sábado, 29 de octubre de 2011

Fallecimiento Padre Carlos Villegas.

De: Comunidad Jericó Jericó
Fecha: 29 de octubre de 2011 22:11
Asunto: Fallecimiento Padre Carlos Villegas.
Para:



Hermanos y heramanas,

Buenas Noches:



En la mañana de hoy, en la ciudad de Concepción (Chile), a las 10:40 A.M., ha fallecido el Sacerdote Agustino, el Padre Carlos Villegas González (Q.E.P.D.).



Sus restos están siendo velados en la Parroquia San Agustìn, su funeral se realizarà el dìa lunes, luego de una Misa a las 11ººhrs. para posteriormente ser sepultado en el Cementerio General de Concepciòn.



Un sacerdote muy querido por los niños enfermos, hospitalizados en el el Hospital Regional de Concepción, especialmente por los niños enfermos de cáncer, y aquellos que eran internados provenientes de zonas rurales.



Confiamos que por su gran servicio desinteresado como pocos, ahora ha alcanzado la Gloria de Dios, sumergido en el Abismo de la Divina Misericordia.



La Comunidad Jericó.

viernes, 28 de octubre de 2011

El Espíritu Santo, principio de la vida nueva con la abundancia de sus dones


JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 3 de abril de 1991



El Espíritu Santo, principio de la vida nueva con la abundancia de sus dones

1. El Espíritu Santo, huésped del alma, es la fuente íntima de la vida nueva con la que Cristo vivifica a los que creen en él: una vida según la «ley del Espíritu» que, en virtud de la Redención, prevalece sobre el poder del pecado y de la muerte, que actúa en el hombre después de la caída original. San Pablo mismo se sumerge en este drama del conflicto entre el sentimiento íntimo del bien y la atracción del mal, entre la tendencia de la «mente» a cumplir la ley de Dios y la tiranía de la «carne» que somete al pecado (cf. Rm 7, 14-23). Y exclama: «¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?» (Rm 7, 24).

Pero aquí entra la nueva experiencia íntima que corresponde a la verdad revelada sobre la acción redentora de la gracia: «Ninguna condenación pesa ya sobre los que están en Cristo Jesús. Porque la ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte...» (Rm 8, 1-2). Es un nuevo régimen de vida inaugurado en los corazones «por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5, 5).

2. Toda la vida cristiana se desarrolla en la fe y en la caridad, en la práctica de todas las virtudes, según la acción íntima de este Espíritu renovador, del que procede la gracia que justifica, vivifica y santifica, y con la gracia proceden las nuevas virtudes que constituyen el entramado de la vida sobrenatural. Se trata de la vida que se desarrolla no sólo por las facultades naturales del hombre ―entendimiento, voluntad, sensibilidad―, sino también por las nuevas capacidades adquiridas (superadditae) mediante la gracia, como explica santo Tomás de Aquino (Summa Theol., I-II, q. 62, aa. 1, 3). Ellas dan a la inteligencia la posibilidad de adherirse a Dios-Verdad mediante la fe; al corazón, la posibilidad de amarlo mediante la caridad, que es en el hombre como «una participación del mismo amor divino, el Espíritu Santo» (II-II, q. 23; a. 3, ad. 3); y a todas las potencias del alma y de algún modo también del cuerpo, la posibilidad de participar en la nueva vida con actos dignos de la condición de hombres elevados a la participación de la naturaleza y de la vida de Dios mediante la gracia: «consortes divinae naturae», como dice san Pedro (2 P 1, 4).

Es como un nuevo organismo interior, en el que se manifiesta la ley de la gracia: ley escrita en los corazones, más que en tablas de piedra o en códices de papel; ley a la que san Pablo llama, como hemos visto, «ley del espíritu que da vida en Cristo Jesús» (Rm 8, 2; cf. san Agustín, De spiritu et littera, c. 24: PL 44, 225; santo Tomás, Summa Theol., I-II, q. 106, a 1).

3. En las catequesis anteriores, dedicadas a la influencia del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia, hemos subrayado la multiplicidad de los dones que él concede para el desarrollo de toda la comunidad. La misma multiplicidad se realiza en la vida cristiana personal: todo hombre recibe los dones del Espíritu Santo en la condición existencial concreta en que se halla, en la medida del amor de Dios, del que derivan la vocación, el camino y la historia espiritual de cada uno.

Lo leemos en la narración de Pentecostés, en la que el Espíritu Santo llena a toda la comunidad, pero llena también a cada una de las personas presentes. Efectivamente, mientras del viento, que simboliza el Espíritu, se dice «que llenó toda la casa en la que se encontraban» (Hch 2, 2), de las lenguas de fuego, otro símbolo del Espíritu, se precisa que «se posaron sobre cada uno de ellos» (2, 3). Así, pues, «quedaron todos llenos del Espíritu Santo» (2, 4). La plenitud se da a cada uno; y esta plenitud implica una multiplicidad de dones para todos los aspectos de la vida personal.

Entre estos dones, queremos recordar e ilustrar brevemente aquí los que en el catecismo, así como en la tradición teológica, suelen llamarse dones del Espíritu Santo. Es verdad que todo es don, tanto en el orden de la gracia como en el de la naturaleza y, más en general, en toda la creación. Pero el nombre de dones del Espíritu Santo, en el lenguaje teológico y catequético, se reserva a las energías exquisitamente divinas que el Espíritu Santo infunde en el alma para perfeccionamiento de las virtudes sobrenaturales, con el fin de dar al espíritu humano la capacidad de actuar de modo divino (cf. Summa Theol. I-II, q. 68, aa. 1, 6).

4. Hay que decir que una primera descripción y enumeración de dones se halla en el Antiguo Testamento, y precisamente en el libro de Isaías, en el que el profeta atribuye al rey mesiánico «espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de conocimiento y temor del Señor», y luego nombra dos veces el sexto don diciendo que el rey «le inspirará en el temor de Yahveh» (Is 11, 2-3).

En la versión griega de los Setenta y en la Vulgata latina de san Jerónimo se evita la repetición; en el sexto don se ha puesto «piedad» en vez de «temor de Dios», de forma que el oráculo termina con estas palabras: «Espíritu de ciencia y de piedad, y será lleno del espíritu de temor del Señor» (v. 2-3). Pero se puede decir que el desdoblamiento del temor y de la piedad, cercano a la tradición bíblica sobre las virtudes de los grandes personajes del Antiguo Testamento, en la tradición teológica, litúrgica y catequética cristiana, se convierte en una relectura más plena de la profecía, aplicada al Mesías, y en un enriquecimiento de su sentido literal. Jesús mismo, en la sinagoga de Nazaret, se aplica a sí mismo otro texto mesiánico de Isaías (61, 1): «el Espíritu del Señor sobre mí...» (Lc 4, 18), que corresponde al comienzo del oráculo que acabamos de citar, inicio que dice así: «reposará sobre él el espíritu de Yahveh» (Is 11, 2). Según la tradición recogida por santo Tomás, los dones del Espíritu Santo «los nombra la Escritura como existieron en Cristo según el texto de Isaías», pero se hallan, por derivación de Cristo, en el alma cristiana (cf. I-II, q. 68, a. 1).

Las referencias bíblicas que acabamos de hacer se compararon con las actitudes fundamentales del alma humana, consideradas a la luz de la elevación sobrenatural y de las mismas virtudes infusas. Así, se desarrolló la teología medieval de los siete dones, que aún sin presentar un carácter dogmático absoluto y, por tanto, sin pretender ofrecer un número limitado de los dones ni de las categorías específicas en las que se pueden distribuir, tuvo y sigue teniendo una gran utilidad, tanto para la comprensión de la multiplicidad de los mismos dones en Cristo y en los santos, como cauce para el buen ordenamiento de la vida espiritual.

5. Santo Tomás (cf. I-II, q. 68, a. 4, 7) y los demás teólogos y catequistas han sacado del mismo texto de Isaías la indicación para una distribución de los dones con miras a la vida espiritual, proponiendo una ilustración de ellos que aquí sólo podemos sintetizar:

1) Ante todo, está el Don de sabiduría, mediante el cual el Espíritu Santo ilumina la inteligencia, haciéndole conocer «las razones supremas» de la revelación y de la vida espiritual y formando en ella un juicio sano y recto sobre la fe y la conducta cristiana: de hombre «espiritual» (pneumaticòs), diría san Pablo, y no sólo «natural» (psychicòs) o incluso «carnal» (cf. 1 Co 2, 14-15; Rm 7, 14).

2) Está también el Don de inteligencia como agudeza especial, dada por el Espíritu para intuir la palabra de Dios en su profundidad y sublimidad.

3) El Don de ciencia es la capacidad sobrenatural de ver y determinar con exactitud el contenido de la revelación y de la distinción entre las cosas y Dios en el conocimiento del universo.

4) Con el Don de consejo el Espíritu Santo da una habilidad sobrenatural para regularse en la vida personal por lo que se refiere a la realización de acciones arduas y en las opciones difíciles que hay que tomar, así como en el gobierno y en la guía de los demás.

5) Con el Don de fortaleza el Espíritu Santo sostiene la voluntad y la hace pronta, activa y perseverante para afrontar las dificultades y sufrimientos, incluso extremos, como acontece sobre todo en el martirio: en el de sangre, pero también en el del corazón y en el de la enfermedad o la debilidad.

6) Mediante el Don de piedad el Espíritu Santo orienta el corazón del hombre hacia Dios con sentimientos, afectos, pensamientos, oraciones que expresan la filiación con respecto al Padre que Cristo ha revelado. Hace penetrar y asimilar el misterio del «Dios con nosotros», especialmente en la unión con Cristo, Verbo encarnado, en las relaciones filiales con la bienaventurada Virgen María, en la compañía de los ángeles y santos del cielo, y en la comunión con la Iglesia.

7) Con el Don del temor de Dios el Espíritu Santo infunde en el alma cristiana un sentido de profundo respeto por la ley de Dios y los imperativos que se derivan de ella para la conducta cristiana, liberándola de las tentaciones del «temor servil» y enriqueciéndola, por el contrario, con el «temor filial», empapado de amor.

6. Esta doctrina sobre los Dones del Espíritu Santo es para nosotros un magisterio de vida espiritual utilísimo para orientarnos a nosotros mismos y para educar a los hermanos ―a quienes tenemos la responsabilidad de formar― en un diálogo incesante con el Espíritu Santo y en un abandono confiado y amoroso en su guía. Está vinculada y se puede referir siempre al texto mesiánico de Isaías que, aplicado a Jesús, habla de la grandeza de su perfección y, aplicado al alma cristiana, marca los momentos fundamentales del dinamismo de su vida interior: comprender (sabiduría, ciencia e inteligencia), decidir (consejo y fortaleza) permanecer y crecer en la relación personal con Dios, tanto en la vida de oración como en la buena conducta según el Evangelio (piedad, temor de Dios).

