jueves, 13 de octubre de 2011
“Lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios”
Estudio Bíblico Dominical
Un apoyo para hacer la Lectio Divina del Evangelio del Domingo
XXIX Domingo del Tiempo Ordinario
San Mateo 22, 15-21
“Eres moneda del tesoro divino,
eres el dinero que tiene impresa la imagen
y la inscripción del rey divino”
(San Lorenzo de Bríndisi)
Oremos
“Dios ha hablado una vez, dos veces lo he oído:
que a Dios le pertenece el poder, la fuerza,
a ti Señor, el amor”
(Salmo 62,12)
Introducción
Una enseñanza, de grandes consecuencias, nos aguarda hoy. Está resumida en la frase de Jesús: “Lo del César, devolvédselo al César”.
Los capítulos 21-23 de Mateo, que venimos leyendo de forma relativamente continua, constituyen una unidad temática importante. Con sus enseñanzas, Jesús pone a las autoridades judías y los fariseos en jaque. Esto se puede ver claramente en la conclusión de evangelio de hoy.
En la versión litúrgica se ha cortado la última frase del pasaje: “Al oír esto, quedaron maravillados y se fueron” (22,22). Quizás sea más interesante saber ahora cuál sería nuestra reacción frente a la enseñanza de Jesús, una vez que hagamos la Lectio Divina.
1. El texto en su contexto
El texto
Leamos con cuidado el texto de Mateo 22,15-22:
“15Entonces los fariseos se fueron y celebraron consejo sobre la forma de sorprenderle en alguna palabra. 16Y le envían sus discípulos, junto con los herodianos, a decirle:
‘Maestro, sabemos que eres veraz
y que enseñas el camino de Dios con franqueza
y que no te importa por nadie,
porque no miras la condición de las personas.
17Dinos, pues, qué te parece,
¿es lícito pagar tributo al César o no?»
18Mas Jesús, conociendo su malicia, dijo:
‘Hipócritas, ¿por qué me tentáis?
19Mostradme la moneda del tributo’.
Ellos le presentaron un denario.
20Y les dice:
‘¿De quién es esta imagen y la inscripción?’.
21Dícenle:
‘Del César’.
Entonces les dice:
‘Pues lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios’.
22Al oír esto, quedaron maravillados y se fueron”.
Contexto
Mediante las tres parábolas que leímos en los domingos anteriores, las autoridades judías fueron puestas contra la pared. Jesús cuestionó a fondo su experiencia religiosa y los llamó a la conversión. Ellos quedan en mala posición, por eso: “los fariseos se fueron y celebraron consejo sobre la forma de sorprenderle en alguna palabra” (22,15).
Comienza así una serie de cuatro discusiones con Jesús, en la que sus opositores buscan la forma de hacerle decir alguna contradicción que lo desautorice ante todo el mundo:
(1) La cuestión del pago de los impuestos al César (22,15-22).
(2) La cuestión de la resurrección (22,23-33).
(3) La cuestión del mandamiento más importante (22,34-40).
(4) La cuestión del “hijo de David” (22,41-46). Esta última es planteada por Jesús.
El clima de hostilidad de la primera cuestión que le plantean a Jesús se describe desde el principio. Esta vez se enfrentan los fariseos con Jesús, pero ellos no lo hacen directamente sino a través de “sus discípulos, junto con los herodianos” (22,16ª). La alianza entre fariseos y herodianos muestra cómo la hostilidad contra Jesús se duplica.
Estructura del texto
El pasaje de Mateo 22,15-22, tiene tres partes:
(1) La ambientación de la escena: 22,15-16.
(2) La trampa puesta a Jesús y su reacción: 22,17-21.
Esta parte tiene tres momentos (dobles) que reposan sobre el pronunciamiento final de Jesús:
• Primero, la pregunta (tramposa) que le hacen a Jesús (22,17)
y la primera reacción frente a sus opositores (22,18).
• Segundo, la solicitud que Jesús le hace a sus opositores (22,19ª)
y la respuesta de ellos (22,19b).
• Tercero, la pregunta que Jesús les hace (22,20)
y la evidente respuesta (22,21ª).
• Finalmente, el pronunciamiento autoritativo de Jesús: “Lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios” (22,21b).
(3) El efecto de la respuesta de Jesús sobre sus adversarios (22,22).
