viernes, 11 de noviembre de 2011

Vivir como discípulos de Jesús el tiempo de la espera


Estudio Bíblico Dominical
Un apoyo para hacer la Lectio Divina del Evangelio del Domingo
XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

Vivir como discípulos de Jesús el tiempo de la espera (II):
Como los siervos que “hacen” lo que haría su patrón
San Mateo 25, 14-30

“Toda la palabra que tiene el timbre real de Dios
y la imagen de su Verbo,
es un auténtico tesoro”
(Orígenes)

“El que había recibido cinco talentos
se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco”



“Te he confesado hasta el fin
con firmeza y sin rubor.
No he puesto nunca, Señor,
la luz bajo el celemín.
Me cercaron con rigor
angustias y sufrimientos,
pero en mis desalientos
vencí, Señor, con ahínco.
Me diste cinco talentos
y te devuelvo otros cinco”

(José Mª Pemán, “El divino impaciente”)


Introducción

Seguimos leyendo el capítulo 25 de Mateo, el cual contiene tres grandes parábolas. La parábola de las vírgenes (25,1-13), la parábola de los talentos (25,14-30) y la parábola del juicio final (25,31-46), colocan la vida del discípulo en el horizonte del destino final, señalan lo que espera que “haga” un discípulo de Jesús a lo largo de la historia, que es el tiempo de la “espera” de la Venida del Señor.

Nos ocupa hoy la parábola de los talentos (25,14-30). Toda ella está construida a partir del tipo de relaciones que se establecen entre un patrón y sus tres siervos. Un discípulo se define como un “servidor”. Pero, ¿qué se espera que haga el “servidor”? ¿Qué tan importante puede ser lo haga o lo que deje de hacer? ¿Cuál es el destino del “servidor” fiel?

Un sencillo estudio bíblico nos permitirá descubrir las respuestas y explorar las riquezas de un pasaje muy diciente para nuestra vida actual como “discípulos” de Jesús y para nuestra sociedad contemporánea durante este tiempo de la historia que es tiempo de “espera”. Como en la parábola de las 10 vírgenes, también aquí nos encontramos ante la exigencia de una preparación cuidadosa y responsable de la Venida del Señor


1. Primera aproximación al texto


1.1. La imagen de fondo: el patrón y sus siervos

La historia es simple: un hacendado que, al ausentarse, le encarga grandes cantidades de dinero sus siervos.

Aunque para nuestra sensibilidad contemporánea suena mal, se trata de un patrón y sus tres esclavos (en griego: “douloi”).

• El patrón es un comerciante poderoso, esto se ve en las grades cantidades de dinero que deja. De repente se va a hacia una nueva aventura comercial.
• No debe extrañarnos el patrón le tenga tanta confianza a tres de sus esclavos. Conocemos varias historias del mundo grecorromano donde hay esclavos con altas responsabilidades dentro de una casa: en la administración económica y en lo político. Paradójicamente, algunos de ellos lograban alto estatus social.

El hecho de que la parábola se refiera a las relaciones de un patrón con sus siervos, en principio puede sonar chocante. Con todo, la idea que se quiere transmitir es muy bella: somos servidores del Señor. El hecho de que esta relación con el Señor se presente en términos de “doulos” es diciente: le pertenecemos al Señor, pero esta pertenencia no es de dominación, él confía en nosotros, nos ve como prolongación de él mismo, capaces de hacer lo que él haría en el presente y aptos para compartir plenamente su vida en el futuro. La confianza es tan grande, que el Señor entrega sus propios bienes y no está ahí para vigilar ni decir en todo instante lo que hay que hacer; él cree en la buena conciencia, en la madurez y en las habilidades de sus servidores.

Aparece así el tema bíblico de la “creaturalidad”. Somos criaturas de Dios, por tanto nuestra vida se hace plenamente tal en la comunión con aquel de quien proviene todo lo que somos y tenemos. Todo lo que somos y tenemos lo hemos recibido. No nos dimos la vida ni tampoco nos daremos el destino final: todo es gracia. Incluso nuestras capacidades vienen de Él y es en el uso de ellas que nos jugaremos la realización plena de nuestra vida, una plenitud sobre la que Dios tiene la última palabra.

Sobre esta base se sitúa el tema de la “responsabilidad”. Es lo que vamos a ver enseguida explanado en forma de narración.

1.2. El texto y su estructura

El texto tiene tres escenas. En cada una de ellas hay dos partes. Leamos el pasaje, con todas sus palabras, observando detenidamente la estructura:

Primera escena: el patrón le confía su propiedad a tres de sus esclavos (25,14-15a)

a) El patrón llama a los esclavos (25,14)
“14[El Reino de los cielos] Es también como un hombre que, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda…”

b) El patrón le confía cantidades de dinero a sus esclavos (25,15a)

• Al primero: “A uno dio cinco talentos…”
• Al segundo: “A otro dos…”
• Al tercero: “Y a otro uno…”

Con un criterio:
“…A cada cual según su capacidad”

Segunda escena: los esclavos sacan adelante sus negocios (25,15b-18)

a) El patrón se va (25,15b): “Y se ausentó”

b) Los esclavos entran en acción (25,16-18)

• El primero (25,16): “Enseguida, el que había recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco”
• El segundo (25,17): “Igualmente el que había recibido dos ganó otros dos”
• El tercero (25,18): “En cambio el que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor”

Tercera escena: el patrón pide cuentas (25,19-30)

a) El patrón regresa (25,19): “Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de aquellos siervos y ajusta cuentas con ellos”
b) Los esclavos hacen rendición de cuentas (25,20-30)

• Declaración del siervo que duplicó los cinco talentos y recompensa por parte del patrón (25,20-21):

“20Llegándose el que había recibido cinco talentos, presentó otros cinco, diciendo:
‘Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado’.
21Su señor le dijo:
‘¡Bien, siervo bueno y fiel!;
en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré;
entra en el gozo de tu señor’”.

