jueves, 1 de diciembre de 2011

LA ALABANZA


LAS RAICES BIBLICAS DE LA ALABANZA
Cada vez que en los Salmos aparece la palabra aclamar o "aclamación" nos encontramos con uno de los estilos de oración más típicamente bíblicos. Es la Oración a Dios en la que se reconoce su grandeza, el poder de su majestad y su obra de salvación.

En el hebreo original de los Salmos aparece el verbo "ruwa" (alabar) y el sustantivo "teruwa" (alabanza). Según algunos filólogos, la raíz de estas dos palabras significa "hendir los tímpanos con un gran ruido".

La alabanza de Dios desde el principio está unida en su misma raíz con la idea de estrépito, ruido.
La primera vez que aparece en la Biblia esta palabra es en el contexto guerrero de las campañas israelitas por la conquista de Canaán. Propiamente la aclamación era el grito de guerra que lanzaba el ejército formado en orden de batalla contra el enemigo.

Antes de iniciarse el combate se invoca el nombre del Señor sobre todo el ejército. Esta invocación no es una súplica temblorosa de alguien que duda del resultado de la batalla. Es una alabanza resonante. En ella se reconoce la presencia del Señor de los ejércitos, del Dios de las victorias. Se agradece por anticipado la victoria, alabando la fuerza y el poder de Dios en el campamento.

Esta aclamación o "clamoreo", de la que nos habla incesantemente la Biblia, debió tener su ritual propio que era necesario aprender. Una especie de rito para iniciados que constituye al pueblo en pueblo de alabanza. "Dichoso el pueblo que conoce el grito de aclamación" (Sal.89,16). No sabemos con exactitud el ritual de este grito. Sólo sabemos que era un clamor muy fuerte de todo el pueblo, acompañado por el sonido de las trompetas, unas
trompetas especiales que se usaban para esta ocasión ("trompetas de clamoreo" Núm 31,6), que eran llevadas por los sacerdotes.

Quizás el episodio mas dramático en que se nos describe este grito de guerra es la toma de Jericó (Jos. 6,5). El pueblo en formación de batalla delante de las murallas prorrumpe en un gran clamoreo con el sonido de las trompetas, y las murallas de Jericó caen ante el poder de la alabanza. Tocan primero las dos trompetas de plata de que nos habla Núm 10,2 y el pueblo responde a este sonido lanzando un gran griterío (teruwa).

El Principal electo que se atribuye a este grito de alabanza es la liberación del pueblo oprimido. "Cuando ya en vuestra tierra partáis para el combate contra un enemigo que os oprime, tocaréis las trompetas a clamoreo, así se acordará Yavé, vuestro Dios, de vosotros, y seréis liberados de vuestros enemigos" (Núm. 10,9).

Como decíamos el teruwa no es una petición, ni un ruego, sino una aclamación gozosa que enardece los ánimos del pueblo y pone en fuga al enemigo. No es difícil hacer la transposición de este grito de guerra de los hebreos a la alabanza del cristiano en sus luchas interiores en que "no luchamos contra la carne y la sangre, sino contra, los poderes infernales" (Ef 6, 12).

Aun desde un punto de vista psicológico es muy grande el efecto que puede producir en el momento de la batalla el grito de seguridad y confianza proferido por un ejército. Para
este efecto psicológico el grito tiene que ser fuerte; no el grito de un pueblo que pide ayuda, sino el grito de un pueblo que está seguro de obtener la victoria
El grito que no expresa un mero deseo, una duda, sino la seguridad y la certeza más rotunda de la próxima victoria.Ningún enemigo va a huir ante un grito vacilante, indeciso, débil. Ningún ejército se va a enardecer por un grito de duda, la duda hará más bien cundir el pánico y la inseguridad en las propias filas.

En referencia a la lucha interior del cristiano podría ser enormemente valiosa esta espiritualidad de la alabanza. Especialmente en la lucha contra todo tipo de opresión interior de obsesiones, tristezas, desánimos. Cuando el poder de los enemigos se nos figura irresistible (cfr. Num 13, 28), y los problemas como "gigantes ante quienes nos sentimos como saltamontes" (Núm. 13, 33).