Podemos hacer dos observaciones complementarias: (1) la parte central sigue el modelo de los diálogos didácticos que sostenían los rabinos de la época, en los cuales se usaba frecuentemente una “demostración”. (2) Todo el texto tiene como punto focal el v.21b: “Lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios”.
2. Profundización
2.1. La ambientación de la escena (22,15-16)
Los fariseos hacen el complot y abordan a Jesús de forma indirecta: a través de una comisión compuesta por sus discípulos y un grupo de herodianos (22,16ª). La finalidad es hacerlo caer en desgracia, sea ante el mundo religioso sea ante el mundo político, representado en estos dos grupos.
Un ambiente hostil contra Jesús
Describamos un poco más este contexto. En Jerusalén se dan cita todos los poderes. Allí Jesús se mueve en un campo de tensiones fuertes entre el poder de las autoridades judías, el estado de ánimo del pueblo judío, los intereses del dominador romano y las opiniones de los diversos grupos judíos. Cada uno de estos poderes está dispuesto a usar la violencia, si es necesario, en función de sus intereses. ¿De qué lado está Jesús?
Mateo nos describe también el ambiente hostil hacia Jesús con un término especial. Se dice literalmente que lo quieren “hacer caer en una trampa” (la Biblia de Jerusalén pone: “la forma de sorprenderle en alguna palabra”). El verbo utilizado (“padideúō”) sólo aparece aquí en todo el Nuevo Testamento, aunque sí lo encontramos en la versión griega del Antiguo Testamento, por ejemplo 1 Samuel 28,9, donde la pitonisa de Endor le dice a Saúl quien va a ella disfrazado: “Bien sabes lo que hizo Saúl, que suprimió de esta tierra a los nigromantes y adivinos. ¿Por qué tiendes un lazo a mi vida para hacerme morir?”.
Un cumplido para Jesús
Cuando ya están ante Jesús, los enviados se permiten interpretar cuál es la actitud de Jesús en toda esta maraña político-religiosa: “Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con franqueza y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas” (22,16b).
El título “Maestro” aquí parece ser más bien irónico. Este título en el evangelio de Mateo aparece casi exclusivamente en boca de los enemigos de Jesús (ver 9,11; 12,38; 17,24; 22,34.36).
El resto de la frase, que es un cumplido para ganar puntos (técnicamente una “captatio benevolentiae”), quiere decir esto: “tú no tomas partido por las diversas corrientes y personas, sino que te atienes a la verdad; lo que Dios ha establecido como el camino correcto de comportamiento, tú lo enseñas independientemente que sea del agrado de la gente y si estar preocupado por las consecuencias que pueda acarrear para ti”.
La valoración que Jesús recibe de los adversarios es sorpresiva, puesto que
(1) Le están reconociendo su autoridad: “Sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con franqueza”. El “eres veraz” significa “eres fiel a tu palabra”. Que “enseñe el camino de Dios” quiere decir que transmite una doctrina que va de acuerdo con el querer de Dios, sin tener en cuenta los prejuicios humanos y sin ningún reduccionismo.
(2) Lo felicitan por su imparcialidad. “No te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas”. El “no mirar la condición de las personas” se refiere a la imparcialidad que lleva a no dejarse sobornar y a favorecer al litigante más pobre.
Notemos cómo se coloca en primer lugar “el camino de Dios”, por lo tanto se quiere hacer de la discusión una cuestión de doctrina. Los interlocutores de Jesús no expresan su opinión, sino que en la toma de posición que le exigen a Jesús quieren encontrar un punto débil para criticar la rectitud de su enseñanza.
2.2. Pregunta de los adversarios y respuesta: ¿Cuál es el querer de Dios? (22,17-18)
El cumplido es la premisa de la pregunta: “¿Es lícito pagar tributo al César o no?” (22,17). Sin embargo, su intención no es recta, como lo delata la reacción de Jesús: “Jesús conociendo su malicia, dijo: ‘Hipócritas, ¿por qué me tentáis?” (22,18).
La pregunta por si algo es “lícito” ya había aparecido antes (ver 12,10; 19,3). Se refiere a cuál es el querer de Dios. En este caso concreto, sobre a la legalidad o no del tributo imperial que le había sido impuesto a la provincia de Judea, desde cuando, en el 6 dC, se había puesto al frente de ella a un procurador romano.