• Declaración del siervo que duplicó los dos talentos y recompensa por parte del patrón (25,22-23):

“22 Llegándose también el de los dos talentos dijo:
‘Señor, dos talentos me entregaste;
aquí tienes otros dos que he ganado’.
23Su señor le dijo:
‘¡Bien, siervo bueno y fiel!;
en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré;
entra en el gozo de tu señor’”.

• Declaración-excusa del que recibió un solo talento y castigo por parte del patrón (25,24-30):

“24 Llegándose también el que había recibido un talento dijo:
‘Señor, sé que eres un hombre duro,
que cosechas donde no sembraste
y recoges donde no esparciste.
25Por eso me dio miedo,
y fui y escondí en tierra tu talento.
Mira, aquí tienes lo que es tuyo’.
26Mas su señor le respondió:
‘Siervo malo y perezoso,
sabías que yo cosecho donde no sembré
y recojo donde no esparcí;
27debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros,
y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses.
28Quitadle, por tanto, su talento
y dádselo al que tiene los diez talentos.
29Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará;
pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.
30Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera.
Allí será el llanto y el rechinar de dientes’.”

1.3. Cinco observaciones sobre la estructura del pasaje

Volviendo sobre el texto y su estructura, pongamos de relieve algunas características:

(1) El manejo del tiempo en la parábola nos permite ver sus grandes partes. Notablemente, la segunda y la tercera escena tienen al principio indicaciones temporales: “Enseguida” (25,16) y “Al cabo de mucho tiempo” (25,19).

(2) La parábola está construida sobre series de tríadas: tres escenas, en tres actos los tres siervos “reciben”, en tres actos los tres siervos “hacen” algo con lo recibido, en tres actos los tres siervos dan cuentas.

(3) La parábola utiliza muchos paralelismos: por semejanza y finalmente por contraposición.

(4) Puesto que cada escena y, finalmente toda la historia, termina con la presentación del siervo “malo y perezoso”, podemos pensar que ahí está el énfasis: se trata de una advertencia para quien se comporta de esta manera. Esto se ve reforzado por el hecho de las palabras finales sobre el castigo del tercer siervo, quien además es llamado “inútil”, sean tan extensas. Tenemos, entonces, una exhortación que quiere sacudirnos para que no orientemos nuestra vida en esa dirección.

(5) Claro está, los elementos positivos también se dejan ver: los siervos “buenos y fieles” son felicitados y recompensados. Su mayor recompensa no serán solamente los nuevos talentos sino el hecho de lograr el máximo en la relación con el patrón: “entra en el gozo de tu señor” (25,21.23).

1.4. Cinco lecciones sobre el discipulado

En una primera ojeada de la parábola podemos ver las primeras lecciones:

(1) En cuanto “siervos”, los discípulos de Jesús no son personas independientes, que todo lo determinan únicamente según su libre arbitrio, por el contrario: están obligados a rendir cuentas.

(2) Los discípulos de Jesús tienen conciencia de que todo lo que tienen es un bien que le ha sido dado. Lo recibido es un encargo, una responsabilidad.

(3) Los discípulos “buenos y fieles” son aquellos que sacan adelante lo recibido en el sentido querido por Jesús.

(4) De lo que cada discípulo “haga” depende la realización de su vida, el logro de la plenitud de su existencia que es la comunión total y definitiva con su Señor.

(5) Pueden darse dos tipos de discípulo. El comportamiento y el destino de los servidores “buenos y fieles”, ilustra al discípulo ideal, el que sabe gestionar su vida. Por otra parte, el comportamiento y el destino del servidor “malo y perezoso” se convierte en una advertencia: por ser así su vida termina en la ruina total. Esta visión del discipulado está propuesta para que nos evaluemos y tomemos las decisiones pertinentes: hacia dónde y cómo debemos orientar nuestra vida.

1.5. Ocho elementos alegóricos

Muchos intérpretes ven en este pasaje mucho más que una parábola, ven una “alegoría”, esto es, un tipo de relato construido sobre símiles, donde cada elemento es significativo, se puede traducir. Se pueden ver ocho elementos alegóricos:

(1) El patrón = Jesús.
(2) Los esclavos = la Iglesia, cuyos miembros han recibido diversas responsabilidades.
(3) El marcharse del patrón = la partida del Jesús terreno.
(4) El largo tiempo de la ausencia = el tiempo de la Iglesia.
(5) Su regreso = la segunda venida (parusía) del hijo del hombre.
(6) La recompensa a los buenos servidores = la recompensa celestial dada en gran cantidad a los servidores fieles.
(7) El gozo de su señor = el banquete mesiánico al final de los tiempos.
(8) El castigo al siervo malo = aquellos que, dentro de la Iglesia, por causa de sus omisiones se condenan a sí mismos a las tinieblas.


2. Profundización

Teniendo en cuenta los datos que hemos visto en la primera aproximación, sumerjámonos de nuevo en el pasaje siguiéndole el hilo a su desarrollo interno.

2.1. La primera escena: el patrón le confía su propiedad a tres de sus siervos (25,14-15a)

(1) El patrón llama a sus siervos (25,14)
(2) El patrón le confía cantidades de dinero a sus siervos (25,15a)
- Cinco talentos para el primero
- Dos talentos para el segundo
- Un talento para el tercero

Se trata de una parábola sobre el “Reino de los cielos”. La primera línea no lo dice expresamente, pero la formula inicial “es también” nos remite al comienzo del capítulo, donde leemos: “El Reino de los cielos será semejante a…” (25,1). Este dato es importante porque es clave de lectura: la parábola quiere ayudarnos a pensar según la lógica del “Reino”, que es la obra de Jesús que ha irrumpido aquí y se consumará en la parusía: “Venga a nosotros tu Reino” (6,10). Este “Reino” ha sido puesto en nuestras manos, es nuestro “tesoro”, no se puede permanecer indiferente ante él.

“Al ausentarse”. Desde el principio se habla de la “ausencia” del patrón. Este parece ser el motivo de todos los sucesos narrados. Como ya se dijo, es una alusión una dimensión fundamental de la vida cristiana: la tensión hacia la venida del Señor (parusía). El regreso no tiene fecha fija. ¿Cuál es el rol de los cristianos en el mundo en este “mientras tanto”?

