martes, 29 de noviembre de 2011

Introducción al Adviento 2011.

Estudio Bíblico Dominical
Un apoyo para hacer la Lectio Divina del Evangelio del Domingo
Primero del Tiempo de Adviento – Ciclo C



En tiempos de desencanto:
Ven, Señor Jesús






“Cristiano es aquel que vela
todos los días y a toda hora
sabiendo que el Señor viene”
(San Basilio el Grande)


P. Fidel Oñoro, cjm

Contenido

Introducción al Adviento 2011:
En la espera del Señor con la actitud de los buscadores de Dios
y de un mundo mejor
• Tres gritos que se entrecruzan
• Vigilante es el que despierto mira atento y hacia delante
• Cómo entrar en el Adviento

Primera lectura: Isaías 63
“¡Ojalá rasgases los cielos y bajases!” (63, 19b)

• Después de la euforia inicial vino el desencanto
• Una oración que renueva la esperanza en tiempos difíciles
• Hacia nuestra propia oración de Adviento

Salmo 80
“Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve” (v.4)

• El rostro de Dios
• El rostro del hombre
• Una cascada de súplicas que se resumen en una

Segunda lectura: 1 Corintios 1
“Aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (v.7)

• En su conjunto
• El contexto
• Mucho más que un saludo
• Gracias por la divina gracia
• Una comunidad en estado de Adviento

Evangelio: Marcos 13
“Velad pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa” (v.35)

• El contexto
• Profundización
• Para pasar a la meditación: El Adviento como una gran vigilia aprendiendo a vivir “la noche”
• Releamos el Evangelio con un autor antiguo
• Preguntas

Propuesta de conexión entre las lecturas

Introducción al Adviento 2011


En la espera del Señor, con la actitud de los buscadores de Dios
y de un mundo mejor



Nuestra fe profesa que Jesús nuestro Señor…
“fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,
nació de Santa María Virgen;
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos”.


Acabamos de decir “ha de venir…”. Esta “venida” tiene que ver con nuestra fe porque se trata del “día del Señor” anunciado por los profetas y al cual se refirió Jesús mismo en su predicación. Esta venida es el día grande en el que el Señor culmina este mundo e inaugura el cielo nuevo y la tierra nueva:
“La venida del Señor al final de los tiempos
no es otra cosa que la extensión y la plenitud escatológica
de las energías de la resurrección de Cristo” (E. B.)

Tres gritos que que se entrecruzan

¡Vengo pronto!, promete Jesús
¡Ven, Señor!, pedimos nosotros
¡El Señor viene!, proclama la Iglesia

La venida del Señor en realidad es encuentro y deseo cumplido. Nosotros también estamos yendo hacia él: hay un deseo que habita nuestro interior que nos jalona hacia él y del cual nos percatamos cada vez que probamos insatisfacciones de fondo. Dice San Pablo que la creación entera gime como una mujer en trabajo de parto, esperando su transfiguración y la manifestación de los hijos de Dios (cf. Rm 8, 19-25). La venida del Señor es la respuesta a este anhelo que se hace gemido, siendo al mismo tiempo el cumplimiento de su promesa: “Vengo pronto” (Ap 22, 20).

El “¡Ven, Señor!” es un grito que brota de lo profundo de cada uno de nosotros cuando nos detenemos un poco y auscultamos los deseos de nuestro corazón. Pero es también un grito de la creación que quiere “verse liberada de la esclavitud de la corrupción” (Rm 8, 21), que para nosotros es hoy el gemido de los que son azotados por la violencia, los empobrecidos, los enfermos, los que deambulan sin alimento y sin casa, los corazones heridos por amores traicionados o negados, los solitarios, los sin futuro, los desencantados (e indignados) con esta sociedad…

El adviento es esta toma de conciencia que primero se hace escucha respetuosa y luego se convierte en clamor; es el redescubrimiento y el apreciar con fascinación lo “nuevo” que está por llegar. Por eso, junto con toda la Iglesia, repetimos con mayor frecuencia en estos días la oración de los primeros cristianos: “Señor, ¡Ven!” (“Marana-thá”, en arameo). Y como evangelizadores, haciendo eco a su promesa, proclamamos: “¡El Señor viene!” (“Maran-athá”).

Vigilante es el que despierto mira atento y hacia delante

Es fundamental este mirar hacia delante. Si el Señor no viniera en la gloria no tendríamos esperanza ni una meta en nuestro discipulado, porque éste es un seguimiento siempre creciente, ascendente, hacia una meta. Sin una tensión hacia este encuentro vivo con el Señor en la gloria, como Reino realizado en la eternidad, andaríamos en la vida sin una dirección de fondo.

Sin Adviento no hay Navidad pero el Adviento tampoco es una simple preparación para la Navidad. Si desde el principio todo lo orientamos hacia la cebración navideña caeríamos en lo que E. Bianchi llama “una ingenua regresión devota que empobrece la esperanza cristiana”. Retomar la primera venida de Jesús, como Verbo encarnado, es fundamental, pero no como anécdota del pasado sino como referente de nuestra visión dinámica de la historia: pasado que está vigente en nuestro presente y que será pleno en el futuro.

