domingo, 31 de marzo de 2013

HOMILIA PADRE CANTALAMESSA CELEBRACION DE LA PASION 29/03/2013

HOMILIA PADRE CANTALAMESSA CELEBRACION DE LA PASION 29/03/2013

Basílica Papal de San Pedro.- Viernes Santo, 29 de marzo de 2013

“Todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero son justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención cumplida en Cristo Jesús. El fue puesto por Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre [...] para mostrar su justicia en... el tiempo presente, siendo justo y justificador a los que creen en Jesús (Rom. 3, 23-26).


Hemos llegado a la cumbre del Año de la fe y a su momento decisivo. ¡Esta es la fe que salva, “la fe que vence al mundo” (1 Jn. 5,5)! La fe –apropiación por la cual hacemos nuestra la salvación obrada por medio de Cristo, y nos revestimos con el manto de su justicia. Por un lado está la mano extendida de Dios que ofrece su gracia al hombre; por otro lado, la mano del hombre que se estira para acogerla mediante la fe. La “nueva y eterna alianza” está sellada con un apretón de manos entre Dios y el hombre.

Tenemos la capacidad de asumir, en este día, la decisión más importante de la vida, aquella que abre las puertas de la eternidad: ¡creer! ¡Creer que “Jesús murió por nuestros pecados y ha resucitado para nuestra justificación” (Rom. 4, 25)! En una homilía pascual del siglo IV, un obispo pronunció estas palabras excepcionalmente modernas y existenciales: “Para todos los hombres, el principio de la vida es aquello, a partir de lo cual Cristo se sacrificó por él. Pero Cristo se sacrifica por él cuando él reconoce la gracia y se vuelve consciente de la vida adquirida por aquella inmolación” (Homilía pascual del año 387, en SCh 36, p. 59 s.).

¡Qué extraordinario! Este Viernes Santo, celebrado en el Año de la fe y en presencia del nuevo sucesor de Pedro, podría ser, si se quiere, el principio de una nueva existencia. El obispo Hilario de Poitiers, que se convirtió al cristianismo en edad adulta, mirando hacia atrás en su vida pasada, dijo: “Antes de conocerte, yo no existía”.

Lo que se requiere es que no nos escondamos como Adán después de la culpa, que reconozcamos que tenemos necesidad de ser justificados; que no nos auto-justifiquemos. El publicano de la parábola subió al templo e hizo una breve oración: “Oh Dios, ten piedad de mí, pecador”. Y Jesús dice que aquel hombre fue a su casa “justificado”, es decir, hecho justo, perdonado, hecho criatura nueva, creo que cantando alegremente en su corazón (Lc. 18,14). ¿Qué había hecho de extraordinario? Nada, se había puesto del lado de la verdad delante de Dios, y es lo único que Dios necesita para actuar.

* * *

Al igual que quien escala una pared de montaña, después de superar un paso peligroso se detiene un momento para recuperar el aliento y admirar el nuevo panorama que se abre ante él, así lo hace también el apóstol Pablo al inicio del capítulo 5 de la Carta a los Romanos, después de haber proclamado la justificación por la fe: “Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Más aún, nos gloriamos hasta de las mismas tribulaciones, porque sabemos que la tribulación produce la constancia; la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza. Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Rom. 5, 1-15).

Hoy en día se vienen haciendo, desde los satélites artificiales, fotografías infrarrojas de regiones enteras de la tierra y de todo el planeta. ¡Qué diferente se ve el paisaje visto desde arriba, a la luz de los rayos, en comparación con lo que vemos con la luz natual y permaneciendo dentro! Recuerdo una de las primeras fotos de satélite difundidas en el mundo; reproducía toda la península del Sinaí. Los colores eran muy diferentes, con los relieves y depresiones más evidentes.

Es un símbolo. Incluso la vida humana, vista desde los rayos infrarrojos de la fe, desde las alturas del Calvario, es diferente de lo que se ve “a simple vista. “Todo –dijo el sabio del Antiguo Testamento– le pasa también al justo y al impío … He visto algo más bajo el sol: en lugar del derecho, la maldad; y en lugar de la justicia, la iniquidad” (Ecl. 3, 16, 9, 2). De hecho, en todos los tiempos se ha visto a la maldad triunfante y a la inocencia humillada. Pero para que no se crea que en el mundo hay algo fijo y seguro, he aquí, nota Bossuet, que a veces se ve lo contrario, es decir la inocencia en el trono y la iniquidad en el patíbulo. ¿Pero qué concluía el Qohelet? “Así que pensé: Dios juzgará al justo y al malvado, porque allá hay un tiempo para cada cosa” (Ecl. 3, 17). Encontró el punto de vista que pone el alma en paz.

