hablaron y se hablarán desde que el mundo tiene seres inteligentes, deben proclamar que Cristo es el Señor. Esto no fue posible en el pasado, cuando Cristo no había venido aún; ni es posible hoy, porque muchas naciones no son cristianas; pero el Espíritu Santo toma todas esas lenguas y las concede a quienes están dispuestos a proclamar, en todas esas lenguas y en nombre de aquellos pueblos que Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre. Todas son lenguas diferentes, y de la fusión de todas ellas salta la unidad del coro presente, de todos los pueblos que glorifican a Dios. Todos los seres irracionales, desde el insecto a las estrellas, tienen su manera de glorificar a Dios, así las criaturas racionales, si bien con distintas lenguas, pueden formar un concierto amoroso.


Extraído del Libro el Despertar de los Carismas.

Hay un río de vida corriendo por mi ser

Hay un río de vida corriendo por mi ser,
que hace a los enfermos caminar y ver.
Libera a los oprimidos y les da felicidad.
Hay un río de vida corriendo por mi ser.



Está el amor del Padre corriendo por mi ser,
que hace a los enfermos caminar y ver.
Libera a los oprimidos y les da felicidad.
Está el amor del Padre corriendo por mi ser.


Está el amor del Hijo corriendo por mi ser,
que hace a los enfermos caminar y ver.
Libera a los oprimidos y les da felicidad.
Está el amor del Hijo corriendo por mi ser.


Está el Espíritu Santo corriendo por mi ser,
que hace a los enfermos caminar y ver.
Libera a los oprimidos y les da felicidad.
Está el Espíritu Santo corriendo por mi ser.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Lectio Divina del Evangelio del Domingo 4º del Tiempo de Adviento


Estudio Bíblico Dominical
Un apoyo para hacer la Lectio Divina del Evangelio del Domingo
Domingo 4º del Tiempo de Adviento

María de Nazaret:
La puerta de la Navidad
San Lucas 1, 26-38

“Aquel que existe antes que tú,
hoy está contigo
y dentro de poco nacerá de ti”
(San Andrés de Creta)

“Concebirás y darás a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús”





“Oh, más alta que los querubines
y más gloriosa que los serafines,
Tú que llevas la palabra eterna,
Tú que escuchas y observas la palabra eterna,
Glorifica al Señor, ¡Aleluya!”






INTRODUCCIÓN

“A mil años de distancia de la promesa, un rey y una joven virgen están juntos en su casa. La Palabra de Dios entra en su casa... ellos solos con ella”. Estas palabras recogen bastante bien el itinerario interno que recorren las lecturas de este Domingo.

El Papa Benedicto XVI llamó a María “la Puerta de la Navidad”, expresando así el lugar que ella ocupa dentro del misterio que estamos a punto de celebrar. En el relato de la anunciación, María le abre la puerta al Señor con su “Fiat” y la entrega de su vida entera le permite al Hijo de Dios hacerse humanidad y llegar a toda la humanidad.

La vocación de María para ser la madre del Mesías es única, pero permanece como modelo para cada uno de nosotros que estamos llamados a “encarnar el Verbo” en esta Navidad que se aproxima.


1. El texto

El relato de Lucas 1,26-38 comienza ubicándonos en el tiempo (seis meses después de la concepción de Juan) y en el espacio (Nazareth, ciudad de Galilea).

Luego nos presenta el personaje central, María, y nos da algunas informaciones sobre ella (su desposorio con José, de la descendencia de David, y su virginidad).

En correlación con la profecía de Natán (ver en el primer anexo las pistas para la primera lectura) comprendemos la importancia de la frase: “desposada con un hombre llamado José, de la casa de David”. El profeta Natán dice: “El Señor Dios le dará el trono de David su padre”. De esta forma, el relato de Lucas está enraizado en la larga historia de salvación que espera la venida del Mesías, el hijo de David.

Con todos estos datos iniciales, el relato se concentra en la narración del llamado que Dios, por medio del Ángel Gabriel, le hace a María para cooperar en el plan de Dios engendrando al Mesías esperado, quien es descendiente de David, pero sobre todo “Hijo de Dios”.

Leamos el relato:

“26Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, 27a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la Virgen era María.

28Y entrando, le dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»

29Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. 30El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios;
31vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo,
a quien pondrás por nombre Jesús.
32El será grande y será llamado Hijo del Altísimo,
y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre;
33reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.»

34María respondió al ángel:
«¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?»
35El ángel le respondió:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti
y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra;
por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.
36Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez,
y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril,
37porque ninguna cosa es imposible para Dios.»

38Dijo María:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»

Y el ángel dejándola se fue”.



2. Profundicemos

El anuncio del Ángel progresa en tres momentos: (1) el saludo, (2) el anuncio del hijo de David, y (3) el anuncio del Hijo de Dios. Todo el mensaje se apoya en un único signo: la fecundidad (biológicamente imposible) de la anciana Isabel.

En cuanto leemos el relato no perdamos de vista las tres reacciones de María: (1) una emoción, una reacción de “temor” (ante el saludo y no ante el anuncio), (2) una pregunta, y (3) un acto de obediencia generosa.