Por eso, es de fundamental importancia sintonizar con el eterno Espíritu-Don, tal como nos lo da a conocer la revelación en el Antiguo y en el Nuevo Testamento: un único infinito Amor, que se nos comunica mediante una multiplicidad y variedad de manifestaciones y donaciones, en armonía con la economía general de la creación.


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Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Me es grato saludar ahora a los numerosos grupos de peregrinos de lengua española, procedentes de España y de América Latina, especialmente a los de jóvenes y a los parroquiales. De modo particular saludo a las Religiosas del Instituto Catequista Dolores Sopeña; a los feligreses de la Parroquia Castrense-Diocesana de San Francisco, de San Fernando (Cádiz-España); al grupo de la Obra de Ejercicios Espirituales de Navarra, así como al grupo de estudiantes del Liceo Monterrey, de México. Que la alegría que nos trae Cristo resucitado llene todo vuestro ser y os ayude a ser siempre testigos de su acción salvífica en el mundo.

Al agradecer a todos vuestra presencia aquí os imparto con afecto la bendición apostólica.

TEXTO ORIGINAL DEL VATICANO AQUI

"Nosotros predicamos a Cristo crucificad​o, fuerza y sabiduría de Dios"

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA CATÓLICA

Viernes 31 de octubre de 2008



Eminencia;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Con mucho gusto os doy mi más cordial bienvenida y os agradezco esta visita con motivo del II Encuentro internacional de obispos que acompañan a las nuevas comunidades de la Renovación carismática católica, del Consejo internacional de la Fraternidad católica de comunidades y asociaciones carismáticas de la Alianza y, por último, de la XIII Conferencia internacional, convocada en Asís, sobre el tema: "Nosotros predicamos a Cristo crucificado, fuerza y sabiduría de Dios" (cf. 1 Co 1, 23-24), en el que participan las principales comunidades de la Renovación carismática en el mundo. Os saludo a vosotros, queridos hermanos en el episcopado, así como a todos los que trabajáis al servicio de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades. Dirijo un saludo especial al profesor Matteo Calisi, presidente de la Fraternidad católica, que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos.

Como ya he afirmado en otras circunstancias, los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades, que han florecido después del concilio Vaticano II, constituyen un don singular del Señor y un valioso recurso para la vida de la Iglesia. Es preciso acogerlos con confianza y valorarlos en sus diferentes contribuciones que han de ponerse al servicio de la utilidad común de manera ordenada y fecunda. Es de gran interés vuestra reflexión actual sobre el carácter central de Cristo en la predicación, así como sobre la importancia de "los carismas en la vida de la Iglesia particular", haciendo referencia a la teología paulina, al Nuevo Testamento y a la experiencia de la Renovación carismática.

Lo que vemos en el Nuevo Testamento sobre los carismas, que surgieron como signos visibles de la venida del Espíritu Santo, no es un acontecimiento histórico del pasado, sino una realidad siempre viva: el mismo Espíritu divino, alma de la Iglesia, actúa en ella en todas las épocas, y sus intervenciones, misteriosas y eficaces, se manifiestan en nuestro tiempo de manera providencial. Los movimientos y las nuevas comunidades son como irrupciones del Espíritu Santo en la Iglesia y en la sociedad contemporánea. Entonces podemos decir muy bien que uno de los elementos y de los aspectos positivos de las comunidades de la Renovación carismática católica es precisamente la importancia que en ellas tienen los carismas o dones del Espíritu Santo y su mérito consiste en haber recordado en la Iglesia su actualidad.

El concilio Vaticano II, en varios documentos, hace referencia a los movimientos y a las nuevas comunidades eclesiales, especialmente en la constitución dogmática Lumen gentium, donde se dice: "Los carismas, tanto los extraordinarios como los más sencillos y comunes, por el hecho de que son muy conformes y útiles a las necesidades de la Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento y consuelo" (n. 12). Después, también el Catecismo de la Iglesia católica ha subrayado el valor y la importancia de los nuevos carismas en la Iglesia, cuya autenticidad es garantizada por la disponibilidad a someterse al discernimiento de la autoridad eclesiástica (cf. n. 2003). Precisamente por el hecho de que somos testigos de un prometedor florecimiento de movimientos y comunidades eclesiales, es importante que los pastores ejerzan con respecto a ellos un discernimiento prudente, sabio y benévolo.

Deseo de corazón que se intensifique el diálogo entre pastores y movimientos eclesiales en todos los niveles: en las parroquias, en las diócesis y con la Sede apostólica. Sé que se están estudiando formas oportunas para dar reconocimiento pontificio a los nuevos movimientos y comunidades eclesiales, y muchos ya lo han recibido. Los pastores, especialmente los obispos, por el deber de discernimiento que les compete, no pueden desconocer este dato: el reconocimiento o la erección de asociaciones internacionales por parte de la Santa Sede para la Iglesia universal (cf. Congregación para los obispos, Directorio para el ministerio pastoral de los obispos, Apostolorum Successores, cap. 4, 8).

Queridos hermanos y hermanas, entre estas nuevas realidades eclesiales reconocidas por la Santa Sede se encuentra también vuestra Fraternidad católica de comunidades y asociaciones carismáticas de la Alianza, asociación internacional de fieles, que desempeña una misión específica en el seno de la Renovación carismática católica (cf. Decreto del Consejo pontificio para los laicos, 30 de noviembre de 1990, prot. 1585/S-6//B-SO).

Uno de sus objetivos, según las indicaciones de mi venerado predecesor Juan Pablo II, consiste en salvaguardar la identidad católica de las comunidades carismáticas y alentarlas a mantener un vínculo estrecho con los obispos y con el Romano Pontífice (cf. Carta autógrafa a la Fraternidad católica, 1 de junio de 1998: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de junio de 1998, p. 11). Asimismo, me ha complacido saber que se propone constituir un centro de formación permanente para los miembros y los responsables de las comunidades carismáticas. Esto permitirá a la Fraternidad católica desempeñar mejor su propia misión eclesial orientada a la evangelización, a la liturgia, a la adoración, al ecumenismo, a la familia, a los jóvenes y a las vocaciones de especial consagración; misión que se verá favorecida por el traslado de la sede internacional de la asociación a Roma, para poder mantener un contacto más cercano con el Consejo pontificio para los laicos.

Queridos hermanos y hermanas, la salvaguarda de la fidelidad a la identidad católica y del carácter eclesial de cada una de vuestras comunidades os permitirá dar por doquier un testimonio vivo y operante del profundo misterio de la Iglesia. Y esto promoverá la capacidad de las diferentes comunidades de atraer a nuevos miembros.

Encomiendo los trabajos de vuestros respectivos congresos a la protección de María, Madre de la Iglesia, templo vivo del Espíritu Santo, y a la intercesión de san Francisco y santa Clara de Asís, ejemplos de santidad y de renovación espiritual, mientras os imparto de corazón a vosotros y a todas vuestras comunidades una bendición apostólica especial.