Aquello que el Qohelet no podía saber y que nosotros más bien sí sabemos es que este juicio ya se ha dado: “Ahora dice Jesús –caminando hacia su pasión–, ha llegado el juicio de este mundo, ahora será echado fuera el príncipe de este mundo, y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí “(Jn. 12, 31-32).

En Cristo muerto y resucitado, el mundo ha llegado a su destino final. El progreso de la humanidad avanza hoy a un ritmo vertiginoso, y la humanidad ve desarrollarse ante sí nuevos e inesperados horizontes fruto de sus descubrimientos. Aún así, puede decirse que ya ha llegado el final de los tiempos, porque en Cristo, subido a la diestra del Padre, la humanidad ha llegado a su meta final. Ya han comenzado los cielos nuevos y la tierra nueva. A pesar de todas las miserias, las injusticias y la monstruosidad existentes sobre la tierra, en él se ha abierto ya el orden definitivo del mundo. Lo que vemos con nuestros ojos puede sugerirnos otra cosa, pero el mal y la muerte son realmente derrotados para siempre. Sus fuentes se han secado; la realidad es que Jesús es el Señor del mundo. El mal ha sido realmente vencido por la redención que Él trae. El mundo nuevo ya ha comenzado.

Una cosa sobretodo aparece diferente, vista a través de los ojos de la fe: ¡la muerte! Cristo ha entrado en la muerte como se entra en una oscura prisión; pero salió por la pared opuesta. No ha regresado de donde había venido, como Lázaro que vuelve a la vida para morir de nuevo. Abrió una brecha hacia la vida que nadie podrá cerrar jamás, y a través de la cual todos pueden seguirlo. La muerte ya no es un muro contra el que se estrella toda esperanza humana; se ha convertido en un puente hacia la eternidad. Un “puente de los suspiros”, tal vez porque a nadie le gusta morir, pero un puente, ya no más un abismo que todo lo traga. “El amor es fuerte como la muerte”, dice el Cantar de los Cantares (8,6). ¡En Cristo ha sido más fuerte que la muerte!

En su “Historia eclesiástica del pueblo inglés”, Beda el Venerable narra cómo la fe cristiana hizo su ingreso en el norte de Inglaterra. Cuando los misioneros llegados de Roma arrivaron en el Northumberland, el rey del lugar convocó a un consejo de dignatarios para decidir si se les debía permitir o no, a difundir el nuevo mensaje. Algunos de los presentes se mostraron a favor, otros en contra. Era invierno y afuera había nieve y ventisca, pero la habitación estaba iluminada y cálida. En cierto momento, un pájaro salió de un agujero de la pared, sobrevoló asustado un rato por la sala, y luego desapareció por un agujero en la pared opuesta.

Entonces se levantó uno de los presentes y dijo: “O rey, nuestra vida en este mundo es como ese pájaro. No sabemos de dónde venimos, por un poco de tiempo gozamos de la luz y del calor de este mundo, y luego desaparecemos de nuevo en la oscuridad, sin saber a dónde vamos. Si estos hombres son capaces de revelarnos algo del misterio de nuestras vidas, debemos escucharlos”.

La fe cristiana podría retornar a nuestro continente y en el mundo secularizado por la misma razón por la que hizo su entrada: como la única que tiene una respuesta segura que dar a los grandes interrogantes de la vida y de la muerte.

* * *

La cruz separa a los creyentes de los no creyentes, porque para unos es un escándalo y una locura, y para otros es el poder de Dios y la sabiduría de Dios (cf. 1 Co. 1, 23-24); pero en un sentido más profundo, esta une a todos las hombres, creyentes y no creyentes. “Jesús tenía que morir [...] no solo por la nación, sino para reunir a todos los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11, 51 s.). Los nuevos cielos y la tierra nueva pertenecen de derecho a todos y son para todos: porque Cristo murió por todos.

