martes, 6 de diciembre de 2011

EL DON DE PROFECIA II

Comunidad Jericó Jericó
10:48 (Hace 3 minutos)
para
EL DON DE PROFECIA II

Finalidad de la profecía El vulgo siempre entiende por profecía la previsión o noticia de hechos futuros. Naturalmente que el anuncio de hechos futuros entra en la noción de profecía, aunque no llena toda la significación de la palabra.


Profetizar, como hemos dicho, significa hablar en nombre de Dios, quien tiene mucho que comunicar a sus hijos, y no sólo hechos del futuro. Hablando en términos generales, las profecías que sabemos escuchar en nuestros círculos de oración, son palabras de aliento, de exhortación y de confirmación de su Paternal solicitud. Así lo entiende San Pablo: "En cambio, el que comunica mensajes proféticos, lo hace para edificación de la comunidad, y la anima y consuela" (1Cor 14, 3). No son imposiciones o mandatos, sino simples exhortaciones. Aunque tengan carácter, no deprimen ni humillan. Si se refieren a acontecimientos futuros, esas profecías anuncian lo que sobrevendrá, pero no dictan normas de vida o de conducta para cuando sucedan esas cosas. El profeta Agabo, por ejemplo, predijo a San Pablo que sería encadenado en Jerusalén y atormentado, pero no le impidió proseguir el viaje. (Hechos 21, 10-11).


Autenticidad de la profecía El apóstol nos exhorta: "No apaguen el fuego del Espíritu. 20No desprecien el don de profecía. 21Sométanlo todo a prueba y retengan lo bueno" (1Tes 5, 19-21). La verdad está limitando con el error y por lo tanto, al lado de una profecía auténtica puede hallarse otra falsa. ¿Qué criterios hay que tener en cuenta para juzgar el contenido de una profecía? He aquí algunos, brevemente:


1. Debe ser juzgado por la comunidad, a la que el Espíritu da el don de discernimiento.


“Igualmente, si hay profetas, que hablen dos o tres, y que los otros examinen lo que se haya dicho" (1Cor 14,29). “Esta es la tercera vez que voy a visitarlos. Todo tendrá que decidirse por el testimonio de dos o tres testigos" (2Cor 13,1).


2. El contenido debe ser motivo de aliento, confortamiento, exhortación y esperanza. De allí que cualquier profecía que no consistiera más que en reproches, amenazas, anuncios de castigos; infundiendo miedo, desaliento, desorientación, depresión, etc., debe ser juzgada como falsa.


3. Debe tener como finalidad la gloria de Dios, debe brotar de la exhuberancia del amor de Dios.


Por lo tanto, si es un don gratuito del Espíritu Santo, no puede tener otra finalidad que la glorificación de Cristo y la edificación de su Cuerpo Místico.

Por lo tanto, nuestra profecía, don del Espíritu Santo, se distingue clarísimamente de las predicciones de magos, astrólogos, adivinos, espiritistas, charlatanes, etc. Para esta gente la profecía no es un don del Espíritu Santo para la gloria de Dios, sino una manera de ganar dinero. Contra estos falsos profetas, Jesús pronunció muy severas palabras: "Pero entonces les contestaré: „Nunca los conocí; ¡aléjense de mí, malhechores!‟". (Mt 7, 23).


Siempre abundaron los falsos profetas en este mundo, pero da la impresión de que nunca abundaron tanto como hoy. Es extraño que en tiempos tan materialistas como los nuestros los magos, adivinos, quiromantes, nigromantes y demás carretada de “mantes” estén tan de moda y en uso. Millones de contemporáneos nuestros, que no tienen un minuto para leer la Biblia, todas las mañanas deben leer indefectiblemente el horóscopo; aunque digan no creer en ello. Pero el hecho de que lo lean a diario, quiere decir que creen, y a la larga caen bajo su influencia. ¿Qué decir, pues de estos falsos profetas? Que cuando no son engaños, fraudes o tomaduras de pelo puede ser que las profecías se cumplan. En este caso se debe consultar a expertos, y discernir si todo eso no viene de un mal espíritu. Por eso decimos que la verdadera profecía debe surgir del amor de Dios. Así se explican las duras palabras de Cristo contra los falsos profetas, quienes se convierten, quizás inconscientemente, en instrumentos de Satanás; o sea "adoradores de la maldad", sembrando errores, falsedades y confusiones en las almas.


4. La certeza de que una profecía sobre el futuro sea real tan sólo se obtendrá luego de su verificación. Por lo tanto hay que tomarla con reservas y no como regla de vida; no analizar tanto cada palabra, sino captar el mensaje. Pero si el hecho futuro ha sido profetizado por muchas personas que no están relacionadas ni se conocen, que existen en tiempos y lugares distintos, la profecía se puede tomar como auténtica, aún antes de que se realice. Volviendo a mi profecía, de la que hablé antes, apenas dos años luego de haberme sido comunicada se me confirmó en varios sitios y por diversas personas. En cuanto a los hechos futuros debo manifestar, una parte de esos se realizaron en los más mínimos detalles. Esto da pie para concluir que el resto de la profecía será realizado.


5. El contenido del mensaje o profecía debe ser conforme a las enseñanzas de la Iglesia y la Biblia. En caso contrario, la falsedad sería evidente. El Espíritu Santo no puede contradecirse.


