Señor, escucha mis palabras,
atiende a mis gemidos;
oye mi clamor, mi Rey y mi Dios,
porque te estoy suplicando.
Tú no eres un Dios que ama la maldad;
ningún impío será tu huésped,
ni los orgullosos podrán resistir
delante de tu mirada.
Tu detestas a los que hacen el mal
y destruyes a los mentirosos.
¡Al hombre sanguinario y traicionero
lo abomina el Señor!
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