Es lo que proclamamos desde el primer domingo de Adviento: Aquel que vino en la humildad de nuestra carne, vendrá en gloria al final de los tiempos y nosotros esperamos poder ir a su encuentro:
“acompañados por las buenas obras,
para que, colocados un día a su derecha,
merezcamos poseer el Reino eterno” (Oración colecta del Primer Domingo).


Cómo entrar en el Adviento

El Adviento es un esfuerzo que incrementamos personal y comunitariamente, por eso es tiempo “fuerte”. Tres ejercicios del corazón nos pueden ayudar:

(1) Examinémonos

Para comenzar, lo primero que tenemos que preguntarnos es: ¿Qué significa para mí la Venida del Señor? ¿La estoy esperando como un centinela espera la mañana? ¿Cuáles son mis anhelos más profundos?

Otra manera de interrogar nuestro corazón puede ser esta: ¿cuándo se habla de nuevos proyectos, reacciono con escepticismo o con actitud positiva? ¿Soy de los que ante algunas situaciones difíciles considero que ya no hay nada nuevo qué esperar?

Y también: ¿Qué percepción tengo de la realidad actual de mi país, de las familias, de los niñoz y la juventud, de los adultos, de la política, de la justicia, de los empleados o desempleados, de la salud y la vivienda para todos, del sentirnos a gusto con nuestro planeta? ¿Será éste el Reino que Jesús vino a inaugurar con su primera venida?

(2) Descubramos (o discernamos) los signos de la venida Señor

Al Dios que tomó rostro en nuestra humanidad, anhelamos poder mirarlo de frente como se pudo mirar al recién nacido en Belén y ver cumplidas en él las expectativas de nuestra humanidad. Él mismo nos da las pistas sobre dónde podemos encontrar las huellas de su presencia y de su salvación: en la Palabra, en los Sacramentos, en cada hermano, especialmente el más desamparado, en las personas que se preocupan y esfuerzan por nosotros, en las mociones que el Espíritu pone en nuestro corazón.

Esto implica sacar más tiempo para la oración u orientar en este sentido el que ya tenemos, de manera que mediante este discernimiento, iluminado por la Palabra, sea él mismo quién se nos muestre.

(3) Evangelicemos

¡Porque el Señor que ha venido también vendrá en la gloria es que tiene sentido seguir evangelizando con tenacidad y convicción! La esperanza de ver el rostro del Señor está unida a la esperanza de ver un mundo mejor ahora en el presente y pleno en la eternidad.

Por cierto, ¿el tema de la Venida del Señor sigue siendo un tema de predicación como lo hacían los primeros cristianos o ha pasado a un segundo plano?

El Adviento es tiempo de anuncio. Cada uno sabrá como hacerlo según los espacios en los que se mueve o los proyectos en los que puede participar.

(4) Celebremos nuestra esperanza

Sí, pongamos en el corazón la certeza de que algo importante va a ocurrir. El ejercicio del Adviento es nada más y nada menos que la victoria sobre el desencanto y la renovación de la esperanza en una salvación que ya está a nuestro alcance pero que será completa cuando seamos liberados totalmente de la muerte, del pecado y de todo mal generador de infelicidad, contrario al proyecto del creador.

Y para todo esto, será la escucha orante de la Palabra la que le de forma al Adviento y vaya sucitando suavemente la oración: “¡Ven, Señor Jesús!



Isaías
63, 16b-17.19b; 64, 2b-7

63,16bTú, Señor, eres nuestro padre,
tu nombre de siempre es «Nuestro redentor».

17Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos
y endureces nuestro corazón para que no te tema?
Vuélvete, por amor a tus siervos
y a las tribus de tu heredad.

19b¡Ojalá rasgases el cielo y bajases,
derritiendo los montes con tu presencia!

64,2bBajaste y los montes se derritieron con tu presencia,
3jamás oído oyó ni ojo vio
un Dios, fuera de ti,
que hiciera tanto por el que espera en él.

4Sales al encuentro del que practica la justicia
y se acuerda de tus caminos.

Estabas airado, y nosotros fracasamos;
aparta nuestras culpas, y seremos salvos.

5Todos éramos impuros,
nuestra justicia era un paño manchado;
todos nos marchitábamos como follaje,
nuestras culpas nos arrebataban como el viento.

6Nadie invocaba tu nombre
ni se esforzaba por aferrarse a ti;
pues nos ocultabas tu rostro
y nos entregabas en poder de nuestra culpa.

7Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre,
nosotros la arcilla y tú el alfarero:
somos todos obra de tu mano.


“¡Ojalá rasgases los cielos y bajases!” (63, 19b).

Nos situamos casi al final del libro del profeta Isaías. Esta es una obra colectiva que agrupa oráculos que dejaron varios profetas en períodos diversos de la historia de Israel. El pasaje que leemos hoy, está atribuido al denominado “Tercer Isaías” (Is 56-66), un profeta que se ubica en el período turbulento en que deben reconstruir la nación desolada después del exilio. Por eso está cargado de fuertes emociones, incluso hasta las lágrimas.