También una relectura de las guerras de Israel aplicadas a las batallas sociales en las que se ve comprometido el cristiano, puede dar mucho fruto. El Reino de los cielos sigue padeciendo violencia y solamente los violentos consiguen alcanzarlo (Mt. 11, 12). Ante el
poder del enemigo en las estructuras sociales de pecado, las mafias del tráfico de drogas, las multinacionales de la pornografía, el capitalismo exacerbado, las injusticias sociales, el terrorismo, los regímenes opresores, la desintegración de la familia, ante tanto poder
del mal en nuestra vida, hay momentos en que el corazón se siente desfallecer. Es en esta situación cuando en lugar de mirarnos a nosotros mismos, a nuestra debilidad o á la fuerza de las dificultades, hay que dirigir la mirada a Dios y comenzar a aclamarle con grandes
voces por su bondad, su misericordia y su poder.

¡Cuántas veces ha sucedido en grupos de oración que uno llega al cabo de una jornada dura de trabajo, en la que en la oficina ha habido más tensión que de costumbre, o, en la escuela los alumnos han estado más alborotados, o las facturas sin pagar se han almacenado en el despacho, o los disgustos familiares amenazan hundir el propio matrimonio, o hemos descubierto en la vida de los hijos algunos síntomas que nos intranquilizan, o la fuerza de la tentación nos ha arrastrado a alguna caída que nos deprime ... ! Al llegar a la oración uno va absorto en los propios problemas y se encuentra incapaz de pensar en otra cosa que no sean las propias dificultades. Es en este momento cuando muchos han experimentado el poder de la alabanza.

Lo único que hay que hacer es volver la vista a Dios y, en lugar de poner los ojos en nosotros mismos, poner los ojos en él. Las personas que sienten vértigo al contemplar, un abismo que se abre bajo sus pies, reciben el consejo de mirar hacia el cielo en lugar de mirar hacia abajo.
Y esta actitud es él principio de la alabanza "A ti levanto mis ojos, a ti que habitas en el cielo" (Sal. 123, 1)

Condición indispensable para este tipo de alabanza es dejar al comienzo de nuestra oración los propios problemas. Algo así como los musulmanes dejan sus sandalias a la puerta de la mezquita y se descalzan para, entrar en oración. Al entrar en la oración dejando a la puerta los problemas que me acosan, entro ante la presencia del Dios de bondad para contemplar su rostro.

Por eso es normal que en los grupos de oración de la Renovación carismática la oración de petición se deje para el final, y se comience por la alabanza. Esta práctica corresponde a una sana psicología. Normalmente ante la presencia del mal en nuestra vida nos cerramos sobre el, nos o obsesionamos con él. Si en una pared blanca hay una mancha y ponemos el ojo pegado a ella, todo lo vemos negro. Pero si nos alejamos un poco y tomamos una cierta perspectiva, veremos mejor la realidad. Y la realidad no es una inmensa mancha negra, sino una gran pared blanca con una pequeña mancha negra.

Esto es precisamente lo que hacemos en la alabanza. Distanciarnos de nuestros problemas, tomar perspectiva, mirar primero a la belleza de la realidad global que nos rodea y la belleza de Dios. "El es nuestra hermosura (Is. 60, 19). Luego, después ya podremos enfocar ese problema concreto a la luz de la realidad global y tratar de analizarlo y de presentarlo ante Dios en la oración. Por eso en cualquier oración de intercesión, antes de pedir por lo que falta hay que empezar dando gracias por lo que se tiene.

¡Cuántas veces hemos experimentado que el terminar la alabanza y salir a enfrentarnos con nuestros problemas, ellos solos han desaparecido, como las sombras ante la luz. "Serán como nada y perecerán los que te buscaban querella. Los buscarás y no los encontrarás a los que disputaban contigo. Serán como nada y nulidad los que te hacen la guerra" (Is 41, 11-12).

TEXTO ORIGINAL AQUI

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