TEXTO ORIGINAL DEL VATICANO AQUI

jueves, 27 de octubre de 2011

LA INTELIGENCIA Y LA CULTURA

LA INTELIGENCIA Y LA CULTURA
Conferencia pronunciada en el Paraninfo de la Universidad de Sevilla, como acto central de la Semana de Santo Tomás de Aquino, el 25 de enero de 1996.
Paul Cardenal POUPARD
Quisiera comenzar haciendo referencia al libro del Papa Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la Esperanza. El capítulo cuarto se titula: «¿Hay de verdad un Dios en el Cielo?» La pregunta es muy interesante, sobre todo si se observa cómo se la plantea al Papa el periodista que edita el libro, Vittorio Messori. Le dice literalmente: «Santidad, situándonos en una perspectiva sólo humana —si eso es posible, al menos momentáneamente—, ¿puede el hombre, y cómo, llegar a la convicción de que Dios verdaderamente existe?» (Plaza y Janés, Barcelona 1994, p. 49). La actualidad de la pregunta es innegable, y es muy interesante la respuesta que da el Papa. El Santo Padre sostiene con un gran énfasis que «la respuesta a la pregunta An Deus sit? no es sólo una cuestión que afecte al intelecto; es, al mismo tiempo, una cuestión que abarca toda la existencia humana [...], más aún, es una cuestión del corazón humano (las raisons du coeur de Blas Pascal)» (p. 52).
Ahora bien, sin quitarle al tema, en lo más mínimo, su carácter existencial, el Papa afirma también que el pensamiento humano, la especulación humana, está en condiciones de decir algo válido sobre Dios, tal y como recuerda la Constitución conciliar Dei Verbum sobre la Divina Revelación en su número tres. A fin de cuentas, ya el Libro de la Sabiduría y la Carta a los Romanos indican este camino. Y por ello, el mismo Santo Tomás, no abandona la vía de los filósofos, sino que inicia la Summa Theologiae con la pregunta: An Deus sit?, ¿existe Dios? (cfr. I, q. 2, a. 3).
Para el Papa, el intento filosófico de Santo Tomás de llegar a Dios, es válido y hasta provechoso, y lo defiende con las siguientes palabras:
«Pienso que es injusto considerar que la postura de Santo Tomás se agote en el solo ámbito racional. Hay que dar la razón, es verdad, a Étienne Gilson cuando dice con Tomás que el intelecto es la creación más maravillosa de Dios; pero eso no significa en absoluto ceder a un racionalismo unilateral. Tomás es el esclarecedor de toda la riqueza y complejidad de todo ser creado, y especialmente del ser humano. No es justo que su pensamiento se haya arrinconado en este período posconciliar; él realmente, no ha dejado de ser el maestro del universalismo filosófico y teológico. En este contexto deben ser leídas sus quinque viae, es decir, las cinco vías que llevan a responder a la pregunta An Deus sit?».
Como se ve, la respuesta del Papa a la pregunta de Messori es rica y matizada. Pone de manifiesto el carácter vital de la cuestión, y al mismo tiempo mantiene el valor que la tradición siempre le ha reconocido al intelecto humano, reconociéndole la capacidad de llegar hasta Dios, de llegar hasta el Dios verdadero, incluso si nos situamos, como dice Messori, «en una perspectiva sólo humana». La respuesta del Papa es, pues, muy equilibrada. Por ello, se experimenta una cierta sorpresa cuando se lee la pregunta que da inicio al capítulo siguiente. Messori, con la incisividad propia del periodista, «vuelve a la carga» diciéndole al Papa:
«Permítame una pequeña pausa. No discuto, es obvio, sobre la validez filosófica, teorética, de todo lo que acaba de exponer; pero ¿esta manera de argumentar tiene todavía un significado concreto para el hombre de hoy? ¿Tiene sentido que se pregunte sobre Dios, Su existencia, Su esencia?» (p. 53; el nuevo capítulo al que da inicio esta pregunta se titula: «"Pruebas", pero ¿todavía son válidas?»).
Estas preguntas, situadas en su contexto, me parece que introducen maravillosamente nuestro tema. Lo que en ellas se pone en cuestión es el alcance de la inteligencia humana. Se pone en cuestión, de modo radical, la capacidad de la inteligencia humana de llegar a Dios. Y para ello se apela al «hombre de hoy», un hombre que quizás no ve siquiera el sentido de plantearse una pregunta que trasciende su existencia concreta para elevarse hasta el conocimiento del Creador.
1. La espiritualidad de la inteligencia en los clásicos y la crisis de lo racional.
Debo decir que a mí esta puesta en duda de la capacidad de la inteligencia humana me ha impresionado siempre, y de modo profundo. Para los clásicos, estaba fuera de toda duda la dignidad de la inteligencia, esta facultad maravillosa del hombre, cuyo carácter espiritual parecía a todos casi evidente. Con el cristianismo, se va aún más lejos, y se descubre la inteligencia como imagen creada del Verbo eterno del Padre. Los grandes teólogos de la Edad Media exaltan la inteligencia, y al contemplar hoy retrospectivamente sus obras nos da la impresión de que caen en un intelectualismo excesivo. Sin embargo, tiene toda la razón el Papa cuando dice que no ceden a un «racionalismo unilateral», porque este aprecio del intelecto no significa el más mínimo desprecio por el resto de las dimensiones que configuran la totalidad de la persona humana. En la inteligencia, simplemente, se ve algo sublime, algo que es espiritual de modo indudable, algo cuya espiritualidad se puede intuir casi, y experimentar incluso, en la maravilla de nuestra vida intelectiva.
Hay que precisar, que este carácter espiritual de la inteligencia, en el que la Escolástica pone tanto énfasis, no es reduccionista. La espiritualidad no viene reducida a la inteligencia, aunque es la inteligencia el primer paso, el primer peldaño, para llegar a descubrir el nivel espiritual del hombre, así como el mejor aval para concebirlo de modo correcto. En la inteligencia, el hombre medieval «toca» casi con la mano el nivel espiritual; ello le llena de gozo, y en consecuencia le hace exaltar sobremanera las excelencias de la inteligencia. Pero al mismo tiempo, es siempre bien consciente de que la inteligencia es una mera facultad del alma, una simple «potencia operativa». Es más, la inteligencia no es ni siquiera la única facultad espiritual del alma; está también la voluntad, unida a la inteligencia en intimísima relación. Pero una vez admitido que en el hombre hay una facultad de orden espiritual, lo que queda elevado al nivel espiritual es todo el hombre, en su alma y en su cuerpo, porque una potencia operativa espiritual sólo puede inherir en un alma espiritual, y el alma es forma del cuerpo en unidad de sustancia. De este modo, la exaltación medieval de la inteligencia, no es en el fondo más que una exaltación de la espiritualidad del hombre.
Es delicioso comprobar cómo se refleja esta concepción del hombre en los escritos de los místicos españoles del Siglo de Oro, como Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Santa Teresa habla con toda naturalidad de las «potencias del alma», refiriéndose a la inteligencia y a la voluntad, y cuenta cómo Dios «toca» estas potencias cuando viene a su encuentro en la experiencia mística. Permitidme que os cite, por el encanto especial que tienen, las palabras con que Santa Teresa describe en el Libro de la Vida lo que ella llama «oración de unión»:
«Paréceme este modo de oración unión muy conocida de toda el alma con Dios, sino que parece quiere Su Majestad dar licencia a las potencias para que entiendan y gocen de lo mucho que obra allí.
«Acaece algunas y muy muchas veces, estando unida la voluntad [...], vese claro y entiéndese que está la voluntad atada y gozando; digo que "se ve claro", y en mucha quietud está sola la voluntad, y está por otra parte el entendimiento y memoria tan libres, que pueden tratar en negocios y entender en obras de caridad.
«[...] La memoria queda libre, y junto con la imaginación deve ser; y ella, como se ve sola, es para alabar a Dios la guerra que da y cómo procura desasosegarlo todo. A mí cansada me tiene y aborrecida la tengo, y muchas veces suplico a el Señor, si tanto me ha de estorbar, me la quite en estos tiempos» (cap. 17, n. 3-5: Efrén de la Madre de Dios y Otger Steggink [ed.], Obras completas, 8ª ed., BAC, Madrid 1986, pp. 96-98).
Creo que apenas habrá quien no se sienta como «ganado» por estas palabras tan simpáticas de la Santa de Ávila. La concepción del hombre que en ellas se trasluce no peca de reduccionista, porque el hombre no queda reducido a sus «potencias»; antes bien, el alma es todo un castillo interior delicadísimo, con infinidad de estancias o moradas, en las cuales la luz amorosa de la presencia divina sabe arrancar un sinfín de dulcísimos destellos. Es todo un mundo interior el que subyace a lo que experimentamos en el ejercicio cotidiano de nuestra facultad intelectiva; y este mundo, aunque invisible a los sentidos, e incluso a nuestra vida interior cotidiana, es completamente real. Cito de nuevo a la Santa de Ávila, y esta vez tomando las palabras de su obra cumbre, las Moradas del castillo interior. Dice así en su primer capítulo:
«Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí [...] se me ofreció lo que ahora diré para comenzar con algún fundamento, que es considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, ansí como en el cielo hay muchas moradas. Que si bien lo consideramos, hermanas, no es otra cosa el alma del justo sino un paraíso adonde dice El tiene sus deleites.
«[...] No es pequeña lástima y confusión que por nuestra culpa no entendamos a nosotros mesmos ni sepamos quién somos. ¿No sería gran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es y no se conociese ni supiese quién fue su padre, ni su madre, ni de qué tierra?
«Pues si esto sería gran bestialidad, sin comparación es mayor la que hay en nosotras cuando no procuramos saber qué cosa somos, sino que nos detenemos en estos cuerpos, y ansí, a bulto, porque lo hemos oído y porque nos lo dice la fe, sabemos que tenemos almas; mas qué bienes puede haver en esta alma u quién está dentro en esta alma u el gran valor de ella, pocas veces lo consideramos, y ansí se tiene en tan poco procurar con todo cuidado conservar su hermosura; todo se nos va en la grosería del engaste u cerca de este castillo, que son estos cuerpos» (cap. 1, nº 1-2: loc. cit., pp. 472-473).
Vale la pena remontarse a esta concepción cristiana de la persona humana, antes de considerar el cambio de perspectiva que se produce en la Edad Moderna. En la Edad Media, los términos rationale y spirituale son prácticamente equivalentes, porque lo racional es espiritual y viceversa. Así, no hay ningún problema en llamar rationale lumen a la iluminación del Espíritu. En cambio, hoy en día, no sólo se aprecian grandes diferencias de significado, sino que el término «racional» se ha cargado de connotaciones negativas. Lo «racional», lo «conceptual» y «abstracto» dan la impresión de referirse a un conocimiento viciado, a un conocimiento que no llega a la realidad de las cosas porque trata de aferrarla con conceptos abstractos, inadecuados para la riqueza de lo real. Lo conceptual parece puramente teorético, como una malla que al tratar de aprehender lo real lo deforma irremisiblemente. Frente a lo racional tendría la primacía el conocimiento experiencial, concreto, sensible; el conocimiento por connaturalidad que se manifiesta en los sentimientos íntimos; el conocimiento místico o suprarracional al que se llega por el amor humano o por la experiencia religiosa. De estos niveles de conocimiento, lo racional quedaría irremisiblemente excluido. La situación podríamos resumirla diciendo que en nuestro modo de pensar corriente la razón está siempre bajo sospecha, como un acusado en el banquillo al que se le exige que dé pruebas de su inocencia.
2. El conocimiento científico y la búsqueda sapiente de sentido.
La consecuencia de todo esto, a poco que reflexionemos, es bien curiosa. Vivimos en una cultura altamente sofisticada, en la que todo está estudiado, pesado, medido. El conocimiento científico que hemos logrado de la realidad se refleja en un avance tecnológico poderosísimo, que pone en nuestras manos posibilidades infinitas de control de nuestro entorno. En la sociedad moderna, no hay actividad humana que se realice sin una complejísima labor de planificación previa, que revele y sopese los pros y los contras de todas y cada una de las maniobras previstas. Hemos llegado a tener compañías de seguros ¡hasta para morirnos! Y bien, en esta sociedad en que la razón ocupa un puesto tan primordial, yo diría incluso que central, parece que el hombre se sintiera impotente para dar, con su entendimiento, con ese entendimiento que tanto hace trabajar a diario, un pequeño salto metafísico, una ligera elevación que le permita el acceso a los niveles más profundos de la realidad.
Existe un párrafo de la Constitución Gaudium et spes del Concilio Vaticano II, que, con toda delicadeza, invita precisamente a los hombres de nuestro tiempo a prestar atención a los niveles profundos de la realidad, niveles que se revelan especialmente cuando se toma en consideración la constitución de la persona humana. Son estas las palabras del Concilio:
«No se equivoca el hombre cuando se reconoce superior a las cosas corporales y se considera algo más que una partícula de la naturaleza o un elemento anónimo de la ciudad humana. Por su interioridad, es superior al universo entero; a estas profundidades retorna cuando se vuelve a su corazón, donde le espera Dios, que escruta los corazones [cf. 1 Re 16,7; Jer 17,10], y donde él solo decide su propio destino ante los ojos de Dios. Así, pues, al reconocer en sí mismo un alma espiritual e inmortal no es víctima de un falaz espejismo, procedente sólo de condiciones físicas y sociales, sino que, al contrario, toca la verdad profunda de la realidad» (nº 14).
En el fondo, somos bien conscientes de que la realidad tiene niveles profundos. Por ejemplo, confiamos mucho, y con razón, en el poder de la ciencia. Algunas de sus conquistas más sobresalientes pertenecen al patrimonio de nuestra cultura moderna, y ello nos llena de legítimo orgullo. Es más, algunos desarrollos de la ciencia, de naturaleza especialmente teórica, y por ello más admirables, nos han permitido liberarnos para siempre de viejos tópicos, propios de la natural ingenuidad humana, y conocer más de cerca la colosal complejidad de las cosas, en la cual, a pesar de todo, nuestro entendimiento es capaz de hacer alguna luz, conociendo con certeza algo válido y demostrable sobre nuestro mundo, desde sus remotos orígenes, hasta la más pequeña partícula subatómica. Sin embargo, al mismo tiempo, se constata que a esta relación con el mundo que la ciencia promueve, le falta algo, porque no acierta a conectarse con la más intrínseca realidad de las cosas. De hecho, estamos cayendo en la cuenta de que la moderna cosmovisión científica «es más una fuente de desintegración y de dudas que de integración y sentido». Así lo constababa hace poco más de un año el Presidente de la República Checa, Vaclav Havel, en un artículo aparecido en un periódico español: «Pese a que en la actualidad sabemos inconmensurablemente más sobre el universo que nuestros antecesores, parece cada vez más claro que ellos sabían algo que a nosotros se nos escapa» («El doloroso parto de una nueva era», Diario El Mundo, Madrid, 23-IX-1994).
De manera que, en este final de siglo, el progreso de la ciencia, por un lado, nos hace mirar con optimismo las virtualidades de la inteligencia humana; pero, por otra parte, se va haciendo cada vez más evidente que necesitamos cultivar urgentemente una sabiduría superior, que vaya más allá de la ciencia, que humanice nuestra vida, y que responda a la plenitud de las exigencias de nuestra naturaleza espiritual. La Constitución Gaudium et spes, ya citada, expresaba esta tensión paradójica propia de nuestro tiempo en su número quince, que, por su interés, reproduzco en su integridad:
«Tiene razón el hombre, partícipe de la luz de la mente divina, al creerse, por su inteligencia, superior al universo de las cosas. Con el ejercicio infatigable, siglo tras siglo, de su propio ingenio, ha progresado grandemente en las ciencias empíricas y en las artes técnicas y liberales, y en la era actual ha obtenido éxitos extraordinarios, sobre todo en la investigación y dominio del mundo material. Siempre, sin embargo, supo buscar y encontrar una verdad más profunda, ya que su inteligencia no se limita exclusivamente a lo fenoménico, sino que es capaz de alcanzar con verdadera certeza la realidad inteligible, a pesar de que, como consecuencia del pecado, se encuentre parcialmente débil y a oscuras.