Después de la euforia inicial vino el desencanto

Refresquemos el contexto. En el año 537 aC, gracias al edicto de Ciro (el rey Persa), un primer grupo de deportados regresó a la patria. Ya el “Segundo Isaías” (Is 40-55) había cantado este retorno: celebraba a un Dios que encabezaba el cortejo y animaba a su pueblo con gozo, en medio de danzas.

En realidad este retorno fue decepcionante. El profeta, junto con el pueblo, tienen suficientes razones para sentirse así: lo que encontraron fue un país desolado, miseria, caos y conflictos. La fe entonces se siente cuestionada: ¿Dónde están las promesas que los profetas nos hicieron y que animaron nuestro regreso? Nos habían dicho que sería una nueva vida, como una nueva creación maravillosa. Y no es eso lo que estamos viendo…

Por otra parte, el pueblo tiene la convicción de que sólo Dios puede “poner orden en la casa”, sólo él puede dar impulso a una nueva época. Él puede bajar a la cancha y entrar al ataque con la salvación que siempre ha sabido obrar: “Señor, ¿porqué nos dejas (solos) equivocarnos lejos de tus caminos?” (v.17).

Ante este panorama, el Tercer Isaías actualiza el mensaje perenne de su predecesor a esta nueva situación para ayudarle al pueblo a superar el sentimiento de frustración y empezar de nuevo. Su apoyo es la esperanza inquebrantable en la cercanía de la salvación y de la justicia de Dios. Una oración de todo el pueblo se eleva entonces hacia Dios por medio de la voz del profeta.

Una oración que renueva la esperanza en tiempos difíciles

Veamos el texto. Es pasaje que estamos leyendo es una oración que es al mismo tiempo (1) una lamentación coral del pueblo, (2) una oración penitencial y (3) un grito de esperanza. Observemos en el texto cómo se entrelazan los tres.

Al comienzo se coloca la base de esta oración: la “memoria”, es decir, el repaso de las maravillas que Dios realizó por el bien de su pueblo (64, 2b-4). El pueblo sabe que el Señor ya ha venido, que él sale al encuentro de “quien practica la justicia y se acuerda de sus caminos” (63, 4). Por eso en 64, 3, con verbos en pasado, se hace “la memoria de sus caminos” en estos términos: “Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él”. Y de esta manera, la memoria de la fidelidad de Dios evita que el pueblo vaya a buscar otros dioses.

Luego sigue una toma de conciencia: la triste situación del pueblo es consecuencia de su pecado (64, 4b-6). En 64, 4-5 se dice: “Estabas airado, y nosotros fracasamos (Literalmente: “Estuviste enojado porque fallamos”)… Todos éramos impuros, nuestra justicia un paño manchado (o “valemos lo que un trapo sucio”)”.

Ante el silencio de Dios, quien parece haberse escondido (ver 64, 6b), el pueblo anda vagando lejos de los caminos de la justicia: es como un árbol que se ha secado cuyas hojas son arrastradas por el viento del pecado (ver 64, 5b). Y es que hasta la oración se ha enfriado (64, 6ª).

Se siente una impotencia tremenda. Es aquí donde el profeta reconoce: no podremos volver a Dios si el mismo Dios no toma la iniciativa de volver a su Pueblo. Por eso se hace una oración de confianza, de abandono total en las manos de Dios: “Yahvé, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano” (64, 7).

El título “Padre” nos remite a 63, 16, versículo que aparece como invocación inicial en el pasaje recortado para hoy (donde el final nos remite al comienzo). Notemos el doble título de…
- “Padre”, es decir, la fuente generadora de la vida.
- “Redentor”, que en la tradición hebrea era el familiar encargado de vengar o de rescatar a un miembro de la familia que hubiera sido asesinado o reducido a esclavitud.

Esta fe, fortalecida por la memoria y purificada en la petición de perdón, hace que brote el manantial de la esperanza: el grito de esperanza es más fuerte que el de la angustia. Sí, Dios va a volver, como en las antiguas teofanías del Sinaí va a rasgar los cielos y descender donde nosotros (63, 19b), va a desvendar su rostro escondido de Padre y Redentor, nos va a perdonar.

Ante el regreso de Dios, también el pueblo “volverá”, practicará la justicia, recordará los caminos de Dios, los seguirá con fidelidad. El nuevo comienzo será una nueva creación, como ocurrió en el Edén:
“Nosotros somos la arcilla y tú el alfarero:
somos todos obra de tu mano” (64, 7).

Hacia nuestra propia oración de Adviento

Las primeras páginas del Génesis se han actualizado en las palabras finales del profeta. En primer plano está la paternidad de Dios como dueño, generador y restaurador de la vida: “Tú, Señor, eres nuestro Padre”… “Tú, Señor, sigues siendo nuestro Padre”. Una imagen admirable que reaviva la esperanza.

