martes, 20 de abril de 2010
REFLEXIONES SOBRE EL RECIENTE TERREMOTO, De Jorge A. Cardenal Medina Estévez
REFLEXIONES SOBRE EL RECIENTE TERREMOTO
El pasado 27 de marzo un terrible terremoto, y enseguida un maremoto, azotaron nuestro país. Este tipo de calamidades ha sido recurrente en nuestra historia, según noticias que se remontan al ya lejano siglo XVI. El sismo del año 1939, que viví en mi adolescencia, fue particularmente severo en lo que se refiere a pérdidas de vidas humanas: se habló de que a consecuencia de el fallecieron al menos unas treinta mil personas, pero los daños materiales se circunscribieron principalmente a la octava región del país, concretamente a las ciudades de Chillón y Concepción. Es terremoto que nos acaba de afligir ha dejado un saldo de aproximadamente unas setecientas personas fallecidas o desaparecidas, pero la devastación material ha afectado desde Santiago hasta Concepción y el costo de la reconstrucción alcanzará cifras siderales.
¿Qué pensar acerca de este doloroso acontecimiento?,
Las reflexiones que ofrezco modestamente a continuación no son, ni pueden ser, naturalmente, a partir de un punto de vista científico del, campo de la geología o de la sismología, por la simple razón de que no tengo competencia en esas áreas de la ciencia. Deseo, simplemente, recordar algunos datos de la fe cristiana y católica que pueden ayudar a interpretar el significado de lo ocurrido.
Lo primero que me parece necesario tener presente es que nada de lo que ocurre es ajeno a la voluntad de Dios, ni siquiera los acontecimientos del orden natural y físico. Nada es 'pura casualidad' o ineludible ‘fatalidad’. Conviene recordar las palabras de Jesús: "¿No se venden dos pajaritos por una pequeña moneda? Sin embargo ni uno de ellos cae en tierra sin la voluntad de vuestro Padre. Y en cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están contados" (Mt 10, 29s). Suponer que algo suceda al margen de la voluntad de Dios seria negar su omnipotencia o desconocer su divina providencia.
Aquí es imposible soslayar la pegunta acerca del por qué del mal. El tema es muy profundo y lacerante. ¿Por qué suceden los males físicos, especialmente aquellos que ocasionan sufrimiento a las personas, incluso a inocentes? ¿Por qué Dios no impide los males morales, es decir los pecados? Es muy difícil dar a estas preguntas una respuesta que sea plenamente satisfactoria. Y la razón está en que todo lo que recibe la calificación de 'mal' no pertenece a la esfera del 'ser', sino a la ausencia de un bien que debería existir. Ahora bien, la inteligencia humana está hecha para comprender el `ser' y por eso experimenta una gran dificultad cuando trata de escudriñar la realidad de un 'no ser', es decir de la ausencia o carencia de un bien que debería existir. Aventuremos una respuesta que no a todas las personas les resultará convincente: los seres creados, finitos y contingentes son, por su propia naturaleza, falibles y pueden fallar en uno u otro sentido. Esas 'fallas' son 'males' y demuestran la calidad contingente y frágil de los seres creados, su radical auto insuficiencia. Los 'males' que acaecen a las criaturas son un testimonio permanente de su imperfección y de su radical diferencia con Dios, el único ser perfectísimo, sin sombra de carencias o de deficiencias, el único que es el Bien absoluto y que en nada depende de otro ser. Hacerse la pregunta de por qué un mal o deficiencia afecta a tal ser concreto y no a otro, es pretender,, penetrar en el misterio de los designios divinos, de su sabiduría y de su bondad. Sería un atrevimiento y una audacia irreverente, un intento de invadir lo que sólo corresponde a Dios.
En este momento de estas reflexiones es bueno recordar las enseñanzas del libro bíblico de Job. No es un libro histórico en el sentido que hoy damos a esa expresión, sino un libro `sapiencial' es decir una composición literaria que, asumiendo la forma ficticia de un relato histórico, desarrolla un tema vital para la comprensión del sentido de la vida humana. En el libro de Job el tema es el de las aflicciones de un hombre justo, calamidades que no pueden interpretarse como un justificado castigo o pena de sus pecados: Job es un hombre justo y sus (.amigos' que interpretan sus desgracias como castigo de sus pecados y lo reprochan por ello, no están en la verdad ni hacen un juicio justo.