2.1. El saludo: la experiencia de fondo sobre la cual se apoya el llamado que el Señor le hace a María (1,28-29)

Lo primero que destaca el relato es que la vocación de María se apoya en la acción de Dios.

En cada una de las tres palabras del saludo del Ángel ― “Alégrate”, “llena de gracia”, “el Señor está contigo”― hallamos un contenido profundo en el que se delinea lo que Dios hace en ella (ver 1,28):

(1) La alegría: “¡Alégrate!”

El Ángel le anticipa a María que el anuncio será para ella motivo de inmensa alegría, que la palabra del Señor va a tocar lo más íntimo de su ser y que su reacción al final no podrá ser otra que la exultación. Es de notar que la alegría de María no es inmediata sino que comienza, a partir de ahora, un camino interior que culmina en el canto feliz del “Magníficat”: “mi espíritu se alegra en Dios mi salvador” (1,47). Se podría decir que la alegría caracteriza una auténtica vocación.


(2) La plenitud de la gracia divina: “¡Llena eres de gracia!”

Este es el motivo de la alegría, Dios le hace conocer la inmensidad de su amor predilecto por ella, cómo ha puesto sus ojos en ella, colmándola de su favor y de su complacencia. Su amor es definitivo e irrevocable. Esta afirmación es tan importante que el Ángel se la va a repetir en 1,30. La confianza que se necesita para poder responderle al Señor cuando nos llama viene de la certeza de su amor.

(3) La ayuda fiel de Dios: “¡El Señor está contigo!”.

Porque Dios ama entrañablemente a María se pone a su lado y se compromete a ayudarla de manera concreta en su misión. Dios le hizo esta promesa también a los grandes vocacionados de la Biblia (Jacob, Moisés, Josué, Gedeón, David, Jeremías...).

Lo que se anuncia en Lucas 1,28 se realiza en 1,35, donde se dice cómo es que Dios ayuda a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”.

Con su potencia vivificante, creadora, Dios hace capaz a María de colocarse al servicio de la existencia de Jesús. La acción del Espíritu nos remite a Génesis 1,1. Por lo tanto María es el lugar donde se cumple la acción poderosa del Dios creador, y Jesús es el nuevo comienzo, en quien se ofrecerá esta vida plena que viene de Dios y se realiza en Dios.

Con esta promesa María es interpelada: “no será imposible ninguna palabra que proviene de Dios” (1,37, que traducimos literalmente) y un signo de ello es lo que ha hecho en Isabel, la mujer que no podía dar vida. Todo el anuncio del Ángel se apoya en este signo de fecundidad de la mujer anciana. Lo mismo hará Dios con una virgen.


2.2. La misión concreta de María con la persona del Mesías: la concepción y nacimiento del hijo de David (1,30-33)

María es llamada para colocarse completamente al servicio de Jesús dándole existencia humana a partir de su capacidad natural de mujer: “Vas a concebir y dar a luz un hijo” (1,31).

Pero su misión no se limita sólo a esto, Dios le pide también que le dé un “nombre” al niño, “y le pondrás por nombre Jesús”. En esta frase Dios le está solicitando que se ocupe de su desarrollo plenamente humano del Hijo de Dios, que lo eduque.

Así, el servicio de María implica entrega total en el don de todo su ser, de todo su tiempo, de su feminidad, de sus intereses, de todas sus capacidades, de su proyecto de vida al servicio de Dios.


2.3. La acción creadora del Espíritu Santo en el vientre de María: se engendra al Hijo de Dios (Lc 1,34-35)

Cuando María le pregunta al Ángel: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (1,34), el Ángel le responde con el anuncio de la acción del Espíritu Santo que fecunda su vientre virginal (1,35). Retomemos las palabras del Ángel:

(1) “El Espíritu Santo sobrevendrá sobre ti...”

El profeta Isaías había anunciado que el Espíritu Santo debía “reposar” de manera especial sobre el Mesías (cfr. Is 11,1-6; 61,1-3; ver el texto del pasado 2 de diciembre). La frase nos recuerda la acción creadora de Dios en Gn 1,1-2: el Espíritu de Dios genera vida.

(2) “El poder del Altísimo te pondrá bajo su sombra”

Tenemos en esta frase tan importante el mensaje de la novedad de la virginidad fecunda.

La acción eficaz de Dios pone a María “bajo su sombra”. Esta frase nos remite a Éxodo 40,35, donde aparece la imagen bíblica de la “shekiná”, que es la gloria de Dios que desciende para habitar en medio de su pueblo en la “Tienda del Encuentro” o “Tienda de las citas divinas”. Se trata de una imagen muy diciente: la nube que “cubre” la Tienda del Encuentro significaba la presencia de Dios en medio de su pueblo. Pues bien, ahora el seno de María “cubierto por la sombra” es el lugar de la presencia divina.

Retomando lo esencial de estas dos expresiones puestas juntas, “el Espíritu vendrá sobre ti” y “el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”, podemos decir que la acción del Espíritu en María es la expresión concreta:
(a) del auxilio de Dios en la misión que debe cumplir: ser madre del Salvador,
(b) del poder de Dios creador,
(c) del tipo de relación que Dios quiere establecer con ella y con la humanidad: una cercanía casi total, un abrazo amoroso que le da plenitud a su existencia al sumergirla en su propia gloria.