«Hay que añadir que la naturaleza intelectual de la persona humana se perfecciona, y se debe perfeccionar, por la sabiduría, que atrae suavemente a la mente humana hacia la búsqueda y el amor de la verdad y del bien. Guiado por ella, el hombre por medio de las cosas visibles es llevado a las invisibles.
«Nuestra época, mucho más que los siglos pasados, tiene necesidad de esa sabiduría para humanizar todos los descubrimientos que el hombre va haciendo. Está en peligro el destino futuro del mundo si no se logra preparar hombres dotados de mayor sabiduría. Y nótese a este propósito que muchas naciones, más pobres, ciertamente, que otras en recursos económicos, pero más ricas en esta sabiduría, pueden ofrecer a las demás un servicio incalculable.
«Finalmente, por un don del Espíritu Santo, el hombre llega por la fe a contemplar y gustar el misterio del plan divino».
3. Hacia la superación de los irracionalismos.
El Concilio parte de las potencialidades humanas de la razón, y termina aludiendo a su capacidad de ser elevada por el Espíritu Santo para comprender los mismos misterios divinos. Ahora bien, ¿cómo asume el hombre de hoy estos desafíos que tiene planteados en cuanto persona inteligente? ¿Cómo se plantea la cuestión del sentido de su vida? ¿Qué es lo que se considera hoy como «nivel profundo» de la realidad, y de qué modo se intenta hoy vivir a ese nivel?
Un análisis pormenorizado de estas importantes cuestiones desbordaría por completo el marco de mi intervención. Pero querría resaltar al menos un aspecto que sin duda está presente; a saber, una especie de «vagabundeo espiritual». El hombre de hoy con frecuencia está embarcado en una búsqueda de experiencias dadoras de sentido, pero en su travesía carece de «puntos de anclaje», de espacios en que sea seguro para él «echar el ancla» y ganar en estabilidad, porque desconfía de los puntos de apoyo que le han llegado por medio de la tradición. Se siente impulsado por una verdadera hambre de lo divino y de lo recóndito, pero ésta le lleva con frecuencia a un sentimentalismo fideísta, e, incluso, a lo que se ha dado en llamar «religiosidad salvaje». Aunque saciado suficientemente en sus necesidades materiales —gracias a una calidad de vida siempre creciente— siente sin embargo una sed de algo más que no sabe cómo apagar, y que, llegado a un cierto punto, le hace sentirse como una olla a presión que puede saltar en cualquier momento.
No quiero detenerme en describir los diversos modos en que se produce esta búsqueda del hombre de hoy. Cualquiera de Vds. podría hacer, desde su punto de vista, y desde su experiencia personal, una ilustración de este fenómeno, que nos enriquecería a todos con nuevos datos y con una visión más completa y matizada del problema. Por mi parte, lo único que quiero decir, es esto: ante este fenómeno de insatisfacción y de búsqueda de algo más, ¿no es hora de que empecemos a pensar con la cabeza?
Me explico. Creo que uno de los problemas más serios del momento actual es un cierto irracionalismo, que nos puede bloquear a la hora de buscar las soluciones que nuestra cultura necesita en este momento de crisis. No quiero pedir con esto la vuelta a un racionalismo desfasado; pero sí a un uso serio de la razón. La razón, con la cual nacemos equipados al nacer, es una facultad maravillosa, perfectamente adaptada a la solución de los problemas humanos, con tal de que la sepamos usar como se debe, y tributarle el respeto que se merece. No ganamos nada con humillarla. Ciertamente, es necesario un sano realismo a la hora de aceptar los límites humanos de nuestra capacidad de comprensión de las cosas, en especial de aquéllas que más nos desbordan, y de las cuales nuestro conocimiento humano será siempre confuso, aunque no por ello falso: un conocimiento puede ser confuso, en el sentido de poco preciso, sin dejar por ello de ser verdadero. Sin embargo, esta humildad ante los límites de nuestras capacidades, no debería impedir en nosotros la actitud de un sano realismo ante el mundo, un sentirnos capaces de afrontar la realidad tal y como es, sin complejos pesimistas, y sin sueños idealistas. ¿Qué sentido tiene, me pregunto, en este momento de la historia, seguir insistiendo en la endeblez de nuestro pensamiento? Y no sólo porque no sea productivo, sino porque, ante todo, no es verdad que nuestro pensamiento sea un pensamiento débil. La inteligencia humana es capaz de mucho. Soy consciente de hallarme ante un auditorio plural; pero me atrevo a proponer, con todo respeto, la siguiente afirmación: la inteligencia humana es capaz, incluso, de atisbar, como causa suprema de la creación, como fundamento último de su ser y de su armonía, la majestad infinita de Dios.
Pero no es éste el punto último al que quería llegar. La capacidad de la inteligencia humana de llegar a Dios —que para los católicos es un dogma de fe, dogma definido en el Concilio Vaticano Primero (Dei Filius, cap. 2: Denzinger, nº 3004 y 3026) y reafirmado en el Concilio Vaticano Segundo (Dei verbum, nº 6: Denzinger, nº 4206)— es, si queréis, sólo un caso particular de las posibilidades del intelecto humano. Lo verdaderamente importante —y creo que en esto sí que podemos alcanzar todos un consenso a pesar de la pluralidad de opiniones— es que reconozcamos, sin reduccionismos, que la razón humana es mucho más potente de lo que una cultura ambiente superficial parece inclinarnos a pensar. En este momento histórico, es importante advertir que no es legítimo deslegitimizar a cada paso cualquier intento razonable de elevarse por encima de la chata consideración empírica de las cosas. Bien está que exijamos rigor; pero, ¿no es verdad que nos hemos deleitado demasiado —incluso a nivel de las élites intelectuales de nuestro siglo— en exaltar un espíritu de sospecha, de desmitologización, de relativismo, que llevado a sus últimas consecuencias, es absurdo en sí mismo? Después del largo período que hemos pasado de deconstructivismo, de disolución, de escepticismo, ¿no habrá llegado ya la hora de empezar a construir, de empezar a edificar, de empezar a poner cimientos sólidos? ¿O preferimos seguir profundizando y enfangándonos cada vez más en la pura negatividad? Ante nosotros se abren dos opciones: abrazar con toda la mente, con todo el corazón, con todas nuestras fuerzas, un espíritu constructivo, o seguir abrazados a ese cadáver que es el espíritu deconstructivo, ese espíritu que nos hace hijos espirituales de Mefistófeles, quien, en la obra cumbre de la lengua alemana, el Fausto de Goethe, se define a sí mismo como espíritu de contradicción: «Ich bin der Geist, der stets verneint!» (Johann Wolfgang Goethe, Faust. Erster Teil. Insel, Frankfurt am Main 1974, p. 64); es decir: «Soy el espíritu que siempre dice que no». ¿Es éste el espíritu que queremos seguir?
4. Los niveles profundos de la realidad y la felicidad del hombre.
Quisiera recapitular en este punto el tema central que he querido desarrollar a lo largo de esta ponencia. En efecto, mi objetivo puede parecer modesto, pero no ha sido más que éste: tratar de mostrar que en la realidad que nos circunda y en la que estamos inmersos, existen niveles profundos, y que nuestra inteligencia es capaz de captarlos. Vivimos en un mundo en que los medios de comunicación de masas, y especialmente los audiovisuales, tienen un influjo cada vez más preponderante. A la hora de valorar este influjo, hoy se tiende a no dramatizar, constatando simplemente que los medios de comunicación se limitan a transmitir y a reforzar los valores y la mentalidad que ya existen en una sociedad determinada. De todos modos, hay que reconocer que, de hecho, nuestra cultura se caracteriza por una enorme superficialidad, e, incluso, por la pérdida progresiva de una sana racionalidad. Y con esto no me refiero a la pérdida de la moral, a la degeneración del tejido ético de nuestra sociedad, que es también manifiesta; es ya a nivel noético, a nivel de los valores cognoscitivos, que se observa una preocupante regresión.
Se suele decir, y es verdad, que «una imagen vale por mil palabras». Ahora bien, ¿no es verdad que en el mundo que nos hemos fabricado vivimos inmersos en un mar de imágenes banales? ¿No es verdad que la sociedad en su conjunto anda cada vez más a la caza de experiencias de todo género, y en cambio se olvida de cultivar sus dimensiones más elevadas? ¿No es verdad —y de esto sois bien conscientes todos los que formáis parte del rico mundo universitario— que el nivel cultural de la sociedad experimenta un descenso lento, pero constante? Ante esta realidad, dramática para la cultura, yo me atrevería a decir: es cierto que una imagen vale más que mil palabras; pero hay veces que un concepto, un término bien acuñado, vale más que mil imágenes, porque capta lo esencial; y en nuestro mundo de hoy, estamos llegando a perder los conceptos, lo cual es muy peligroso.
Hace unos años, el Consejo Pontificio para el Diálogo con los No Creyentes que yo presidía promovió un estudio sobre el tema «felicidad y fe cristiana», que se trató en la Asamblea Plenaria del Consejo en el año 1991. Uno de los resultados principales a los que llegamos fue precisamente éste. Constatamos que hoy, cada vez más, el mundo de la imagen tiende a «bloquear» las mentes, impidiendo de hecho una verdadera búsqueda de la felicidad que arranque de las necesidades más profundas y auténticas del hombre:
«Hoy, cada vez más, el campo de batalla de los valores está localizado en el mundo de las imágenes, más bien que en el de las ideas. [...] En esta perspectiva, el conflicto de imágenes de la felicidad es de una importancia vital para la transmisión de la misma fe. Si el dato puramente banal ocupa la mente humana, y lo hace usando imágenes atrayentes, resulta difícil que se verifique aquella "escucha" de la que proviene la fe. [...] El verdadero peligro de este momento histórico es que la gente, al quedar prisionera de semejante superficialidad, no se dé cuenta de las necesidades fundamentales del corazón humano» (Cardenal Paul Poupard, Felicidad y fe cristiana. Herder, Barcelona 1992, p. 65.)
Citando este párrafo puede parecer que me he salido del tema, desplazándome del terreno cognoscitivo al volitivo, del tema de la verdad al tema del bien y de la felicidad. Pero no hay oposición. ¿Puede haber interrelación más íntima de la que hay entre inteligencia y voluntad, entre la búsqueda del espíritu y el deseo del alma? El ser humano desea saber, y no puede querer sino conociendo. Es éste el carácter existencial del conocimiento al que hacía referencia el Papa al hablar del conocimiento de Dios. El conocimiento del hombre afecta a su misma existencia. Por ello es especialmente grave el que en este momento histórico el hombre se halle bloqueado en su conocimiento a nivel de la imaginación, porque, de este modo, corre el riesgo de no percibir siquiera dónde está la felicidad que puede saciarle de veras. Envuelto en el ritmo frenético de la vida moderna, y en los placeres superficiales que constantemente se le ofrecen o se le insinúan, el hombre corre el riesgo de pasarse la vida entera distraído, sin plantearse siquiera los interrogantes que son más decisivos para la existencia.
De todos modos, esta presentación que he hecho pecaría de simplista si no fuera completada con otro dato. Es verdad que en nuestro mundo sufrimos una especie de «embotamiento» intelectual, así como un hedonismo fácil que tiende a excluir los planteamientos profundos, metafísicos o religiosos. No obstante, es un hecho cada vez más patente el rebrotar de los sentimientos religiosos, esa «hambre de lo divino y de lo sagrado» a la que antes aludía. El tema de Dios y de la religión interesan cada vez más. Se intenta recuperar la piedad popular y las manifestaciones religiosas propias de cada tierra. Se hace cada vez más frecuente el estudio de las llamadas ciencias ocultas, el recurso a la magia o al espiritismo, al horóscopo o al tarot, a la sabiduría del Oriente o de sectas herméticas.
¿Qué nos indica todo esto? A mi juicio, dos cosas. Una positiva, y otra negativa. La positiva es ésta: una vez más, se verifica aquello del inquietum cor de San Agustín: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones, lib. 1,1: CCL 27,1). La secularización de la modernidad no sólo no ha logrado erradicar la idea y la vivencia de Dios, sino que, en pocos años, se demuestra que el hombre tiene una necesidad constitutiva de saciar de algún modo sus deseos de algo más, de vivir de algún modo en una relación religiosa con un Dios que le sobrepasa. Es decir, considero como positivo el hecho de que a pesar de un enorme proceso de secularización que hemos sufrido, la idea de Dios siga todavía viva, lo cual demuestra la enorme vitalidad de la religión.
Hasta aquí lo positivo. Y lo negativo: el modo de saciar esta manifiesta hambre de lo divino. Como hemos perdido casi del todo la confianza en el poder de la razón para ayudarnos a salir del atolladero, corremos el serio riesgo de salir, como se dice, «por peteneras». Es decir, de dejarnos llevar por sentimientos exacerbados, o por un subjetivismo atroz que olvide por completo la sabiduría que nos ha legado la tradición. Es éste, a mi juicio, el punto delicado, y donde hace falta, más que nunca, una lucidez a toda prueba, unida a un espíritu abierto que se atreva a explorar nuevos caminos. Sólo cultivando la inteligencia de este modo, lograremos salir de la crisis cultural en que nos encontramos.
5. La banalización de la religión en la cultura actual.
Una última observación, relativa a la religión. Aunque he tratado de ceñirme al terreno estrictamente intelectual, es indudable que el tema de la religión está íntimamente relacionado. Y ahora me pregunto: en esta sociedad que corre el riesgo de caer por el precipicio de la superficialidad y de la banalidad, ¿qué papel juega la religión? ¿qué lugar ocupa? Por un lado, es evidente que la religión ha sufrido, hoy como siempre, pero quizás hoy más que en muchas épocas, una acerada crítica desde diversas instancias. La voz de la religión muchas veces resulta molesta, incómoda, y se ha intentado acallarla, cuando no combatirla desde un ateísmo militante. Sin embargo, en el momento actual, yo creo que este estado de cosas ha cambiado ya, y está cambiando radicalmente. Yo diría en este sentido que la cultura actual simplemente se limita a absorber la religión como un elemento más, integrándola, banalizándola, y yuxtaponiéndola al resto de los elementos culturales.
A la religión cada vez se la ataca menos de forma directa. Es más, se la respeta. Al elemento religioso se le concede incluso un cierto espacio en los medios de comunicación. De este modo, se logran dos cosas. Por un lado, se satisface así a aquella minoría de creyentes que cree de verdad, ofreciéndole lo que le gusta. Por otra parte, a la gran mayoría, esa gran mayoría de la gente más o menos indiferente, que ni cree ni deja de creer, que cree en parte, pero se comporta como si no creyese, o que no cree, pero que se comporta como si creyese en parte, se le ofrece, como un elemento más de su vida superficial, algún elemento religioso, más o menos interesante, más o menos curioso, más o menos esotérico, para que, al menos durante algunos momentos de la jornada, pueda sentir la emoción de plantearse un poco una serie de cuestiones que animen su existencia, la cual, sin embargo, sigue su curso superficial.
Perdóneseme lo que voy a decir, pero creo que la imagen es ilustrativa: la religión es hoy como un boxeador al que la secularización lo ha dejado «sonado». La religión sigue estando ahí, pero ya no se la combate, porque no hace falta. A uno que está «sonado» no hace falta golpearle. ¿Qué quiero decir con esto? Que necesitamos, urgentemente, salir de ese estado en que nuestra inteligencia funciona sólo a mitad de rendimiento, que necesitamos hacer un poco de luz, empezar a pensar, empezar a poner un cierto orden en nuestros esquemas de pensamiento, en nuestras ideas, y en nuestra misma sociedad. Necesitamos, en suma despertar. Y en el fondo ¡no se trata de algo tan difícil!

