martes, 31 de agosto de 2010

«Afligido por el endurecimiento de su corazón»

Él es el cordero sin voz, el cordero degollado, nacido de María, la graciosa cordera. Él es el que ha sido sacado del rebaño y conducido a la muerte, muerto por la tarde, enterrado por la noche... para resucitar de entre los muertos y resucitar al hombre desde el fondo de su sepulcro.

Ha sido, pues, llevado a la muerte, ¿Dónde? En el corazón de Jerusalén. ¿Por qué? Porque había curado a sus cojos, purificado a sus leprosos, devuelto la luz a sus ciegos, y resucitado a sus muertos (Lc 7, 22). Es por todo ello que ha sufrido. Está escrito en la Ley y en los profetas: «Me pagan males por bienes; no me abandones, Señor. No sabía los planes homicidas que contra mí planeaban: 'arranquémosle de la tierra vital, porque su nombre nos es odioso'» (Sl 37, 21; cf Jr 11,9).

¿Por qué has cometido este crimen sin nombre? Has deshonrado al que te había honrado, humillado al que te había enaltecido, renegado del que te había reconocido, rechazado al que te había llamado, dado muerte al que te había vivificado... Era preciso que sufriera, pero no por ti. Era preciso que fuera humillado, pero no por ti. Era preciso que fuera juzgado, pero no por ti. Era preciso que fuera crucificado, pero no por tu mano. Estas son las palabras que hubieras tenido que gritar a Dios: «Oh Señor, si es necesario que tu Hijo sufra, si esta es tu voluntad, que sufra, pero que no sea yo quien lo haga».

Melitón de Sardes (?- hacia 195), obispo
Homilía pascual, 71-73

No hay comentarios:

Publicar un comentario