6. El último criterio para juzgar la autenticidad de una profecía es su propio contenido. El mensaje debe ser dirigido a fines sobrenaturales, esto es, al desarrollo de la vida de Cristo en nosotros, el aumento del amor fraternal, la edificación del Cuerpo Místico, etc. Por lo tanto, toda profecía compuesta de curiosidades y tonterías o vacuidades que tan sólo sirven para satisfacer la curiosidad o deseos morbosos es falsa por los cuatro costados.




Finalidad de la profecía Esta ha sido definida por el apóstol San Pablo:"En cambio, el que comunica mensajes proféticos, lo hace para edificación de la comunidad, y la anima y consuela" (1Cor 14, 3). "Habla a los hombres"; la profecía es para los demás. El profeta es tan solo instrumento, aunque valioso, para hacer llegar los demás la Palabra de Dios. “Para edificación de la comunidad”: la profecía es un medio poderoso para revitalizar las fuerzas espirituales, mediante las palabras oportunas y para cada caso en particular (1Cor 14,4). “La anima”: la profecía no es una orden, sino una invitación. Pero siendo una invitación personal, íntima y confidente, no queda sino aceptarla con gran gozo. “La consuela”: la profecía infunde valentía, confianza, enciende las esperanzas y devuelve alegría al corazón. Hasta tiene un fin pedagógico: “De esta manera todos, cada uno en su turno correspondiente, podrán comunicar mensajes proféticos, para que todos aprendan y se animen” (1Cor 14,31). Además, la profecía prueba a los presentes que Dios está en medio de ellos: "En cambio, si todos comunican mensajes proféticos, y entra un no creyente o una persona común y corriente, él mismo quedará convencido y se examinará al oír lo que todos están diciendo. 25Así quedará al descubierto lo más profundo de su corazón, y adorará de rodillas a Dios, y reconocerá que Dios está verdaderamente entre ustedes" (1Cor 14, 24-25). Puedo dar testimonio de escenas similares. Cierto día vi un sacerdote caer de rodillas mientras un protestante decía en profecía, entre otras cosas lo siguiente: "Administra mis sacramentos..." Aquel protestante no creía en tales sacramentos.


Los profetas El profeta es el transmisor de los mensajes del Señor al pueblo. Este misterioso personaje, que vive en medio de la gente y que vive en constante contacto con Dios lo encontramos constantemente en la historia de la salvación. Cada vez que el pueblo de Dios se desanima, se siente humillado, abatido, desviado y obtuso, la voz de los profetas resuena potente y majestuosa, para devolver la confianza, la fortaleza, la fe; y recordar que el Señor es fiel a sus promesas. Tema constante de sus oráculos es Cristo. Pues el Padre siempre habla a la humanidad acerca de su Hijo. Él no será un profeta, sino EL PROFETA.


Todos los profetas, ya sean del Antiguo como del Nuevo Testamento, girarán en torno a Él. Los de la Antigua Ley tienen la misión de presentarlo; los de los últimos tiempos de hacer oír la voz constantemente. En el Antiguo Testamento el Padre es quien por medio de los profetas nos habla de Él; en el Nuevo Testamento, es el Hijo quien nos habla del Padre y en el nombre del Padre: “En tiempos antiguos Dios habló a nuestros antepasados muchas veces y de muchas maneras por medio de los profetas. 2Ahora, en estos tiempos últimos, nos ha hablado por su Hijo, mediante el cual creó los mundos y al cual ha hecho heredero de todas las cosas” (Heb 1, 1-2). Siempre es el Espíritu Santo, quien inspira los mensajes; para esperar la salvación o gozarla. Los antiguos profetas eran hombres excepcionales, dotados por Dios de autoridad especial y constante para iluminar y confortar al pueblo y también, cuando hace falta, guiarlo. En el Nuevo Testamento hay todavía profetas de vocación; o sea, personas elegidas para este especial ministerio, por un llamado del Señor. Dice San Pablo al respecto: "Dios ha querido que en la iglesia haya, en primer lugar, apóstoles; en segundo lugar, profetas; en tercer lugar, maestros" (1Cor 12,28). Pero, junto con este "ministerio de profecía", está el "don de profecía", que es para todos los miembros del Cuerpo de Cristo; porque todo miembro participa de Cristo, como cabeza, y por lo tanto puede hablar en nombre Suyo. "… los hijos e hijas de ustedes comunicarán mensajes proféticos, los jóvenes tendrán visiones, y los viejos tendrán sueños. 18También sobre mis siervos y siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días, y comunicarán mensajes proféticos" (Hechos 2, 17-18). "Todos… podrán comunicar mensajes proféticos..." dice el Apóstol. (1Cor 14,31). Lo que fue una realidad años atrás, ¿por qué no puede serlo hoy?


Nosotros también, necesitamos muchísimo de aliento para fortalecer nuestra fe, y revitalizar nuestras energías espirituales. Hoy también, tantas comunidades agonizantes, necesitan un soplo de divina frescura. "La Iglesia - son palabras de Pablo VI - necesita un constante Pentecostés; necesita fuego en el corazón, palabras en su boca, profecía en sus ojos"2.

2 Pablo VI; discurso del 29 de noviembre de 1972; cfr. Encicliche e discorse de Paolo VI, Vol. XXIII; Gennaio a Dicembre 1972, Ed. Paoline, Abba, 1973, p. 529


Tomado del Libro "El despertar de los carismas."

No hay comentarios:

Publicar un comentario