Don de sanación o curación
"… pondrán las manos sobre los enfermos, y estos sanarán". (Mc 16,18). “Vayan y díganle a Juan lo que han visto y oído. Cuéntenle que los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de su enfermedad, los sordos oyen, los muertos vuelven a la vida y a los pobres se les anuncia la buena noticia” (Lc 7,22). “Pondrán las manos sobre los enfermos, y estos sanarán...". Es una categórica promesa de Jesús, que yo jamás había tomado en serio; muchos años fui párroco, miles de enfermos visité, pero jamás se me pasó por la mente el que pudiera curarlos con la imposición de mis manos. Mil veces leí esas palabras, pero ni remotamente imaginé que esa pudiera ser una realidad para mí. Cuando entré en la Renovación Carismática me dijeron que en los grupos carismáticos y círculos de oración, se realizaban tales oraciones continuamente; pero no estaba muy convencido de ello. Sin embargo, comencé a ver con mis propios ojos y no pude negar la evidencia. Animado por lo que veía hacer a otros, impuse las manos a una señora joven, L. G. enferma de leucemia; según los médicos tenía tan solo dos meses de vida. Me dijo, que mientras oraba por ella, sintió como un fuego en toda su persona, y como si un electroshock la sacudiera de pies a cabeza. Esa misma noche se sintió mejor; pocos días después, los médicos la declararon sana. Hoy sana y floreciente goza de la vida con su familia. Hoy, tras años de distancia, he vivido muchos casos semejantes, que me prueban que Jesús mantiene sus promesas. Vale la pena, pues, que nos adentremos en el estudio de este don de la sanación o curación, para descubrir el misterio que haga sonreír y llenar de esperanzas a tantos enfermos para gloria de Dios.
Tratándose de un tema tan delicado y rodeado de misterio, conviene afirmar desde el comienzo que nuestros argumentos no son axiomáticos ni absolutos a medida que exponemos el tema. Afirmaremos nuestros conceptos en la Sagrada Escritura. Por lo tanto, tan sólo la Palabra de Dios irradiará luz sobre estos temas arduos y un tanto misteriosos. Hay mucho en aquel Libro que nos puede ayudar a realizar consoladores descubrimientos que nos harán saltar de gozo. Examinemos las enfermedades y veamos sus orígenes.
Las enfermedades no vienen de Dios Todos, buenos y malos, claman a Dios, cuando les duele algo. Los malos blasfeman e increpan a Dios, echándole la culpa de todo. Los buenos no maldicen, sino que aceptan resignados las enfermedades, como pruebas o dones de Dios. Vayan algunas de las frases o plegarias que afloran en los labios de estos últimos:
- El Señor me mandó esta enfermedad, hágase su voluntad.
- El Señor me quiso castigar con esta enfermedad.
- El Señor quiere que pague mis pecados con esta enfermedad.
- Acepto esta enfermedad para Gloria de Dios.
- El Señor manda enfermedades a los buenos.
- Las enfermedades son una señal de predilección de parte de Dios.
- Las enfermedades son bendiciones del Señor; etc.
En resumen: Dios es la causa de toda enfermedad. Esto es un concepto erróneo, cuando no blasfemo. Son ideas entresacadas del estoicismo, del platonismo, del maniqueísmo, y que siguieron en el misticismo de la Edad Media; pero no tienen fundamento bíblico. Las enfermedades son un mal y ningún mal puede venir de Dios. Veamos una familia cualquiera con un joven enfermo. Todos: padre, madre, hermanos, hermanas, andan llorosos y apenados... ¿sólo Dios estará contento? Entremos en un hospital; médicos y enfermeros se agotan para aliviar los dolores de los pacientes y ¿sólo Dios se alegrará de tales sufrimientos? Siendo nuestro cuerpo una obra de arte salida de sus manos, en el último día de la creación, ¿cómo podrá alegrarse el Señor al verlo destruirse? Dios es un Padre que ama a sus hijos con amor infinito; ¿cómo puede un Padre tan bueno ser feliz mandando los hijos al hospital, o verlos consumirse en un lecho de dolor? No hay un texto en la Biblia que pruebe que las enfermedades provengan de Dios.