El demonio pone a prueba a Job, infligiéndole diversas y dolorosas calamidades, con el objeto de que se rebele contra los designios de Dios, lo maldiga y rechace sus disposiciones. Las pruebas o tentaciones a que Satanás somete a Job no tienen el éxito que el Maligno espera: Job, aún quejándose y lamentando sus infortunios, no se rebela y acuña una frase que resume su actitud profundamente religiosa: salí del vientre de mi madre, y desnudo tornaré a él. El Señor me lo dio, El Señor me lo quitó. ¡Bendito sea el nombre del Señor! En todo esto no pecó Job, ni maldijo a Dios" (Job 1, 21s). A su mujer que lo insta a maldecir a Dios y a morirse, "Job le contestó: 'Hablas como una tonta. Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?" (Job 2, 9s). En las palabras que el autor sagrado pone en boca de Job hay un sentido de confianza reverencia) en Dios que es un anuncio de su revelación como Padre, tan característica del Nuevo Testamento.
Llegamos así a la revelación cristiana, expresada por San Pablo en un texto clásico que dice que "Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que lo aman" (Rom 8, 28) y, probablemente en un contexto de persecución: "¿Qué diremos, pues,, a esto? Si Dios está a favor nuestro, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros; ¿cómo no nos ha de dar con El todas las cosas? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Siendo Dios quién justifica, ¿quién condenará? Cristo Jesús, que murió, aún más, que resucitó, y que está a la diestra de Dios es quién intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?" (Rom 8, 31-36). El misterio del mal se explica, en definitiva, a la luz del amor infinito de Dios que nos entrega a su Hijo, Jesucristo, para que, a través de su muerte ignominiosa en la cruz, nos revele el amor del Padre. Porque quizás nunca es más patente el amor que cuando por amor se asume voluntariamente el sufrimiento Lo asumió Jesús en la cruz y, junto a El, lo asumió su Madre, María, cuyo corazón fue traspasado por la espada que le había sido profetizada por el anciano Simeón (ver Lc 2, 25-35). He aquí una gran lección: el amor se manifiesta y se acrecienta en el dolor, y, ¿quién podrá poner en duda que el amor es la realidad suprema, puesto que "Dios es amor" (1 Jn 4, 8). Aquí está la clave para interpretación cristiana del misterio del mal y del sufrimiento: Dios es poderoso hasta el punto de hacer de de los mismos males provengan grandes bienes.
Ahora podemos reflexionar un poco más en concreto sobre las lecciones que nos deja el reciente terremoto.
En primer lugar, nos invita a no poner nuestra seguridad en lo que es de suyo frágil y perecedero, y a colocar nuestro corazón en el único que nunca puede fallar, nunca nos abandona y es la garantía de nuestra definitiva fidelidad, es decir en Dios. Si lo hemos olvidado, si no le hemos dado el lugar que le corresponde en nuestras vidas, es hora de "recentrar" nuestro pensamiento y entender, de una vez por todas y para siempre, que nuestra existencia carece de sentido si no vivimos para El (ver Rom 14, 8).
Enseguida, nos invita a recordar que nuestras 'propiedades' en esta tierra no son definitivas, que no son verdaderamente tales, sino bienes que Dios nos ha dado en administración, de la que deberemos darle cuentas al final de nuestra peregrinación.
La destrucción de muchos bienes patrimoniales nos invita a pensar dónde hemos puesto nuestro tesoro (ver Mt 6, 21; Lc 12, 34), si en las cosas transitorias o en las que permanecerán para siempre, y si en la construcción de las realidades temporales hemos procedido con la competencia y honradez que merecen Dios y nuestros hermanos.