“Les encomendó la hacienda”. En la parábola de las diez vírgenes la tarea era “vigilar” (25,13), en esta otra parábola es el asumir la responsabilidad de la hacienda del patrón. Se acentúa el “entregar” por parte del patrón y el “recibir” por parte de los siervos. Lo curioso es que el patrón no da instrucciones (a diferencia de Lc 19,13, donde se les encarga “negociar”). Él deja abiertas las posibilidades.

El relato nos pasea en medio de cifras exorbitantes. Lo entregado es el equivalente de un gran tesoro que está calculado en “talentos”. Hoy es muy difícil decirlo con matemática exactitud, pero si nos podemos aproximar: un solo “talento” ya es una gran fortuna, era en oro o plata, y su peso oscilaba entre los 25 y los 35 kilos (¡un solo talento!).

Otra forma, para hacernos una idea de cuánto dinero se trata, es seguir el cálculo salarial. Sabemos que un talento equivalía a unos 6.000 denarios. Un “denario” es lo que normalmente gana un trabajador de campo por una jornada (ver 20,1-16). ¿Cuánto gana Usted en un día de trabajo? Ahora multiplíquelo por 6.000. Eso es un talento. El que menos recibió, no recibió poco.

Los tres siervos recibieron esto:
• 5 talentos = 30.000 denarios aproximadamente;
• 2 talentos = 12.000 denarios aproximadamente;
• 1 talento = 6.000 denarios aproximadamente.

Es para sorprenderse: es una manera de hablar de la grandeza de los dones de Dios a su pueblo.

La entrega de los talentos se guió por un criterio: “A cada cual según su capacidad”. Desde el punto de vista de los siervos vemos cómo cada uno se le reconocen sus habilidades. Desde el punto de vista de Dios, la idea es esta: los dones de Dios son variados, pero siempre generosos, no importa cuales sean.

Al respecto tanto Pablo como Pedro nos dan lecciones:

• En el plano de la fe: “Tened una sobria estima según la medida de la fe que otorgó Dios a cada cual… Pero teniendo dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada…” (Romanos 12,3.6).
• En el plano del servicio: “Que cada cual ponga la servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios” (1 Pedro 4,10).




2.2. La segunda escena: los siervos sacan adelante sus negocios (25,15b-18)

(1) El patrón se va (25,15b)
(2) Los siervos entran en acción (25,16-18)
- Se duplican los cinco talentos (25,16)
- Se duplican los dos talentos (25,17)
- El que tiene un talento lo entierra (25,18)

“Y se ausentó”. El patrón se va lejos a hacer nuevos negocios dejando su fortuna en manos de sus servidores. No se prevé cuándo regresará, lo que sí es claro es que vendrá de nuevo.

“Se puso a negociar”. Los dos primeros servidores se comportan de la misma manera: no dejan inactiva la fortuna sino que la duplican.

De lógica, se espera que el tercer siervo sea capaz de duplicar el único talento. Pero no sucede así. Veamos sus acciones: “se fue” (=alejarse), “cavó un hoyo en la tierra” y “escondió el dinero”. Se trata de la creación de una guaca. Se intuye el sentido de responsabilidad de este siervo frente al “tesoro”: pone el dinero en un espacio seguro, fuera del alcance de los ladrones. Esto parecía ser una costumbre en la época (de ahí que no sea extraño lo que sucede con otra parábola, la de 13,44, el “tesoro escondido en la tierra”).

El tercer siervo hace algo que en principio es correcto, pero olvida un detalle: él debía tener sentido de pertenencia y haber tratado el tesoro como lo hubiera hecho el patrón. Esto ya se había enseñado antes: el siervo debe ser como el patrón (ver 10,24-25).

Los dos primeros siervos habían procedido interpretando el querer del patrón: se sometieron a sus objetivos y defendieron sus intereses. Y este proceder resultó en fruto abundante.

2.3. La tercera escena: el patrón pide cuentas (25,19-30)

(1) El patrón regresa (25,19)
(2) Los siervos hacen rendición de cuentas (25,20-30)
- Recompensa para el que duplicó los cinco talentos (25,20-21)
- Recompensa para el que duplicó los dos talentos (25,22-23)
- Castigo para el que enterró su talento (25,24-30)

Toda la parábola apunta a esta última escena. Esta es completamente sorprendente. Quiere decir, a propósito de la parusía, cuando Cristo regrese, la pregunta será: “¿qué has estado haciendo?”. No será suficiente dar las cuentas exactas de lo recibido, como si el problema fuera cuantitativo, sino si el comportamiento se inspiró en lo que haría el patrón: una cuestión cualitativa.

“Después de largo tiempo… vuelve el señor… ajusta cuentas con ellos”. Comienza la rendición de cuentas.

Los siervos “buenos y fieles”

Los dos primeros siervos hablan de forma casi idéntica y reciben una respuesta similar. Vale detenerse en las palabras de felicitación del patrón:

(1) “¡Bien, siervo bueno y fiel!” (25,21.23).
• “Siervo bueno” es aquel que acepta plenamente su posición y se pone al servicio de su patrón; no se apoya en sus propias ideas ni en sus variables estados de ánimo, no se mantiene a distancia del patrón sino que se identifica con sus búsquedas e intereses.
• “Siervo fiel” es aquel se ocupa con mucha premura y con plena conciencia de aquello que ha recibido.

(2) “¡En lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré!” (25,21.23). Es tipo de contrates ya lo hemos visto antes en Mateo (por ejemplo: “mucha mies” / “pocos obreros”, en 9,37; “muchos llamados” / “pocos escogidos”, en 22,14). La idea es que se incrementa la confianza (y por lo tanto la responsabilidad): todo el que haya incrementado sus talentos recibirá más. Esto se comprende en el plano de la sabiduría (la sensatez), como lo dice Proverbios 9,9: “Da al sabio, y se hará más sabio todavía; enseña al justo, y crecerá su doctrina”.