(3) “Por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios”

En la Biblia, la santidad es el atributo esencial de Dios. En la visión de Isaías, lo serafines cantaban: “Santo, Santo, Santo, el Señor, Dios del universo” (Isaías 6,3). La santidad hará de Jesús un “Hijo de Dios” diferente de los reyes de Israel quienes se consideraban “hijos adoptivos de Dios” cuando ascendían al trono.

El niño que va a nacer tendrá un punto en común con los reyes de Israel: será rey. Pero también una gran diferencia: “reinará para siempre sobre la casa de Jabob”. Curiosamente su reinado se ejercerá en la pobreza, en la humildad y en la misericordia. Jesús estará revestido de la santidad del Padre.


2.4. El signo: la anciana que engendra en la vejez (1,36-37)

El Àngel le da a María este signo: “Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios”.

En este punto se cruzan las dos escenas de anunciación, la que recibió Zacarías y la que recibió María: se anuncian nacimientos en circunstancias prácticamente imposibles. Una pareja estéril y una pareja que no ha tenido relaciones conyugales no pueden dar vida. Por tanto: “Ninguna cosa es imposible para Dios”, dice el Ángel, citando las palabras de Dios a Abraham en Mambré, cuando Sara se rió ante el increíble anuncio del nacimiento de Isaac (ver Génesis 18,14).

El anciano Zacarías dudó y pidió un signo. Dios le concedió uno, quizás no el que esperaba: se quedó mudo. El Ángel lo reprendió ante su falta de fe. María, por el contrario no tiene dudas, ella no pide un signo, simplemente una aclaración. Con todo, sin que se haya pedido, María es remitida al signo del vientre fecundo de la estéril.


2.5. María acepta la anunciación (1,38)

Todo lo que el Espíritu hace en María está en función de Jesús: el Mesías entra en la historia humana por medio de la acción del Espíritu creador de Dios en María. De esta manera el relato de la vocación de María ilumina nuestra comprensión del misterio del Hijo que toma carne en la naturaleza humana.

Todo se hace posible gracias al “sí” de María: “Hágase en mí según tu Palabra” (1,28). Entonces María entra en el proyecto de Dios. Con sus mismas palabras se da el título más bello del Evangelio: “servidora”. Jesús en la última cena se hará llamar de la misma manera: “Yo estoy entre vosotros como el que sirve” (22,27).

Al ponerse al servicio de Dios, con entrega total como la de una esclava, María se convierte en modelo de los discípulos y en modelo de toda la Iglesia. Acogerá al Señor en su seno, pero no se lo guardará para ella: primero lo llevará hasta la casa de Zacarías e Isabel, luego lo presentará a los pastores el día del nacimiento y finalmente se lo ofrendará a Dios y a la humanidad tanto en el Templo como en la Cruz.


En fin…

Hoy contemplamos en oración, guiados por la Palabra del Evangelio, el misterio de esta vocación que cambió la historia del mundo. La Palabra suscita en nosotros una gran acción de gracias y al mismo tiempo la conciencia profunda de que cada uno de nosotros tiene un llamado para participar activamente en la obra de la salvación.


3. Releamos el Evangelio con un Padre de la Iglesia

“‘¡Yo te saludo, oh llena de gracia, el Señor está contigo!’
Aquel que existe antes que tú, hoy está contigo y dentro de poco nacerá de ti: de un modo en la eternidad y de otro modo en el tiempo.
El Ángel no se contentaba con revelar simplemente la alegre noticia sin anunciar que el mismo autor de la alegría vendría a nacer de la Virgen.
Aquel, ‘el Señor está contigo’, muestra claramente la presencia del propio Rey...

‘¡Yo te saludo, oh llena de gracia, el Señor está contigo!’
Yo te saludo, oh Templo magnífico de la gloria divina.
Yo te saludo, tálamo en el que Cristo desposó la naturaleza humana.
Yo te saludo, santa tierra virginal en la cual, con inefable arte divina, fue plasmado el nuevo Adán, para recuperar el antiguo Adán.
Yo te saludo, oh sagrado y perfecto fermento de Dios, con el cual toda la masa del género humano fue horneada y recogida después, bajo la forma de panes, en una nueva unidad en el único cuerpo de Cristo”.

(San Andrés de Creta, Discurso 5)


4. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:

4.1. ¿Cómo se correlaciona la profecía de Natán con el relato de la Anunciación?
4.2. ¿Qué pasos da el Ángel en la Anunciación? ¿Cómo reacciona María?
4.3. ¿Cómo interviene Dios en la vida de María para capacitarla para su misión? ¿Cómo lo hace en la mía?
4.4. ¿Por qué María es la “Puerta de la Navidad”?
4.5. ¿Qué actitud me enseña María para estos últimos días de preparación de la Navidad?