Hemos de lamentar, ciertamente, la pérdida de un acervo cultural y religioso importante y que será preciso reconstruir en la medida de lo posible. Pero, desde el punto de vista de la ,fe, no podemos dejar de comprobar un deterioro considerable del edificio espiritual de la comunidad cristiana: el descenso vertiginoso de la natalidad; los abortos clandestinos y las vidas eliminadas mediante fármacos abortivos, vidas que conforman una pavorosa multitud de 'desaparecidos' que a nadie alarma y que no parecen preocupar como lo merecen; el aumento de los niños nacidos fuera de matrimonio; la multiplicación de los divorcios, favorecidos por la ley civil; la promoción de la lujuria; la proliferación de uniones de facto al margen del matrimonio; el narcotráfico; la drogadicción; el recurso generalizado a la mentira en todas sus formas; la corrupción en el manejo de los dineros públicos y privados; el afán de lucro a cualquier precio y por cualquier medio; el egoísmo en las relaciones contractuales y laborales; la pereza y la irresponsabilidad en el ejercicio de las propias funciones; etc. El sismo ha dejado a la vista la magnitud de algunas de estas llagas del tejido social e impone una labor educativa en valores, sin los cuales la reconstrucción material no pasaría de ser un estuco sin un muro sólido que lo sostenga y le dé consistencia. La reconstrucción valórica es tanto más importante que la material y nunca se podrá dar por terminada porque el deterioro moral es una amenaza permanente y que puede despertar en forma penosa y brutal, como se ha visto en el pillaje y los saqueos realizados a raíz del terremoto.
Pero si es realista reconocer la debilidades morales, tan evidentes por lo demás, no es menos cierto que el sismo ha demostrado que en el corazón de muchos existe, gracias a Dios, un acervo de generosidad, de servicialidad, de amor al prójimo y de sacrificio que constituye una reserva espiritual promisora de mejores días en la construcción de una comunidad nacional fraterna y reconciliada. Esas nobles disposiciones necesitan ser estimuladas, educadas y cimentadas en principios sólidos que vayan más allá de los sentimientos y emociones que pueden ser pasajeros y disiparse con el tiempo y la pérdida del sentido de las urgencias.
Muchas personas han hecho sacrificios, a veces considerables, para ir en ayuda de los damnificados: han comprendido y puesto por obra la palabra de Jesús de que "hay más alegría en dar que en recibir" (Hech 20, 35), y han recordado esas otras palabras del Señor, cuando en el Juicio final dirá a los llamados a la bienaventuranza: "Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, peregriné y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, encarcelado y vinisteis a verme... Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a Mi me lo hicisteis" (Mt 25, 34-36.40). Será el momento de adoptar un estilo mas sobrio y austero, de eliminar algunos agrados prescindibles y de aceptar con generosidad y alegría los sacrificios que las autoridades legitimas puedan reclamar para subvenir al inmenso costo de la reconstrucción
Entretanto, y siempre, elevaremos nuestra oración al Padre misericordioso para que acoja en su santo reino a las almas de quienes perdieron la vida en el terremoto y en el maremoto, para que conforte a quienes han sufrido la pérdida de sus casas y pertenencias, para que de generosidad a quienes pueden ayudar con bienes o servicios, para que conceda sabiduría, fortaleza y perseverancia .a las autoridades que deben afrontar el desafío de la reconstrucción sin otra mira que el bien común de la Nación y con prescindencia de cualquier cálculo mezquino que pudiera favorecer menguados intereses. Rogaremos para que el Señor recompense con largueza a quienes han sido onerosos para contribuir con bienes materiales, con servicios o en cualquier otra forma al alivio de los que han sufrido y siguen sufriendo las consecuencias del sismo. Oraremos para todos los miembros de la Iglesia católica, de las demás Iglesias y comunidades cristianas y los creyentes no cristianos, pongamos lo mejor de nosotros mismos para que hagamos posible, con la gracia de Dios, la reconstrucción espiritual de nuestra Patria, bien convencidos de que lo que no se ve es más importante que lo que se ve, lo espiritual es mas relevante que lo puramente material, y lo definitivo más valioso que lo transitorio, sin despreciar r por ello las realidades temporales, visibles y materiales, que son también obra de Dios y parte de nuestras ineludibles responsabilidades recibidas de El y de las que ante El deberemos un día rendir cuentas.
Nuestra oración, llena de confianza en la providencia bondadosa del Padre de los cielos, se apoya en la intercesión de la Santísima Virgen María bajo su advocación del Monte Carmelo, lugar de oración y de contemplación de los insondables designios salvadores de Dios. Ella, que tanto sufrió de pié y valerosamente al lado de la cruz de su Hijo, nos alcance la gracia de vivir el misterio del anonadamiento salvador de Jesús (ver Flp 2, 5-11) en esta hora de aflicción y de verdad.
Lo(a)(os)(as) saluda con sincero afecto en el Señor Jesús, rogándole(s) que me excuse(n) por lo que seguramente no haya dicho bien o haya omitido decir,
Jorge A. Cardenal Medina Estévez
Santiago, 19 de marzo de 2010
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