(3) “¡Entra en el gozo de tu señor!” (25,21.23). Se le invita a entrar en el banquete mesiánico (ver la parábola de las vírgenes; 25 1-13). El discípulo y su Señor se alegran juntos, en la máxima expresión festiva (quizás como un banquete de bodas). El discípulo es llamado a la felicidad plena: al principio se le había invitado a “entrar en el Reino” (5,20; 7,21; 18,3), luego se le invitó a “entrar en la vida” (18,8-9; 19,16), ahora se le invita a “entrar en el gozo”. Las tres invitaciones son equivalentes: plenitud de vida y felicidad sin límites. El patrón tampoco mantiene distancia de sus siervos: los acoge en su ámbito de vida, en su felicidad perfecta.

Ambos siervos reciben la misma recompensa: muestra que lo que es valorado no la cantidad que ellos rinden sino el hecho de la fidelidad en la tarea encomendada: su compromiso total. El servicio del Señor es el camino para lograr la plenitud.

El “siervo malo y perezoso” e “inútil”

El tercer siervo parece esperar que lo feliciten por su precaución, quizás por la virtud de la “prudencia”: guardó astutamente el dinero. Sin embargo el patrón lo ve como un perezoso.

Las palabras del Siervo

En su rendición de cuentas, que termina con la frase “Mira, aquí tienes lo que es tuyo”, antepone una larga justificativa de su comportamiento:

• Lo llama “Señor”. Esta manera de comenzar nos remite a la ironía que se escuchó en el Sermón de la montaña: se le llama “Señor, Señor”, pero no se “hace” su voluntad (ver 7,21-23).
• “Sé que eres un hombre duro, que…”. En la práctica el siervo está regañando a su patrón, para ello le cita las palabras de juicio de Miqueas 6,15: “Sembrarás pero no segarás”. Este siervo, por una parte se reconoce dependiente de él, pero por otra le deja entender que no le tiene confianza. Para este siervo la dependencia del patrón es una dominación, una dura opresión, y por eso lo acusa de abusivo:

que pide más de la cuenta,
que hace trabajar a los otros para sí
y que vive a costas de ellos.

• Con base en ello se auto-acusa de “miedo”. Esto parece explicar todo: se comporta como alguien que siente una gran distancia –de corazón, de comunión de voluntad– con su patrón. Es el miedo paralizante que inactiva el servicio: el talento se queda escondido.

“Aquí tienes…”. Con estas palabras se declara que no se ha comprendido el tipo de relación que el patrón esperaba: “lo que es tuyo”; el siervo nunca lo sintió “suyo”. Por eso hace la devolución de lo recibido, tal cual, inutilizado.

Es importante tener en cuenta lo anterior. Algunos sacan la moraleja de la parábola como una invitación a la acción, pero esto no corresponde al texto, porque el siervo “malo” sí actuó; otros la aplican como una invitación a asumir riesgos, lo cual tampoco es exacto, porque el siervo “malo” sí los corrió. El problema de fondo es el tipo de relación que sostiene el servidor con su Señor: cómo lo ve a él, cómo se ve a sí mismo, cómo interpreta lo que tiene que hacer.


Las palabras del patrón

Quizás el siervo espera al menos un agradecimiento por reintegrar completo el dinero confiado. Pero no es así.

La reacción del patrón es adversa: ve la actuación de su siervo desde otro punto de vista y en lugar de la recompensa le aplica un castigo.

Otro punto de vista: El siervo había dado la explicación del “miedo”, pero ahora el diagnóstico del patrón es otro: la “pereza”. Inicialmente se le dice: “malo y perezoso” (25,26; en contraposición a “bueno y fiel”), luego “inútil” (25,30). Los tres calificativos lo señalan como uno que ha fracaso totalmente su misión y su misma identidad de servidor.

Esto nos remite al Sermón de la Montaña: este siervo se comportó como una persona insensible ante la esencia del discipulado, ya que “escondió” la lámpara debajo del celemín (5,15). El bien recibido era para ponerlo en función de los demás.

La incompetencia (“siervo malo”) no puede ser mayor: si él sabía cómo era el patrón, con mayor razón debía actuar. Es incompetente precisamente por su desidia, por no proceder al menos por lo que ya sabe. El tercer siervo es un anti-modelo, el ejemplo perfecto de lo que no se debe hacer. ¿Cómo es que el siervo “sabiendo” cómo es su Señor cometa un error tan trágico? Si no se sentía buen negociante, al menos había otras alternativas, él tenía autoridad para entregar el dinero a los banqueros, para que ellos ganaran los intereses (25,27); también esto “lo sabía”.

El castigo: “Echadle a las tinieblas de fuera” (25,30). Es la ruptura definitiva de la relación, no es admitido en la comunión íntima de vida con su señor: puesto que se ha mantenido a distancia del patrón, ahora el patrón toma distancia de él. Dos imágenes lo expresan:

• Las “tinieblas” (oscuridad total) aluden a un espacio donde no hay alegría sino “llanto”, infelicidad, pérdida de la visión de futuro.
• El “rechinar de dientes”, alude a la rabia y al sentimiento de fracaso (ver 8,12), es la desesperación de quien se ha provocado a sí mismo una existencia miserable e insoportable.

El siervo no logra el destino para cual había sido llamado, queda excluido de la comunión con Dios, de la luz y del calor de su presencia.

En fin…

La parábola nos devuelve a nuestra realidad actual: ¿Qué estamos haciendo? Jesús nos enseña que la manera de esperar su venida es trabajando, con sentido de pertenencia, haciendo en todo momento lo que él haría en nuestro lugar, incrementando lo recibido y pensando siempre en función de los demás.

Todo este “actuar” en el mundo debe basado en la confianza en Dios. Dios no es un déspota ni un patrón avaro, es ternura y bondad. Piensa en el bien de todos sus hijos y da a cada uno según sus capacidades. El más grande de los bienes es su propio Hijo: en Él nos entregó un tesoro vivo que no puede ser escondido. Es así como un discípulo no puede permitirse esconder la lámpara hacerla brillar para bien y provecho de todos.


