jueves, 19 de julio de 2012

DON DE SANACIÓN O CURACIÓN V

2) En segundo lugar, Jesús nos cura directamente, con su intervención personal, sin medios ni remedios. Este segundo aspecto es el que queremos poner en evidencia, pues es lo que llamamos don de curación. Esto es lo que queremos proclamar y gritar a todos los hermanos creyentes en Cristo: El está vivo en medio nuestro y anhela liberarnos de las condenas de pecados y enfermedades. Queremos gritar a todos los enfermos que tengan fe en Él, que recurran a Él en toda indisposición y no sólo en casos desesperados.

Queremos decirles a tantos católicos, que padecen enfermedades durante meses y años; que Jesús está dispuesto a curarlos sea cual fuere el tipo y grado de su enfermedad. Si Él curó a toda persona que se le acercó llena de fe, ¿por qué no puede hacer hoy lo mismo? Pero es la fe lo que le falta a los enfermos modernos; es que tienen fe ciega en el médico, a él corren antes que a nadie, al primer malestar, y en él depositan sus esperanzas. Se gastan millones de pesos y caminan miles de kilómetros para consultar a un especialista; está bien. Pero, ¿por qué no se piensa que cerca de la cama hay un especialista más eficaz y más rápido? Pero en este especialista se piensa cuando ya no hay remedio. Es tiempo ya que pongamos en actividad este precioso medio, que Dios pone en nuestras manos. Aprovechemos los “milagros” de la ciencia médica, sin olvidar los milagros que puede hacer la fe. “Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago; y hará otras todavía más grandes, porque yo voy a donde está el Padre" (Jn 14, 12).

3) En tercer lugar, Jesús nos cura el cuerpo también con los Sacramentos. Estamos acostumbrados a considerar los Sacramentos como canales de la gracia espiritual, por eso no nos es fácil persuadirnos que sean de provecho corporal. Pero es muy lógica la conclusión que se desprende de las Palabras de Cristo: “pero yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Él nos trajo abundancia de vida, es decir plena y perfecta; esta debe valer para todo nuestro ser. Jesús no hace distinción, por lo tanto se refiere tanto a la vida física como a la espiritual. Esta vida total y completa nos viene por los Sacramentos. Estos, como siete ríos de agua viva, emanados de la fuente eterna, no se limitan a regar una parte del ser humano sino que inundan al hombre íntegramente, puesto que es un único e indivisible compuesto substancial. No se puede imaginar un campo inundado con la mitad seca. Esta es una materia tan atrayente que merece un capítulo aparte. Nos limitaremos a breves notas, esperando que otras plumas escriban sobre tanto material inexplorado. Haremos un vuelo de pájaro sobre cada uno de los sacramentos, como quien mira la tapa de siete libros. Bautismo Con este sacramento recibimos la primera inundación de la vida, "Al ser bautizados, ustedes fueron sepultados con Cristo, y fueron también resucitados con él, porque creyeron en el poder de Dios, que lo resucitó" (Col 2, 12).

"¿No saben ustedes que, al quedar unidos a Cristo Jesús en el bautismo, quedamos unidos a su muerte?

4Pues por el bautismo fuimos sepultados con Cristo, y morimos para ser resucitados y vivir una vida nueva, así como Cristo fue resucitado por el glorioso poder del Padre” (Rom 6, 3-4). Resucitados con Cristo a una vida nueva, somos con Él vencedores de todas las consecuencias del pecado: "Sabemos que lo que antes éramos fue crucificado con Cristo, para que el poder de nuestra naturaleza pecadora quedara destruido y ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado" (Rom 6,6). Si somos libres de la esclavitud del pecado, en consecuencia lo estamos también de las secuelas del mismo; una de ellas es precisamente la enfermedad.

Por el bautismo, somos hijos de Dios, herederos de sus riquezas, desde que recibimos el título de hijos adoptivos. Entre las tales riquezas no puede faltar la salud física, para vivir una nueva dimensión de vida digna de un hijo de Dios. Por el bautismo entramos a formar parte del cuerpo de Cristo, o sea, del Cuerpo Místico, de ese Cuerpo ya resucitado y glorioso. Entonces nuestros cuerpos no pueden dejar de sentir los efectos de esa vida nueva. El bautismo nos identifica con Cristo; "… y ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20). Por lo tanto el viejo Adán y cuantas maldiciones cayeron sobre él, entre ellas, las enfermedades, en nosotros ya no deben existir.

Con el bautismo, nos convertimos en templos de Dios, tabernáculos de Dios. Las tres divinas personas, habitan en nosotros, particularmente el Espíritu Santo que viene a nosotros a realizar sus maravillas. La primera de ellas es la de resucitarnos con Cristo a una vida nueva; la segunda es la de vivificar cada día con inyecciones de vida nueva a nuestros cuerpos, sujetos a la muerte, y por lo tanto a las enfermedades que a ella conducen. Por lo tanto el bautismo, destruyendo en nosotros la ley del pecado y dándonos la plenitud de la vida divina, crea al hombre nuevo, el mismo salió de las manos de Dios, antes de conocer el pecado y sus consecuencias. Confirmación Con este sacramento recibimos una nueva y más perfecta infusión del Espíritu Santo, quien nos llena de sus dones maravillosos. Tales dones tienen como finalidad combatir a Satanás, quien nos tienta para restaurar otra vez en nosotros el reino del pecado y por lo tanto de las enfermedades y la muerte. O sea por este acto recibimos al Espíritu Santo para vencer al demonio y restablecer nuestro dominio sobre la creación.

Tomado del Libro: "El despertar de los carismas".

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