P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM

miércoles, 7 de diciembre de 2011

ISAIAS Capítulo 2

Sión, centro del Reino universal del Señor

1 Palabra que Isaías, hijo de Amós, recibió en una visión, acerca de Judá y de Jerusalén:

2 Sucederá al fin de los tiempo. que la montaña de la Casa del Señor será afianzada sobre la cumbre de las montañas y se elevará por encima de las colinas. Todas las naciones afluirán hacia ella

3 y acudirán pueblos numerosos, que dirán; ¡Vengan, subamos a la montaña del Señor, a la Casa del Dios de Jacob! El nos instruirá en sus caminos y caminaremos por sus sendas». Porque de Sión saldrá la Ley y de Jerusalén, la palabra del Señor.

4 El será juez entre las naciones y árbitro de pueblos numerosos Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra.

5 ¡Ven, casa de Jacob, y caminemos a la luz del Señor!


La llegada del Día del Señor

6 Sí, tú has desechado a tu pueblo a la casa de Jacob. porque están llenos de adivinos de Oriente, de astrólogos, como los filisteos, y estrechan la mano de los extranjeros.

7 Su país está lleno de plata y oro y sus tesoros no tienen fin. Su país está lleno de caballos y sus carros de guerra no tienen fin.

8 Su país está lleno de ídolos; ellos se postran ante la obra de sus manos, ante lo que fabricaron sus propios dedos.

9 El hombre será doblegado y el mortal, humillado –tú no podrías perdonarlos –

10 ¡Entra en la roca y escóndete en el polvo, lejos del Terror del Señor y del esplendor de su majestad!

11 La mirada altanera del hombre será humillada, la arrogancia humana será abatida. y sólo el Señor será exaltado en aquel día.

12 Porque habrá un día para el Señor de los ejércitos contra todo lo arrogante y altanero, contra todo lo alto y encumbrado,

13 contra todos los cedros del Líbano, altaneros y elevados, contra todas las encinas de Basán

14 contra todas las montañas altivas, contra todas las colinas encumbradas,

15 contra todas las altas torres, contra todo muro fortificado,

16 contra todas las naves de Tarsis, contra todos los barcos suntuosos.

17 El orgullo del hombre será humillado, la arrogancia humana será abatida, y sólo el Señor será exaltado en aquel día,

18 y hasta el último de los ídolos desaparecerá.

19 ¡Entren en las cavernas de las rocas y en las cuevas del suelo. lejos del Terror del Señor y del esplendor de su majestad, cuando él se levante para llenar la tierra de espanto!

20 Aquel día, el hombre arrojará a los topos y a los murciélagos los ídolos de plata y los ídolos de oro que se había fabricado para adorarlos,

21 y se meterá en las hendiduras de las rocas y en las grietas de los peñascos, lejos del Terror del Señor y del esplendor de su majestad, cuando él se levante para llenar la tierra de espanto.

22 ¡Dejen entonces al hombre que sólo tiene aliento en sus narices! ¿En qué se lo puede estimar?

EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS

martes, 6 de diciembre de 2011

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN


SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

BENEDICTO XVI

ÁNGELUS

Solemnidad de la Inmaculada Concepción
Jueves 8 de diciembre de 2005



Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos hoy la solemnidad de la Inmaculada Concepción. Es un día de intenso gozo espiritual, en el que contemplamos a la Virgen María, "la más humilde y a la vez la más alta de todas las criaturas, término fijo de la voluntad eterna", como canta el sumo poeta Dante (Paraíso, XXXIII, 3). En ella resplandece la eterna bondad del Creador que, en su plan de salvación, la escogió de antemano para ser madre de su Hijo unigénito y, en previsión de la muerte de él, la preservó de toda mancha de pecado (cf. Oración colecta).

Así, en la Madre de Cristo y Madre nuestra se realizó perfectamente la vocación de todo ser humano. Como recuerda el Apóstol, todos los hombres están llamados a ser santos e inmaculados ante Dios por el amor (cf. Ef 1, 4). Al mirar a la Virgen, se aviva en nosotros, sus hijos, la aspiración a la belleza, a la bondad y a la pureza de corazón. Su candor celestial nos atrae hacia Dios, ayudándonos a superar la tentación de una vida mediocre, hecha de componendas con el mal, para orientarnos con determinación hacia el auténtico bien, que es fuente de alegría.

Hoy mi pensamiento va al 8 de diciembre de 1965, cuando el siervo de Dios Pablo VI clausuró solemnemente el concilio ecuménico Vaticano II, el acontecimiento eclesial más importante del siglo XX, que el beato Juan XXIII había iniciado tres años antes. En medio del júbilo de numerosos fieles reunidos en la plaza de San Pedro, Pablo VI encomendó la aplicación de los documentos conciliares a la Virgen María, invocándola con el dulce título de Madre de la Iglesia.

Al presidir esta mañana una solemne celebración eucarística en la basílica vaticana, he querido dar gracias a Dios por el don del concilio Vaticano II. Asimismo, he querido rendir homenaje a María santísima por haber acompañado estos cuarenta años de vida eclesial, llenos de tantos acontecimientos. De modo especial María ha velado con maternal solicitud sobre el pontificado de mis venerados predecesores, cada uno de los cuales, con gran prudencia pastoral, ha guiado la barca de Pedro por la ruta de la auténtica renovación conciliar, trabajando sin cesar por la fiel interpretación y aplicación del concilio Vaticano II.