La venida de Dios implica también la buena disposición de uno para ir hacia él. La oración que toma conciencia del dolor, que pide perdón y que canta la esperanza es el camino para llegar a él. Esta oración brota del corazón con la certeza de que Dios es el más interesado en nuestra situación y que vendrá a nosotros como lo ha hecho en ocasiones anteriores.

Este pasaje tiene varias repercusiones en el Nuevo Testamento. El nacimiento de Jesús, en navidad, es el cumplimiento de esta profecía de Isaías: los cielos se han rasgado y, en Jesús, Dios ha venido al encuentro de los hombres. El vendrá de nuevo al final de los tiempos. Es lo que Jesús le hace saber a todos los que escuchan la parábola del evangelio.

Salmo 80 (79)
2ac. 3b. 15-16. 18-19


4Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve

2aPastor de Israel, escucha,
2ctú que te sientas sobre querubines, resplandece.
3bDespierta tu poder y ven a salvarnos.

15Dios de los ejércitos, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña,
16la cepa que tu diestra plantó,
y que tú hiciste vigorosa.

18Que tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste.
19No nos alejaremos de ti;
danos vida, para que invoquemos tu nombre.


“Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve” (v.4)

Este Salmo es una oración por la restauración de Israel (v.4: “¡Restáuranos!”) que encaja bien con la oración de Isaías que acabamos de leer. Se le pide a Dios lo mismo: que desde lo alto del cielo mire hacia su pueblo (representado en la viña) (v.15b). La súplica ascendente apela al movimiento vertical descendente del Dios entronizado en el cielo para extender la mano a su pueblo.

Como en la oración de Isaías, también el orante del Salmo 80 es consciente que debe poner de su parte, por eso declara: “No nos alejaremos de ti” (v.19ª). Al fin y al cabo la restauración es un volver.

El estribillo que repetimos en la liturgia, “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve” (v.4), es también el estribillo del mismo Salmo (v.4. 8. 20). El orante quiere visualizar al Dios de la misteriosa presencia, así se despejan las dudas sobre su aparente ausencia a la hora de la dificultad. La faz radiante de Dios, que está en Nm 6, 25 (fórmula litúrgica de bendición, inspirada a su vez en protocolos de la corte), es precisamente una imagen de su clemencia y de su intención de auxiliar; de ahí que se diga enseguida “y nos salve”.

Hagamos tres observaciones a partir de los versículos escogidos del Salmo 80 en la liturgia de hoy:


El rostro de Dios en el Salmo

Observemos los títulos que el orante le da a Dios. Él es calificado como…
- El que se “sienta sobre querubines” (v.2c): el Dios Rey, magnífico, trascendente.
- El “Dios de los ejércitos” (v.15ª): el Dios guerrero que sostiene a los suyos en el combate y les asegura la victoria.

Este Dios que está en lo alto, también es “pastor” que camina delante de su pueblo (v. 2ª) y viñador que trabaja por su viña única y preferida (v.15b-16), imágenes éstas con las que el Antiguo Testamento se refiere al Dios del Éxodo y de la Alianza. Un Dios que en su fidelidad prodiga todos los cuidados por lo que él mismo ha vivificado, así como un pastor con su rebaño o un viñador con su viña. Pues bien, así como el viñador con su viña (la plantó… la hizo vigorosa; v.16) así también se pide que Dios haga ahora con su pueblo elegido y liberado: “tu escogido… al que tu fortaleciste” (v.18).

Tres imágenes significativas de Dios se mencionan: (1) su oído, por el correlativo “Escucha” (v.2ª), (2) su rostro que “resplandece” (v.2c. 4b), y (3) su “mano” que se extiende desde lo alto para “sostener a su escogido” (v.18ª). Dios mira con atención y distiende su mano al escuchar a quien le clama.


El rostro del hombre

El hombre le debe su fuerza a Dios y el pueblo de Dios le debe su existencia a la obra de Dios en el éxodo y a su compromiso en la alianza. El hombre que aparece en este Salmo es uno que ha sido “escogido”. Las imágenes del rebaño y de la viña lo presentan en su dimensión corporativa, comunitaria, interdependiente.

El orante es un hombre que no aparta la mirada de Dios, quien sostiene su vida (“danos vida”, v.19). La suya es una oración sin distracción, su mirada continua hacia lo alto suscita una súplica que no pierde el aliento.

Una cascada de súplicas que se resumen en una

Se trata de una oración de restauración. Recorramos ahora lentamente las súplicas (verbos en imperativo) que aparecen en el texto propuesto por la liturgia:
(1) ¡Escucha! (v.2ª)
(2) ¡Resplandece! (v.2c)
(3) ¡Despierta tu poder! (v.3b)
(4) ¡Ven a salvarnos! (v.3b)
(5) ¡Vuélvete! (v.15ª)
(6) ¡Mira desde el cielo! (v.15b)
(7) ¡Fíjate! (v.15b)
(8) ¡Ven a visitar tu viña! (v.15b)
(9) ¡Que tu mano proteja a tu escogido! (v.18ª)
(10) ¡Danos vida! (v.19b)

¿Logramos captar lo que hay de común en todas estas súplicas?