Todo lo contrario. En el Antiguo Testamento no se halla muy evolucionado el concepto de "Padre" respecto a Dios; pero sí predomina la idea del Dios de la Ley que premia y castiga. La observancia de la ley es premiada con promesas de vida sana y larga; al mismo tiempo que las enfermedades son consideradas como efectos y castigos. He aquí algunos ejemplos: "Si ponen ustedes toda su atención en lo que yo, el Señor su Dios, les digo, y si hacen lo que a mí me agrada, obedeciendo mis mandamientos y cumpliendo mis leyes, no les enviaré ninguna de las plagas que envié sobre los egipcios, pues yo soy el Señor, el que los sana a ustedes". (Éxodo 15,26). “Adora al Señor tu Dios, y él bendecirá tu pan y tu agua. „ Yo alejaré de ti la enfermedad…" (Éxodo 23,25). De uno de los exploradores de la Tierra Prometida, Josué, dice la Biblia que a los 85 años se sentía fuerte y sano como a los 40, por haber cumplido bien la misión que le había sido confiada por Moisés, dando buenos informes al pueblo. (Josué 14, 10-11). De Moisés leemos que cuando murió, tenía 120 años, no se le había disminuido la vista, ni el vigor había decaído (Deut 34,7). Los Salmos abundan en promesas de vida longeva y feliz: “Él es quien perdona todas mis maldades, quien sana todas mis enfermedades, 4quien libra mi vida del sepulcro, quien me colma de amor y ternura, 5quien me satisface con todo lo mejor y me rejuvenece como un águila" (Salmo 103(102), 3-5). Nada indica que las enfermedades sean bendiciones de Dios; todo lo contrario, a los siervos fieles se les promete vida larga y gozosa. Hay quien afirma que Dios nunca se complació en el sacrificio de animales. Según un atento examen de algunos textos del Antiguo Testamento parecería que las matanzas de toros, ovejas y corderos no hubieran sido del agrado de Dios. Sería Moisés quien introdujo tales sacrificios, con la mentalidad pagana de los egipcios, en los ritos religiosos hebreos. Ver: Salmos 40,7; 50, 8-23; 1Sam. 15,22; Isaías 1,11; 66-3; Jeremías 6,20; 7,21; Oseas 6,6; 8,13; Mateo 9,13; 12,7; Hebreos 10, 5-6.
"El es Dios de la vida, y todo cuanto vive da gloria a Dios", y no lo que muere. El prefiere las alabanzas al sacrificio de animales degollados. En Isaías, se advierte el amor de Dios, como Padre: “Pero ¿acaso una madre olvida o deja de amar a su propio hijo? Pues aunque ella lo olvide, yo no te olvidaré” (Is 49, 15). Jesús será más claro aún: “¿Acaso alguno de ustedes sería capaz de darle a su hijo una piedra cuando le pide pan? 10¿O de darle una culebra cuando le pide un pescado? 11Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a quienes se las pidan!" (Mt 7, 9-11). Entre estas cosas buenas está la salud física. El Padre da tan sólo cosas buenas a los hijos, y las enfermedades no son cosas buenas. Aún aquellos que llaman bendiciones a las enfermedades corren a médicos y farmacias, en busca de curaciones y medicinas. Obrando de esta manera ¿no lo hacen contra la voluntad del Señor, y no se quitan de encima una bendición de Dios? Es imposible concebir un padre que ama a sus hijos y no quiere hacerlos felices. Todo padre es feliz cuando sus hijos lo son. El Señor ansia darnos plena felicidad, completa y perfecta, mil veces superior a la que podamos soñar.
