Cómo orar por curación
Hasta ahora hemos estudiado el don de la curación, mirándolo desde el lado del Donante; en esta segunda parte, que es práctica y muy importante, veamos qué parte le toca desempeñar al receptor. Dijimos que Dios quiere curar nuestras enfermedades, pero quiere que colaboremos con El. Si bien el don de curación o sanación proviene del Espíritu Santo, no se debe creer que sea un botón automático que en cuanto se lo oprime comienza a vaciar hospitales. Ni para Jesús fue automático; no anduvo limpiando a todos los leprosos de Palestina. Se requieren ciertas condiciones y estas dependen de nosotros. Pero digamos antes que nada que estas normas ni son rígidas ni válidas para todo el mundo. El Espíritu Santo no se deja encerrar entre reglas y barreras ni rompe revoluciones. Jesús no usó siempre los mismos métodos para curar, pero es conveniente, a pesar de todo, conocer tales condiciones para estar dispuestos a recibir la curación. Hay condiciones que el enfermo debe tener en cuenta, y otras que deben observar los que oran por él. a) Condiciones de parte del enfermo
1. El enfermo debe, ante todo, querer
Esta afirmación no debe causar extrañeza. Pues hay enfermos que no creen que puedan sanar, es como si hubieran hecho las paces con la enfermedad. Están dispuestos a cargar con ella, como una desgracia inevitable, máxime cuando el médico les ha dicho que la enfermedad es incurable. Por eso el enfermo debe estar convencido de que Jesús lo quiere curar si lo pide, aunque se trate de la enfermedad más incurable. Para aquél que es dueño de la vida no hay casos incurables. En todo caso, sea cual sea la enfermedad, sea cual sea el grado de la misma, se debe persuadir de que el Señor no lo quiere ver padeciendo y que la enfermedad no es un mal que provenga de Él.
2. El enfermo debe pedir a Cristo la salud
Dijimos anteriormente que Jesús, aún pudiendo, no curó a todos los enfermos de Palestina. Pero curó a todos los que se lo pidieron. Por lo tanto es necesario pedir. No es suficiente con decir: "Total, El ya sabe que estoy enfermo... si quiere curarme..." Ciertamente, El lo sabe, pero quiere que se lo pidamos. El quiere que hagamos lo que nos corresponde yendo a El suplicándole, como tantos enfermos del Evangelio que iban a buscarlo a la casa de Pedro; como aquellos que lo seguían, le gritaban sus dolores, que se abrían camino a través de la muchedumbre para tocar aunque fuera su ropa, o se hacían bajar ante Él de los techos. Muchos enfermos de nuestros días no se curan porque no quieren ir a El con humildad y mostrarle sus llagas, no creen que Él se interese realmente por ellos. Apenas sienten un dolor lo primero que se les ocurre es el médico, las medicinas, el hospital, etc., pero ni un fugaz pensamiento hacia Jesús. A lo sumo recurren cuando todo lo humano está perdido. En Jesús debemos pensar cuando la salud declina, así sea cuando tomamos simples pastillas para el dolor de cabeza. A Él le debemos pedir la salud a través del médico y el farmacéutico (Eclesiástico 38, 1-15). Aquí surge la pregunta: ¿Se puede pedir la curación, prescindiendo de médicos y remedios? La respuesta es que usemos de los remedios normales y comunes que pone a nuestra disposición. En el caso que no los tuviéramos a mano, o que fueran inoperantes, podríamos entonces pedir su auxilio. En todo caso siempre debemos admitir que Cristo es quien sana, y por lo tanto hay que recurrir a El siempre, directa o indirectamente.