Conclusión
Queridos amigos: os he hablado con toda franqueza de cómo veo un problema que, a pesar de ser simple, tiene una importancia inquietante. Mis palabras están cargadas, lo sé, de la incisividad que busca el que quiere provocar una respuesta en su auditorio. He querido situarme en un plano en el que el diálogo fuera posible, incluso con el no creyente, aunque, como es natural, en mi discurso se trasluce también mi fe cristiana. Pero el mensaje que he querido transmitir creo que es válido para todos, y se podría resumir en las famosas palabras de Blas Pascal: «travaillons donc à bien penser»: esforcémonos en pensar con corrección... y se empezarán a arreglar más cosas de las que pensamos. «Travaillons donc à bien penser», porque, por arduo que pueda parecer, tenemos el derecho y la obligación de poner los cimientos de una nueva cultura de la verdad. «Travaillons donc à bien penser», y no nos cansemos nunca de dar gracias por el don de nuestra inteligencia espiritual; que resuene siempre en nosotros aquella exhortación de San Agustín: «Intellectum valde ama» (Epist. 120, 3, 13: PL 33, 459); «ama mucho la inteligencia»; ámala mucho.

TEXTO ORIGINAL AQUI

DECLARACIÓN SOBRE LA MASONERÍA


CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE



DECLARACIÓN SOBRE LA MASONERÍA




Se ha presentado la pregunta de si ha cambiado el juicio de la Iglesia respecto de la masonería, ya que en el nuevo Código de Derecho Canónico no está mencionada expresamente como lo estaba en el Código anterior.

Esta Sagrada Congregación puede responder que dicha circunstancia es debida a un criterio de redacción, seguido también en el caso de otras asociaciones que tampoco han sido mencionadas por estar comprendidas en categorías más amplias.

Por tanto, no ha cambiado el juicio negativo de la Iglesia respecto de las asociaciones masónicas, porque sus principios siempre han sido considerados inconciliables con la doctrina de la Iglesia; en consecuencia, la afiliación a las mismas sigue prohibida por la Iglesia. Los fieles que pertenezcan a asociaciones masónicas se hallan en estado de pecado grave y no pueden acercarse a la santa comunión.

No entra en la competencia de las autoridades eclesiásticas locales pronunciarse sobre la naturaleza de las asociaciones masónicas con un juicio que implique derogación de cuanto se ha establecido más arriba, según el sentido de la Declaración de esta Sagrada Congregación del 17 de febrero de 1981 (cf. AAS 73, 1981, págs. 230-241; L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 8 de marzo de 1981, pág. 4).



El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en la audiencia concedida al cardenal Prefecto abajo firmante, ha aprobado esta Declaración, decidida en la reunión ordinaria de esta Sagrada Congregación, y ha mandado que se publique.



Roma, en la sede de la Sagrada Congregación para la Dotrina de la Fe, 26 de noviembre de 1983.

Cardenal Joseph RATZINGER
Prefecto

+ Fr. Jean Jerôme HAMER, O.P.
Arzobispo titular de Lorium
Secretario.

TEXTO ORIGINAL DEL VATICANO AQUI.

miércoles, 26 de octubre de 2011

JESUCRISTO OFRECE EL AGUA DE LA VIDA

El único fundamento de la Iglesia es Jesucristo, el Señor. Él está en el corazón de toda acción cristiana y de todo mensaje cristiano. Por eso la Iglesia regresa constantemente al encuentro de su Señor. Los Evangelios nos narran muchos encuentros de Jesús: desde los pastores de Belén a los dos ladrones crucificados con él, desde los doctores que lo escuchaban en el Templo hasta los discípulos que caminaban apesadumbrados hacia Emaús. Pero un episodio que indica con especial claridad lo que Él nos ofrece es el relato de su encuentro con la samaritana junto al pozo de Jacob, en el capítulo cuarto del evangelio de san Juan. Este encuentro ha sido descrito incluso como « un paradigma de nuestro compromiso con la verdad ».86 La experiencia del encuentro con un desconocido que nos ofrece el agua de la vida es una clave para entender la manera en que podemos y debemos entablar el diálogo con quien no conoce a Jesús.

Uno de los elementos más atractivos del relato de Juan (Jn 4) es la demora de la mujer en captar qué quiere decir Jesús con eso del « agua de la vida » o el agua « viva » (v. 11). Aun así, se siente fascinada –no sólo por el desconocido mismo, sino también por su mensaje–, y eso le hace escucharlo. Después del impacto inicial, al darse cuenta de lo que Jesús sabe de ella (« tienes razón al decir que no tienes marido; pues has tenido cinco hombres, y el de ahora tampoco es tu marido. En eso has dicho la verdad », vv. 7-18), se abre completamente a su palabra: « Señor, veo que eres profeta » (v. 19). Comienza el diálogo sobre la adoración a Dios: « Vosotros dais culto a lo que desconocéis, nosotros damos culto a lo que conocemos; pues la salvación procede de los judíos » (v. 22). Jesús tocó su corazón y la preparó para escuchar lo que tenía que decir acerca de sí mismo como Mesías: « Soy yo, el que habla contigo » (v. 26). La dispuso para que abriese su corazón a la verdadera adoración en Espíritu y a la manifestación de Jesús como Ungido de Dios.