La urgencia que deriva de todo esto es evangelizar: “El amor de Cristo nos apremia, al pensar que uno murió por todos” (2 Cor. 5,14). ¡Nos impulsa a la evangelización! Anunciamos al mundo la buena nueva de que “ya no hay condenación para aquellos que viven unidos a Cristo Jesús. Porque la ley del Espíritu, que da la Vida, me libró, en Cristo Jesús, de la ley del pecado y de la muerte” (Rom 8, 1-2).

Hay una historia de Franz Kafka que es un fuerte símbolo religioso y adquiere un significado nuevo, casi profético, escuchado el Viernes Santo. Se llama “Un mensaje imperial”. Habla de un rey que, en su lecho de muerte, llama junto a sí un súbdito y le susurra un mensaje al oído. Es tan importante aquel mensaje que se lo hace repetir, a su vez, al oído. Luego despide con un gesto al mensajero que se mete en camino. Pero oigamos directamente del autor lo que sigue de la historia, marcada por el tono onírico y casi de pesadilla típico de este escritor:

“Extendiendo primero un brazo, luego el otro, se abre paso a través de la multitud como ninguno. Pero la multitud es muy grande; sus alojamientos son infinitos. ¡Si ante él se abriera el campo libre, cómo volaría! En cambio, qué vanos son sus esfuerzos; todavía está abriéndose paso a través de las cámaras del palacio interno, de los cuales no saldrá nunca. Y si lo terminara, no significaría nada: todavía tendría que esforzarse para descender las escaleras. Y si esto lo consiguiera, no habría adelantado nada: tendría que cruzar los patios; y después de los patios el segundo palacio circundante. Y cuando finalmente atravesara la última puerta –aunque esto nunca, nunca podría suceder–, todavía le faltaría cruzar la ciudad imperial, el centro del mundo, donde se amontonan montañas de su escoria. Allí en medio, nadie puede abrirse paso a través de ella, y menos aún con el mensaje de un muerto. Tú, mientras tanto, te sientas junto a tu ventana y te imaginas tal mensaje, cuando cae la noche”.

Desde su lecho de muerte, Cristo confió a su Iglesia un mensaje: “Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura” (Mc. 16, 15). Todavía hay muchos hombres que están de pie junto a la ventana y sueñan, sin saberlo, con un mensaje como el suyo. Juan, acabamos de oírlo, dice que el soldado traspasó el costado de Cristo en la cruz “para que se cumpliese la Escritura que dice: «Mirarán al que traspasaron»” (Jn. 19, 37). En el Apocalipsis añade: “He aquí que viene entre las nubes, y todo ojo le verá, aún aquellos que le traspasaron; y por él todos los linajes de la tierra harán lamentación” (Ap. 1,7).

Esta profecía no anuncia la venida final de Cristo, cuando ya no será el momento de la conversión, sino del juicio. En su lugar describe la realidad de la evangelización de los pueblos. En ella se verifica una misteriosa, pero real venida del Señor que les trae la salvación. Lo suyo no será un grito de desesperación, sino de arrepentimiento y de consuelo. Es este el significado de la escritura profética que Juan ve realizada en el costado traspasado de Cristo, es decir de Zacarías 12, 10: “Y derramaré sobre la casa de David y sobre los moradores de Jerusalén, un espíritu de gracia y de súplica; y mirarán hacia mí, al que ellos traspasaron”.

La evangelización tiene un origen místico; es un don que viene de la cruz de Cristo, de aquel lado abierto, de aquella sangre y de aquel agua. El amor de Cristo, como aquel trinitario, que es la manifestación histórica, es “diffusivum sui”, tiende a expandirse y alcanzar a todas las criaturas “especialmente a las más necesitadas de su misericordia”. La evangelización cristiana no es conquista, no es propaganda; es el don de Dios para el mundo en su Hijo Jesús. Es dar al Jefe la alegría de sentir la vida fluir desde su corazón hacia su cuerpo, hasta vivificar a sus miembros más alejados.