3. El enfermo debe orar con fe
Esta fe Jesús la pedía como requisito a los que suplicaban la salud. Cuando volvió a Nazaret, entre sus viejos paisanos no hizo mayores milagros, precisamente por su incredulidad. (Mt 13, 58). San Marcos explica más claramente: “No pudo hacer allí ningún milagro, aparte de poner las manos sobre unos pocos enfermos y sanarlos. 6Y estaba asombrado porque aquella gente no creía en él” (Mc 6, 5-6). Jesús deseaba hacerles milagros pero "no pudo", por no haber encontrado entre sus contemporáneos la necesaria disposición. Al centurión, que le pedía la salud del sirviente, le dijo: "Vete a tu casa, y que se haga tal como has creído" (Mt 8, 13); a los ciegos: "Que se haga conforme a la fe que ustedes tienen" (Mt 9, 29). A la hemorroísa: "Hija, por tu fe has sido sanada. Vete tranquila y curada ya de tu enfermedad" (Mc 5, 34). Por lo tanto, hay que creer con fe. Creer con fe significa creer con absoluta certeza, sin la menor duda; la curación es una aventura. La fe excluye incertidumbre, perplejidad, ansiedad, miedo. Debemos orar con la firme esperanza de que el Señor nos oirá. Esta esperanza se apoya en el hecho de que todas las enfermedades han sido curadas en el Calvario, al mismo tiempo que fuimos lavados con aquella sangre de nuestros pecados. Abramos los ojos para no caer en equívocos. No es nuestra fe la que obra tales mi-lagros, como si habiendo fe infaliblemente siguiera el milagro y que si no sucede así es porque no hubo suficiente fe. Esta virtud es una condición indispensable; debe ser la fe perfecta y si no es suficiente se debe pedir aumento de fe. Podemos gritar como el papá del endemoniado: "Yo creo. ¡Ayúdame a creer más!" (Mc 9, 24). Pero la fe no es la única condición. Puede haber circunstancias que sean obstáculo para la curación.
Dios en su Sabiduría y Bondad infinita es el Juez Supremo: siempre hay que someterse a sus divinos designios. ¿Cuando oramos por una curación debemos agregar: … si es la voluntad de Dios…, o sea: Señor cúrame de esta enfermedad, o da la salud a este enfermo si es tu voluntad? ¡No! Jesús nunca anteponía esta condición cuando curaba, sabiendo como sabía cuál era la voluntad de Dios sobre esos enfermos. Así habló ante la tumba de Lázaro: "Padre, te doy gracias porque me has escuchado" (Juan 11,41). Dios lo había mandado con esa específica misión, era inútil, por lo tanto, preguntar a cada rato “si es tu voluntad”. Quizás alguien objete: "Pero si Jesús mismo dijo en el Huerto de los Olivos: Si es posible aleja de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22,42). Es que el caso es distinto. En la agonía de Getsemaní, Jesús intuye que esta dolorosa Pasión entra en los planes de Dios para salvar al mundo; buscando fortaleza en su diálogo con el Padre, se somete completamente a sus designios. En el caso de las curaciones, al contrario, nosotros pedimos lo que El nos puede conceder; sabemos, en líneas generales, cuáles son sus designios: "yo soy el Señor, el que los sana a ustedes" (Éxodo 15,26)”, quien sana todas mis enfermedades" (Salmo 103,3), “Yo alejaré de ti la enfermedad” (Éxodo 23, 25). De ordinario, por lo tanto, no hay porqué poner condiciones al orar por enfermos.
4. El enfermo debe orar con calma y serenidad, y no con gemidos y lágrimas
Cuando un hijo pide algo al padre lo hace con sencillez, naturalidad y confianza, sabiendo que los bienes de su padre le pertenecen. No se arroja a los pies de su padre, llorando y suplicando, como un esclavo o un pordiosero. Todos pertenecemos a la misma familia de Dios, por eso corremos a El a exponerle nuestras dificultades con alegría y paz. 1Bendeciré al Señor con toda mi alma; bendeciré con todo mi ser su santo nombre. 2Bendeciré al Señor con toda mi alma; no olvidaré ninguno de sus beneficios. 3Él es quien perdona todas mis maldades, quien sana todas mis enfermedades, 4quien libra mi vida del sepulcro, quien me colma de amor y ternura, 5quien me satisface con todo lo mejor y me rejuvenece como un águila (Salmo 103,1-5). Pedir con alegría y entusiasmo, cantando himnos de alabanza y acción de gracias, como si ya hubiéramos sido curados. Además cuando el enfermo ora, con fe y optimismo de alma, se forma en su imaginación su propia imagen, cómo quisiera ser; es decir, verse sano, libre y feliz, sin el mal que le aqueja, recibiendo contento la palabra de Cristo: "Quiero, queda sano". Aunque el mal persista o se agrave, hay que seguir alabando al Señor y agradeciéndole la salud obtenida.