La mujer « dejó el cántaro, se fue a la aldea y contó a los vecinos » lo referente a aquel hombre (v. 28). El extraordinario efecto sobre la mujer de este encuentro con el desconocido provocó la curiosidad de aquéllos, de modo que también ellos « acudieron a él » (v. 30). Pronto aceptaron la verdad de su identidad: « Ya no creemos por lo que nos has contado, pues nosotros mismos hemos escuchado y sabemos que éste es realmente el Salvador del mundo » (v. 42). Pasan de oír hablar de Jesús a conocerle personalmente, comprendiendo entonces el significado universal de su identidad. Y todo esto porque se han implicado con la mente y con el corazón.

El hecho de que la historia tenga lugar junto a un pozo es significativo. Jesús ofrece a la mujer « un manantial que brota dando vida eterna » (v. 14). La delicadeza con que Jesús trata a la mujer es un modelo de eficacia pastoral: ayudar a los otros sincerarse sin sufrir en el doloroso proceso de reconocimiento propio (« me ha contado todo lo que he hecho », v. 39). Este enfoque podría producir abundantes frutos con quienes se sienten atraídos por el « aguador » (Acuario) y siguen buscando sinceramente la verdad. Habría que invitarlos a escuchar a Jesús, que no sólo ofrece agua para saciar nuestra sed, sino además las profundidades espirituales ocultas del « agua viva ». Es importante reconocer la sinceridad de las personas que buscan la verdad; no se trata de falsedad o de auto-engaño. También es importante ser paciente, como todo buen educador sabe. Una persona poseída por la verdad se ve repentinamente llena de una sensación de libertad completamente nueva, especialmente frente a los errores y temores del pasado. « Quien se esfuerza por conocerse a sí mismo, como la mujer junto al pozo, infundirá a los demás un deseo de conocer la verdad que puede liberarlos también a ellos ».87

La invitación a seguir a Cristo, portador del agua de la vida, tendrá un peso mucho mayor si quien la hace se ha visto profundamente afectado por su propio encuentro con Jesús, porque no se trata de alguien que se haya limitado a oír hablar de él, sino de quien está seguro de « que es realmente el Salvador del mundo » (v. 42). Se trata de dejar que las personas reaccionen a su manera, a su propio ritmo, y dejar a Dios hacer el resto.

TEXTO COMPLETO DE LA NUEVA ERA AQUI.

martes, 25 de octubre de 2011

JERICÓ DEL ROSARIO


---------- Mensaje reenviado ----------
De: Comunidad Jericó Jericó
Fecha: 25 de octubre de 2011 10:00
Asunto: JERICÓ DEL ROSARIO


Hermanos y hermanas de la Comunidad Jericó,
Paz y Bien:

En función de las promesas recibidas ayer lunes en la Comunidad, a través de los carismas de visiones y profecías, les invitamos hacer un Jericó del Rosario, durante 7 días continuos, para su protección y la de su familia.

En nuestras manos tenemos un Rosario de la Virgen María, junto con las lágrimas de Jesús.

Coloquense este Rosario de oraciones, como un pectoral de protección.

Que Dios les Bendiga Abundantemente,


La Comunidad Jericó.

ORACIONES DEL ROSARIO

ORACIONES DEL ROSARIO
SEÑAL DE LA CRUZ
+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios nuestro. +En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.


SÍMBOLO DE LOS APÓSTOLES
Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.


ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.


PADRENUESTRO
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén.


AVEMARÍA
Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.


GLORIA
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.


JACULATORIAS
Puede usarse una de estas dos:

María, Madre de gracia, Madre de misericordia, defiéndenos de nuestros enemigos y ampáranos ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Oh Jesús, perdónanos nuestros pecados, sálvanos del fuego del infierno y guía todas las almas al Cielo, especialmente aquellas que necesitan más de tu misericordia. (Oración de Fátima).

SALVE
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A Ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a Ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María!

Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

Oración. Omnipotente y sempiterno Dios, que con la cooperación del Espíritu Santo, preparaste el cuerpo y el alma de la gloriosa Virgen y Madre María para que fuese merecedora de ser digna morada de tu Hijo; concédenos que, pues celebramos con alegría su conmemoración, por su piadosa intercesión seamos liberados de los males presentes y de la muerte eterna. Por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.



MISTERIOS DEL ROSARIO

MISTERIOS GOZOSOS (lunes y sábado)
1. La Encarnación del Hijo de Dios.
2. La Visitación de Nuestra Señora a Santa Isabel.
3. El Nacimiento del Hijo de Dios.
4. La Purificación de la Virgen Santísima.
5. La Pérdida del Niño Jesús y su hallazgo en el templo.


MISTERIOS DOLOROSOS (martes y viernes)
1. La Oración de Nuestro Señor en el Huerto.
2. La Flagelación del Señor.
3. La Coronación de espinas.
4. El Camino del Monte Calvario.
5. La Crucifixión y Muerte de Nuestro Señor.

MISTERIOS GLORIOSOS (miércoles y domingo)
1. La Resurrección del Señor.
2. La Ascensión del Señor.
3. La Venida del Espíritu Santo.
4. La Asunción de Nuestra Señora a los Cielos.
5. La Coronación de la Santísima Virgen.


MISTERIOS LUMINOSOS (jueves)
1. El Bautismo de Jesús en el Jordán.
2. La Autorrevelación de Jesús en las bodas de Caná.
3. El anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión.
4. La Transfiguración.
5. La institución de la Eucaristía.


TEXTO ORIGINAL AQUI

lunes, 24 de octubre de 2011

La renovación carismática:

La Renovación Carismática se sustenta en la Renovación en el Espíritu Santo. Por los Sacramentos del Bautismo y el de la Confirmación, los católicos hemos recibido el Espíritu Santo y todas las potencialidades de Dones y carismas, que el Espíritu Santo ha puesto en nosotros, como el granito de mostaza, llamado a convertirse en un árbol.

La gran mayoría de los católicos ha dejado dormir estas potencialidades, recibidas en el Bautismo y en la Confirmación, pero hay comunidades de oración de alabanzas y adoración, que siendo una minoría, tratan de resistir a que se apague la llama del Espíritu Santo, que si bien no ha sido apagada, sí ha sido bastante sofocada.

El Espíritu Santo reside en nosotros desde nuestro Bautismo y Confirmación, en estas comunidades carismáticas, se logra descubrir y despertar estas potencialidades, potencialidades que se activan sobrenaturalmente, como una fuente de Gracia que invade todo lo que somos: inteligencia, voluntad, emociones, y aún nuestro mismo cuerpo. El símbolo del Agua es el más apropiado para ejemplificar esta misteriosa realidad, recibida en el Bautismo, y redescubierta por una acción particular del Espíritu que vive en nosotros.

Es por lo demás la expresión que Jesús empleó en el día de la fiesta de los Tabernáculos cuando dijo: "Si alguno tiene sed, que venga a mí, y que beba. Aquel que cree en mí ... y ríos de agua viva brotarán de su seno". Y San Juan añade: "Él hablaba del Espíritu que debía venir" (Jn. 7, 38-39).

La Comunidad "Jericó".

RELIGIOSAS MERCEDARIAS

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL XVIII CAPÍTULO DE LAS RELIGIOSAS MERCEDARIAS
DE LA CARIDAD

Viernes 28 de junio de 1996



Amadas Religiosas Mercedarias de la Caridad:

1. Es para mí un gran gozo poder compartir con vosotras este encuentro durante la celebración de vuestro XVIII Capítulo General, con el que os disponéis a renovar vuestra participación en la misión evangelizadora de la Iglesia, mirando al futuro con gran esperanza y realizando vuestro carisma para bien de la humanidad «en Dios, por Dios y para Dios», según dice el lema de vuestra Congregación.

Saludo con afecto a la Madre María Josefa Larraga Cortés, recién elegida para el cargo de Superiora General, a la vez que dirijo un emocionado recuerdo a la Madre Ester Gómez Tovar, fallecida hace unos meses a consecuencia de una enfermedad contraída durante su visita a las misiones de Mozambique y Angola. Asimismo saludo cordialmente a las nuevas Consejeras elegidas en este Capítulo, y a todas las Religiosas que representáis a las 8 Provincias de la Congregación, actualmente presente en 14 países de Europa, América y África. A través vuestro quiero hacer presente mi aprecio y estima a cada una de vuestras Hermanas que siguen con interés los trabajos capitulares y los acompañan con su oración.

2. Vuestra Congregación, más que centenaria, nació por inspiración del Siervo de Dios Juan Nepomuceno Zegrí y Moreno, celoso sacerdote malagueño, con el carisma del «servicio omnímodo de caridad en orden a la plena liberación de los hombres». Fieles a ese espíritu, tenéis como misión propia el ejercicio de las obras de misericordia en sectores tan amplios y diversos como son los hospitales, residencias de ancianos, colegios, leproserías, hogares sacerdotales, misiones ad gentes y ayuda a las parroquias, sin olvidar los servicios que prestáis también a la Santa Sede. Todo ello, realizado por amor a Dios, a la Iglesia y a la humanidad, contribuye a manifestar la excelencia de la vocación religiosa en el compromiso con el destino de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, a los que hay que servir con el anuncio constante de la Buena Nueva; con la solidaridad sincera y eficaz especialmente con los pobres, los enfermos, los ancianos y los alejados, a los cuales hay que mostrar el amor misericordioso del Señor; con el trabajo por una verdadera promoción humana y cristiana.

3. Con vuestra vida de consagradas estáis llamadas a proclamar la primacía de Dios y de los valores evangélicos en el mundo. En virtud de esta primacía no se puede anteponer nada al amor personal por Cristo y por los pobres en los cuales Él vive (Vita consecrata, 84). Por eso toda auténtica renovación exige un proceso que, ante todo, ayude eficazmente a sentir en el corazón la pasión por la santidad de Dios y, tras haber acogido la palabra en el diálogo de la oración, la proclame con la vida, con los labios y con los hechos.

En nuestro mundo, tan necesitado de la presencia de Dios, es urgente un testimonio audaz por parte de las personas consagradas, las cuales, siguiendo e imitando a Cristo casto, pobre y obediente, totalmente entregadas a la gloria del Padre y al amor de los hermanos y hermanas, hacen presentes los bienes del Reino de Dios (Vita consecrata, 84). Os exhorto a renovar ese precioso servicio al que, como consagradas, el Señor os ha llamado y por medio del cual la Iglesia y el mundo esperan mucho de vosotras.

4. La celebración de este Capítulo General en la fase preparatoria del Gran Jubileo del año Dos mil está llamada a ser un momento particular de gracia, con abundantes frutos espirituales y apostólicos. Por eso deseo animaros, a vosotras y a todas las demás Religiosas de la Congregación, a acoger con firme esperanza la voz del Espíritu. Que la Virgen María, Madre de Cristo y de la Iglesia, bajo la advocación de las Mercedes os ayude e impulse en el encuentro frecuente con su divino Hijo en el misterio eucarístico. Que Ella, verdadera Arca de la Nueva Alianza y Mediadora de todas las gracias, os enseñe a amarlo como Ella lo amó. Que con su intercesión os sostenga también en las diversas obras de apostolado en las que estáis comprometidas.

