San Juan Crisóstomo (hacia 345-407), presbítero en Antioquia, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía «Que Cristo sea anunciado», 12-13; PG 51, 319-320
La oración humilde e insistente
Una mujer cananea se acercó a Jesús y a grandes gritos le suplicó por su hija que estaba poseída por el demonio... Esta mujer, una extranjera, una bárbara, sin vínculo alguno con la comunidad judía, ¿qué era sino una perra indigna de alcanzar lo que pedía? «No está bien, dice Jesús, echarles a los perros el pan de los hijos». Y, sin embargo, por su perseverancia consigue ser escuchada. Aquella que no era otra cosa que una perra, Jesús la eleva a la nobleza de los hijos pequeños; más aún, la llenó de elogios. Y le contestó antes que se marchara: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas» (Mt 15,28). Al oír que Cristo dice: «Qué grande es tu fe», no hace falta buscar otra prueba de la grandeza de alma de esta mujer. Fíjate como ella ha borrado su indignidad con la perseverancia. Fíjate igualmente que obtenemos del Señor más por nuestra oración que por la oración de los demás.
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