viernes, 23 de noviembre de 2012

«¡No temáis!»

«¡No temáis!»

Jesucristo, Evangelio que da esperanza

166. Hoy nosotros advertimos la necesidad de un principio que nos dé esperanza, que nos permita mirar al futuro con los ojos de la fe, sin las lágrimas de la desesperación. Como Iglesia tenemos este principio, esta fuente de esperanza: Jesucristo, muerto y resucitado, presente en medio a nosotros con su Espíritu, que nos comunica la experiencia de Dios. Sin embargo, tenemos a menudo la impresión que no logramos dar forma concreta a esta esperanza, que no logramos “hacerla nuestra”, que no logramos transformarla en palabra viva para nosotros y para nuestros contemporáneos, que no la asumimos como fundamento de nuestras acciones pastorales y de nuestra vida eclesial.

A este respecto, tenemos una palabra clave muy clara para una pastoral presente y futura: nueva evangelización, es decir, nueva proclamación del mensaje de Jesús, que infunde alegría y nos libera. Esta palabra clave alimenta la esperanza de la cual sentimos necesidad: la contemplación de la Iglesia, nacida para evangelizar, conoce la fuente profunda de las energías para el anuncio.

«Confiados en nuestro Dios, tuvimos la valentía de predicaros el Evangelio de Dios entre frecuentes luchas» (1 Ts 2,2,). La nueva evangelización nos estimula a un testimonio de la fe que frecuentemente asume la imagen del combate y de la lucha. La nueva evangelización hace cada vez más fuerte la relación con Cristo Señor, pues sólo en Él es posible encontrar la certeza, para mirar hacia el futuro, y la garantía de un amor auténtico y duradero.

La alegría de evangelizar

167. Nueva evangelización significa dar razón de nuestra fe, comunicando el Logos de la esperanza al mundo que aspira a la salvación. Los hombres tienen necesidad de la esperanza para poder vivir el propio presente. Por ello, la Iglesia es misionera en su esencia y ofrece la Revelación del rostro de Dios, que en Jesucristo ha asumido un rostro humano y nos ha amado hasta el final. Las palabras de vida eterna, que se nos dan en el encuentro con Jesucristo, son para todos, para cada hombre. Toda persona de nuestro tiempo, lo sepa o no, tiene necesidad de este anuncio.

168. Precisamente la ausencia de este conocimiento genera soledad y desaliento. Entre los obstáculos a la nueva evangelización debe mencionarse la falta de alegría y de esperanza, que análogas situaciones crean y difunden entre los hombres de nuestro tiempo. A menudo esta falta de alegría y esperanza es tan fuerte que incide en la misma vida de nuestras comunidades cristianas. La nueva evangelización es propuesta en estos contextos como una medicina para dar alegría y vida, contra cualquier tipo de miedo. En situaciones similares la renovación de nuestra fe se transforma en un imperativo, como nos pide el Santo Padre Benedicto XVI: «Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, [la fe] nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin».[90]

169. Por lo tanto, afrontemos la nueva evangelización con entusiasmo. Aprendamos la dulce y reconfortante alegría de evangelizar, aún cuando parezca que el anuncio sea un sembrar entre lágrimas (cf. Sal 126,6). El mundo, que busca respuestas a los grandes interrogantes acerca del sentido de la vida y la verdad, podrá vivir con renovada sorpresa la alegría de encontrar testigos del Evangelio que, con la simplicidad y la credibilidad de la propia vida sepan mostrar la fuerza transformadora de la fe cristiana. Como afirma el Papa Pablo VI: «Sea ésta la mayor alegría de nuestras vidas entregadas. Y ojalá que el mundo actual – que busca a veces con angustia, a veces con esperanza – pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo».[91] «No temáis»: es la palabra del Señor (cf. Mt 14,27) y del ángel (cf. Mt 28,5) que sostiene la fe de los anunciadores, dándoles fuerza y entusiasmo. Sea también ésta la palabra de los anunciadores, que sostienen y nutren el camino de cada hombre hacia el encuentro con Dios. «¡No temáis!» sea la palabra de la nueva evangelización, con la cual la Iglesia, animada por el Espíritu Santo anuncia «hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8) Jesucristo, Evangelio de Dios para la fe de los hombres.

«No temáis»

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