Las enfermedades vienen del pecado y de Satanás Siendo como son un mal no pueden tener otra procedencia que la debilidad y limitación humanas y sobre todo nacidas del inventor de lo malo; Satanás. Los males son los efectos del pecado original. El hombre, por don gratuito de Dios, no debió conocer la enfermedad, el dolor, la muerte. Todo el mal fue consecuencia de la primera culpa, el hombre perdió la impasibilidad y quedó sujeto a todo lo que fuera malo para su salud, y al influjo de Satanás. Jesús llamó al demonio “príncipe de este mundo” (Jn 12, 31; 14, 30), pues, luego del pecado original, efectivamente Satanás obtuvo cierto dominio sobre lo creado y lo usó para nuestro mal. Así pues, aún cuando digamos que las enfermedades acaecen por causas naturales, siempre su primer principio es el pecado y cierto influjo de Satanás. Algunas enfermedades se originan en los pecados personales. No queremos decir que a cada pecado personal corresponde una enfermedad, o que la gravedad de la enfermedad sea según la gravedad del pecado. Pero, está fuera de duda que muchas enfermedades son producto del pecado. Por ejemplo, ¿Quién no conoce el efecto de las enfermedades venéreas, de la drogadicción, del cigarrillo y de los excesos en el comer y beber? Pero aún aquí, la causa remota es el demonio, en cuanto que estas aberraciones no son sino frutos venenosos y mortíferos del primer pecado. Jesús mismo en ciertas ocasiones relacionó pecado y enfermedad, dando a entender que esta última surgió en el enfermo del pecado propio. Jesús, antes que nada, le dijo al paralítico, que le pusieron delante de él, descolgándolo del techo: "Amigo, tus pecados quedan perdonados" (Lc 5,20). A otro paralítico que encontró cerca de la piscina de Betsaida, le hizo esta recomendación, luego de curarlo: "Mira, ahora que ya estás sano, no vuelvas a pecar, para que no te pase algo peor" (Jn 5,14).
San Pablo hace notar a los corintios que su comportamiento en las reuniones eucarísticas eran la causa de enfermedades y muertes en la comunidad: "Porque si come y bebe sin fijarse en que se trata del cuerpo del Señor, para su propio castigo come y bebe. 30Por eso, muchos de ustedes están enfermos y débiles, y también algunos han muerto" (1Cor 11, 29 - 30). Otras enfermedades son consecuencia del pecado ajeno. ¿Quién puede dudar de las enfermedades hereditarias? ¿Quién no está convencido de que ciertos vicios y desórdenes morales de los padres dañan a hijos y nietos? Pero, siguiendo más allá de las leyes de la herencia, que son inexorables, tengamos presente que todos formamos un cuerpo social y, por lo tanto, ya sea el bien o el mal influyen en todo el cuerpo, aunque estén radicados en un solo miembro. En fin, también hay enfermedades que provienen directamente de Satanás, es decir, cuando el demonio habita en una persona y eso provoca una determinada enfermedad. Tenemos en el Evangelio ejemplos de sordos y mudos que son curados luego de ser expulsado Satanás del cuerpo de esas personas. “Mientras los ciegos salían, algunas personas trajeron a Jesús un mudo que estaba endemoniado. 33En cuanto Jesús expulsó al demonio, el mudo comenzó a hablar" (Mt 9., 32-33). "Jesús estaba expulsando un demonio que había dejado mudo a un hombre; y cuando el demonio salió, el mudo comenzó a hablar" (Lc. 11,14). Concluyamos, por lo tanto, que todos los males, aún los físicos, tienen directa o indirectamente un sólo origen: Satanás, quien por el primer pecado sujetó al hombre a su dominio. No es Dios, sino Satanás, quien se complace con el dolor humano, bajo todas sus formas.