Tenemos que hacer todo lo posible para que la Iglesia nunca se parezca a aquel castillo complicado y sombrío descrito por Kafka, y el mensaje pueda salir de él tan libre y feliz como cuando comenzó su carrera. Sabemos cuáles son los impedimentos que puedan retener al mensajero: los muros divisorios, como aquellas que separan a las distintas iglesias cristianas entre sí, la excesiva burocracia, los residuos de los ceremoniales, leyes y controversias del pasado, aunque se han convertido ya en escombros.

En Apocalipsis, Jesús dice que Él está a la puerta y llama (Ap 3,20). A veces, como señaló nuestro Papa Francisco, no llama para entrar, toca desde dentro para salir. Salir a las “periferias existenciales del pecado, del sufrimiento, de la injusticia, de la ignorancia y indiferencia religiosa, y de todas las formas de miseria”.

Ocurre como con algunos edificios antiguos. A través de los siglos, para adaptarse a las necesidades del momento, se les llenas de divisiones, escaleras, de habitaciones y cubículos pequeños. Llega un momento en que te das cuenta de que todas estas adaptaciones ya no responden a las necesidades actuales, sino que son un obstáculo, y entonces debemos tener el coraje de derribarlos y volver el edificio a la simplicidad y la sencillez de sus orígenes. Fue la misión que recibió un día un hombre que estaba orando ante el crucifijo de San Damián: “Ve, Francisco, y repara mi Iglesia”.

“¿Quién está a la altura de este encargo?”, se preguntaba aterrorizado el Apóstol frente a la tarea sobrehumana de ser en el mundo “el perfume de Cristo”, y he aquí su respuesta que vale también hoy: “No porque podamos atribuirnos algo que venga de nosotros mismos, ya que toda nuestra capacidad viene de Dios, quien nos ha capacitado para que seamos los ministros de una Nueva Alianza, que no reside en la letra, sino en el Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida (2 Cor. 2, 16; 3, 5-6).

Que el Espíritu Santo, en este momento en que se abre para la Iglesia un tiempo nuevo, lleno de promesa y de esperanza, reavive en los hombres que están en la ventana la espera del mensaje, y en los mensajeros, la voluntad de hacérselo llegar, incluso a costa de la vida.

miércoles, 27 de marzo de 2013

SEMANA SANTA.

Estimados y estimadas Hermanos y Hermanas en la Fe en Cristo Jesús,

Paz y Bien:





Se aproxima la Misa Crismal, ojalá todos pudiéramos asistir.



Acá en Concepción, recuerden que es en la Catedral a las 19:30 PM.



Para los hermanos(as) de la Comunidad Jericó, les recordamos que mañana jueves hay Misa, cada uno verá si va a su parroquia o a la parroquia de la Merced. También los que puedan aisitir, vayan a la Misa de la Catedral, esa será a las 19Hrs. Independiente a la que decidan asistir, lo importante es que asistan.



Mañana Jueves, después de Misa, nos reuniremos para la Oración de Intercesión, la que terminará más menos a las 21:30 Hrs., para luego pasar a la "Adoración al Santisimo en la Parroquia de la Merced". A nosotros nos corresponderá la "custodia", de 23:00 a 24:00 Hrs.



El viernes 29 participen del Via Crucis de sus respectivas parroquias.



Esto es la parte formal. En lo que respecta al tema de Fondo: "Aprovechen esta oportunidad espiritual, de acompañar a nuestro Señor Jesucristo, en todo el proceso previo a su pasión, muerte y resurrección. Haganlo con un espíritu renovado, de arrepentimiento, conversión e intercesión. Vivanlo junto a Jesús y María Santísima, como si este fuese el último año de sus vidas. Aprovechen de confesarse, y despreocupense por entero de todo lo demás, que nadie ni nada les quite este momento. Ni las pesrsonas, ni las situaciondes dificiles, ni el cansancio, ni el duelo, ni la enfermedad, que nadie les quite esta oportunidad de enfocarse solamente en vivir junto a Dios, La Semana Santa".



Que Dios Les bendiga, les prospere y les cuide a todos(as),



LA COMUNIDAD JERICÓ.

domingo, 24 de marzo de 2013

Evangelio del domingo 24 Marzo 2013

domingo 24 Marzo 2013
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

Santa Catalina de Suecia



Lecturas

Isaías 50,4-7.


El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo.
El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás.
Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían.
Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.


