jueves, 1 de marzo de 2012

Don de sanación o curación II

Don de sanación o curación (SEGUNDA PARTE)

¿Cómo se comportó Cristo con los enfermos? Curó a cuanto desgraciado le pusieron delante; en las calles, en las sinagogas, y aún curó a distancia cuando se lo pidieron. "Quiero. ¡Queda limpio!" (Mc 1,41); "A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa" (Mc 2,11)”; Extiende la mano" (Lc 6,10)”; “Puedes irte; por tu fe has sido sanado" (Mc 10,52)”; “Ve a lavarte al estanque de Siloé" (Jn 9,7); "Vuelve a casa; tu hijo vive" (Jn 4,50). La mitad de los Evangelios sinópticos traen testimonios de cu-raciones. Mil veces nos dijeron que los milagros tenían como finalidad probar la divinidad de Cristo y su mesianismo. En parte es verdad. Pues las multitudes comentaban: “Cuando venga el Mesías, ¿acaso hará más señales milagrosas que este hombre?” (Jn 7,31). Pero no puede ser éste el único motivo. El médico no va de un lado al otro curando enfermos con el solo fin de hacer notar su capacidad. Jesús no tuvo en cuenta esta dificultad. De hecho recomendó a los enfermos sanados no decir nada a nadie. Otras veces curó en sábado, haciendo aquello que según los fariseos no debió haber hecho jamás. Para Jesús las curaciones no fueron un complemento o un relleno. El no los llamó "milagros", o sea hechos extraordinarios que debía realizar, sino tan sólo los llamó "obras de Dios"; es decir elementos necesarios para su misión salvífica. Hemos explicado que las curaciones que se leen en el Evangelio, tenían un significado simbólico, en el sentido de que, detrás de los males físicos, Jesús quería hacer notar las llagas espirituales.

Pero, sin excluir el significado alegórico, no podemos menos que hacer resaltar el hecho histórico. Se trató de curaciones que acontecen en la esfera de la vida física: ciegos que ven, cojos que caminan, leprosos que son limpiados. A los discípulos de Juan, que preguntan a Jesús si El es el Mesías esperado, Jesús responde mostrando las curaciones corporales: “… los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de su enfermedad, los sordos oyen, los muertos vuelven a la vida,... (Lc 7, 20-22). Por lo tanto las pruebas más importantes para eliminar las dudas eran hechos que tenían ante los ojos


¿Cómo trató Jesús a los enfermos? A ninguno le dijo: "Acepta la enfermedad como una bendición de Dios o como un signo de la bendición de tu Padre". Al contrario, curó a todo el mundo, considerando las enfermedades como desgracias que remediar o enemigos que combatir. No hay evidencias en el Evangelio que muestren a Jesús intentando hacer que un enfermo acepte la voluntad de Dios. No dijo a ningún sufriente: "Acepta tu enfermedad para gloria de Dios". Al revés, para Él las curaciones eran una glorificación de Dios. Ante el caso del ciego de nacimiento, les responde a los apóstoles, que preguntan si el ciego pecó o sus padres: "Ni por su propio pecado ni por el de sus padres; fue más bien para que en él se demuestre lo que Dios puede hacer. 4Mientras es de día, tenemos que hacer el trabajo del que me envió; pues viene la noche, cuando nadie puede trabajar" (Jn 9, 3-4). Entonces, obra de Dios no es la ceguera del mendigo, sino su curación. Jesús, mientras "fue de día", obró lo que su Padre le pidiera, para darle gloria. Otro ejemplo lo tenemos en el paralítico de Cafarnaúm, quien se puso a glorificar a Dios, no sobre la colchoneta, cuando lo bajaban del techo, sino luego de ser curado. "Al momento, el paralítico se levantó delante de todos, tomó la camilla en que estaba acostado y se fue a su casa alabando a Dios” (Lc 5,25). Junto con él alababan a Dios los testigos del milagro: “Todos se quedaron admirados y alabaron a Dios, y llenos de miedo dijeron: Hoy hemos visto cosas maravillosas" (Lc 5,26). Una última prueba la tenemos en el caso de la enfermedad y muerte de Lázaro. Cuando Cristo supo de la enfermedad de su amigo dijo: "Esta enfermedad no va a terminar en muerte, sino que ha de servir para mostrar la gloria de Dios, y también la gloria del Hijo de Dios" (Jn 11,4). Por lo tanto la enfermedad no era la gloria de Dios, sino que vendría luego de la enfermedad.