Los zelotas optaron por la posición más radical: se negaban radicalmente a pagar el tributo a Roma, sosteniendo que, fuera de Dios, no se podía tolerar a ningún soberano terreno (Ver Flavio Josefo: Guerra 2,118; Antigüedades Judías 18,4). Por su parte los fariseos no estaban de acuerdo, pero habían decidido pagarlo.
¿Cuánto se pagaba? Se sabe del “Tributum capitis” (un impuesto por cabeza, o sea, por persona), que los romanos le exigían a todos, incluso las mujeres y esclavos, mayores de 12/14 años hasta los 65. No se sabe cuánto se pagaba en ese entonces, lo cierto es que después de la caída de Jerusalén en el año 70, el emperador Vespasiano los obligó a pagar dos denarios (era el “fiscos Iudaicus”), lo cual correspondía a lo que ellos pagaban antes como tributo al Templo (ver Mt 17,24-25); lo cual puede ser una buena pista para saberlo.
El problema es la implicación de cualquier respuesta que dé Jesús. La pregunta está planteada de modo que sólo se puede responder “sí” o “no”. En ambos casos, Jesús habría caído en la trampa: un sí lo exponía a la acusación de ir contra el señorío absoluto de Dios; un no, lo expone a ser acusado de subversivo (ver Lucas 23,2). De otra manera, si Jesús se pronuncia a favor del tributo, queda enemistado con el pueblo, y si se pronuncia en contra, les da el pretexto a sus adversarios para que los acusen ante los romanos y deshacerse de él con su ayuda.
La pregunta, entonces, está muy bien pensada. El narrador del texto nos dice que efectivamente los adversarios de Jesús la habían planeado muy bien (ver 22,15ª: hicieron una reunión para ello). La intención que está por detrás de esta trampa académica es quitarse de encima al maestro itinerante que se ha vuelto incómodo para las autoridades y muy querido por las multitudes.
2.3. Solicitud y respuesta: la presentación de la moneda (22,19)
Jesús se comporta tal como lo describen al inicio: como el que no traiciona la verdad para estar en paz con los diversos grupos de poder. Con todo, no cae en la trampa en la que creen que muy hábilmente lo han metido. La pregunta fue planteada de manera que Jesús tuviera que escoger entre Dios y el emperador.
Vale la pena analizar la manera como Jesús afronta a sus adversarios: les pide que le muestren la moneda del tributo y ellos le presentan una.
El gesto es curioso porque por motivos religiosos los fariseos se negaban rotundamente a tocar con sus manos las monedas sacrílegas del tributo. Pero de hecho, lo pagaban. Con razón, ya desde el principio los ha acusado de “hipocresía” (22,18).
Pero notemos que, para responder, Jesús no toma como punto de partida una norma abstracta, sino el comportamiento concreto de los que lo interrogan.
Los adversarios vienen a exigirle coherencia entre enseñanza y vida, y están listos para hacerle caer en cuenta dónde es que esta coherencia hace le falta. Pero ellos parten de un mal presupuesto: la convicción de que el tributo al César es incompatible con la fidelidad a Dios.
Jesús, entonces, les aplica su misma lógica: les demuestra que en la pregunta planteada, ellos no están aplicando el principio de coherencia. Ellos poseen y adoptan la moneda del tributo, luego afirman que la imagen y la inscripción corresponden a la del emperador, por lo tanto se están sirviendo de lo que viene de él. En otras palabras, si tienen en sus manos todos los días el dinero del emperador, ¿por qué no quieren adoptarlo cuando se trata de pagarle el tributo?
La respuesta de Jesús es una denuncia de la incoherencia de sus adversarios: quienes en la vida cotidiana se acogen al señorío del emperador y aprovechan las ventajas que les trae esa situación, no tienen ningún motivo para plantear como un problema de fe el pago del tributo. Por eso, como se va a decir enseguida, lo que proviene del emperador, tranquilamente se lo pueden restituir.
2.4. La pregunta y la respuesta acerca de la moneda (22,20-21ª)
Con su pregunta, “¿De quién es esta imagen y la inscripción?”, Jesús provoca una segunda toma de posición de sus adversarios: ellos saben qué y quién está gravado en la moneda del impuesto.