Queridos hermanos y hermanas, para coronar esta jornada, dedicada totalmente a la Virgen santísima, siguiendo una antigua tradición, esta tarde acudiré a la plaza de España, al pie de la estatua de la Inmaculada. Os pido que os unáis espiritualmente a mí en esta peregrinación, que quiere ser un acto de devoción filial a María, para consagrarle la amada ciudad de Roma, la Iglesia y la humanidad entera.


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Después del Ángelus

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana. Hoy, en la solemnidad de la Inmaculada Concepción, contemplamos a María que Dios preparó como digna morada para su Hijo. Que ella os ayude a recibir a Cristo, abriendo vuestros corazones con docilidad a su gracia y a su amor, para que así podáis decir siempre: "Hágase en mí según tu palabra".

Vaticano

EL DON DE PROFECIA II

Comunidad Jericó Jericó
10:48 (Hace 3 minutos)
para
EL DON DE PROFECIA II

Finalidad de la profecía El vulgo siempre entiende por profecía la previsión o noticia de hechos futuros. Naturalmente que el anuncio de hechos futuros entra en la noción de profecía, aunque no llena toda la significación de la palabra.


Profetizar, como hemos dicho, significa hablar en nombre de Dios, quien tiene mucho que comunicar a sus hijos, y no sólo hechos del futuro. Hablando en términos generales, las profecías que sabemos escuchar en nuestros círculos de oración, son palabras de aliento, de exhortación y de confirmación de su Paternal solicitud. Así lo entiende San Pablo: "En cambio, el que comunica mensajes proféticos, lo hace para edificación de la comunidad, y la anima y consuela" (1Cor 14, 3). No son imposiciones o mandatos, sino simples exhortaciones. Aunque tengan carácter, no deprimen ni humillan. Si se refieren a acontecimientos futuros, esas profecías anuncian lo que sobrevendrá, pero no dictan normas de vida o de conducta para cuando sucedan esas cosas. El profeta Agabo, por ejemplo, predijo a San Pablo que sería encadenado en Jerusalén y atormentado, pero no le impidió proseguir el viaje. (Hechos 21, 10-11).


Autenticidad de la profecía El apóstol nos exhorta: "No apaguen el fuego del Espíritu. 20No desprecien el don de profecía. 21Sométanlo todo a prueba y retengan lo bueno" (1Tes 5, 19-21). La verdad está limitando con el error y por lo tanto, al lado de una profecía auténtica puede hallarse otra falsa. ¿Qué criterios hay que tener en cuenta para juzgar el contenido de una profecía? He aquí algunos, brevemente:


1. Debe ser juzgado por la comunidad, a la que el Espíritu da el don de discernimiento.


“Igualmente, si hay profetas, que hablen dos o tres, y que los otros examinen lo que se haya dicho" (1Cor 14,29). “Esta es la tercera vez que voy a visitarlos. Todo tendrá que decidirse por el testimonio de dos o tres testigos" (2Cor 13,1).


2. El contenido debe ser motivo de aliento, confortamiento, exhortación y esperanza. De allí que cualquier profecía que no consistiera más que en reproches, amenazas, anuncios de castigos; infundiendo miedo, desaliento, desorientación, depresión, etc., debe ser juzgada como falsa.


3. Debe tener como finalidad la gloria de Dios, debe brotar de la exhuberancia del amor de Dios.


Por lo tanto, si es un don gratuito del Espíritu Santo, no puede tener otra finalidad que la glorificación de Cristo y la edificación de su Cuerpo Místico.

Por lo tanto, nuestra profecía, don del Espíritu Santo, se distingue clarísimamente de las predicciones de magos, astrólogos, adivinos, espiritistas, charlatanes, etc. Para esta gente la profecía no es un don del Espíritu Santo para la gloria de Dios, sino una manera de ganar dinero. Contra estos falsos profetas, Jesús pronunció muy severas palabras: "Pero entonces les contestaré: „Nunca los conocí; ¡aléjense de mí, malhechores!‟". (Mt 7, 23).


Siempre abundaron los falsos profetas en este mundo, pero da la impresión de que nunca abundaron tanto como hoy. Es extraño que en tiempos tan materialistas como los nuestros los magos, adivinos, quiromantes, nigromantes y demás carretada de “mantes” estén tan de moda y en uso. Millones de contemporáneos nuestros, que no tienen un minuto para leer la Biblia, todas las mañanas deben leer indefectiblemente el horóscopo; aunque digan no creer en ello. Pero el hecho de que lo lean a diario, quiere decir que creen, y a la larga caen bajo su influencia. ¿Qué decir, pues de estos falsos profetas? Que cuando no son engaños, fraudes o tomaduras de pelo puede ser que las profecías se cumplan. En este caso se debe consultar a expertos, y discernir si todo eso no viene de un mal espíritu. Por eso decimos que la verdadera profecía debe surgir del amor de Dios. Así se explican las duras palabras de Cristo contra los falsos profetas, quienes se convierten, quizás inconscientemente, en instrumentos de Satanás; o sea "adoradores de la maldad", sembrando errores, falsedades y confusiones en las almas.