Salmo 22(21),8-9.17-18a.19-20.23-24.


Los que me ven, se burlan de mí,
hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo:
"Confió en el Señor, que él lo libre;
que lo salve, si lo quiere tanto".


Me rodea una jauría de perros,
me asalta una banda de malhechores;
taladran mis manos y mis pies
y me hunden en el polvo de la muerte.

Yo puedo contar todos mis huesos;
ellos me miran con aire de triunfo,
se reparten entre sí mi ropa
y sortean mi túnica.


Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme.

Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos,
te alabaré en medio de la asamblea:

"Alábenlo, los que temen al Señor;
glorifíquenlo, descendientes de Jacob;
témanlo, descendientes de Israel.


Pablo a los Filipenses 2,6-11.


El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente:
al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano,
se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz.
Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,
para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos,
y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: "Jesucristo es el Señor".


Lucas 22,14-71.23,1-56.


Llegada la hora, Jesús se sentó a la mesa con los Apóstoles y les dijo:
"He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi Pasión,
porque les aseguro que ya no la comeré más hasta que llegue a su pleno cumplimiento en el Reino de Dios".
Y tomando una copa, dio gracias y dijo: "Tomen y compártanla entre ustedes.
Porque les aseguro que desde ahora no beberé más del fruto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios".
Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía".
Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes.
La mano del traidor está sobre la mesa, junto a mí.
Porque el Hijo del hombre va por el camino que le ha sido señalado, pero ¡ay de aquel que lo va a entregar!".
Entonces comenzaron a preguntarse unos a otros quién de ellos sería el que iba a hacer eso.
Y surgió una discusión sobre quién debía ser considerado como el más grande.
Jesús les dijo: "Los reyes de las naciones dominan sobre ellas, y los que ejercen el poder sobre el pueblo se hacen llamar bienhechores.
Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que es más grande, que se comporte como el menor, y el que gobierna, como un servidor.
Porque, ¿quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es acaso el que está a la mesa? Y sin embargo, yo estoy entre ustedes como el que sirve.
Ustedes son los que han permanecido siempre conmigo en medio de mis pruebas.
Por eso yo les confiero la realeza, como mi Padre me la confirió a mí.
Y en mi Reino, ustedes comerán y beberán en mi mesa, y se sentarán sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.
Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder para zarandearlos como el trigo,
pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos".
"Señor, le dijo Pedro, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte".
Pero Jesús replicó: "Yo te aseguro, Pedro, que hoy, antes que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces".
Después les dijo: "Cuando los envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalia, ¿les faltó alguna cosa?".
"Nada", respondieron. El agregó: "Pero ahora el que tenga una bolsa, que la lleve; el que tenga una alforja, que la lleve también; y el que no tenga espada, que venda su manto para comprar una.
Porque les aseguro que debe cumplirse en mí esta palabra de la Escritura: Fue contado entre los malhechores. Ya llega a su fin todo lo que se refiere a mí".
"Señor, le dijeron, aquí hay dos espadas". El les respondió: "Basta".
En seguida Jesús salió y fue como de costumbre al monte de los Olivos, seguido de sus discípulos.
Cuando llegaron, les dijo: "Oren, para no caer en la tentación".
Después se alejó de ellos, más o menos a la distancia de un tiro de piedra, y puesto de rodillas, oraba:
"Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya".
Entonces se le apareció un ángel del cielo que lo reconfortaba.
En medio de la angustia, él oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo.
Después de orar se levantó, fue hacia donde estaban sus discípulos y los encontró adormecidos por la tristeza.
Jesús les dijo: "¿Por qué están durmiendo? Levántense y oren para no caer en la tentación".