Cómo podemos orar este Salmo

Este Salmo está propuesto para la oración comunitaria en respuesta a la primera lectura (además en el Salmo nunca aparece el “yo” sino el “nosotros”), sin embargo, podríamos apoyarnos en él para componer la nuestra, presentándonos ante él como personas pero sobre todo como comunidad. Valgámonos de sus mismos elementos:
- ¿Quién es Dios para nosotros?
- ¿Quiénes somos nosotros para él?
- ¿Qué le pedimos que haga por nosotros?

Tenemos, pues, una oración bíblica apropiada para esta apertura del tiempo del Adviento cuando le decimos al Señor: “Ven a salvarnos” (v.3b; el “ven” se repite en el v.15b).

La respuesta de Dios es la venida de su Hijo Jesucristo al mundo, así despierta su poder y viene a salvarnos.





1ª Corintios
1,3-9


3La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros.

4En mi acción de gracias a Dios os tengo siempre presentes, por la gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús. 5Pues por él habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber; 6porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo.

7De hecho, no carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. 8Él os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué acusaros en el día de Jesucristo, Señor nuestro.

9Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro. ¡Y él es fiel!


“Aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (v.7)


La segunda lectura es una actualización eclesial del Evangelio que se proclama este Domingo. Ha sido escogido por tanto por la referencia de Pablo a la venida del Señor en los v.7-8 y el destino de comunión con Dios que nos espera y para cual hemos sido llamados (v.9), como por el dato de que hemos sido capacitados por el mismo Dios para llegar hasta el final.


En su conjunto

Veamos el pasaje en su conjunto. El texto tiene dos partes:
(1) las palabras finales del saludo de Pablo a la(s) comunidad(es) de Corinto (v.3);
(2) la acción de gracias por la comunidad (y que pertenece al formato que siguen sus epístolas) (v.4-9).


El contexto

Cuando Pablo fundó la comunidad de Corinto (ver Hechos 18, 1-11), fue testigo de la obra de la gracia y del poder de Dios (cf. 1 Cor 2, 1-5). Ahora, en la carta, recuerda lo ocurrido y el primer deseo que le dirige a su comunidad es que esta gracia siga vigente entre ellos y la experimenten los nuevos convertidos. A lo largo de esta carta, Pablo va a afrontar una por una, una serie de conflictos y debilidades de las que ha sido informado o interrogado por miembros de la comunidad. Antes de entrar en materia, Pablo se remite la experiencia fundante que los hizo cristianos.

Mucho más que un saludo (v.3)

Pablo retoma el saludo conocido en el mundo greco-romano pero de una forma novedosa, lo transforma en el “recorderis” de la novedad cristiana:
- Pablo junta los términos “gracia” y “paz” para describir la obra salvífica que Dios ha hecho (la acción y el resultado) en el creyente por medio de la Persona de Jesús.
- Pablo pone al Padre y a Jesús al mismo nivel (lo que un hebreo nunca aceptaría) y los pone a ambos en acción mancomunada en relación con la Iglesia, es decir, es Dios Padre quien actúa por medio de Jesús.
- Pablo reconoce a Jesús como “Cristo” y “Señor”. El primer título remite al cumplimiento en él de las expectativas mesiánicas y el segundo su proclamación como Resucitado.

Pues bien, estamos ante mucho más que un simple saludo del apóstol a su comunidad. Se trata del hacer presente y vigente lo que le da fundamento.

El motivo de la acción de gracias es la gracia divina (v.4-9)

Lo que se ha dicho en el saludo se re-propone ahora en una síntesis bien lograda (¡Una sola frase en griego entre los vv.4-8!) del itinerario de la fe en su dinamismo histórico:
- Pasado: “Por (medio de) él (Jesús) habéis sido enriquecidos en todo (con toda clase de dones)” (v.5) (Jesús es la gracia dada por Dios).
- Presente: “No carecéis de ningún don…” (v.6) (Jesús los ha provisto de todos los dones espirituales).
- Futuro: “…(Este tiempo) que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (v.7).

El punto central y motor de esta dinámica es la “gracia” que Dios Padre nos concedió en Cristo Jesús. En la comunidad de Corinto ésta floreció mediante carismas diversos (palabra, ciencia, etc.). Y esta misma gracia contenía en sí una vocación que todavía no se había cumplido, es decir, no se podía pensar que ya todo estuviera completo. La finalidad última era la comunión con Cristo: “Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro” (v.9).

Los dones apuntan en última instancia al logro de esta meta (“os conservará irreprensibles hasta el fin”, v.8). Incluso el hecho de ser aprobados ante él el último día será un don de su gracia y la demostración última de su fidelidad: “¡Dios es fiel!” (v.9).