De hecho le repite a Marta, la hermana del resucitado: “¿No te dije que, si crees, verás la gloria de Dios?" (Jn 11,40). Marta no había visto la gloria de Dios durante la enfermedad del hermano, sino cuando lo vio salir vivo del sepulcro. En conclusión, no son las enfermedades, las que glorifican a Dios. En los Evangelios no se lee que Cristo lo haya enseñado. ¿Cómo se le hubiera ocurrido a Jesús que la alabanza más perfecta para elevar al Señor debía estar compuesta de llantos y gemidos, de cuerpos cansados y consumidos?

Algunas objeciones 1.- ¿No dijo Jesús: quien quiera venir detrás de mi, tome su cruz y sígame? (Mc 8,34). Los sufrimientos que aquí se mencionan no son los que provienen de dolencias físicas; sino de las tribulaciones que padecerían los apóstoles por ser testigos de Cristo: persecuciones, incomprensiones, luchas, oposiciones, desilusiones, amarguras, contrariedades, el trabajo de todos los días, la entrega diaria a la voluntad de Dios. La suma de tales elementos forma la cruz de Cristo, del verdadero discípulo suyo. Jesús nos invita a tomarla sobre las espaldas, le considera como algo ajeno a nosotros, que viene de fuera. Hay que cargar con ella diariamente (Lc 9,23) como al-go que nunca debe faltar en nuestras relaciones con los demás (cosa que no puede decirse de las enfermedades físicas...). Varias veces, exalta el valor del sufrimiento; pero en el sentido expresado anteriormente: “Dichosos ustedes cuando la gente los insulte y los maltrate, y cuando por causa mía los ataquen con toda clase de mentiras" (Mt 5,11). Pero no hay que deducir que haya llamado feliz a algún enfermo, ni le tuvo por tal, pues se multiplicó curando enfermos. 2.- ¿Las enfermedades son útiles para expiar los pecados? Respondemos que la mejor manera de expiar es amar. Ni Jesús, ni los apóstoles pidieron expiaciones corporales a los arrepentidos de sus pecados. Les pidieron un cambio completo de mentalidad (metanóia). A la pecadora Magdalena se le perdonaron muchos pecados porque había amado mucho: "Por esto te digo que sus muchos pecados son perdonados, porque amó mucho; pero la persona a quien poco se le perdona, poco amor muestra" (Lc 7,47). A Saulo, apenas convertido, Jesús le predice tribulaciones, luchas, persecuciones, incomprensiones, fatigas, peligros... por su nombre; pero no enfermedades físicas. San Pablo no pudo ser el hombre enfermizo, atacado sabe Dios de qué enfermedad que algunos le atribuyen. Un apóstol como él, que andaba de un lado para el otro, sin descanso ni pausa alguna, no podía estar hecho un estropajo por las enfermedades. Su famosa “espina de la carne” no fue un mal físico, sino una constante y agobiante pelea de sus contrarios, judíos y paganos, con que se daba de mano a boca en cada lugar. Esa "espina" le servía como remedio contra tentaciones de soberbia, por sus maravillosos carismas y revelaciones (2Cor 12, 5-7). En el mismo contexto se gloría expresamente de esas persecuciones y de las antiguas sufridas por la causa de Cristo (2Cor 12, 10).

TOMADO DEL LIBRO: "EL DESPERTAR DE LOS CARISMAS."

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