5. Quitar obstáculos
Es importante condición el quitar del medio lo que pueda obstaculizar la intervención divina. Por ejemplo: pecados graves no confesados, o de los que no se ha pedido perdón, dureza en dar o pedir perdón, odio, resentimientos, venganza, etc. Serio impedimento es el tener poca o ninguna gana de cambiar de vida, una vez recibida la curación. San Pablo acata: “el cuerpo no es para la prostitución sino para el Señor, y el Señor es para el cuerpo” (1Cor 6, 13). Es que hay quienes desean la salud para volver a las andadas, o “volver al vómito”, como dice la Palabra; buscan milagros de Dios pero no al Dios de los milagros. Pues la curación no es finalidad en sí misma, sino que está supeditada a un fin superior, esto es, la conversión y liberación completa de todo el hombre del dominio de Satanás. Esto no se logra si el hombre sigue empeñado en seguir pecando. Este es uno de los más frecuentes motivos por el que muchos no se curan: Dios no les quiere dar salud que usarán contra El y para su perdición eterna. El pedir la salud debe ser precedida por un acto de sincera conversión. b) Condiciones de parte de quien ora por los enfermos El carisma de la curación es para los individuos y la comunidad, pero es más fácil encontrarlo en la comunidad. Por eso, cuando sea posible, es preferible que sean varios los que oren por el mismo enfermo. Cuando alguien es invitado a orar por los enfermos, no debe salir con que no tiene el don; pues, como ya dijimos antes, este carisma se concede en el momento en que se necesita. Rezar por un enfermo es tan necesario y obligatorio como visitarlo o asistirlo. Negarse a orar con la excusa de no tener el carisma es como si el médico se negara a curar a alguien por el temor de no poder hacerlo. Teniendo todo esto en cuenta, veamos como se ora por los enfermos.
1. Preparación por medio de la oración
Pedir al Señor que se sirva de nosotros, instrumentos para su gloria. Orar cierto tiempo oraciones de alabanzas y adoración, usando el don de lenguas.
2. Pedir el don del discernimiento
El médico diagnostica primero la enfermedad y luego aplica la curación. Antes de orar por el enfermo, debemos pedir discernimiento para que el Espíritu Santo nos diga la verdadera naturaleza de la enfermedad; causas, planes de Dios sobre esa persona, porqué cosas hay que orar.
Hace tiempo me pidieron que orara por una anciana que padecía de un tumor. Exhorté a los presentes a que oraran conmigo pidiendo por el tipo de enfermedad. Abrimos la Biblia, al azar y leímos: "Padre, tú me los diste, y quiero que estén conmigo donde yo voy a estar, para que vean mi gloria, la gloria que me has dado" (Juan 17,24). Era evidente que había que orar por una curación más espiritual que física. Luego de unos minutos la enferma dejó de lamentarse y radiante de felicidad, comenzó a cantar alabanzas al Señor dejando estupefactos a médicos y enfermeras. Así continuó varios días hasta morir sin un lamento.