3. Releamos el Evangelio con un Padre de la Iglesia

El Padre de la Iglesia Orígenes, le hace eco al evangelio con la exhortación: “Pon a rendir el tesoro de la Palabra de Dios”.

“Este temor [de Dios que “cosecha donde no sembró”] no es bueno y no nos libra de aquellas tinieblas exteriores a las cuales seremos condenados como malvados e indolentes. Malvados por no haber usado la preciosa moneda de las palabras del Señor, con las cuales habríamos podido difundir la doctrina del cristianismo y penetrar en los profundos misterios de la bondad de Dios.

Perezosos por no haber invertido la Palabra de Dios en orden a nuestra salvación y en la de los otros. Hemos debido poner en el bando las riquezas de nuestro Señor, esto es, depositar sus palabras en oyentes que, como banqueros, ponen a prueba y examinan todo para retener la doctrina buena y verdadera, rechazando la que es mala y falsa. De manera que, cuando el Señor viniese, pudiera recoger con frutos y ganancias las palabras que nosotros difundimos en los otros.

En efecto toda la riqueza, esto es, toda la palabra que tiene el timbre real de Dios y la imagen de su Verbo, es un auténtico tesoro”.

(Orígenes, Sobre Mateo, 69)

Proponemos también este otro texto, que proviene de San Agustín, que ilumina la primera lectura (el poema de la mujer fuerte). Él propone ver a la Iglesia como esa mujer fuerte.

“Miren hacia aquella de quien son miembros. Miren aquella de quien son hijos. ‘¿Quién encontrará una mujer fuerte?’ (Prov 31, 10)…

La manera de preguntar sugiere que hubo alguien, por lo menos uno, que la encontró.

…Por lo tanto, sea descrita, alabada, recomendada y amada por todos nosotros como madre, pues es esposa de un solo marido.

‘¿Quién encontrará una mujer fuerte?... Superior al de las piedras preciosas es su valor’ (Prov 31, 10). No se admira el hecho de que esta mujer sea más preciosa que las piedras preciosas. Si consideran las avaricias humanas y entienden piedras preciosas en su sentido propio, ¡no es una gran cosa decir que la Iglesia es más preciosa que cualquiera de esas piedras! No hay término de comparación. Con todo, en ella hay piedras preciosas. Y de tal forma preciosas que son llamadas ‘vivas” (1 Pe 2, 4. 5).

En la Iglesia, entonces, hay piedras preciosas, pero ella misma es aún más preciosa (…). Cualquier piedra que no esté entre los adornos de esta mujer, yace en las tinieblas. Donde quiera que esté, está en las tinieblas, porque era necesario que permaneciera entre los ornamentos de esta mujer, estar en compañía de sus otros adornos.

Me atrevo a decirles: las piedras se llaman preciosas porque son caras: quien no tiene caridad se volvió vil, ¡perdió el precio!”.

(San Agustín, Sermón 37, 2. 3)


4. Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida:

4.1. ¿Qué idea del Señor tienen los dos siervos buenos y qué idea tiene el siervo malo?
4.2. ¿Qué imagen de Dios tengo y cómo veo mi relación de dependencia (señorío de Dios / mi servicio) con él?
4.3. ¿Qué dones me ha dado Dios? ¿Consigo verlos y reconocerlos con gratitud? Por ejemplo: ¿Qué me ha dado en este día?
4.4. ¿Cuáles son los dones más grandes e importantes para mí? ¿Qué es lo que más aspiro?
4.5. ¿Cómo utilizo los dones recibidos? ¿Qué quiere Dios hacer con los demás a través de mí? ¿A quién quiere ayudar a través de mí?


P. Fidel Oñoro, cjm

Anexo 1
Sobre las otras lecturas del Domingo

Sumario: El Evangelio nos vuelve a poner ante la perspectiva de la Venida final del Señor, para ello nos cuenta la parábola de los talentos (o de los servidores diligentes o perezosos) llamando la atención sobre nuestra capacidad de responder o no a la confianza dada por el Señor. En el libro de los Proverbios se nos propone la figura de una mujer diligente, imagen de quien sabe desarrollar su talento y se ocupa del bien de los suyos (Primer lectura). Pablo, también ante la perspectiva de la Venida del Día del Señor, nos ayuda a ver las dos caras de la moneda: ¿vivimos como hijo de la luz o como hijos de la oscuridad? (Segunda lectura).


Primera lectura: Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31

Estamos en el último capítulo del libro de los Proverbios, en él se presenta el retrato de una mujer que hace fructificar sus talentos, se trata de la mujer ideal: “¿Quién encontrará a una mujer ideal?” (v.10; así traduce la Biblia de Jerusalén).

El libro de los Proverbios fue construido como una colección de piezas de diversa procedencia y de distintas épocas. El cuadro de “la mujer ideal” (Prov 31, 10-31) es una unidad de 22 versículos, cada uno de ellos encabezado por una de las 22 letras del Alfabeto (o Alefato) hebreo y en su orden, es decir, es un “poema alfabético” (tenemos algunos Salmos que funcionan igual). En la liturgia de hoy, y seguramente por razones prácticas, nos invitan a leer apenas algunos extractos: tres pequeños bloques.

Comencemos por el final: “La mujer que respeta (teme) a Yahvé es digna de alabanza” (v.30). El respeto o temor del Señor corresponde a un sentimiento de admiración que proviene de la conciencia del sentiré amado por éste Dios de la Alianza. El verdadero “temor”, ahora en sentido negativo, sería el de no responderle de forma adecuada a su amor.

Los biblistas nos han hecho caer en cuenta que esta mujer es la personificación de la Sabiduría (recordemos la primera lectura del domingo pasado). Lo que los autores de los libros sapienciales buscaban era mostrar el valor de pensamiento moral y religioso inspirado por la Palabra de Dios, de cara a los valores (o antivalores) que proponían los filósofos extranjeros, que estaban boga en ese tiempo (nos referimos al siglo II aC). Pues bien, los verdaderos valores se presentan aquí encarnados en una mujer.

Con relación al resto del texto, es importante recordar que estamos en un contexto social y cultural que no coincide con el actual: el texto de Proverbios se sitúa en una civilización agraria en el que la mujer es vista básicamente como dedicada al hogar. Podríamos preguntarnos si tiene valor para hoy.

