martes, 10 de julio de 2012

Don de sanación o curación III

Don de sanación o curación ( Tercera Parte )

3.- Si bien Dios no quiere las enfermedades, son una tremenda realidad en la vida cotidiana. Pero también el pecado es una tremenda realidad, en la vida diaria, aunque Dios no lo quiera. Sin embargo lo tolera, como a todo mal que anda serpenteando por el mundo. Pero el hecho de que permita o tolere no significa que se alegre de que tales cosas nos sucedan. Por lo tanto, si bien el Señor tolera en nosotros el pecado, no quiere que permanezca en nosotros, porque nos destruye la vida divina; así también soporta nuestras enfermedades físicas, pero no quiere que permanezcan en nosotros, porque nos destruyen la vida corporal; nuestro cuerpo es su obra maestra. Pecado y enfermedades, en la nueva creación, son dos males que no tienen derecho a existir, pues ambos tienen el mismo origen. Pecados y enfermedades, son aspectos del mismo mal, dos campos de victoria de Satanás y que Dios quiere eliminar. Dios hizo cuanto pudo para destronar a Satanás; ahora nos toca a nosotros participar de la lucha y hacer nuestra esa victoria.

4.- Si bien las enfermedades no vienen de Dios, El se sirve de ellas para llamar, amonestar y castigar al pecador. Claro está que un padre puede usar medios coercitivos, cuando sus palabras cariñosas no tienen efecto. Una enfermedad puede ser un aviso e interrumpir una vida desordenada. Puede ser una señal de alarma para quien no se preocupa del amor a Dios y sigue pecando como si tal cosa. Pero el castigo no tiene finalidad en sí mismo, sino en la medida que sirve para la corrección. En nuestro caso, no olvidemos que el castigo viene de un padre cariñoso, que ama con locura a sus hijos, sean ingratos o culpables, y por eso padece más que los hijos castigados. Aunque el Padre se ve obligado a castigar a su hijo, no ve la hora de acabar ese castigo, en cuanto ve los frutos de esa penitencia. Cuando el pecador entre dentro de sí, ya no tiene objeto el castigo. La conversión es el comienzo de una nueva vida. Una vez que el hijo pródigo vuelve a casa, humillado y arrepentido, de nada valen los reproches; luego que el Padre lo ha vestido con ropas limpias y caras, ¿cómo lo va a seguir castigando? En resumen, las enfermedades pueden ser un correctivo pedagógico; pero una vez logrado el fin, no hay porqué seguir tales métodos.

5.- ¿Qué decir de tantas almas santas, que han sido probadas con largas y atroces dolencias, sea por divina disposición, o porque se ofrecieron como víctimas voluntarias en favor de otros? Hay que reconocer que el dolor tanto moral como físico en ciertos momentos puede tener valor meritorio. Produce, por ejemplo, en el corazón, una profunda humildad ante el Señor, más desprendimiento de sí mismo y todo lo creado, pureza y delicadeza de amor. Jesús recomendó a sus apóstoles no sólo la oración sino el ayuno también, para obtener la liberación de ciertas obsesiones diabólicas: "Este género [de demonios] con nada puede salir, sino con oración y ayuno" (Mc 9,29). "Ahora me alegro de lo que sufro por ustedes, porque de esta manera voy completando, en mi propio cuerpo, lo que falta de los sufrimientos de Cristo por la iglesia, que es su cuerpo" (Col 1,24). Una cosa es decir que en ciertas situaciones existenciales y psicológicas, conocidas por la Sabiduría Divina, las tribulaciones pueden ser útiles y meritorias, y otra es afirmar que todas las enfermedades y aflicciones son un bien en sí mismas, a las que hay que buscar y de las que no hay que liberarse. Dios nos creó para vivir alegres, y dentro de las limitaciones de lo creado, nada nos impide hacer cuanto sea posible para llegar a la plena felicidad y bienestar, teniendo también en cuenta los límites de la caridad, del respeto a los otros y según los insondables designios de Dios. Jesús sigue curando aún. Lo mismo que en aquella época. "Él estaba cargado con nuestros sufrimientos, estaba soportando nuestros propios dolores”, dice Isaías. O sea todas las enfermedades y desgracias humanas. Así como expió todos los pecados, así también se puso sobre los hombros todas las enfermedades de la humanidad doliente. Cuántas veces oímos decir "...en tiempos de Jesús…" como si se hablara de algo sepultado en la historia, de algo maravilloso, pero que hoy tan sólo se lee en los libros. Pero es que todos los tiempos son tiempos de Jesús. Él es el mismo con nosotros, así ahora, como entonces. "… yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). Él es siempre el mismo, ansioso como entonces de curar y sanar cuerpos y almas humanas heridas. En el Antiguo Testamento se lo prefigura como médico de las almas. Cuando las mordeduras de las serpientes diezmaban al pueblo hebreo, Dios ordenó a Moisés levantar a la vista del pueblo una serpiente de bronce, cuya sola vista curaba. Ahora, si bastaba con mirar esta prefigura de Cristo para curar las mordeduras, con mayor razón Cristo en persona puede curar a cuantos se dirijan a Él. Entiéndase esto no sólo en lo espiritual, si no en lo corporal, pues las mordeduras eran físicas y como tales curadas. Los apóstoles entendieron que con la ascensión no acabaron las curaciones de Cristo, si no que Él se valdría de ellos para continuar esa maravilla hasta el fin del mundo. Cuando los mandó por primera vez a predicar, les dio esos poderes carismáticos: "Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, limpien de su enfermedad a los leprosos y expulsen a los demonios" (Mt 10,8). Después de Pentecostés, conscientes de haber recibido los mismos poderes que el Maestro, los ejercitaron en todo momento.

Tomado del Libro: "El despertar de los carismas".

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