La moneda tenía por un lado la efigie del emperador –recordemos que la Ley de Moisés prohibía que se hicieran imágenes humanas- y por el otro lado tenía una frase que no podía dejar se ser consideraba blasfema, o sea, ofensiva contra Dios. Decía: “Tiberio César, Augusto, hijo del divino Augusto”. Por lo tanto, el pago del impuesto estaba asociado a un acto de reconocimiento de la divinidad imperial.
2.5. La enseñanza de Jesús: “Lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios” (22,21b).
La frase, que se ha vuelto lapidaria, recoge la enseñanza fundamental de Jesús en este pasaje.
Después de mostrarles su incoherencia, Jesús cuestiona la concepción que sus adversarios tienen de la relación entre Dios y el emperador. Jesús aquí no elabora una doctrina sobre cómo deben ser estas relaciones, pero sí deja claro que Dios y el emperador no entran en competencia entre ellos. De ahí que la fidelidad a Dios no se demuestra con el rechazo del tributo al emperador, por eso: “Lo del César, devolvédselo al César”.
Pero hay cuestiones que son competencia de la autoridad terrena. Debe quedar claro que Dios y quien detenta la autoridad terrena no están en el mismo plano. Dios tiene exigencias que superan las del emperador y el emperador no tiene autoridad para atribuirse competencias que solo le pertenecen a Dios, porque “lo de Dios es de Dios” y de nadie más.
Implicaciones
Insistimos en que, en su enseñanza, Jesús va más allá de plano de la casuística y se coloca más bien al nivel de los principios. Distingue lo que estaba confuso.
Para uno hoy es más fácil teorizar sobre la distinción y separación de ámbitos entre lo político y lo religioso. Pero en los tiempos de Jesús no era así, en ese tiempo los dos ámbitos iban de la mano.
La respuesta de Jesús supera las pretensiones teocráticas del estado y del poder político. El emperador –el estado- tiene derecho a los tributos, pero no a la vida de los ciudadanos: no es Dios ni tiene características divinas. Creado a imagen y semejanza de Dios, sólo a Dios es que el hombre se le debe entregar como tributo.
En última instancia, la cuestión no es lo que hay que darle al César sino lo que hay que darle a Dios.
Jesús le está hablando a conocedores de la Biblia. Ellos, por ejemplo, saben perfectamente que el Salmo 62, en el versículo 12 dice: “Dios ha hablado una vez, dos veces lo he oído: que a Dios le pertenece el poder, la fuerza, a ti Señor, el amor”.
Esta enseñanza de Jesús está respaldada con su vida. Fue así como se comportó “el Hijo”: Jesús no nunca puso en segundo plano los derechos de su Padre, aún cuando esta actitud le costara la vida.
3. Releamos el Evangelio con un Doctor de la Iglesia
Hoy no leeremos a un “Padre” sino a un “Doctor” de la Iglesia. El sacerdote capuchino, San Lorenzo de Brindisi (+1619), hace una interpretación aplicativa del significado de la frase final de Jesús en el evangelio. Insiste en que nosotros traemos la imagen y la inscripción de Dios.
“Jesús enseña que hay dos tipos de poder: uno terreno y humano, y el otro celeste y divino. Y enseñó que se nos pide una doble obediencia: a las leyes humanas y a las divinas, y que debemos pagar un doble tributo: uno al César y otro a Dios.
Al César le debemos dar la moneda que tiene la imagen e inscripción de él; a Dios, sin embargo, le debemos aquello impresa su imagen y semejanza divina: ‘Resplandezca sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro’ (Salmo 4,7).
Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Tú, oh cristiano, eres hombre: eres, por tanto, moneda del tesoro divino, eres el dinero que tiene impresa la imagen y la inscripción del rey divino.
Con Cristo te pregunto: ‘¿De quién es esta imagen y la inscripción?’.
Tú dices: de Dios.
Observo: ¿Entonces, por qué no le da a Dios lo que le pertenece?
Si queremos ser imagen de Dios, debemos ser semejantes a Cristo, porque Él es la imagen de la bondad de Dios y forma de su substancia. Dios, ‘a aquellos que desde siempre conoció, también los predestinó a ser conformes a la imagen de su Hijo’ (Romanos 8,29).
Y Cristo dio verdaderamente al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, porque observó a la perfección las dos tablas de la Ley divina ‘haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz’”.