4. La certeza de que una profecía sobre el futuro sea real tan sólo se obtendrá luego de su verificación. Por lo tanto hay que tomarla con reservas y no como regla de vida; no analizar tanto cada palabra, sino captar el mensaje. Pero si el hecho futuro ha sido profetizado por muchas personas que no están relacionadas ni se conocen, que existen en tiempos y lugares distintos, la profecía se puede tomar como auténtica, aún antes de que se realice. Volviendo a mi profecía, de la que hablé antes, apenas dos años luego de haberme sido comunicada se me confirmó en varios sitios y por diversas personas. En cuanto a los hechos futuros debo manifestar, una parte de esos se realizaron en los más mínimos detalles. Esto da pie para concluir que el resto de la profecía será realizado.


5. El contenido del mensaje o profecía debe ser conforme a las enseñanzas de la Iglesia y la Biblia. En caso contrario, la falsedad sería evidente. El Espíritu Santo no puede contradecirse.


6. El último criterio para juzgar la autenticidad de una profecía es su propio contenido. El mensaje debe ser dirigido a fines sobrenaturales, esto es, al desarrollo de la vida de Cristo en nosotros, el aumento del amor fraternal, la edificación del Cuerpo Místico, etc. Por lo tanto, toda profecía compuesta de curiosidades y tonterías o vacuidades que tan sólo sirven para satisfacer la curiosidad o deseos morbosos es falsa por los cuatro costados.




Finalidad de la profecía Esta ha sido definida por el apóstol San Pablo:"En cambio, el que comunica mensajes proféticos, lo hace para edificación de la comunidad, y la anima y consuela" (1Cor 14, 3). "Habla a los hombres"; la profecía es para los demás. El profeta es tan solo instrumento, aunque valioso, para hacer llegar los demás la Palabra de Dios. “Para edificación de la comunidad”: la profecía es un medio poderoso para revitalizar las fuerzas espirituales, mediante las palabras oportunas y para cada caso en particular (1Cor 14,4). “La anima”: la profecía no es una orden, sino una invitación. Pero siendo una invitación personal, íntima y confidente, no queda sino aceptarla con gran gozo. “La consuela”: la profecía infunde valentía, confianza, enciende las esperanzas y devuelve alegría al corazón. Hasta tiene un fin pedagógico: “De esta manera todos, cada uno en su turno correspondiente, podrán comunicar mensajes proféticos, para que todos aprendan y se animen” (1Cor 14,31). Además, la profecía prueba a los presentes que Dios está en medio de ellos: "En cambio, si todos comunican mensajes proféticos, y entra un no creyente o una persona común y corriente, él mismo quedará convencido y se examinará al oír lo que todos están diciendo. 25Así quedará al descubierto lo más profundo de su corazón, y adorará de rodillas a Dios, y reconocerá que Dios está verdaderamente entre ustedes" (1Cor 14, 24-25). Puedo dar testimonio de escenas similares. Cierto día vi un sacerdote caer de rodillas mientras un protestante decía en profecía, entre otras cosas lo siguiente: "Administra mis sacramentos..." Aquel protestante no creía en tales sacramentos.


Los profetas El profeta es el transmisor de los mensajes del Señor al pueblo. Este misterioso personaje, que vive en medio de la gente y que vive en constante contacto con Dios lo encontramos constantemente en la historia de la salvación. Cada vez que el pueblo de Dios se desanima, se siente humillado, abatido, desviado y obtuso, la voz de los profetas resuena potente y majestuosa, para devolver la confianza, la fortaleza, la fe; y recordar que el Señor es fiel a sus promesas. Tema constante de sus oráculos es Cristo. Pues el Padre siempre habla a la humanidad acerca de su Hijo. Él no será un profeta, sino EL PROFETA.


Todos los profetas, ya sean del Antiguo como del Nuevo Testamento, girarán en torno a Él. Los de la Antigua Ley tienen la misión de presentarlo; los de los últimos tiempos de hacer oír la voz constantemente. En el Antiguo Testamento el Padre es quien por medio de los profetas nos habla de Él; en el Nuevo Testamento, es el Hijo quien nos habla del Padre y en el nombre del Padre: “En tiempos antiguos Dios habló a nuestros antepasados muchas veces y de muchas maneras por medio de los profetas. 2Ahora, en estos tiempos últimos, nos ha hablado por su Hijo, mediante el cual creó los mundos y al cual ha hecho heredero de todas las cosas” (Heb 1, 1-2). Siempre es el Espíritu Santo, quien inspira los mensajes; para esperar la salvación o gozarla. Los antiguos profetas eran hombres excepcionales, dotados por Dios de autoridad especial y constante para iluminar y confortar al pueblo y también, cuando hace falta, guiarlo. En el Nuevo Testamento hay todavía profetas de vocación; o sea, personas elegidas para este especial ministerio, por un llamado del Señor. Dice San Pablo al respecto: "Dios ha querido que en la iglesia haya, en primer lugar, apóstoles; en segundo lugar, profetas; en tercer lugar, maestros" (1Cor 12,28). Pero, junto con este "ministerio de profecía", está el "don de profecía", que es para todos los miembros del Cuerpo de Cristo; porque todo miembro participa de Cristo, como cabeza, y por lo tanto puede hablar en nombre Suyo. "… los hijos e hijas de ustedes comunicarán mensajes proféticos, los jóvenes tendrán visiones, y los viejos tendrán sueños. 18También sobre mis siervos y siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días, y comunicarán mensajes proféticos" (Hechos 2, 17-18). "Todos… podrán comunicar mensajes proféticos..." dice el Apóstol. (1Cor 14,31). Lo que fue una realidad años atrás, ¿por qué no puede serlo hoy?


