miércoles, 10 de febrero de 2010
«Oh Dios, crea en mí un corazón puro» (Sl 50,12)
San Juan de la Cruz (1542-1591), carmelita descalzo, doctor de la Iglesia
Avisos y máximas
«Oh Dios, crea en mí un corazón puro» (Sl 50,12)
La limpieza de corazón no es menos que el amor y gracia de Dios; porque los limpios de corazón son llamados por nuestro Salvador bienaventurados (Mt 5,8), lo cual es tanto como decir «enamorados», pues que la bienaventuranza no se da por menos que amor.
El que ama a Dios debe gozarse no en si hace buenas obras y sigue buenas costumbres, sino en si las hace por amor de Dios sólo, sin otro respecto alguno; porque cuanto son para mayor premio de gloria hechas sólo para servir a Dios, tanto para mayor confusión suya será delante de Dios cuanto más le hubieren movido otros respectos.
El que anda enamorado de Dios, no pretende ganancia ni premio, sino sólo perderlo todo y a sí mismo en su voluntad por Dios...
El que obra por Dios con puro amor, no sólo no pretende ser visto por los hombres, sino ni tan sólo ser visto de Dios...
Todo el deseo y fin del alma y de Dios en todas las obras de ella es la consumación y perfección de este estado, por lo cual nunca descansa el alma hasta llegar a él... pues el corazón del hombre no se satisface con menos de Dios, que es su centro.
El puro de corazón igual se aprovecha de la elevación que del abatimiento para llegar a ser cada vez más puro, mientras que el corazón impuro sólo produce frutos de impureza.El corazón puro saca de todas las cosas un conocimiento de Dios sabroso, casto, puro, espiritual, lleno de gozo y de amor.
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