Pues bien, los textos hay que leerlos en su contexto. Hay valores en el texto que hay que subrayar en primer lugar: le da a la mujer plena autonomía en su campo de acción, trata de liberar a la mujer de la tendencia a reducirla a un “artículo de belleza” que puede ser “usado”, la pone a la par del varón en la construcción de la sociedad.

No se puede negar que en el libro de los Proverbios hay también algunas referencias a la mujer que son negativas, en ellas pareciera influir una lectura de Gn 3 (la mujer como la que arrastra al hombre al pecado), además del contexto de las antiguas culturas (y no sólo la israelita) en que la mujer aparece como una sierva sometida al marido. Sin embargo, en este poema de Prov 31, que concluye el libro, hay una nueva luz que parece corregir las impresiones anteriores: el sabio inspirado se coloca mas bien en la línea positiva de Gn 2 para contemplar a la mujer en su cualidad de esposa y de madre, con plena responsabilidad por su casa y en complementariedad –no subordinación- al conyugue.

Leamos el texto. En el v.1ª esta mujer es calificada literalmente de “mujer fuerte” (eshet-chayil, en hebreo; mulierem fortem, en la vulgata): “¿Quién puede encontrar a una mujer fuerte?”. Este calificativo se refiere a la competencia y el dinamismo de la mujer. Es lo que se describe enseguida.
- Está atenta a los detalles, siempre con sentido de lo concreto.
- Es acogedora de los valores espirituales, con los cuales tiene una afinidad especial, y sabe sugerírselos al hombre.
- Es una persona feliz a medida que genera felicidad a su alrededor.
- Es cuidadosa con el que sufre y atenta con quien es frágil o está amenazado.
- Invierte su tiempo en convertirse en fuente de vida, de salvación, de las alegrías sencillas de cada día.

Ahí queda el texto para que hagamos una buena Lectio.


Salmo 128 (127 en la liturgia)

Este Salmo hace parte del conjunto de los 15 Salmos llamados “de las Subidas” (el cancionero del peregrino), los cuales cantaban los peregrinos en la recta final de su subida a Jerusalén. El Salmo es orado hoy en los matrimonios, tanto judíos como cristianos, por su comprensión de la familia; en la liturgia de hoy oramos con él porque ayuda a prolongar la primera lectura, ya que pone en primer plano: la mujer como imagen la Sabiduría y el temor de Dios.

El Salmo comienza con una bienaventuranza, “Felices los que temen a Yahvé” (v.1), abarcando una estrofa completa hasta el v.3.

La última estrofa es una bendición: “Será bendecido… Bendígate Yahvé…” (v.4-6). Como respuesta a una vida trazada sobre los caminos del Señor, se derrama la bendición sobre la familia: los padres de familia llegarán a la ancianidad, verán sus nietos y futuro promisorio para la comunidad entera.

Los invito a orar con este Salmo precioso de la familia como lugar de la bendición divina, yendo ahora al Anexo 2.


Segunda lectura: 1 Tesalonicenses 5, 1-6

El domingo pasado vimos cómo la perspectiva de la Venida del Señor generó agitaciones en la comunidad de Tesalónica por el asunto de qué pasaría con los que ya habían muerto –en calidad de creyentes- durante la espera. En ese pasaje Pablo deja entrever de todas maneras, aunque después modificará su punto de vista, que él cree que es inminente, que ocurriría de un momento a otro dentro de esa misma generación, si bien –y lo deja muy claro- admite ignorar la fecha. Pues bien, esto tiene consecuencias.

¿Qué es el “Día del Señor”?

Esta vez Pablo usa un término que tiene un gran contenido, él escribe: “Sabéis perfectamente que el Día del Señor ha de venir como…” (v.2). El “Día del Señor” es una expresión que proviene del Antiguo Testamento, particularmente de los profetas, se trata del día de la manifestación de Dios en el cual interviene poderosamente para juzgar a los injustos y salvar a los justos; es el día de la justicia de Dios y como tal está en la cumbre de la historia. Día de “esperanza de salvación”(v.8-9) para unos o amenazante para otros (v.3).

Los cristianos de los orígenes lo asociaron con el Día en que Jesucristo vendrá en su gloria. [Por eso, y vale la pena recordar esto, el día de la Resurrección de Jesús fue llamado el “día Señorial”, de la Palabra “Domingo” (cf. Ap 1, 10): un referencia al Señor resucitado, cuya venida celebra, prepara, figura, espera y anticipa].

Al comienzo de la 1ª Tesalonicenses ya Pablo había tocado el tema: “Y cómo esperáis así a su Hijo Jesús, que ha de venir de los cielos, a quien resucitó de entre los muertos y que nos salva de ira venidera” (1, 10).

A esta inquietud por la espera también hacen referencia los Evangelios, los cuales nos transmiten la respuesta de Jesús.

¿Cómo responde Pablo a la inquietud de la comunidad?

En una gran sintonía con la enseñanza de Jesús.

En primer lugar, dice que, puesto que vendrá de sorpresa, es inútil tratar de buscar la fecha (“no tenéis necesidad de que os escriba… Sabéis perfectamente que…”, v.1-2a), ya que es “como la llegada de un ladrón en la noche” (v.2b).

En segundo lugar, dice que esto implica de nuestra parte el ejercicio de una “vigilancia” activa: “Velemos y seamos sobrios” (v.6). Para explicarla apela a las imágenes sugerentes y contrapuestas de Luz/oscuridad, Día/noche.

¿Cómo se ejerce esta vigilancia?

El cristiano vive su cotidianidad como alguien está en vela en medio de la noche.