Nosotros también, necesitamos muchísimo de aliento para fortalecer nuestra fe, y revitalizar nuestras energías espirituales. Hoy también, tantas comunidades agonizantes, necesitan un soplo de divina frescura. "La Iglesia - son palabras de Pablo VI - necesita un constante Pentecostés; necesita fuego en el corazón, palabras en su boca, profecía en sus ojos"2.

2 Pablo VI; discurso del 29 de noviembre de 1972; cfr. Encicliche e discorse de Paolo VI, Vol. XXIII; Gennaio a Dicembre 1972, Ed. Paoline, Abba, 1973, p. 529


Tomado del Libro "El despertar de los carismas."

lunes, 5 de diciembre de 2011

Cumpleaños Dalila

De: Gerardo Lizama
Fecha: 1 de diciembre de 2011 12:10
Asunto: Cumpleaños Dalila

Para: RCC


"Estimados hermanos, paz y bien para todos Ustedes

El Lunes 5 de Diciembre es el día de cumpleaños de nuestra recordada hermana Dalila Becker.
Nuestra Comunidad Jericó y la familia, está organizando una misa en la Parroquia La Merced a las 19 horas y deseamos invitar a todos los hermanos que quieran acompañarnos en esta celebración por nuestra hermana.

Gerardo Lizama S.
09 - 79505203

viernes, 2 de diciembre de 2011

TALLER DE ALABANZAS

Hermanos y hermanas de la Comunidad Jericó,
Paz y bien:

Recordarles a los que quedaron fuera del primer taller de alabanzas, a los que lo están tomando y los que quieran aclarar algunas dudas, o reforzar algunos aprendizajes, que comenzamos con una segunda serie, hoy viernes 2 de Diciembre, desde las 19.30 horas.


Bendiciones a todos Uds.,


Gerardo Lizama

jueves, 1 de diciembre de 2011

LA ALABANZA


LAS RAICES BIBLICAS DE LA ALABANZA
Cada vez que en los Salmos aparece la palabra aclamar o "aclamación" nos encontramos con uno de los estilos de oración más típicamente bíblicos. Es la Oración a Dios en la que se reconoce su grandeza, el poder de su majestad y su obra de salvación.

En el hebreo original de los Salmos aparece el verbo "ruwa" (alabar) y el sustantivo "teruwa" (alabanza). Según algunos filólogos, la raíz de estas dos palabras significa "hendir los tímpanos con un gran ruido".

La alabanza de Dios desde el principio está unida en su misma raíz con la idea de estrépito, ruido.
La primera vez que aparece en la Biblia esta palabra es en el contexto guerrero de las campañas israelitas por la conquista de Canaán. Propiamente la aclamación era el grito de guerra que lanzaba el ejército formado en orden de batalla contra el enemigo.

Antes de iniciarse el combate se invoca el nombre del Señor sobre todo el ejército. Esta invocación no es una súplica temblorosa de alguien que duda del resultado de la batalla. Es una alabanza resonante. En ella se reconoce la presencia del Señor de los ejércitos, del Dios de las victorias. Se agradece por anticipado la victoria, alabando la fuerza y el poder de Dios en el campamento.

Esta aclamación o "clamoreo", de la que nos habla incesantemente la Biblia, debió tener su ritual propio que era necesario aprender. Una especie de rito para iniciados que constituye al pueblo en pueblo de alabanza. "Dichoso el pueblo que conoce el grito de aclamación" (Sal.89,16). No sabemos con exactitud el ritual de este grito. Sólo sabemos que era un clamor muy fuerte de todo el pueblo, acompañado por el sonido de las trompetas, unas
trompetas especiales que se usaban para esta ocasión ("trompetas de clamoreo" Núm 31,6), que eran llevadas por los sacerdotes.

Quizás el episodio mas dramático en que se nos describe este grito de guerra es la toma de Jericó (Jos. 6,5). El pueblo en formación de batalla delante de las murallas prorrumpe en un gran clamoreo con el sonido de las trompetas, y las murallas de Jericó caen ante el poder de la alabanza. Tocan primero las dos trompetas de plata de que nos habla Núm 10,2 y el pueblo responde a este sonido lanzando un gran griterío (teruwa).

El Principal electo que se atribuye a este grito de alabanza es la liberación del pueblo oprimido. "Cuando ya en vuestra tierra partáis para el combate contra un enemigo que os oprime, tocaréis las trompetas a clamoreo, así se acordará Yavé, vuestro Dios, de vosotros, y seréis liberados de vuestros enemigos" (Núm. 10,9).