Con estos sentimientos, de corazón os imparto a vosotras y a todas las Mercedarias de la Caridad, así como a vuestros colaboradores y bienhechores, la Bendición Apostólica.
TEXTO ORIGINAL AQUI.

Oración por los presos y su familia




Señor Jesús, Tú siempre
te mostraste amigo de los pequeños, de los pobres y de los excluidos: hasta el punto de querer pasar por la experiencia del preso: fuiste denunciado, detenido y apresado en la oscuridad de la noche, conducido a la cárcel y sometido a interrogatorios, insultos, burlas, malos tratos y torturas, juzgado sin las debidas garantías, condenado y ejecutado (como muchos a lo largo de la historia y también hoy).
Tu amor te llevó a identificarte con ellos y a permanecer presente en ellos: estuve en la cárcel y viniste a verme. Ante este gesto tan desconcertante nos atrevemos a pedirte por las presas y presos de hoy para que:
o No piensen que porque la sociedad los condena, Tú los rechazas.
o No renuncien ni un solo momento a su dignidad de personas e hijos de Dios.
o No pierdan nunca su libertad interior.

o No se desesperen ni caigan en depresión.
o No renuncien a esforzarse contra todo tipo de opresión, represión e injusticia.
o Se afanen en cambiar de conducta.
o Hagan por su vida y por su reinserción.
o No abandonen a sus familias y amigos, ni sean abandonados por ellos.
o Su situación los acerque más a Ti y sean salvados del mundo.
También queremos pedirte por nosotros, su familia, la sociedad y la Iglesia para que:

o No rechacen a las presas y presos por el hecho de serlo.
o Les respetemos como personas que son.
o Te veamos y sirvamos a Ti en ellos.
o Los acojamos con cariño y comprensión cuando recobren la libertad.
o Les acompañemos y ayudemos a reinsertarse.
o Nuestro amor, en definitiva, les ayude a descubrir que Tú les quieres.
Te lo pedimos por María, tu Madre y nuestra Madre. Amén.
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sábado, 22 de octubre de 2011

LAS 4 PUERTAS DEL MAL

---------- Mensaje reenviado ----------
De: Comunidad Jericó Jericó
Fecha: 22 de octubre de 2011 22:34
Asunto: Retiro del Padre José Luis Aguilar



Hermanos(as) de la Comunidad Jericó,

Paz y Bien:



Les escribimos para que no se pierdan la corriente de gracia que se está recibiendo en el Retiro del Padre José Luis Aguilar.



El Padre José Luis Aguilar en este retiro, enseñará a aprender cómo cerrar las 4 PUERTAS DEL MAL.



Hoy ya nos enseñó a cerrar y sellar la primera puerta al Mal: La puerta del Pecado.



Mañana domingo, desde las 9:30 A.M., en el Gimnasio del Colegio San Agustín, entrando por calle Tucapel (Concepción, Chile), continuaremos aprendiendo, cómo cerrar y sellar las 3 puertas restantes: LAS HERIDAS, LA HERENCIA Y EL OCULTISMO.



No te quedes atrás en esta capacitación, en esta escuela espiritual, hay que estar permanentemente capacitándose, para la salvación y sanación suya, la de su familia y "La de Muchos".



Les esperamos,



La Comunidad Jericó.



viernes, 21 de octubre de 2011

HOY HABRÁ MISA CARISMÁTICA


PARA NUESTROS AMIGOS DE CONCEPCIÓN Y ALREDEDORES:

RECUERDEN QUE HOY HABRÁ MISA CARISMÁTICA, EN LA CAPILLA SAN FRANCISCO DE ASIS, EN SALAS 447, ENTRE BARROS ARANA Y O"HIGGINS, DESDE LAS 19:30 P.M., CON EL SACERDOTE ARGENTINO JOSÉ LUIS AGUILAR.

Y MAÑANA SABADO SE INICIA EL RETIRO, QUE SE LLEVARÁ ACABO EN EL GIMNACIO DEL COLEGIO SAN AGUSTIN.

SI DIOS LO PERMITE, NOS VEMOS PRONTO.

"Renovación Carismática Católica". Equipo "Encuentro con Jesús".

---------- Mensaje reenviado ----------
De: respiritusanto2
Fecha: 21 de octubre de 2011 11:28
Asunto: NO PUEDES FALTAR...


"Renovación Carismática Católica".
Equipo "Encuentro con Jesús".

Invita al:

4° Sábado 22 de Octubre 2011


Lc.5,27-28:"...Jesús le dijo:"Sígueme".Él,
dejándolo todo,se levantó y
lo siguió".

Mirarlo sólo a Él.Seguirlo sólo a Él.Seguir su Camino que es
de Verdad,de Amor, ¡¡de Libertad!!

Hermano,Jesús te dice:"Sígueme" y encontrarás la Paz que
tanto necesita tu alma".

Te esperamos este Sábado 22,a las 10,00 hrs.a.m. (hasta las
14,00 hrs.p.m.),en la Parroquia "La Anunciación",Pedro de
Valdivia 1850. Santiago, CHILE.

El Espíritu Santo, fuente de los dones espirituales y de los carismas en la Iglesia


JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 27 de febrero de 1991



El Espíritu Santo, fuente de los dones espirituales
y de los carismas en la Iglesia

1. Hemos concluido la anterior catequesis con un texto del Concilio Vaticano II que es necesario recoger como punto de partida para la catequesis de hoy. Leemos en la constitución Lumen gentium: «El Espíritu Santo habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (cf. 1 Co 3, 16; 6, 19), y con ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cf. Ga 4, 6; Rm 15-16 y 26). Guía a la Iglesia a toda la verdad (cf. Jn 16, 13), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cf. Ef 4, 11-12; 1 Co 12, 4)» (n. 4).

Tras haberme referido en la anterior catequesis a la estructura ministerial de la Iglesia, animada y sostenida por el Espíritu Santo, quiero abordar ahora, siguiendo la línea del Concilio, el tema de los dones espirituales y de los carismas que él otorga a la Iglesia como Dator munerum, Dador de los dones, según la invocación de la Secuencia de Pentecostés.

2. También aquí podemos recurrir a las cartas de san Pablo para exponer la doctrina de modo sintético, tal como lo exige la índole de la catequesis. Leemos en la primera carta a los Corintios: «Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra todo en todos» (12, 4-6). La relación establecida en estos versículos entre la diversidad de carismas, de ministerios y de operaciones, nos sugiere que el Espíritu Santo es el Dador de una multiforme riqueza de dones, que acompaña los ministerios y la vida de fe, de caridad, de comunión y de colaboración fraterna de los fieles, como resulta patente en la historia de los Apóstoles y de las primeras comunidades cristianas.

San Pablo hace hincapié en la multiplicidad de los dones: «A uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu; a otro, fe en el mismo Espíritu; a otro, poder de milagros, a otro, profecía; a otro, diversidad de lenguas» (1 Co 12, 8-10). Es preciso resaltar aquí que la enumeración del Apóstol no reviste un carácter limitativo. Pablo señala los dones particularmente significativos en la Iglesia de entonces, dones que tampoco han dejado de manifestarse en épocas sucesivas, pero sin agotar, ni en sus comienzos ni después, el horizonte de nuevos carismas que el Espíritu Santo puede conceder, de acuerdo con las nuevas necesidades. Puesto que «a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común» (1 Co 12, 7), cuando surgen nuevas exigencias y nuevos problemas en la «comunidad», la historia de la Iglesia nos confirma la presencia de nuevos dones.

3. Cualquiera que sea la naturaleza de los dones, y aunque den la impresión de servir principalmente a la persona que ha sido beneficiada con ellos (por ejemplo, la «glosolalia» a la que alude el Apóstol en 1 Co 14, 5-18), todos convergen de alguna manera hacia el servicio común, sirven para edificar a un Cuerpo: «Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo... Y todos hemos bebido de un solo Espíritu» (1 Co 12, 13). De ahí la recomendación de Pablo a los Corintios: «Ya que aspiráis a los dones espirituales, procurad abundar en ellos para la edificación de la asamblea» (1 Co 14, 12). En el mismo contexto se sitúa la exhortación «aspirad... a la profecía» (1 Co 14, 1), más «útil» para la comunidad que el don de lenguas. «Pues el que habla en lengua no habla a los hombres sino a Dios. En efecto, nadie lo entiende: dice en espíritu cosas misteriosas. Por el contrario, el que profetiza, habla a los hombres para su edificación, exhortación y consolación..., edifica a toda la asamblea» (1 Co 14, 2-3).

Evidentemente Pablo prefiere los carismas de la edificación, podríamos decir, del apostolado. Pero, por encima de todos los dones, recomienda el que más sirve para el bien común: «Buscad la caridad» (1 Co 14, 1). La caridad fraterna, enraizada en el amor a Dios, es el «camino perfecto», que Pablo se siente instado a indicar y que exalta con un himno, no sólo de elevado lirismo, sino también de sublime espiritualidad (cf. 1 Co 13, 1-3).

4. El Concilio Vaticano II, en la constitución dogmática sobre la Iglesia, recoge la enseñanza paulina acerca de los dones espirituales y, en especial, de los carismas, precisando que «estos carismas, tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de la Iglesia. Los dones extraordinarios no deben pedirse temerariamente ni hay que esperar de ellos con presunción los frutos del trabajo apostólico. Y, además, el juicio de la autenticidad de su ejercicio razonable, pertenece a quienes tienen la autoridad en la Iglesia, a los cuales compete ante todo no sofocar el Espíritu, sino probarlo todo y retener lo que es bueno (cf. 1 Ts 5, 12 y 19, 21)» (Lumen gentium, 12). Este texto de sabiduría pastoral se coloca en la línea de las recomendaciones y normas que, como ya hemos visto, san Pablo daba a los corintios con el propósito de ayudarlos a valorar correctamente los carismas y discernir los verdaderos dones del Espíritu.

Según el mismo Concilio Vaticano II, entre los carismas más importantes figuran los que sirven para la plenitud de la vida espiritual, en especial los que se manifiestan en las diversas formas de vida «consagrada», de acuerdo con los consejos evangélicos, que el Espíritu Santo suscita siempre en medio de los fieles. Leemos en la constitución Lumen gentium: «Los consejos evangélicos de castidad consagrada a Dios, de pobreza y de obediencia, como fundados en las palabras y ejemplos del Señor, y recomendados por los Apóstoles y Padres, así como por los doctores y pastores de la Iglesia, son un don divino que la Iglesia recibió de su Señor y que con su gracia conserva siempre. La autoridad de la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, se preocupó de interpretar estos consejos, de regular su práctica e incluso de fijar formas estables de vivirlos... El estado religioso... muestra también ante todos los hombres la soberana grandeza del poder de Cristo glorioso y la potencia infinita del Espíritu Santo, que obra maravillas en la Iglesia. Por consiguiente, el estado constituido por la profesión de los consejos evangélicos, aunque no pertenece a la escritura jerárquica de la Iglesia, pertenece, sin embargo, de manera indiscutible a su vida y santidad... La misma jerarquía, siguiendo dócilmente el impulso del Espíritu Santo, admite las reglas propuestas por varones y mujeres ilustres, y las aprueba auténticamente» (núms. 43-45).