3. Preparar al enfermo
En cuanto sea posible hay que preparar al enfermo para despertar, fortalecer su fe, motivándole a hacer todos los actos de que hemos hablado. La enseñanza es muy importante, siendo el camino ordinario a la curación. Por la enseñanza el enfermo se abre a la gracia y al amor de Dios, acepta a Jesús como su Salvador y Señor; se arrepiente de sus culpas pasadas, se cura espiritualmente, con lo que logra una excelente condición para la curación física. Pero, ¿y si esto no es posible? Es decir, si el enfermo está inconsciente ¿no está dispuesto a corregirse? Igualmente debemos orar; pidiendo la salud al Señor, no por la instrucción, sino como una manifestación de su potencia y su gloria, y de su amor paterno por sus hijos, tal cual son. La fe ardiente del que reza, puede ser, a veces, suficiente para obtener el milagro. En el Evangelio leemos que Jesús premió la fe de la cananea, del centurión, de los piadosos amigos del paralítico que lo bajaron del techo. Pero, siempre que sea posible conviene hacer que el enfermo se arrepienta de sus pecados, especialmente de los odios, rencores y resentimientos.
4. Imponer las manos al enfermo
No es un gesto indispensable, pero importante. Jesús mismo curó a mucha gente imponiendo las manos y aconsejó hacerlo: "pondrán las manos sobre los enfermos, y estos sanarán" (Mc 16, 18). Algunos sienten interiormente un impulso de orar por tal o cual enfermo; otros, calor en las manos o algo parecido a una descarga eléctrica en el brazo, otros amor o compasión excepcionales por el enfermo. Estos son signos sensibles pero no indispensables; por lo tanto, aunque no existieran, se debe orar igualmente.
5. Orar con palabras simples y espontáneas
Cuando se imponen las manos sobre el enfermo, se dicen palabras simples y espontáneas, pidiendo al Señor que cumpla sus promesas. Se puede pedir al Padre, la salud por medio, de Jesucristo: "el Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre" (Juan 15,16).
Se puede orar directamente a Jesús: "Y todo lo que ustedes pidan en mi nombre, yo lo haré, para que por el Hijo se muestre la gloria del Padre" (Juan 14, 13). Se debe orar en la certidumbre de lo que se pide se recibe, en este caso la salud; como si ya se la hubiera recibido: "…todo lo que ustedes pidan en oración, crean que ya lo han conseguido, y lo recibirán" (Mc 11, 24); "Oren unos por otros para ser sanados" (Sant 5, 16). No se debe olvidar de pedir en nombre de Jesucristo; pues su verdadero nombre es "JESÚS": Cristo es simplemente un apelativo. Formando como formamos una sola familia con Dios, los miembros de esa familia se llaman por los nombres y no por los apelativos. Sin embargo es mejor usar ambos a la vez: JESUCRISTO. Cuando el que ora tiene una revelación particular sobre la certeza de la curación más que orar diga imperativamente: ¡Sé curado, en el nombre de Jesucristo! Así obró Pedro con el paralítico en la puerta del Templo: "En el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda" (Hechos 3, 5). ¿Se puede orar por un enfermo lejano? Naturalmente. Para Dios no hay distancias. En estos casos, se suele orar imponiendo las manos sobre la persona que ha pedido oración y que tiene parentesco o amistad con el enfermo ausente. Luego de haber orado en lengua vernácula, conviene hacerlo según el don de lenguas, que es la mejor manera de orar, pues son palabras dictadas por el Espíritu Santo.
6. Orar con serenidad
Es importante, al orar por la curación de un enfermo, hacerlo con calma y serenidad pero nunca con miedos, tensiones y ansias de ver el efecto. Si bien debemos orar con toda la fe, como dijimos antes, al mismo tiempo con gran desapego de ver resultados inmediatos. Cumplida nuestra acción, dejamos todo en las manos de Dios. Es que la curación del enfermo le interesa más a Dios que a nosotros, y por lo tanto Él sabe cómo y cuándo sanará. Nuestra obligación acaba cuando le recordamos, como las hermanas de Lázaro: "Señor, tu amigo querido está enfermo" (Juan 11, 3).
Muchas gracuasy bendicions por difundir la palabra del altisimo
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