El uso de imágenes contrapuestas como “luz” y “oscuridad” tiene una connotación bautismal. Alude al proceso de conversión a Jesús, el cual supone un antes y un después a partir de una experiencia en la que se ha renacido, por eso es “hijo de la luz e hijo del día” (v.5). Es una referencia a la nueva identidad cristiana. Al respecto leemos en Efesios 5, 8: “En otro tiempo fuisteis tinieblas; pero ahora sois luz en el Señor”. Pues bien, nuestro pasaje de Tesalonicenses, mucho más antiguo que el de Efesios, va en esa dirección. Una vez más Pablo centra la atención en lo esencial: el misterio Pascual, del cual participa ahora el creyente. La “luz” indica precisamente ese camino de santidad o vida en Jesús que lo distingue a uno de otros (v.5-8; ver el v.11: el “buen ejemplo”).

Esta nueva vida toma forma en la tríada teologal de la fe, la esperanza y la caridad (v.8). La santidad es esa vida teologal que, por cierto, se había propuesto en el punto de partida de la carta (cf. 1 Ts 1, 3).

Pues bien, esta es la manera concreta como se ejerce la vigilancia en la espera del Señor.



Anexo 2
Oremos con un Salmo

Salmo 127:
Un álbum de familia que brilla a la luz de la bendición de Dios


Este domingo, la liturgia nos invita a orar con un Salmo fulgurante, lleno de paz, de alegría y de luz. En el horizonte se asoma la certeza de la presencia de Yahvé junto a aquel que se compromete con Él.

En el gran colorido de las imágenes vemos cómo el orante escruta las raíces de la realidad humana del amor, de la vida familiar, del trabajo, tratando de descubrir en ellas los signos del amor de Dios y de la bendición.

Este Salmo quizás no nos sea desconocido. Se canta en la bendición de la mesa: “como brotes de olivo”. Es orado con frecuencia en las celebraciones matrimoniales, tanto judías como cristianas. También se cita en la “ketubbah”, que es el contrato matrimonial hebreo.

Cada vez que lo oramos revivimos el sueño de una familia feliz, integrada, donde todos trabajan, se integran en la mesa, realizan su proyecto de vida y comparten largamente viendo a sus sucesivas generaciones.

Leámoslo:


“1¡Dichoso el que teme a Yahveh
y camina por sus senderos!

2Del trabajo de tus manos comerás,
¡dichoso tú, que todo te irá bien!

3Tu esposa será como vid fecunda
en la intimidad de tu casa.
Tus hijos, como brotes de olivo
en torno a tu mesa.

4Miren cómo es bendito el hombre que teme a Yahveh.

5¡Te bendiga Yahveh desde Sión!
¡Que veas en ventura a Jerusalén
todos los días de tu vida!
6¡Que veas a los hijos de tus hijos!

¡Paz a Israel!”


Entremos en el movimiento oracional que inspira el Salmo.

Notemos en primer lugar, cómo una bendición va recorriendo de punta a punta esta oración de sólo 45 palabras (en hebreo). Ésta se materializa en imágenes muy dicientes de fecundidad familiar. ¡La bendición se hace tangible!

Contemplando el amor de Dios que se derrama sobre aquél que “teme al Señor”, todo el Salmo se desarrolla en el arco de bienaventuranzas y bendiciones; la felicidad y la bendición son dos aspectos que se derivan del amor de Dios. Por eso se puede dividir en dos partes.
(1) La bienaventuranza (vv.1-3).
(2) La bendición (vv.4-6).
Se termina con una brevísima despedida en forma de augurio para todo el pueblo: “¡Paz a Israel!”.

Si afinamos un poco más la atención, notaremos que el poeta comienza cada una de las partes del Salmo con una declaración general en tercera persona singular, centrado en el tema del “temor de Yahvé”, y luego se dirige al “tú” del orante para declarar los efectos específicos del amor de Dios sobre él y su familia:
(1) Comienza con un “él” (tercera persona singular): “Dichoso el que teme”; y sigue con una lista de “tú” (segunda persona singular): “tú”, “tu esposa” y “tus hijos”.
(2) Comienza con un “él”: “El hombre que teme a Yahvé es bendito”; y sigue con una lista de “tú”: “te bendiga”, “tu vida”, “tus hijos”.

Este esquema hace pensar en una liturgia dinámica en la que alterna la voz de un solista (que hace las declaraciones generales) con un coro (quizás un coro sacerdotal que anuncia las bienaventuranzas y las bendiciones).

Primera parte: La bienaventuranza

Es como un idilio. Reposa en la contemplación de la felicidad que emerge de la naturaza verde. En cada línea se va desplegando un vocabulario de felicidad.

El Salmo se abre con la imagen de un caminante. Enseguida nos asomamos a la intimidad de una casa. Es como si un beduino que habiendo andado a la intemperie, maltratado por la naturaleza inhóspita, en la aridez del camino, de repente entrara en su casa y sintiera toda la paz, la frescura y la fuerza restauradora de vida que proviene de ella.

La figura de este caminante es la de una persona que honestamente se ha esforzado por conducir una vida en los “caminos” del Señor. Seguramente no ha sido fácil, pero tiene la certeza de que “el temor de Yahvé es el principio de la sabiduría” (Proverbios 1,7). Su temor-amor a Dios han animado su vida interior. Enseguida esto se reflejará en una inmensa felicidad.

Valga aclarar que la expresión “temor del Señor” no es propiamente miedo. Más que un sentimiento de terror frente a un Dios lejano e implacable, es ante todo el signo de una actitud global con la cual se vive la relación con Él: la conciencia de la justicia de Dios, pero también de su paternidad. El “que teme” (imagen vertical) es uno que ama y se dedica gustosamente a los asuntos del Señor, recorriendo “sus caminos” (imagen horizontal que describe las opciones éticas), esto es, ajustando su vida a la Ley del Señor.

La primera línea del Salmo proclama con fuerza que “quienquiera que tema a Yahvé” y “recorra sus caminos” (dos dimensiones inseparables), es feliz: “¡Dichoso!”.

Quien adhiere al Señor, entonces, puede ver los resultados en su vida: la inmensa felicidad que envuelve su ser entero: “¡Todo te saldrá bien!”. Esto se constata en los beneficios con los cuales Dios lo colma; todos ellos son signos de calidad de vida en esta tierra.