Dios nos libera de las enfermedades La promesa de un Salvador hecha luego de la primera caída es una promesa de liberación del pecado y sus consecuencias. A todas las tribulaciones que origina la primera culpa, Dios responde con la Encarnación. San Juan dice que "… para esto ha venido el Hijo de Dios: para deshacer lo hecho por el diablo" (1Jn 3, 8). Desde el momento en que esas obras de Satanás se muestran en el hombre, sea por la enfermedad física o por el pecado, es necesario concluir que el Padre mandó al Hijo a liberar a todo el hombre, y no sólo parte de él. El Demonio tendrá una derrota completa, así como tuvo una victoria completa. Cristo vino a curarnos de toda enfermedad. El vino para hacer una nueva creación, dónde no habría sitio alguno para ninguna acción satánica. Vino a liberarnos de todas nuestras enfermedades, tomando sobre sí, todas nuestras debilidades y pecados, cargando con ellos. Ya lo había profetizado Isaías: “Y sin embargo él estaba cargado con nuestros sufrimientos, estaba soportando nuestros propios dolores. Nosotros pensamos que Dios lo había herido, que lo había castigado y humillado. 5Pero fue traspasado a causa de nuestra rebeldía, fue atormentado a causa de nuestras maldades; el castigo que sufrió nos trajo la paz, por sus heridas alcanzamos la salud" (Is 53,4). San Mateo ve el cumplimiento de esta profecía: "Al anochecer llevaron a Jesús muchas personas endemoniadas; y con una orden expulsó a los espíritus malos, y también sanó a todos los enfermos. 17Esto sucedió para que se cumpliera lo que anunció el profeta Isaías, cuando dijo: „Él tomó nuestras debilidades y cargó con nuestras enfermedades‟ " (Mt 8, 16-17). Concluye pues, que así como fuimos liberados del pecado porque “… el Señor cargó sobre él la maldad de todos nosotros" (Is 53,6), así también nos libertó de los males físicos, por el hecho de que El cargó con nuestras enfermedades. Si en nosotros no hay pecado, porque Jesús lo hizo suyo -más aún, El se "hizo pecado" por nosotros-, no hay porque tener en nosotros enfermedades, pues El las cargó sobre sus hombros. Jesús es el Restaurador del nuevo orden, del hombre nuevo. En el primer Adán encontramos la muerte del cuerpo y del alma; con el nuevo Adán, se nos debía restituir toda la vida, la abundancia de la vida, la misma vida, sin pecados ni males, que nos eran propios antes de la caída. Cuando el Verbo se hizo carne liberó nuestro cuerpo del dominio de Satanás, restituyéndonos vida e inmortalidad. Sería disminuir la victoria de Cristo sobre Satanás si la limitáramos a lo espiritual del hombre. Cristo vino para hacer un mundo nuevo. Una nueva humanidad salió del sepulcro el Domingo de Pascua: "Y oí una fuerte voz que venía del trono, y que decía: “Aquí está el lugar donde Dios vive con los hombres. Vivirá con ellos, y ellos serán sus pueblos, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. 4Secará todas las lágrimas de ellos, y ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor; porque todo lo que antes existía ha dejado de existir”. 5El que estaba sentado en el trono dijo: “Yo hago nuevas todas las cosas” " (Apoc 21, 3-5). Nosotros ya estamos viviendo esas cosas nuevas. No son cosas que sucederán, sino que suceden ya. San Pablo dice que la nueva creación se hizo realidad en nosotros cuando fuimos incorporados a Cristo: “Por lo tanto, el que está unido a Cristo es una nueva persona. Las cosas viejas pasaron; se convirtieron en algo nuevo” (2Cor 5, 17).
Cuando el Espíritu devolvió la vida a Cristo en el sepulcro, la devolvió a todo el Cuerpo Místico. “Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús vive en ustedes, el mismo que resucitó a Cristo dará nueva vida a sus cuerpos mortales por medio del Espíritu de Dios que vive en ustedes” (Rom 8,11). En el texto griego la palabra "thneto" se refiere a lo que llamamos „mortal‟ y literalmente significa: "sujetos a la muerte". Por lo tanto no se trata de cuerpos muertos que un día resucitarán, sino de cuerpos que, si bien ahora están sujetos a la muerte, reciben nueva vida, son revitalizados a cada momento por el Espíritu Santo. Si formamos un solo cuerpo con Cristo, una sola es la vida que circula por ese Cuerpo. "Si un miembro del cuerpo sufre, todos los demás sufren también; y si un miembro recibe atención especial, todos los demás comparten su alegría” (1Cor 12,26). Ya que Cristo fue glorificado, todos sus miembros son glorificados con Él. Los hebreos ignoraban la distinción que hacemos nosotros entre alma y cuerpo. El Libertador que esperamos es libertador completo, no dividido ni particularizante. Así en realidad se mostró Jesús desde los primeros días de su apostolado.
Tomado del Libro "El despertar de los carismas".
No hay comentarios:
Publicar un comentario