Una comunidad en estado de Adviento

Pablo, entonces, le hace caer en cuenta a la comunidad una característica de ella: el estar en estado de Adviento. Después que ha recibido el kerigma y experimentado el poder salvífico de la Cruz (cf. 1 Cor 1, 18; 2, 2-5), primera manifestación de Cristo en medio de ellos, sigue caminando en la esperanza de su “Revelación” (v. 7) definitiva y completa, el “Día de nuestro Señor Jesucristo” (v.8). Y permanecer fieles, firmes e irreprensibles, en este adviento es un don de Dios.

Vale enfatizar en esta ocasión la conclusión, que es una alabanza a Dios que no abandona nunca a quien ha llamado: “Dios os mantendrá firmes… hasta el final… ¡Dios es fiel!”. Así se realizará la vocación fundamental de todo cristiano: “Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro. ¡Y él es fiel!” (v.9).



Marcos
13, 33-37


33En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.

34Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa,
y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.

35Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa,
si al atardecer,
o a medianoche,
o al canto del gallo,
o al amanecer;
36no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.

37Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!»


“Velad pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa” (v.35)


1. El contexo

Nos ubicamos en la última gran lección de Jesús a sus discípulos. En el evangelio de Marcos, además de todas las enseñanzas que se encuentran dispersas por toda la obra, solamente hay dos grandes discursos de Jesús: el “discurso en parábolas” a la orilla del lago (4,3-32) y el llamado “discurso escatológico” en el monte de los Olivos (13,5-37).

Nuestro pasaje es la conclusión del último y la palabra que queda resonando en los oídos de los discípulos es: “¡Velad!”. Estamos, entonces, ante una enseñanza fundamental del discipulado.

En su caminar en la historia, nos enseña este discurso, los discípulos deben estar atentos ante los peligros externos (los falsos profetas, la persecución) y los peligros internos (perder de vista al Señor).

Pero no todo es negativo, en medio de la oscuridad se asoma una esperanza. Cuando llegamos a la última parte del discurso (13,28-37), Jesús cuenta dos parábolas: comienza con la parábola de la higuera (13,28-32) y termina con la parábola del patrón ausente (13,33-37).

El tema de estas parábolas es la venida del Hijo del hombre. Las imágenes nos ponen ante situaciones de ausencia, pero ausencia provisional, en la expectativa del regreso: cuando se asoman las ramas tiernas de la higuera el verano todavía no ha llegado, pero se sabe que vendrá irremediablemente (13,28-32); cuando los empleados están encargados de la casa, el patrón todavía no está presente, pero a su tiempo él llegará para pedirles cuentas (13,33-37).

Así se retoma la inquietud de los cuatro discípulos, Pedro, Santiago y Juan, quienes observando la belleza del Templo y ante la advertencia del Maestro de que éste llegaría a su fin, solicitaron: “Dinos cuándo sucederá eso, y cuál es la señal de que todas estas cosas están para cumplirse” (13,4).

No se pueden hacer previsiones matemáticas sobre el día en que llegará el fin ni tampoco nadie conoce el tiempo de su segunda venida: “De aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sólo el Padre” (13,32).

Con esta idea comienza el pasaje que vamos a considerar: no se sabe el tiempo de la “venida”. A los discípulos se les dice: “porque ignoráis cuándo será el momento… porque no sabéis cuándo viene el dueño de la casa” (13,33b.35b). A la luz de esta realidad se sacan las consecuencias para el discipulado: ¿cuál debe ser su actitud en el tiempo de la espera?

2. Profundización

Sigamos la estructura del pasaje:
(1) La exhortación (13,33)
(2) Una comparación ilustrativa (13,34)
(3) La aplicación de la comparación a la exhortación (13,35-36)
(4) Repetición de la exhortación (13,37)

2.1. La exhortación (13,33)

“Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento”

La exhortación comienza con un llamado a estar atentos. Todo el discurso está atravesado por este tipo de llamados de atención. Esta es la cuarta y última vez que Jesús lo dice:

- “Mirad que nadie os engañe” (13,5)
- “Mirad por vosotros mismos” (13,9)
- “Mirad que os lo he predicho” (13,23)
- “Estad atentos…” (13,33).

Y la manera concreta de ejercitar la atención en medio de las convulsiones de la historia y de la expectativa de la venida del Hijo del hombre es la vigilancia: “¡Vigilad!”. Dentro del pasaje, este imperativo se repite tres veces y es el eje de toda la enseñanza:

- “Estad atentos y vigilad” (13,33)
- “Velad, por tanto…” (13,35)
- “A todos lo digo: ¡Velad!” (13,37).

El verbo “velar” se repetirá todavía una vez más al interior de la parábola (ver 13,34), con lo cual suma cuatro veces la repetición del término.

Según esto, los discípulos deben percibir con mirada lúcida y aguda la venida del Señor en este tiempo en que no saben “cuándo será el momento”.

¿Qué es lo que Jesús pide en el mandato “velad”?

El término griego “gregoreo” significa ante todo “estar despierto”. Pero esto no significa que los discípulos no puedan ir a dormir (físicamente sería imposible). En el contexto del Evangelio de Marcos tiene dos valores especiales.

