miércoles, 2 de noviembre de 2011

El don de la profecía



"… los hijos e hijas de ustedes comunicarán mensajes proféticos” (Hechos 2,17). “Procuren, pues, tener amor, y al mismo tiempo aspiren a que Dios les dé dones espirituales, especialmente el de profecía" (1Cor 14,1). La profecía es un mensaje especial del cielo. Es mensaje de alegría, de luz, de exhortación, de animación, de fortalecimiento y esperanza. Es un rayo de sol, sobre un mundo gris, una lluvia refrescante sobre una tierra quemada. Es la voz de Jesús que confirma hablándonos por medio de su Espíritu. Quiere hablarnos del amor del Padre, quiere asegurarnos que aún vive y está presente entre nosotros, que nos tiene presente a cada uno de nosotros y a nuestros propios problemas personales.

“Tengo mucho más que decirles, pero en este momento sería demasiado para ustedes. 13Cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que dirá todo lo que oiga, y les hará saber las cosas que van a suceder" (Jn 16, 12-13). Jesús tiene aún muchas cosas que decirnos, y es el Espíritu quien tiene la misión de contarnos cuanto oye. El se sirve de otros hombres no necesariamente perfectos, pues lo que interesa es el mensaje, y no el transmisor; pone en su boca lo que El tiene interés de comunicarnos. Esto es profecía: hablar en nombre de Dios; es un mensaje especial del Señor a una comunidad o individuo, bajo la directa inspiración del Espíritu Santo. En sentido amplio, cualquier palabra que nos viene de Dios puede llamarse profecía. Las voces de la Creación, las de la conciencia, las lecturas ascéticas, las conversaciones espirituales, los buenos ejemplos, avisos y consejos de padres y superiores, etc., todas estas voces de Dios nos llegan por las criaturas y por lo tanto siempre tienen un sentido profético. Pero aquí hablamos de la profecía en sentido estricto, esto es, de un mensaje especial de Jesús inspirado por el Espíritu Santo, delimitado tanto por el contenido como por el número de destinatarios. Es una comunicación de carácter privado, íntimo y personal. Generalmente, la profecía se da en los círculos de oración. Llega el momento en que alguien presente siente la necesidad de decir algo. No tiene un concepto en la frente, sino palabras que fluyen una detrás de otra. Habla en primera persona, con voz firme y autoritaria, sin miedos ni vacilaciones. La voz es la misma, pero el tono y la fuerza no coinciden con la personalidad del que habla. Es imposible describir la emoción que nos causa una profecía que nos viene dirigida personalmente. Uno queda sin hablar al ver cómo Cristo se toma tanto trabajo, ya que nos viene dirigida individualmente. Uno queda sin habla al ver cómo Cristo se toma tanto trabajo por la vida y las dificultades propias. Meses después de mi Bautismo en el Espíritu Santo, en un círculo de oración, para mí inolvidable, escuché una profecía dirigida a mí personalmente, que me hizo saltar de alegría. Jesús me habló de mi vida pasada, de mi presente y aún de mi futuro, con tal lujo de detalles que me dejó estupefacto. Hasta me dijo que le fue muy grata la devoción a su Santo Rostro, que yo venía cultivando desde la época del seminario. La señora que hizo la profecía en canto y verso me vio por primera vez aquel día, y de mí no sabía absolutamente nada. La profecía puede ser en lenguas; en ese caso se requiere la interpretación como ya se dijo. Pero la profecía también puede ser en la lengua materna. En la práctica, en nuestros círculos de oración, los mensajes son llamados profecías cuando les sigue la interpretación. De hecho lo son. Pero no echemos en olvido que las profecías no tienen que ser necesariamente en lenguas.

P. Serafino Falvo
Del Libro el despertar de los carismas
páginas 35 y 36

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