CADA DÍA SU AFÁN Diario de León 12.11.11
DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA
El día 16 de octubre en el diario La Razón, aparecía una ingeniosa viñeta de Borja Montoro. Mientras recoge el plato de sopa de la olla de Cáritas, que le sirve una religiosa, un hombre bien vestido, aunque desaliñado, comenta: “Nunca pensé que la vida me brindaría la oportunidad de conocer de cerca los ‘privilegios de la Iglesia de los que habla…” un conocido político. Una vez más, una imagen vale más que mil palabras.
En muchos lugares se celebra por estas fechas el “Día de la Iglesia Diocesana”. Es ésta una buena ocasión para repensar la dimensión comunitaria de nuestra fe, de nuestra esperanza y de nuestra caridad.
La fe nos ha sido transmitida por una comunidad de seguidores de Jesucristo. En ella estaban insertos nuestros padres y padrinos. Ahora hay cada vez más creyentes que en sus familias no han sido educados en la fe. En esos casos se hace más evidente la necesidad de ser acogidos por los hermanos para recorrer con ellos el camino que va haciendo la Iglesia diocesana.
Esa imagen del camino es la metáfora más elocuente de la virtud de la esperanza. En muchas asambleas litúrgicas hemos unido nuestras voces para cantar: “Somos un pueblo que camina, y juntos caminando, podremos alcanzar otra ciudad que no se acaba, sin penas ni tristezas: ciudad de eternidad”. En ese peregrinaje, la comunidad nos acompaña y nos alienta.
Pero más evidente es la llamada a la caridad que nos dirige la Iglesia diocesana. Sólo en comunidad se descubre, se celebra y se hace visible el amor por medio de los gestos diarios de la entrega personal y del servicio mutuo. Del amor ha brotado nuestra vida: la vida natural y la vida sobrenatural. Y de ese amor ha de nacer la comunidad del futuro.
Hoy es palpable el individualismo religioso. Nos hacemos la falsa ilusión de llegar a Dios en solitario. Aun habiendo descubierto el carácter comunitario de la vida cristiana, hay grupos que parecen corralitos cerrados en los que se favorece la intimidad pero se olvida la universalidad de la llamada cristiana.
En el mejor de los casos, se descubre en la parroquia la necesidad y la alegría de vivir la dimensión comunitaria de la fe. Y hay que dar gracias a Dios por ello. Pero hay que dar otros pasos. La parroquia nos remite a la comunidad diocesana, presidida por el obispo, sucesor de los apóstoles.
En muchas celebraciones litúrgicas se oye alguna petición por la propia diócesis. Hemos de preguntarnos si ese espíritu se refleja también en la oración de cada uno y si estamos colaborando con nuestras sugerencias, nuestro trabajo y nuestra aportación económica a la vida de la diócesis.
Según la tradición, San Lorenzo distribuyó el dinero de la Iglesia de Roma a los pobres y luego los presentó a las autoridades como el verdadero tesoro de la Iglesia (DC 23). En este tiempo de crisis económica, es evidente el gran servicio que las diócesis están prestando a las muchas personas que pasan todo tipo de necesidades. La atención a los pobres es el gran privilegio de la Iglesia.
José-Román Flecha Andrés
Universidad Pontificia de Salamanca
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