El retrato del hombre feliz se basa en imágenes a la vez domésticas y agrarias, cada una en tres elementos:
(1) Vida laboral: En el trabajo,/ él mismo / podrá comer de lo que ha plantado.
(2) Vida conyugal: En la casa,/ su esposa / como una viña generosa.
(3) Vida paterno-filial: Alrededor de la mesa,/ los hijos / como ramos de olivos.

Vemos en primer lugar la mano fuerte del trabajador, específicamente del campesino: “Del trabajo de tus manos comerás”. En la imagen parece invertirse la “maldición” de Génesis 3,17 sobre la fatiga del trabajador, y las frases bíblicas sobre lo vacío que es el esfuerzo del malvado, como dice Amós 5,11:

“Ya que vosotros pisoteáis al débil…
casas de sillares habéis construido, pero no las habitaréis;
viñas selectas habéis plantado pero no beberéis su vino”.

Por el contrario, él es “dichoso” porque puede constatar la altísima productividad de sus esfuerzos, los beneficios para él y para todos, llevando a cabo –de esta manera– el desarrollo y el crecimiento para el cual fue creado (ver Gn 2).

La felicidad del justo no queda en los límites de su individualidad, sino que expande dentro de su familia. De repente vemos el retrato de una familia ideal en su deliciosa intimidad.

“Como vid fecunda en la intimidad de la casa”. Como una vid cargada de racimos, la esposa aparece radiante de frescura, seductora, tierna y sobre todo fecunda: por medio de ella se prolonga el caudal de la vida en la historia. La vemos en su función exquisitamente “materna”: toda la “casa” parece brotar de la raíz misma de su existencia. La mujer representa lo “íntimo”, la circulación del amor en lo secreto, espacio de acogida profunda.

“Como brotes de olivo en torno a tu mesa”. Las dimensiones del espacio familiar quedan ahora completas: de lo interno (representado en la madre) se pasa al perímetro de una amplia mesa de familia. Vemos una mesa beduina –en realidad una gran lona de cuero de vaca- extendida sobre el suelo y a toda la familia recostada entorno a ella como una hermosa corona de frutos de vida. La mesa acoge e integra a la familia y a los huéspedes, es el área más profunda de la comunión en la casa.

Un horizonte de esperanza se vislumbra en esta estampa de la mesa familiar: los hijos son sanos y vigorosos, son como los retoños que se asoman por todas partes en un frondoso árbol de olivo, como una promesa de vida que extenderá en sucesivas generaciones el calor, la hermosura y la riqueza de esta comunión. Un preciso futuro se augura, así como el del árbol de olivo que sobrevivió al diluvio (Génesis 8,11).


Segunda parte: la bendición

Se recomienza ahora como en la primera vez (ver el v.1), llamando la atención sobre “el que teme al Señor”: “Miren cómo es bendito el hombre que teme a Yahveh”.

Lo anterior no parece haber sido suficiente, lo más importante todavía está por venir. Hay una insistencia: “¡Miren esto!”.

La “bendición” no es lo mismo que la “bienaventuranza”, si bien van de la mano. Como sucede frecuentemente en la Biblia, la bendición está unida a la fertilidad, al generar vida, a la capacidad de engendrar y por lo tanto de participar en la actividad del creador. Esto es lo que le sucede ahora al “justo”: no es una persona marginal con relación a su sociedad, él es torrente creador y transformador en medio de su pueblo. El compromiso con su entorno no puede ser mayor; con todo, la fuente es Dios.

Tres invocaciones sacerdotales (como la de Números 6,24-27) se pronuncian sobre el orante:

(1) “¡Que te bendiga Yahveh desde Sión!”. Una línea de continuidad se traza entre la “intimidad de la casa” y “Sión”. Sión aparece como una madre: es el centro generador de la bendición, ella genera la comunidad de Israel (“De Sión se ha oído decir: Todos han nacido en ella y quien la funda es el propio Altísimo”, Salmo 87,5). El orante entra así en contacto profundo con la fuente de toda bendición y se redescubre a sí mismo dentro de una familia más amplia, la del pueblo de la Alianza.

(2) “¡Que veas en ventura a Jerusalén todos los días de tu vida!”. De repente, del nombre sacro “Sión” se pasa al civil “Jerusalén”. Aparece la imagen del tejido urbano envuelto en su cinto amurallado. La presencia de Dios en el Templo se difunde como una fuente que trae bienestar, felicidad y paz sobre todo el pueblo. La prosperidad envuelve el arco entero de su existencia.

(3) “¡Que veas a los hijos de tus hijos!”. La bendición que se expande a lo largo y ancho de todo el pueblo, representado en el tejido urbano que crece en armonía, es también como un río de vida que corre de generación en generación. Llegar a viejos, rodeados de una familia numerosa es considerada como un gran honor; pero la mayor alegría (“ver” es “gozar”) es poder sostener entre los brazos a los nietos, contemplando en ellos el gran alcance de una bendición que se sigue hundiendo en los espacios inexplorados de la historia venidera. ¡Este es el mayor de todos los gozos!

Con el envío final, “¡Paz a Israel!”, la bendición toma la forma del “Shalom” bíblico, teniendo así un gran alcance social: la bendición para uno es para todo el pueblo y, viceversa, la bendición para el pueblo de la Alianza debe llegar a cada uno en particular. Debe convertirse en prosperidad, salud corporal y espiritual, alegría de la vida, junto con todos, en unión de la comunidad.

San Agustín nos indicó una ruta para releer este Salmo desde la fe cristiana, dice él: “El Salmo se refiere a Cristo, la esposa es la Iglesia que él mismo ha hecho fértil como una vid… Y la Iglesia nos genera cada día a través del bautismo” (PL 37, 1684-1685). Esto no contradice la otra lectura, digamos “menos espiritual”, que se atrevió a proponer san Juan Crisóstomo, quien observaba en este Salmo cómo el amor humano es el punto de partida para descubrir el amor perfecto de Dios: “El placer grandísimo y dulcísimo de tener aquí una esposa e hijos” (PG 57,428). ¡El regalo de la familia es incomparable!


P. Fidel Oñoro, cjm


TEXTO ORIGINAL

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