Todavía estaba hablando, cuando llegó una multitud encabezada por el que se llamaba Judas, uno de los Doce. Este se acercó a Jesús para besarlo.
Jesús le dijo: "Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?".
Los que estaban con Jesús, viendo lo que iba a suceder, le preguntaron: "Señor, ¿usamos la espada?".
Y uno de ellos hirió con su espada al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha.
Pero Jesús dijo: "Dejen, ya está". Y tocándole la oreja, lo curó.
Después dijo a los sumos sacerdotes, a los jefes de la guardia del Templo y a los ancianos que habían venido a arrestarlo: "¿Soy acaso un ladrón para que vengan con espadas y palos?
Todos los días estaba con ustedes en el Templo y no me arrestaron. Pero esta es la hora de ustedes y el poder de las tinieblas".
Después de arrestarlo, lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote. Pedro lo seguía de lejos.
Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor de él y Pedro se sentó entre ellos.
Una sirvienta que lo vio junto al fuego, lo miró fijamente y dijo: "Este también estaba con él".
Pedro lo negó, diciendo: "Mujer, no lo conozco".
Poco después, otro lo vio y dijo: "Tú también eres uno de aquellos". Pero Pedro respondió: "No, hombre, no lo soy".
Alrededor de una hora más tarde, otro insistió, diciendo: "No hay duda de que este hombre estaba con él; además, él también es galileo".
"Hombre, dijo Pedro, no sé lo que dices". En ese momento, cuando todavía estaba hablando, cantó el gallo.
El Señor, dándose vuelta, miró a Pedro. Este recordó las palabras que el Señor le había dicho: "Hoy, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces".
Y saliendo afuera, lloró amargamente.
Los hombres que custodiaban a Jesús lo ultrajaban y lo golpeaban;
y tapándole el rostro, le decían: "Profetiza, ¿quién te golpeó?".
Y proferían contra él toda clase de insultos.
Cuando amaneció, se reunió el Consejo de los ancianos del pueblo, junto con los sumos sacerdotes y los escribas. Llevaron a Jesús ante el tribunal
y le dijeron: "Dinos si eres el Mesías". El les dijo: "Si yo les respondo, ustedes no me creerán,
y si los interrogo, no me responderán.
Pero en adelante, el Hijo del hombre se sentará a la derecha de Dios todopoderoso".
Todos preguntaron: "¿Entonces eres el Hijo de Dios?". Jesús respondió: "Tienen razón, yo lo soy".
Ellos dijeron: "¿Acaso necesitamos otro testimonio? Nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca".
Después se levantó toda la asamblea y lo llevaron ante Pilato.
Y comenzaron a acusarlo, diciendo: "Hemos encontrado a este hombre incitando a nuestro pueblo a la rebelión, impidiéndole pagar los impuestos al Emperador y pretendiendo ser el rey Mesías".
Pilato lo interrogó, diciendo: "¿Eres tú el rey de los judíos?". "Tú lo dices", le respondió Jesús.
Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud: "No encuentro en este hombre ningún motivo de condena".
Pero ellos insistían: "Subleva al pueblo con su enseñanza en toda la Judea. Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí".
Al oír esto, Pilato preguntó si ese hombre era galileo.
Y habiéndose asegurado de que pertenecía a la jurisdicción de Herodes, se lo envió. En esos días, también Herodes se encontraba en Jerusalén.
Herodes se alegró mucho al ver a Jesús. Hacía tiempo que deseaba verlo, por lo que había oído decir de él, y esperaba que hiciera algún prodigio en su presencia.
Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le respondió nada.
Entre tanto, los sumos sacerdotes y los escribas estaban allí y lo acusaban con vehemencia.
Herodes y sus guardias, después de tratarlo con desprecio y ponerlo en ridículo, lo cubrieron con un magnífico manto y lo enviaron de nuevo a Pilato.
Y ese mismo día, Herodes y Pilato, que estaban enemistados, se hicieron amigos.
Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo,
y les dijo: "Ustedes me han traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo a la rebelión. Pero yo lo interrogué delante de ustedes y no encontré ningún motivo de condena en los cargos de que lo acusan;
ni tampoco Herodes, ya que él lo ha devuelto a este tribunal. Como ven, este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte.
Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad".