Es muy importante esta concepción del estado religioso como obra del Espíritu Santo, mediante la cual la Tercera Persona de la Trinidad hace casi visible la acción que despliega en toda la Iglesia para llevar a los fieles a la perfección de la caridad.

5. Por lo tanto, es legítimo reconocer la presencia operativa del Espíritu Santo en el empeño de quienes - obispos, presbíteros, diáconos y laicos de todas las categorías - se esfuerzan por vivir el Evangelio en su propio estado de vida. Se trata de «diversos órdenes», dice el Concilio (Lumen gentium, 13), que manifiestan la «multiforme gracia de Dios». Es importante para todos que «cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido» (1 P 4, 10). De la abundancia y de la variedad de los dones brota la comunión de la Iglesia, una y universal en la variedad de los pueblos, las tradiciones, las vocaciones y las experiencias

TEXTO ORIGINAL AQUI

Oración por Chile.

Dios Trino de Amor,
Te alabamos, te adoramos, te damos gracias.
Dios Padre Todopoderoso: Yahvé,
Dios Padre de Abraham, Isaac y Jacob,
Dios Padre de Jesucristo, Santa María Virgen y San José,
Te pedimos en el Nombre de tu Hijo Jesucristo, que envíes tu Espíritu Santo sobre Chile y sobre todos sus habitantes, que el Fuego de tu Espíritu Santo no permita que el pecado reine en nuestros cuerpos mortales, obedeciendo a sus malos deseos. Ni hagamos de nuestros miembros instrumentos de injusticia al servicio del pecado, si no que nos ofrezcamos a ti Dios, como quienes han pasado de la muerte a la Vida, y hagamos de nuestros miembros instrumentos de justicia a tu servicio. Que el pecado no tenga más dominio sobre nosotros, ya que no estamos sometidos a la Ley, si no a tu gracia. Por que gracias a ti Dios Todopoderoso, nosotros, después de haber sido esclavos del pecado, hemos obedecido de corazón a la regla de doctrina, a la cual fuimos confiados, y ahora, liberados del pecado, hemos llegado a ser servidores de tu justicia para alcanzar la santidad.

Sabemos Dios Padre que cuando éramos esclavos del pecado, estábamos libres con respecto de tu justicia. Pero, ¿Qué provecho sacábamos entonces de las obras que ahora nos avergüenzan? El resultado de esas obras era la muerte. Ahora, en cambio, nosotros estamos libres del pecado y sometidos a ti Dios Todopoderoso: Confiamos en tu promesa que el fruto de esto es la santidad y su resultado, la Vida eterna. Porque el salario del pecado es la muerte, mientras que tu don gratuito es la Vida eterna, en Cristo Jesús, tu único hijo, y nuestro Señor.

Dios Todopoderoso, los chilenos(as) sabemos que nada bueno hay en nosotros, es decir, en nuestra carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a nuestro alcance, pero no el realizarlo. Y así, no hacemos el bien que queremos, sino el mal que no queremos. Pero cuando hacemos lo que no queremos, no somos nosotros quienes lo hacemos, si no el pecado que reside en nosotros. Sabemos y Conocemos ahora esta ley: “Queriendo hacer el Bien, se me presenta el Mal”. Porque de acuerdo con el hombre interior, que llevamos todos los chilenos, nos complacemos en Tu Ley Dios Nuestro, pero observamos que hay en nuestros miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y me ata a la ley del pecado que está en mis miembros. Entendemos ahora Dios Todopoderoso que tu Dulcísimo Hijo Jesucristo es el Único quién podrá librarnos de estos cuerpos que nos llevan a la muerte. En una palabra, con nuestra razón servimos a la Ley de Dios, pero con nuestra carne servimos a la ley del pecado. Por ello Envíanos tu Espíritu Santo, para que llenos de tu fuego, podamos derretir las cadenas que nos atan al pecado, y podamos rechazar de todo corazón al mal y a todas sus consecuencias. Que la sociedad chilena sea más justa, más buena, más solidaria, por Cristo Nuestro Señor, Amén.

jueves, 20 de octubre de 2011

Conferenci​as Padres Ignacio Larrañaga y Alberto Linero



Bogotá, Colombia
Ecobusiness

Ecobusiness es una empresa de información y consultoría en tecnología ubicada en Bogotá. Estamos organizando unas conferencias con los padres Ignacio Larrañaga y Alberto Linero, las cuales se van a transmitir en vivo y en directo, a través de televisión por Internet el sábado 26 de noviembre de 9:00 am a 12:00 m.

Este sistema permite que las conferencias estén disponibles durante un mes para que se vuelva a ingresar de nuevo las veces que se quiera.

¡Los padres Ignacio Larrañaga y Alberto Linero en vivo! sábado 26 de noviembre de 2011 de 9:00 am a 12:00 m Dirigido a todo público comprometido con la fe católica y cristiana, laicos, grupos de oración, parroquias, congregaciones religiosas y comunidades en general de Latinoamérica.

La conferencia podrá ser vista desde cualquier computador (ordenador) conectado a internet mediante el sistema de STREAMING DE ALTA DEFINICIÓN

CONFERENCISTAS PADRE IGNACIO LARRAÑAGA

Ignacio Larrañaga, sacerdote franciscano, capuchino originario del País Vasco, ha desarrollado una amplia labor animadora y evangelizadora durante 25 años en América Latina, Norteamérica y Europa.

Los Encuentros de Experiencia de Dios, que se iniciaron en el Brasil en 1974, y los Talleres de Oración y Vida, que datan de 1984, transmiten de manera pedagógica su mensaje y se han convocado a lo largo de los años a decenas de miles de personas.

El Padre Larrañaga es asimismo autor de catorce libros que han alcanzado numerosas ediciones y han sido traducidos a 10 idiomas.

Tema: Del Encanto de Dios al Encanto a la Vida Intercambio no de palabras sino de interioridadesEstablecer una corriente atencional y afectiva con un TuImplantar en el corazón una fuente de alegría perpetuaLos imposibles dejarlos en sus manos Experiencia: tarea insustituiblemente personal Quien a Dios tiene, nada le falta, solo Dios BastaPara aquel que tiene al Dios vivo en su corazón todo es alegría y júbilo


PADRE ALBERTO LINERO

Este sacerdote católico cuenta con más de 13 años de experiencia en hablar de Dios en los medios de comunicación. El padre cuenta con una amplia trayectoria, ha pasado por la prensa escrita, la radio y la televisión.Famoso por presentar programas como ‘Temas con Alberto Linero’ en donde orienta a los padres, madres e hijos a que tengan una mejor conducta y estilo de vida ante Dios y los hombres. Lo caracteriza su alta dosis de positivismo, fe y alegría con la cual guía a las personas al amor de Dios.Presenta la sección ‘Había una vez con el Padre Linero’ en la que da consejos espirituales a través cuentos.Ha sido un hombre que desde su estudio en el Seminario se ha caracterizado por usar un lenguaje franco abierto y juvenil que ahora está disponible en las mañanas de ‘Día a día’.

Tema: La Voluntad de Dios se Manifiesta a Través de las Situaciones de la Vida

Durante la conferencia, los sacerdotes resolverán preguntas formuladas por los asistentes.

Certificación de participación y asistencia para usuarios registrados conectados durante la conferencia

Aporte por participante: COL $25.000 (US$15) MÁS IVA
INSCRIPCIONES HASTA EL 20 DE NOVIEMBRE DE 2011
E-mail: ecobusiness@ecobusiness.in - contacto@ecobusiness.in Inscripciones en http://ecobusiness.in/webminars/?p=1 Teléfonos: (57) 1 6005505 – (57) 310 817 45 10


ECOBUSINESS - ECONOMIC AND BUSINESS REPORT
Calle 100 con Avenida Suba
Edificio Master Center - Oficina 521
Phone: (571) 6005505 - 6138780 - 2719769
Bogotá - Colombia
www.ecobusiness.in

Cordial saludo, Flor Elba Sarmiento VillateEcobusinesswww.ecobusiness.in
Tel: (57 1) 6005505
Cel: 3108174510Bogotá, Colombia.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Viernes 21 de Octubre celebrara una Misa Carismática.

---------- Forwarded message ----------
From: David Gajardo Isla
Date: 2011/10/19
Subject: invitacion

Estimados Hermanos tengo una buena noticias en relación al Padre Jose Luis Aguilar,el dia, Viernes 21 de Octubre celebrará una Misa Carismática, en la Capilla San Francisco de Asís, desde las 19,30 hrs.; Direccion Salas 447 Concepcion.

Continuando, con el Retiro del Dia Sabado 22 de Octubre a partir de las 15,00 y el Domingo desde las 9,30hrs en Colegio San Agustin, Retiro de Alabanzas y Sanacion

Adesion $1.000

Bendiciones
David Y Ximena

Alábenlo, servidores del Señor

SALMO 135

1 ¡Aleluya!

Alaben el nombre del Señor,

alábenlo, servidores del Señor,

2 los que están en la Casa del Señor,

en los atrios del Templo de nuestro Dios.

3 Alaben al Señor, porque es bueno,

canten a su Nombre, porque es amable;

4 porque el Señor eligió a Jacob,

a Israel, para que fuera su posesión.

5 Sí, yo sé que el Señor es grande,

nuestro Dios está sobre todos los dioses.

6 el Señor hace todo lo que quiere en el cielo y en la tierra,

en el mar y en los océanos.

7 Levanta las nubes desde el horizonte,

con los relámpagos provoca la lluvia,

saca a los vientos de sus depósitos.

8 El hirió a los primogénitos de Egipto,

tanto a los hombres como a los animales:

9 realizó señales y prodigios

–en medio de ti, Egipto–

contra el Faraón y todos sus ministros.,

10 Derrotó a muchas naciones

y mató a reyes poderosos:

11 a Sijón, rey de los amorreos,

a Og, rey de Basán,

y a todos los reyes de Canaán.

12 Y dio sus territorios en herencia,

en herencia a su pueblo, Israel.

13 Tu Nombre, Señor, permanece para siempre,

y tu recuerdo, por todas las generaciones:

14 porque el Señor defiende a su pueblo

y se compadece de sus servidores.

15 Los ídolos de las naciones son plata y oro,

obra de las manos de los hombres:

16 tienen boca, pero no hablan;

tienen ojos, pero no ven;

17 tienen orejas, pero no oyen,

y no hay aliento en su boca.

18 ¡Qué sean como ellos los que los fabrican,

y también los que confían en ellos!

19 Pueblo de Israel, bendice al Señor;

familia de Aarón, bendice al Señor;

20 familia de Leví, bendice al Señor;

fieles del Señor, bendigan al Señor.

21 ¡Bendito sea el Señor desde Sión,

el que habita en Jerusalén!

¡Aleluya!


Texto Original Aqui.