Como decíamos el teruwa no es una petición, ni un ruego, sino una aclamación gozosa que enardece los ánimos del pueblo y pone en fuga al enemigo. No es difícil hacer la transposición de este grito de guerra de los hebreos a la alabanza del cristiano en sus luchas interiores en que "no luchamos contra la carne y la sangre, sino contra, los poderes infernales" (Ef 6, 12).

Aun desde un punto de vista psicológico es muy grande el efecto que puede producir en el momento de la batalla el grito de seguridad y confianza proferido por un ejército. Para
este efecto psicológico el grito tiene que ser fuerte; no el grito de un pueblo que pide ayuda, sino el grito de un pueblo que está seguro de obtener la victoria
El grito que no expresa un mero deseo, una duda, sino la seguridad y la certeza más rotunda de la próxima victoria.Ningún enemigo va a huir ante un grito vacilante, indeciso, débil. Ningún ejército se va a enardecer por un grito de duda, la duda hará más bien cundir el pánico y la inseguridad en las propias filas.

En referencia a la lucha interior del cristiano podría ser enormemente valiosa esta espiritualidad de la alabanza. Especialmente en la lucha contra todo tipo de opresión interior de obsesiones, tristezas, desánimos. Cuando el poder de los enemigos se nos figura irresistible (cfr. Num 13, 28), y los problemas como "gigantes ante quienes nos sentimos como saltamontes" (Núm. 13, 33).

También una relectura de las guerras de Israel aplicadas a las batallas sociales en las que se ve comprometido el cristiano, puede dar mucho fruto. El Reino de los cielos sigue padeciendo violencia y solamente los violentos consiguen alcanzarlo (Mt. 11, 12). Ante el
poder del enemigo en las estructuras sociales de pecado, las mafias del tráfico de drogas, las multinacionales de la pornografía, el capitalismo exacerbado, las injusticias sociales, el terrorismo, los regímenes opresores, la desintegración de la familia, ante tanto poder
del mal en nuestra vida, hay momentos en que el corazón se siente desfallecer. Es en esta situación cuando en lugar de mirarnos a nosotros mismos, a nuestra debilidad o á la fuerza de las dificultades, hay que dirigir la mirada a Dios y comenzar a aclamarle con grandes
voces por su bondad, su misericordia y su poder.

¡Cuántas veces ha sucedido en grupos de oración que uno llega al cabo de una jornada dura de trabajo, en la que en la oficina ha habido más tensión que de costumbre, o, en la escuela los alumnos han estado más alborotados, o las facturas sin pagar se han almacenado en el despacho, o los disgustos familiares amenazan hundir el propio matrimonio, o hemos descubierto en la vida de los hijos algunos síntomas que nos intranquilizan, o la fuerza de la tentación nos ha arrastrado a alguna caída que nos deprime ... ! Al llegar a la oración uno va absorto en los propios problemas y se encuentra incapaz de pensar en otra cosa que no sean las propias dificultades. Es en este momento cuando muchos han experimentado el poder de la alabanza.

Lo único que hay que hacer es volver la vista a Dios y, en lugar de poner los ojos en nosotros mismos, poner los ojos en él. Las personas que sienten vértigo al contemplar, un abismo que se abre bajo sus pies, reciben el consejo de mirar hacia el cielo en lugar de mirar hacia abajo.
Y esta actitud es él principio de la alabanza "A ti levanto mis ojos, a ti que habitas en el cielo" (Sal. 123, 1)

Condición indispensable para este tipo de alabanza es dejar al comienzo de nuestra oración los propios problemas. Algo así como los musulmanes dejan sus sandalias a la puerta de la mezquita y se descalzan para, entrar en oración. Al entrar en la oración dejando a la puerta los problemas que me acosan, entro ante la presencia del Dios de bondad para contemplar su rostro.

Por eso es normal que en los grupos de oración de la Renovación carismática la oración de petición se deje para el final, y se comience por la alabanza. Esta práctica corresponde a una sana psicología. Normalmente ante la presencia del mal en nuestra vida nos cerramos sobre el, nos o obsesionamos con él. Si en una pared blanca hay una mancha y ponemos el ojo pegado a ella, todo lo vemos negro. Pero si nos alejamos un poco y tomamos una cierta perspectiva, veremos mejor la realidad. Y la realidad no es una inmensa mancha negra, sino una gran pared blanca con una pequeña mancha negra.

Esto es precisamente lo que hacemos en la alabanza. Distanciarnos de nuestros problemas, tomar perspectiva, mirar primero a la belleza de la realidad global que nos rodea y la belleza de Dios. "El es nuestra hermosura (Is. 60, 19). Luego, después ya podremos enfocar ese problema concreto a la luz de la realidad global y tratar de analizarlo y de presentarlo ante Dios en la oración. Por eso en cualquier oración de intercesión, antes de pedir por lo que falta hay que empezar dando gracias por lo que se tiene.

¡Cuántas veces hemos experimentado que el terminar la alabanza y salir a enfrentarnos con nuestros problemas, ellos solos han desaparecido, como las sombras ante la luz. "Serán como nada y perecerán los que te buscaban querella. Los buscarás y no los encontrarás a los que disputaban contigo. Serán como nada y nulidad los que te hacen la guerra" (Is 41, 11-12).

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