Pero la multitud comenzó a gritar: "¡Qué muera este hombre! ¡Suéltanos a Barrabás!".
A Barrabás lo habían encarcelado por una sedición que tuvo lugar en la ciudad y por homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra con la intención de poner en libertad a Jesús.
Pero ellos seguían gritando: "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!".
Por tercera vez les dijo: "¿Qué mal ha hecho este hombre? No encuentro en él nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad".
Pero ellos insistían a gritos, reclamando que fuera crucificado, y el griterío se hacía cada vez más violento.
Al fin, Pilato resolvió acceder al pedido del pueblo.
Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había sido encarcelado por sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos.
Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús.
Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él.
Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo: "¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos.
Porque se acerca el tiempo en que se dirá: ¡Felices las estériles, felices los senos que no concibieron y los pechos que no amamantaron!
Entonces se dirá a las montañas: ¡Caigan sobre nosotros!, y a los cerros: ¡Sepúltennos!
Porque si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña seca?".
Con él llevaban también a otros dos malhechores, para ser ejecutados.
Cuando llegaron al lugar llamado "del Cráneo", lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
Jesús decía: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos.
El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: "Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!".
También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre,
le decían: "Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!".
Sobre su cabeza había una inscripción: "Este es el rey de los judíos".
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros".
Pero el otro lo increpaba, diciéndole: "¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él?
Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo".
Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino".
El le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso".
Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde.
El velo del Templo se rasgó por el medio.
Jesús, con un grito, exclamó: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Y diciendo esto, expiró.
Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando: "Realmente este hombre era un justo".
Y la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho.
Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido.
Llegó entonces un miembro del Consejo, llamado José, hombre recto y justo,
que había disentido con las decisiones y actitudes de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios.
Fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.
Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido sepultado.
Era el día de la Preparación, y ya comenzaba el sábado.
Las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José, observaron el sepulcro y vieron cómo había sido sepultado.
Después regresaron y prepararon los bálsamos y perfumes, pero el sábado observaron el descanso que prescribía la Ley.


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Inicio del Potificado del Papa Francisco I.

VATICANO, 19 Mar. 13 / 09:35 am (ACI/EWTN Noticias).- El Papa Francisco presidió esta mañana en Roma la Misa con la que se ha dado inicio a su pontificado. En su homilìa aseguró que el verdadero poder es el servicio. A continuación el texto completo:

Queridos hermanos y hermanas

Doy gracias al Señor por poder celebrar esta Santa Misa de comienzo del ministerio petrino en la solemnidad de san José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal: es una coincidencia muy rica de significado, y es también el onomástico de mi venerado Predecesor: le estamos cercanos con la oración, llena de afecto y gratitud.

Saludo con afecto a los hermanos Cardenales y Obispos, a los presbíteros, diáconos, religiosos y religiosas y a todos los fieles laicos. Agradezco por su presencia a los representantes de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales, así como a los representantes de la comunidad judía y otras comunidades religiosas.

Dirijo un cordial saludo a los Jefes de Estado y de Gobierno, a las delegaciones oficiales de tantos países del mundo y al Cuerpo Diplomático.

Hemos escuchado en el Evangelio que “José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer” (Mt 1,24). En estas palabras se encierra ya la misión que Dios confía a José, la de ser custos, custodio. Custodio ¿de quién? De María y Jesús; pero es una custodia que se alarga luego a la Iglesia, como ha señalado el beato Juan Pablo II: “Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo” (Exhort. ap. Redemptoris Custos, 1).

¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad y total, aun cuando no comprende. Desde su matrimonio con María hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo momento con esmero y amor.

Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos de la vida como los difíciles, en el viaje a Belén para el censo y en las horas temblorosas y gozosas del parto; en el momento dramático de la huida a Egipto y en la afanosa búsqueda de su hijo en el Templo; y después en la vida cotidiana en la casa de Nazaret, en el taller donde enseñó el oficio a Jesús

¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia? Con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio; y eso es lo que Dios le pidió a David, como hemos escuchado en la primera Lectura: Dios no quiere una casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su palabra, a su designio; y es Dios mismo quien construye la casa, pero de piedras vivas marcadas por su Espíritu.

Y José es “custodio” porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas.

En él, queridos amigos, vemos cómo se responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud; pero vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo. Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, salvaguardar la creación.

Pero la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos.

Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón.

Es preocuparse uno del otro en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán en cuidadores de sus padres.

Es vivir con sinceridad las amistades, que son un recíproco protegerse en la confianza, en el respeto y en el bien. En el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre, y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Sed custodios de los dones de Dios.

Y cuando el hombre falla en esta responsabilidad, cuando no nos preocupamos por la creación y por los hermanos, entonces gana terreno la destrucción y el corazón se queda árido. Por desgracia, en todas las épocas de la historia existen “Herodes” que traman planes de muerte, destruyen y desfiguran el rostro del hombre y de la mujer.

Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos “custodios” de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro.

Pero, para “custodiar”, también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura.

Y aquí añado entonces una ulterior anotación: el preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura. En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura.

Hoy, junto a la fiesta de San José, celebramos el inicio del ministerio del nuevo Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, que comporta también un poder. Ciertamente, Jesucristo ha dado un poder a Pedro, pero ¿de qué poder se trata? A las tres preguntas de Jesús a Pedro sobre el amor, sigue la triple invitación: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas.

Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-46). Sólo el que sirve con amor sabe custodiar.

En la segunda Lectura, san Pablo habla de Abraham, que “apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza” (Rm 4,18). Apoyado en la esperanza, contra toda esperanza.

También hoy, ante tantos cúmulos de cielo gris, hemos de ver la luz de la esperanza y dar nosotros mismos esperanza. Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una mirada de ternura y de amor; es abrir un resquicio de luz en medio de tantas nubes; es llevar el calor de la esperanza.

Y, para el creyente, para nosotros los cristianos, como Abraham, como san José, la esperanza que llevamos tiene el horizonte de Dios, que se nos ha abierto en Cristo, está fundada sobre la roca que es Dios.

Custodiar a Jesús con María, custodiar toda la creación, custodiar a todos, especialmente a los más pobres, custodiarnos a nosotros mismos; he aquí un servicio que el Obispo de Roma está llamado a desempeñar, pero al que todos estamos llamados, para hacer brillar la estrella de la esperanza: protejamos con amor lo que Dios nos ha dado.

Imploro la intercesión de la Virgen María, de san José, de los Apóstoles san Pedro y san Pablo, de san Francisco, para que el Espíritu Santo acompañe mi ministerio, y a todos vosotros os digo: Orad por mí. Amen.

sábado, 2 de marzo de 2013

ORACIÓN POR LOS PECADORES

Dios Trino de Amor,

Dios Padre Todopoderoso,

Dios Hijo Jesucristo,

Dios Espíritu Santo:



Te alabamos, te bendecimos, te adoramos y glorificamos,

Dios Trino de Amor, por tu infinita misercordia,

por este nuevo día de vida,

te adoramos y bendecimos, porque podemos dirigirnos a ti,

te bendecimos por pensar en nosotros, en nuestra sanación,

en nuestra salvación y nuestra liberación.



Dios Padre Todopoderoso, hoy te presentamos a los pecadores,

a los que no obedecen tus mandamientos,

te presentamos al hijo pródigo que huyó de casa,

te presentamos a los que hieren a tu Hijo Jesucristo,

te presentamos a los malechores, a los delincuentes,

te presentamos a los pecadores más empedernidos,

a los que tienen sus corazones endurecidos,

a los que tienen sus ojos enceguecidos,

a los que no te ven, y a los que no te quieren ver,

te presentamos Dios Todopoderoso a los que hacen el mal,

a los que maldicen, a los estafadores, a los violadores,

a los asaltantes, a los ladrones ... a los malos ladrones,

a los que abondonan a sus padres ya ancianos,

te presentamos a los que ofenden, a los envidiosos,

a los soberbios, a los corruptos y a los que se dejan corromper,

en fin te presentamos a todos los pecadores del mundo,

nos presentamos ante ti Dios Todopoderoso,

para pedirte perdón, perdón por ellos,

perdón por nosotros.
te lo pedimos en el Nombre de Jesucristo Nuestro Señor,

y en el nombre de La Virgen María, la Santa Madre de Jesús.



Danos las fuerzas para no volver a pecar más,

danos el Don de tu Espíritu Santo que impedirá que volvamos a pecar,

danos el carisma necesario, que llegue a lo más profundo de nuestro corazón,

y de ahí se encienda en llamas de amor y dulzura,

para que seamos dulces, a semejanza del Dulcisimo Jesús,

que este carisma se encienda en llamas, y así como el fuego de la vela,

que va derritiendo la cera, así este carisma vaya derritiendo los pecados que

han endurecido y enceguecido nuestros corazones.

Que esta llama de tu Espíritu Santo se quede en nosotros para siempre,

para bendecir, para perdonar y para pedir perdón,

que sea una llama evangelizadora del perdón. Amén.