Primero: en el contexto de todo el discurso, “estar despiertos” ejercitando una vigilancia atenta, era la actitud que la comunidad debía asumir mientras andaba por en medio del mundo realizando la tarea de la evangelización, una tarea dura en medio de las contradicciones y las amenazas que aparecían por el camino (13,9-12). Por eso, hasta que el Hijo del hombre no regrese triunfante al final de los tiempos para reunir a los elegidos, los discípulos no pueden bajar la guardia, debe estar siempre sobrios y vigilantes.

Segundo: en el contexto del pasaje, “velar” significa reconocer continuamente que uno es siervo y que tiene una responsabilidad con el patrón, que la vida de uno debe estar concentrada en función del encargo recibido y que hay que conducir un estilo de vida acorde con este comportamiento.

Esto es lo que ilustra la comparación siguiente.

2.2. Una comparación ilustrativa y su aplicación (13,34-36)

La comparación es simple: es como un dueño de casa que, cuando emprende un largo viaje, toma las precauciones respectivas: le da a cada empleado su tarea y al portero le manda que esté más atento. Así dice el v.34:
“Al igual que un hombre que se ausenta:
deja su casa,
da atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo,
y ordena al portero que vele”.

En la aplicación que Jesús hace de esta comparación, de repente nos encontramos con dos novedades:
(1) Los empleados no saben no saben a qué hora va venir el dueño de casa.
(2) La tarea encomendada al portero (el centinela) también es válida para todos los siervos.

Entonces la aplicación de la comparación toca el punto fuerte: “Velad… no sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos”.

Los centinelas saben que el tiempo más crítico es la noche, no sólo por la llegada de un ladrón sino también por la venida del dueño. Por eso no pueden dormirse, deben estar despiertos en su puesto de guardia.

La frase “no sabéis cuando viene el dueño de casa”, está acompañada de cuatro indicaciones temporales que corresponden a las del cambio de centinelas en las cuatro partes de la noche, según los cómputos romanos:

“Al atardecer,
o a media noche,
o al cantar del gallo,
o de madrugada”

Las cuatro vigilias de la noche nos dicen que los servidores deben tomar las mismas actitudes de los centinelas. Pero según Marcos también un referente específico: el que viene inmediatamente después de esta enseñanza. Se puede establecer una correlación con los momentos de la pasión de Jesús, en los cuales los discípulos son llamados a “velar” con Jesús, así como lo solicita en el Getsemaní: “Quedaos aquí, velad” (14,34).

Hay un llamado de atención hacia algo más profundo. El no estar durmiendo se puede expresar de esta otra manera: hay que estar atentos en la oscuridad de la historia, con la existencia entera concentrada en el seguimiento de la Cruz para asistir a la irrupción del Reino.

A lo largo de la historia, en el seguimiento de Jesús, los discípulos corren un riesgo: por el hecho de que el Señor no esté presente de manera visible, sus servidores corren el riesgo de olvidarse de él y de las tareas. Los siervos “vigilantes” son aquellos que están siempre listos para acoger y responder.

2.3. Repetición de la exhortación (13,37)

“Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!”

El énfasis de la repetición se nota de nuevo al final.

Esta vez hay un dado nuevo: lo que Jesús dice a los cuatro primeros discípulos que fueron llamados (ver 1,16-20), vale para toda la comunidad, es más, para toda la humanidad.

Esta frase tiene un valor misionero: los discípulos tienen la tarea de comunicarle a todo el mundo lo que aprendieron de Jesús. Una de ellas es la “vigilancia”: hay que enseñar al mundo entero a vivir la “vigilancia” dentro de la historia. Esta es una de las tareas concretas de su tarea de los pescadores de hombres (ver 1,17).

3. Para pasar a la meditación: El Adviento como una gran vigilia aprendiendo a vivir “la noche”

Detengámonos en un aspecto de la lectura.

El pasaje le ha dado importancia a la espera nocturna. Esto puede estar asociado a lo que hacían los primeros cristianos al reunirse. Recordemos que la asamblea dominical de la primitiva Iglesia duraba la noche entera. Lo hacían en espera del alba del primer día de la semana, el día del Señor (el “dies dominica”). Los cristianos al esperar la venida de Jesús, el Señor resucitado, vivían con mayor intensidad esta espera, siempre estaban en tiempo de Adviento.

Pero la vigilia tiene un gran valor espiritual.

La “vigilia” no es un paliativo para olvidarse de los miedos o las preocupaciones de cada día. Todo lo contrario, la noche representa el tiempo de la crisis que provoca la soledad, que reaviva los temores y las angustias.

La vigilia tiene aspectos y significados diversos: hay quien vela porque no consigue encontrar el equilibrio y la serenidad del sueño; también hay quien vela porque una tarea urgente para el día siguiente y no cuenta con más tiempo; hay quien vela porque está en una fiesta hasta el amanecer. Hay padres de familia que velan esperando al cónyuge o al hijo fuera de casa; hay personas que velan esperando la muerte de un agonizante; hay quien vela porque está enfermo; hay quien vela trabajando por los demás.