(San Lorenzo de Brindisi, Homilía para el domingo 22 después de Pentecostés, 1.2.3)
4. Para cultivar la semilla de la Palabra en el corazón
4.1. ¿Con qué intención se aproximan los adversarios a Jesús? ¿Cómo denuncia Jesús sus intenciones?
4.2. ¿Qué se dice de Jesús? ¿Es correcto?
4.3. ¿Qué significa la frase: “Lo del César, devolvédselo al César”?
4.4. ¿El reconocimiento de Dios nos exime de nuestras responsabilidades en el mundo civil?
4.5. En un pasaje donde la hipocresía de los fariseos se repite en los discípulos de ellos, ¿Qué enseñanza nos da para la educación de los hijos en la familia?
P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM
Oremos con el Salmo 95
Este es un Salmo que celebra el señorío universal de Dios.
La primera estrofa es un invitatorio dirigido a todos los creyentes. Allí se les invita a elevar su canto de alabanza hacia Dios y a anunciar una buena nueva a todas las naciones. Una convicción de fondo impulsa al orante: las maravillas que Dios ha hecho con su pueblo, ¡deben ser proclamadas a toda la tierra!
Pero el orante no se queda haciendo un listado de los signos del amor con su pueblo, de repente se eleva a hasta la fuente de todo, que es Dios mismo, este Dios que está por encima de todos. El panorama se ensancha para observar las experiencias religiosas de todos los pueblos, entonces el orante proclama que el Dios de Israel domina a todos los dioses de las naciones. Éstos, de hecho, no son nada, son vacío: “ni existen”, dice el orante. Sólo existe el Dios de Israel, es Él quien ha creado el cielo y la tierra, quien ha creado a todos los pueblos.
Oremos despacio este bellísimo Salmo, alabando la grandeza del Señor:
“Cantemos al Señor un canto nuevo,
que le cante al Señor toda la tierra.
Su grandeza anunciemos a los pueblos;
de nación en nación sus maravillas.
Cantemos al Señor, porque él es grande,
más digno de alabanza y más tremendo
que todos los dioses paganos, que ni existen;
ha sido el Señor quien hizo el cielo.
Alaben al Señor, pueblos del orbe,
reconozcan su gloria y su poder
y tribútenle honores a su nombre.
Ofrézcanle en sus atrios sacrificios.
Caigamos en su templo de rodillas.
Tiemblen ante el Señor los atrevidos.
“Reina el Señor”, digamos a los pueblos.
Él gobierna a las naciones con justicia”.
(Versión del Misal 2005 de las ediciones San Pablo)
Anexo
Para quienes animan la liturgia dominical
I
Entramos en la última parte del Tiempo Ordinario. En estos domingos finales, la segunda lectura está tomada del documento más antiguo escrito en el Nuevo Testamento: la 1ª Carta a los Tesalonicenses, que se distingue por la atención que le presta a temas escatológicos. En estos domingos la primera lectura se correlaciona con el Evangelio, profundizado en aspectos importantes de la moral evangélica, los tres siguientes enfocan el tema del juicio y de la vigilancia.
II
Para los lectores.
Primera lectura (Isaías 45,1.4-6). La lectura comienza con una larga introducción, una especie de titulatura. Hay una conexión entre la primera línea y el comienzo propiamente dicho de las Palabras del Señor. Mentalmente el lector lo tendrá claro: “Así habló el Señor a Ciro: (…) Por amor a Jacob”. La serie de títulos que aparece al principio debe ser proclamada con tensión, con la voz elevada. Después, viene otra voz. La lectura debe respetar sentido de la frase. Lea despacio y tome suficiente aire, controle la salida del aire para poder hacer las cesuras y las pausas en el lugar justo. El lector no está con la actitud de quien lee un texto, sino de quien proclama una palabra viva.
Segunda lectura (1ª Tesalonicenses 1,1-5). La primera dificultad, para algunos, es ya el hecho de pronunciar la palabra “Tesalonicenses”. Entrene la pronunciación. Comienza con el nombre de Pablo y un saludo (“la gracia y la paz”). No deje caer el tono al final de la primera frase. Atención a la enumeración: fe, caridad, esperanza. Haga cesura en cada enunciado: “Nunca perdemos de vista / (baja el tono), hermanos muy amados de Dios / (retoma el primer tono), que él es quien los ha elegido”.
(V. P.)
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