Según esto, la vigilancia se hace más intensa durante la noche, que es precisamente cuando se hacen más oscuros los significados y valores de la vida.

Esperar la venida del Señor no aguardar pasivamente la solución de los problemas personales, familiares o sociales como un cambio espectacular que llega de repente. Una espera milagrerista sólo provoca nuevas desilusiones.

Un discípulo de Jesús sabe que cuenta con la fidelidad de Dios, quien se manifiesta en los signos de la historia y en cada encuentro cotidiano, donde es llamado a comprometer toda su responsabilidad.

Así se hacen válidas las palabras del Padre de la Iglesia, san Basilio, quien decía:
“¿Qué es lo propio del cristiano? Velar cada día y cada hora,
para estar pronto en el cumplir perfectamente lo que es agradable a Dios,
sabiendo que a la hora que menos pensemos viene el Señor”



4. Releamos el Evangelio con un autor antiguo

Esta mangífica página de Guerric d’Igny (1070-1157 dC) nos recuerda que hay que estar preparados para el encuentro con el Señor. Notemos cómo la lectura se va volviendo meditación que cuestiona la vida y oración que anhela el encuentro con el Señor.

“Prepárate, oh verdadero Israel, para el encuentro con el Señor, no sólo para abrirle la puerta cuando venga a tocar, sino también para ir a su encuentro, alegremente y con el corazón, alegremente y con el corazón en fiesta, cuando Él todavía está lejos. Y lleno de confianza para el día del juicio, ora con toda el alma para que venga su Reino. Si, pues, quieres que aquel momento te encuentre preparado, prepara la justicia antes del juicio, según el consejo del Sabio (ver Sirácida 18,19). Debes estar listo para realizar toda obra buena y estar no menos listo para soportar cualquier mal (…)

Tú, Señor, vienes a mi encuentro (Salmo 58,5-6) en cuanto yo voy al tuyo. Porque yo no puede elevarme hasta tu altura si tú no me extiendes la diestra, inclinándote para la obra de tus manos (Job 14,15).

Ven a mi encuentro y mira si hay en mí camino de mentira (Salmo 58,6; 138,24); y si en mi encontraras un camino de mentira que yo desconozco, apártalo.

Y, teniendo misericordia de mi, guíame con tu ley por el camino eterno (Salmo 138,24) que es Cristo. Él es el camino por el cual se va y la eternidad a donde se llega; el camino inmaculado y la morada bienaventurada”.

(Guerric d’Igny, Sermón 3,2)


5. Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida

5.1. ¿Qué es el “Adviento”? ¿En qué se distingue de los otros tiempos del año?
5.2. ¿En qué contexto anterior y posterior se encuentra el evangelio de hoy?
5.3. ¿De qué forma concreta se ejercita la “vigilancia” cristiana?
5.4. ¿Según la frase final de Jesús, qué tarea misionera tenemos los cristianos en este tiempo del Adviento?
5.5. ¿Qué haré para que este tiempo de Adviento que hoy empezamos sea vivido cabalmente?



Conexión entre las lecturas


La venida del Señor es el tema central de las lecturas de este primer domingo de Adviento.
- En la primera lectura el profeta Isaías le pide al Señor que rasgue los cielos y venga a nuestro encuentro para manifestarnos su amor de Padre.
- Como prolongación de la oración que está en la primera lectura, el Salmo le pide a Dios que sea el Rey, valiente guerrero, buen pastor y viñador, que visite la viña que plantó pero que ha sido arrasada, que escuche, mire y extienda su mano a su hijo querido (el pueblo elegido).
- La voz de Jesús también resuena para decir: “Estén despiertos”. Al principio de este tiempo del Adviento, los textos bíblicos nos invitan a escuchar estas diferentes voces para que preparemos nuestro corazón para acoger la venida del Señor.
- San Pablo nos da el marco para la actualización comunitaria del Evangelio y la primera lectura, nos enseña que la vida cristiana tiene una dinámica histórica (pasado, presente y futuro), que hay un don de Dios que crece junto con ella y que es la garantía de que llegaremos la meta final: nuestra vida en Cristo. Se espera nuestra fidelidad, pero Dios es más fiel que nosotros.

Podríamos abordar las lecturas en su conjunto de esta otra manera:
- La vida cristiana es como un camino en la “noche” y por eso se requiere el “estar despierto” (el “velar” activamente) esperando el encuentro con el Señor (Mc 13, 33-37).
- La Iglesia pide que el Señor se apresure, que despierte su poder (sacuda su valentía) y venga, que haga resplandecer su rostro y nos salve (Salmo 80/79).
- El día de la “Revelación” (o manifestación) del Señor debe encontrarnos “irreprensibles” (1 Cor 1, 8). El viene como “Redentor nuestro” al encuentro de cuantos practican la justicia y se acuerdan de sus caminos (Is 63, 16; 67, 4).
- Con esta actitud oramos: ¡Ven, Señor; rasga ya los cielos y desciende!


TEXTO ORIGINAL AQUI

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